chriscarrieri cristina peralta

Solo letras. Solo palabras. ¿Inofensivas, no es verdad? No te confíes tanto. Quizás recibas una invitación de la muerte, y no puedas evitar el correr en pos de su llamado.


Histoire courte Interdit aux moins de 18 ans.

#invitación #vampiros #sobrenatural
Histoire courte
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Capítulo único


Fastuosa. Esa palabra describiría perfectamente la celebración que se llevaría a cabo en el Palacete del Conde Vontés. Delany llegó acompañada por sus tíos y primo, con quienes residía no muy lejos de allí, en Padua, una floreciente ciudad que nada tenía que envidiarle a la Venecia que hoy por primera vez visitaba.

Vestía de rojo, uno muy llamativo, acentuado por la vaporosa falda que con sus interminables capas de tul sobre raso italiano la hacía sentir casi perdida entre tantos metros de fina tela. No era su estilo, pero como acostumbraba antepuso los gustos ajenos a los suyos propios, y esta vez estos se oyeron en la aguda voz de su tía, quien con sus dieciocho años recién cumplidos estaba empecinada en encontrarle un prometido, uno por supuesto aprobado por ella. Delany no podía quejarse, a la muerte de sus padres, cinco años atrás, sus tíos la habían acogido como propia, dándole un lugar en su casa que no podía diferenciarse con el que ostentaba su primo. Si hasta una considerable dote le habían prometido proporcionarle, para hacerla una codiciable aspirante. No, no había lugar para quejas ni para decisiones propias.

Al entrar por la puerta principal la joven trigueña ahogó una exclamación de completo admiración. La opulencia de la lujosa morada maravillaba los ojos y fascinaba la mirada.

Ella se cobijó algo tímida detrás de sus parientes, quienes mediante las presentaciones de rigor y sonrisas de cortesía se dirigieron a su anfitrión, el cual ella no pudo apreciar bien por la colosal altura de su tío Jamie. Algo incómoda observó a los invitados que se iban disponiendo, mediante las indicaciones de la servidumbre, en los lugares destinados para ellos en la extensa mesa de madera adornada por un mantel de tonalidades borgoña, con el agregado de un camino de tafetán negro.

Oyó que pronunciaban su nombre y llevó su completa atención, aunada a sus nervios de principiante, a los que lo habían anunciado, sus queridos tíos.

—Conde... Ella es Delany, nuestra joven sobrina, hija de Lord Astride ¿Lo recuerda? Y de mi amada hermana Valerie, los dos fallecidos hace un par de años.

Ella tragó saliva y elevó su vista al noble al que la habían presentado. Su corazón suspiró, aunque no se lo permitió a sus labios. Él era un hombre imponente, de una masculina belleza tan apabullante que era una tarea colosal el poder sostenerle la mirada. Delany dedujo que estaría en su treinta, pues esto delataban las casi imperceptibles lineas de expresión que circundaban sus ojos claros. Celestes, de un color similar al agua, expresivos, cándidos y brillantes.

—Es un placer—expresó ella, sumando a sus palabras una ligera reverencia.

—No, el placer es todo mío—fue la breve respuesta del conde, que luego de articularla besó la mano que ella le había extendido, haciendo que la correcta manera de respirar se le olvidara por completo, dejándola con aspiraciones cortas, nerviosas y aceleradas.

El apuesto noble le sonrió y ella bajó la mirada, sin atreverse a alzarla de nuevo. Delany escuchó que él se despedía momentáneamente, alegando la atención personal de los que recién estaban llegando.

Este encuentro la dejo algo perdida y evidentemente descolocada.

—¿Te encuentras bien, prima?—escuchó detrás de ella. Y al voltear asintió con la cabeza en una afirmación sin palabras. El que preguntaba era su primo Mateo, que con sus quince años disimulados por su altura, siempre le inspiraba con sus modos y su voz, una inusual confianza.

—Si...—respondió ella con un titubeo en la voz que fue evidente, por esto al notarlo agregó—Me encuentro muy bien, quizás algo nerviosa. Recuerda que es mi primer reunión formal, pero, la sabré llevar con dignidad, Mateo, no tienes de que preocuparte.

Mateo asintió y poco después se perdía entre los convidados para ir en busca, juzgando el brillo de su mirada, de alguien entre ellos que le resultó familiar.

