El niño llora desconsolado. ¿Dónde está su madre? La busca entre la multitud agitada, pero no la ve. Se acurruca de miedo. Apenas tiene fuerzas para seguir sollozando. La gente enceguecida pasa corriendo a su lado. Algunos lo saltan, otros lo rozan, y hasta lo pisan. Instintivamente, el niño se cubre la cabeza para protegerse. Y así se queda, tieso, solo, apenas respirando. En la prisa por salvarse, la gente lo ha dejado atrás.
A lo lejos se escucha el sonido de un avión. El niño esperanzado la sigue con la mirada. La máquina se acerca y deja caer una lluvia de pequeños huevos grisáceos. Por experiencia, el niño sabe lo que se viene, pero alcanza a cerrar los ojos y cubrirse los oídos. Hay una explosión y el infierno pasa, rozándolo.
Ahora, en la calma, el niño recobra conciencia. Ya no siente dolor ni miedo. Su madre lo ha venido a buscar. Ella le sonríe y él feliz corre a sus brazos.
Se estremece la tierra en la mudez del viento y en la aridez de la lluvia. A lo lejos, mil soles se aproximan rodando, y a su paso el negro carbón.
¿Y tú, qué esperas?, ¿No las vez venir? Haz como el niño, cierra los ojos, y cúbrete los oídos. Ya no hay tiempo para decir adiós.
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