Un anciano y un cazador beben unos tragos en la soledad de un bar. Las campanas de la medianoche invitan al anciano -una vez más- a introducir el tema a un desconocido.
Algo fastidiado y como si estuvieran burlándose de su inteligencia, el cazador respondió:
El cazador se tomó una larga pausa, agachó la mirada por unos segundos, lo miró fijamente y continuó:
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