La cena se dispuso con elegancia y buen gusto. Delany solo removió sus alimentos, sin decidirse a probar nada. Una inapetencia sumada a unas ligeras náuseas le habían cerrado por completo el estómago.

La razón era aquella mirada cerúlea que se posaba en ella de tanto en tanto.

—Delicioso, ¿no cree?—oyó, y sus ojos negros hallaron al dueño de esa seductora voz.

Era un joven de edad similar a la del conde, de cabello algo rizado y rubio y ojos tan verdes como la hierba iluminada por el sol en el verano.

—Si... eso creo—contestó ella algo ruborizada. No estaba acostumbrada a tener un trato tan personal con un hombre.

—Pues a mí no me cabe duda alguna—le dijo él sonriéndole desde su asiento justo en frente suyo.

Ellas le obsequió un sonrisa fugaz y luego bajó nuevamente su mirada.

—Soy William... primo de Tiziano. Llegué de Londres hace unos días. Hacia varios años que no visitaba a mi familia residente aquí en Venecia—lo escuchó presentarse, y no tuvo más remedio que volver a mirarlo, como los buenos modales indicaban.

—Es un placer—volvió a enunciar el cortés saludo—Mi nombre es Delany, es la primera vez que visito esta ciudad... llegué hoy con mis tíos.

—Es un gusto conocerla, Señorita Delany, ¿Podrá concederme el atrevimiento de pedirle algo?

—Si—respondió ella haciendo uso de toda su templanza—¿Cuál es esa petición que requiere mi consentimiento?

—¿Me daría el inmenso placer de obsequiarme la primera pieza de baile?—le pidió modulando su voz suave y lentamente.

Ella se sorprendió, pero no quiso demostrase turbada. Sabía que después de la cena se desplegaría en el salón principal un baile de máscaras, pero no contempló en absoluto el unirse a este antiguo ceremonial.

Unos segundos pasaron sin su respuesta. La que llegó al fin con un dejo de timidez.

—Se lo concedo.

William sonrió, realmente era encantador, estimación que confirmó el resto de la velada cuando él le narró sus aventuras en tierras lejanas con los más intrincados y desopilantes detalles.

La cena concluyó y los invitados fueron guiados hacia el salón donde el baile daría comienzo en solo unos minutos. Ella, tomada del brazo de su primo, avanzó hacia esa otra habitación junto con todos los presentes.

Al llegar allí, notó que los sirvientes repartían, en grandes bandejas plateadas, unas coloridas máscaras con distintas facciones plasmadas. Estas estaban decoradas con diversas incrustaciones de piedras, con plumas pigmentadas en tonos artificiales y tenían en común una delicada cinta de satén para sujetarlas en su posición durante la danza.

Ella tomó una. Blanca, imitando un cuarteado en todo su diámetro y decorada con un antifaz dorado y con algunas plumas del mismo color repujadas.

Se sintió algo extraña y a la vez peculiarmente libre debajo de ese romántico artificio.

La música comenzó, los acordes se elevaron magistralmente, las parejas se agruparon en un perfecto orden, y ella solo pensó en escapar como la Cenicienta de los cuentos.

—¿Me concede el honor de ser su pareja en este primer baile?—oyó una voz, pero no era William, era el conde, aquel misterioso hombre al que reconoció detrás de una mascara negra, por los ojos celestes y algunos mechones de cabello azabache.

—Quisiera pero ya...—comenzó ella su disculpa, pero él no la dejó completarla, cuando extendiéndole su mano le susurró cerca del oído.

—William entenderá.

No supo Delany si fue la seguridad con la que dijo esto o sus propias ansias las que le hicieron creerlo, pero sin detenerse a pensarlo demasiado ella aferró aquella mano y fue conducida por Tiziano al centro de la pista.

El tiempo se congeló al iniciarse la danza dirigida por los acordes dulces y enigmáticos de los instrumentos, que los elevaban, igual que a ellos en aquel piso de mármol negro, que al sentir de Delany, bien podría haber dejado de existir pues se sintió bailando en el aire.

Una magia, quizás la de las generaciones pasadas que vivieron allí, o la que derrochaba aquel fascinante hombre que guiaba sus pasos, la hizo dejarse llevar, rendirse ante estas sensaciones nunca antes experimentadas.

