Era una noche fría de invierno, de estas tan frías que ni los pingüinos se sentirían a gusto deambulando por las desérticas calles de la pequeña ciudad. No estaba nevando, aún, pero no tardaría mucho en descargar sus copos el cielo. Amaia intentaba dormir, pero su corazón latía a mil. No le gustaban las tormentas, les tenía mucho miedo y el hecho que se avecinara una en poco tiempo no la dejaba conciliar el sueño. A parte de eso ella era una muchacha muy sensible, su objetivo era estudiar veterinaria cuando terminara el bachillerato, se preocupaba mucho por las criaturillas del mundo y no dejaba de dar vueltas al hecho que los animalitos que vivían en la calle lo iban a pasar muy mal, sobre todo los perritos y los gatitos abandonados.
Su mente no dejaba de dar más y más vueltas y el fuerte viento, y el crujir de las ramas no la ayudaban. A parte ella era muy miedosa de por sí. Y en que mala hora se había levantado a por un vaso de leche para ver si podía dormir y había visto que sus padres contemplaban una escena de terror en una peli que echaban por la tele a esas horas.
Amaia que aferró el vaso con fuerza subió corriendo las escaleras que llevaban al segundo piso de su casa y cerró su habitación con llave, ya que, al contrario que muchas personas, ella se sentía más segura si cerraba la puerta, su habitación era su sala de seguridad. A sus 17 años Amaia no temía ni a los fantasmas ni a nada por el estilo, en cambio le daba pavor los asesinos. Hacía poco que en su ciudad la policía había abatido a tiros a un asesino en serie que había campado a sus anchas por la ciudad en los últimos meses. Así que se sentía más segura con la puerta cerrada con llave, ya que si algún asesino quisiera acceder a la habitación debía de romper la cerradura y eso la despertaría. Lo mismo pasaba con la ventana cerrada con el pestillo cerrado, pero con la persiana levantada para poder vigilar mejor el exterior.
Se tapó hasta el cuello e intentó calentarse sepultada por las mantas. Los segundos y los minutos fueron pasando y cuando se estaba quedando dormida escuchó unos ruiditos provenientes de su ventana, como si unas uñas estuviesen arañando suavemente el cristal de su ventana.
Amaia se asustó mucho, pero tenía que ver que era y su temor desapareció cuando vio en el suelo de su habitación (semi iluminada por una pequeña lampara de mesa que tenía encendida) la silueta inconfundible de un felino.
Amaia observó entonces directamente a la ventana y vio un gato de tamaño medio en le alfeice de su ventana el cual arañaba con insistencia, pero con suavidad el cristal, pretendiendo entrar en la habitación, probablemente para resguardarse del intenso frió, pensó la muchacha. Se destapó y con los pies descalzos se acercó a donde estaba el gato y le abrió. Contra todo pronóstico este no huyo al verla, sino que se coló en la habitación como si fuese el dueño.
— ¡Vaya! — Exclamó la joven— Tu sí que eres un sinvergüenza pequeñín. Está bien te dejaré que pases la noche aquí, pero no hagas ruido y mañana por la mañana te vas, ¿de acuerdo? Dejaría que te quedaras, pero mi madre es muy alergia el pelo de gato.
Amaia acariciaba el suave pelaje blanquecino del gato mientras hablaba y este empezó a ronronear y a refregarse por su cara sin dejar de hacer sonar su característico sonido. Después de eso la chica se metió en la cama y se tapó y al cabo de poco tiempo notó como el felino se había subido a la cama y se acomodaba entre sus piernas.
— Buenas noches pequeñín. — Le dijo al gato y empezó a relajarse.
El sonido y el peso del animal en su cuerpo la ayudó a conciliar el sueño y en apenas 5 minutos la muchacha ya estaba en un sueño profundo del cual no despertaría jamás. Cuando el gato comprobó que la joven estaba profundamente dormida se acercó sigilosamente hacia su cabeza, una vez allí observó la brillante cara de Amaia, la cual dormía plácidamente panza hacia arriba y una siniestra sonrisa le cruzó la cara al felino. El gato elevó lentamente su pata derecha, sacó una de sus afiladas uñas, la cual brilló a la luz de la luna, qué había aparecido, y rajó el cuello de Amaia haciéndole un corte profundo, tan profundo y letal que la chica murió sin despertar.
Una vez muerta la chica el felino empezó a cortar con sus uñas todas parte del cuerpo que le apeteció. Le sacó los ojos, le rajó los labios, le abrió las venas en canal y finalmente le corto el vientre y le sacó las tripas con las cuales se entretuvo jugando como un gato lo haría con un ovilló de lana.
Una vez satisfecha su sed de sangre el felino empezó a limpiarse lamiéndose el pelaje y saboreando la sangre fresca adherida a su cuerpo. Cuando se sintió satisfecho subió a la repisa, levantó el pestillo abrió la ventana y saltó ágilmente a la calle.
A la mañana siguiente, cuando la policía llegó, avisados por unos histéricos padres que habían encontrado el cuerpo destrozado de su hija, solo vieron unas ensangrentadas pisadas de gato que recorrían la habitación, se acercaban a la ventana y que dejaban un rastro fuera en la nieve, con la roja sangre en contraste con la blancura de la nieve.
Merci pour la lecture!
Des de las entrañas de la oscuridad aparece un misterioso gato para quedarse las tuyas. Un libro genial que combina un peculiar humor con el terror del slasher. Un libro repleto de referencias al género. Un recorrido por el asesinato. Leed, os gustará.
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