Aquella pieza duró minutos, o días, tal vez meses o años. Pudo transcurrir un milenio o correr mil eras, ella se sintió fuera del tiempo, donde un invisible reloj contaba los segundos al compás de sus latidos acelerados.

Cuando llegó el fin, ellos no parecieron notarlo. Solo se quedaron allí, mirándose, quizás encontrándose.

Escuchó murmullos y pies que se alejaban, pero esto no hizo mella en sus sentidos hechizados.

No fue hasta pocos minutos después que Delany notó que muchos de los presentes se habian retirado, incluidos sus tíos.

Observó a su alrededor quitando sus ojos de los que la habían cautivado y pudo apreciar que en ese espacioso salón solo permanecían algunos hombres, jóvenes y particularmente atractivos todos ellos, entre los cuales estaba incluido William, y algunas damas, de su misma edad o similar, que se miraban entre sí con una expresión consternada.

—¿Qué..?...¿Qué sucede?... ¿Dónde se han ido todos?—articuló algo aletargada.

Tiziano la tomó de la barbilla e intensificó su mirada que pareció brillar por un segundo en un fugaz escarlata.

—Se han marchado, las han dejado. Más bien diría, vendido. No tienen más que hacer que aceptar su destino, porque este llegara a ustedes lo quieran o no.

Estas palabras fueron las de el conde. No dirigidas a ninguna en especial y a la vez, a todas.

Y comenzó.

Ella contó siete hombres, si es que segundos después ese calificativo pudiera seguir describiéndoles. Sus ojos se inyectaron en un profundo rojo y de sus bocas sobresalieron afilados dientes que se veían como punzantes agujas.

Delany no pudo gritar, no pudo moverse, no pudo pensar. Se veía irreal, imaginario.

Ellos las atraparon con una pasmosa facilidad y las doblegaron bajo sus evidentes fuerzas como si fueran muñecas de trapo y no aterrorizadas mujeres las que se sacudían entre sus brazos. La sangre de una de ellas, que tenía el cuello derramándola como una represa liberada, llegó hasta sus zapatos, y en ese momento reaccionó. Halló la escalera como única vía de escape, pues la puerta estaba cerrada. Corrió a ella, esquivando escenas horrorosas y casi demenciales. Subió con la rapidez que su pesada falda le permitía y al llegar al primer piso siguió corriendo por los pasillos, buscando algún refugio, un escondite, una posibilidad, algo.

Abrió una puerta y notó que era un dormitorio. Pensó en esconderse en el, pero supuso que la hallarían, así que comenzaba a cerrarla nuevamente cuando escuchó una voz que conocía.

—¿Adónde crees que vas, pequeña Delany?... La fiesta es aquí, ¿Tan rápido piensas dejarnos?

Era William.

Se volteó y lo observó, y a quien hacía minutos atrás la había hecho flotar en el aire. Los dos la miraban con sus terroríficas iris y sus expresiones macabras.

—No luches sino puedes vencer, es un esfuerzo vano... Solo deja que lo que el destino escribió para ti, hoy se cumpla palabra por palabra—le dijo Tiziano.

Un tenso minuto transcurrió y cuando pasó los dos a la vez se lanzaron sobre ella. William, apoyándola contra su cuerpo mientras él lo hacía contra la pared, atacó su cuello, mientras una de sus manos acariciaba su seno izquierdo y la otra levantaba su vestido dejando sus muslos al descubierto. Tiziano no se hizo esperar y clavó sus colmillos en la tierna carne de su pierna que su primo le ofrecía.

Sintió dolor, uno demasiado grande para rotular, uno que se mezclaba con un placer lujurioso que ascendía desde sus pies hasta su zona intima. No lloraba, no se resistía, solo pedía a quien escuchara su oración interna que se llevaran rápidamente su vida. Pero tardó,y mucho. La tortura pareció eterna e interminable. William la volteó para, rompiendo la espalda de su vestido, beber desde el frágil contorno de su cintura. Tiziano le alzó un brazo en alto y degustó sus últimas gotas de vida desde la fuente misma que latía en su muñeca.

Todo se oscureció, y dejo de sentir cualquier cosa que no fuera ese dolor perpetuo.

Oscuridad, succión, tormento.

Luego todo se encendió. Delany abrió los ojos nuevamente, pero fuera de ese tiempo. Su vista creció, vio los días correr sin descanso y las distancias acortarse. Podía viajar atrás, adelante, donde quisiera, donde se le antojara. Era libre como nunca lo fue y al mismo tiempo una condenada con la maldición de la sangre.

Notó a muchas y a muchos en su travesía por años, décadas, siglos, y al fin milenios, pero una entre todas atrapó su sed interminable.

Estaba ahí ,con las palabras danzándole en la mirada, leyendo morbosamente sobre su fin, como si con su tremendo dolor pudiera deleitarse. Atrapada por lo que consideraba ella, era una historia más entre tantas. Pobre ilusa, su morbidez pagaría un precio muy alto.

La vio sonreír. ¡Que ingenua!... Entendiendo al fin que hablaba de ella.

Notó que seguía mostrándose inmutable, aunque por dentro su corazón comenzara en una aceleración que comenzaba a incomodarle.

Suspiró pesadamente, ya no le agradaba aquella broma. Solo era una lectora, solo era otro relato.

Grave error.

Delany, desde su mundo incorpóreo, que bien sabía podía ser cambiado, la observó con cuidado. Sus dedos estaban temblando, ligeramente, pero lo hacÍan. Sus ganas de concluir la historia de su muerte, evaporadas. Pero no podía dejar esa lectura, se había comprometido a terminarla y lo haria. Era de esas mujeres de palabra.

La inspección tan profunda atrajo dos pares de ojos más, los de Tiziano y William, siempre voraces, siempre aguardando entre las sombras al llamado de la sangre. La vieron, se les hizo deliciosa, podían notar aquel liquido carmesí fluyendo por sus venas. La deseaban.

Ella los miró cómplice en sus fechorías. Ya no eran necesarias las invitaciones a ostentosas veladas, como en la antigüedad, aunque guardando las formas aun debían ser invitadas. Y no, no podrían negarse, pues la invitación después de ser leída las atraía a su fin sin nada que pudieran hacer para evitarlo.

La mujer tragó saliva, inesperadamente se le había secado la garganta. Pensó en ir por un vaso de agua, pero ya terminaba, después lo haría.

Posó sus ojos en aquellas traicioneras letras una vez más. Letras que ya le molestaban, frases que le erizaban los vellos, no por ser atemorizantes sino por tener la particularidad de parecerle veraces.

Buscó el fin con ojos desesperados, mientras Delany reía.

William le susurró algo al oído. Amaba su voz, nunca dejaría de encantarle.

Leyó su nombre en aquel artefacto moderno y lo transcribió con delicados trazos. Tiziano acarició la misiva de extraño papel y sopló de su embrujado aliento en ella.

Lista. Terminada. Dispuesta para ser entregada.

La mujer parpadeó pues por un instante creyó ver su nombre en aquel relato... pero era imposible... Tenía que serlo.

Delany suspiró, otra más para su larga lista.

Pobrecita... No debió leer, no debió aventurarse. Al igual que le sucedió a ella que tomó la mano que se le ofreció aceptando ese baile, que dejó que otros gobernaran su vida para verla escurrirsele prematuramente entre las manos.

Lloraría una lágrima por ella, era una promesa.

¿Por mí? Eso escuchó que decía la mujer con una risa nerviosa. Sí, por ti, la derramaré en tu honor, pequeña y salada.

Ella, Delany, supo que era tiempo de partir, había afuera otros incautos esperando y ella tenía una cuota que abonar. Una cadena forjada de rostros anónimos, de caras extrañas.

Ahora a la mujer le tocaba esperar. La invitación llegaría muy pronto. Al recibirla empezaría a tiritar y se le aguarían los ojos. Seguiría negando, así de incrédula era la naturaleza humana. Pero en ese punto no sería importante, pues al abrirla y ver el contenido ya no podría seguir dudando.

Muchas letras, una hora, un día y un lugar.

Ellos esperando.

Estas serían las ultimas palabras que podría degustar, y le sabrían amargas.


Haz sido convidada. No nos hagas esperar.

Estás cordialmente invitada.

Delany.


19 Décembre 2018 02:03 2 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

cristina peralta Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran. André Gide.

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Angélica Plaza Angélica Plaza
Fascinante
December 23, 2018, 12:44

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