ezort Ezort Finale

Toda leyenda tiene su razón de existir. Ya sea para explicar cosas que no entendemos, para entretener, para educar o para advertirnos sobre algo. Con la debida investigación muchas son desmentidas, pero hay algunas que no deberían ser investigadas, leyendas que hablan de seres capaces de cometer actos horribles. Pero no hay por qué preocuparse, después de todo, las leyendas son solo leyendas... ¿O no?


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#horror #suspenso #terror
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El Acechador de White Veil


Mi nombre no es importante en este momento, lo importante es lo que voy a contar. A mis 64 años temo que pueda caer en la locura, y antes de que eso pase quiero dejar constancia de los horribles sucesos que he presenciado y que hasta el día de hoy me siguen atormentando.

Corría el año 1951, para ese entonces yo vivía en White Veil, pueblo llamado así por la niebla que desciende sobre la ciudad cual velo durante casi todo el año. La gente de White Veil es muy supersticiosa, nadie tiene gatos negros, nadie osa derramar sal y a la persona que rompe un espejo se le retira la palabra hasta asegurarse de que no haya contraído la mala suerte. En White Veil hay muchos mitos y leyendas, pero ninguna está tan arraigada como la de "El Acechador". Nadie sabe con exactitud cómo fue que surgió esta leyenda, pero su gran popularidad se debe tanto a lo supersticioso del pueblo como a que se usa para asustar a los niños y que no salgan de sus camas en la noche.

Existen muchas versiones de esta, pero todas coinciden en que se trata de una criatura de aproximadamente la estatura de un hombre alto, de cuerpo delgado y completamente negro, más que el ébano; de su oscuro rostro resaltan un par de ojos hundidos completamente blancos, excepto por una pequeña pupila en el centro de cada uno. Se dice que El Acechador le teme a la luz, ya que solo aparece en la oscuridad o en lugares poco iluminados. Su nombre se debe a que acecha a sus víctimas, llevándolas al borde de la locura antes de encargarse de ellas.

Incluso hoy en día nadie sabe qué hace con sus víctimas.

Fue para marzo de ese mismo año cuando lo conocí. Era de noche y yo estaba en el bar del pueblo. Poca era la gente que iba a esa hora debido a las supersticiones. Los únicos que siempre concurrían, además de mí, eran David el carnicero, Malcom el cerrajero y William el guardia, al que siempre le asignaban el turno nocturno. Una noche llegó al bar alguien que no era del pueblo, era de tez blanca y cabello castaño claro, tenía el rostro joven y esbelto con facciones bien definidas. Era alto, delgado, vestía un saco marrón claro y traía una maleta no muy grande, no parecía tener más de 35 años. Preguntó al cantinero por un lugar para hospedarse por unos meses. Yo, al no poder evitar escuchar su pregunta, le ofrecí que se quedara en mi casa ya que el único hotel en el pueblo solo abría durante temporada turística. Él aceptó mi oferta y decidió acompañarme con unos tragos. Su nombre era Daniel, me dijo, un estudiante de física en la universidad, pero ahora se encontraba de vacaciones.

—¿Qué trae a un hombre de ciencia a un pueblo tan supersticioso? —le pregunté.

—La tranquilidad —respondió—, quiero despejar mi mente de todos los problemas de la universidad —rio un poco entre dientes— ¿Y qué trae a un hombre supersticioso a un bar en plena noche?

 —Como verá, los pocos que estamos aquí no somos exactamente esa clase de hombres. Somos las ovejas negras del pueblo.

 —Pues me alegra saber que no soy el único —Ambos reímos ligeramente.

Debimos de haber estado una hora debatiendo sobre temas científicos cuando decidimos que era hora de mostrarle a Daniel su hogar temporal. Salimos del bar, hacía frío y entre la niebla se alcanzaban a ver las luces de los faroles. Cruzamos la calle, Daniel sacó un dorado reloj de bolsillo de su saco.

—Medianoche —dijo, y comenzamos a caminar.

De noche el pueblo no era el mismo. No había nadie en las calles y reinaba un silencio sepulcral. Parecía que uno estuviese en otro pueblo.

—Supongo que ya ha escuchado sobre la famosa leyenda de…

—El Acechador —me interrumpió—. Sí, quizás demasiadas veces en el poco tiempo que llevo aquí.

—Bienvenido a White Veil —dije jocosamente, y ambos lanzamos una carcajada que cortó violentamente con el profundo silencio de la noche.

Y así, antes de que nos diéramos cuenta, ya habíamos llegado. Entramos, el aire de mi casa esta frío ya que no había leña en la chimenea. Le enseñé su cuarto a Daniel, me agradeció por mi hospitalidad y se retiró a su cuarto. Yo, por mi parte, me quede despierto un rato más, feliz de haber conocido a alguien que compartiera mis gustos científicos.

A la mañana siguiente, luego de levantarme y desayunar, me di cuenta que no había visto a Daniel durante toda la mañana. Subí las escaleras y noté que la puerta de su cuarto estaba abierta, sin embargo, no había nadie allí. Apenas comenzaba a preguntarme donde podría estar cuando el ruido de la puerta. Efectivamente, era él y traía consigo una bolsa.

—Buenos días —dijo mientras observaba su dorado reloj—. ¿Tardé mucho?

—No —dije mientras pensaba... Algo había cambiado en él, se veía molesto.

—Estupendo, porque tuve que oír pacientemente como en el mercado tres personas diferentes me relataban una completa guía sobre las mil y una supersticiones de White Veil, haciendo hincapié en la leyenda de "El Acechador".

—Pues deberías acostumbrarte si sigues pensando en quedarte.

—Sí... —se sentó resignadamente sobre una silla de la sala—. Supongo que debería... O quizás no... —se veía cómo su rostro recuperaba ese brillo suyo.

—¿A qué te refieres?

—Nosotros —se levantó de la silla de un salto—. ¡Nosotros podríamos investigar y mostrarle al pueblo que El Acechador no existe! ¡Seríamos los héroes del pueblo!

—No sé si llegaríamos a héroes, pero sin duda ganaríamos cierto renombre.

—¿Y qué dices? ¿Me ayudarías en mi investigación?

Dude por un momento, pero algo en su mirada fascinada me convenció.

—Por supuesto, va a ser algo interesante.

—Creo que sé por dónde empezar...

Tomamos nuestros sacos y nos dirigimos al único hospital en el pueblo que también servía como hospital psiquiátrico, en el cual residía John Reese, el único que ha sobrevivido a El Acechador. El hospital era completamente blanco y olía a desinfectante. Preguntamos a la recepcionista por el ala psiquiátrica. De muy mala gana y sin hacer preguntas nos indicó donde se encontraba. Nosotros seguimos sus instrucciones. Luego de cruzar la doble puerta que exhibía un cartel con la leyenda "Ala psiquiátrica" preguntamos a una enfermera por John y apuntó con su dedo a un hombre sentado frente a la ventana.

—¿John Reese?— preguntó Daniel.

—El mismo —dijo John. Parecía más viejo de lo que era—. ¿Quiénes son ustedes?

—Soy Daniel, y si no le importa, queríamos hacerle unas preguntas sobre El Acechador.

—Ah... —su voz tomó un tono más serio—. Hacía mucho que no escuchaba ese nombre... ¿Qué quieren saber de él?

—Queríamos que nos contara su historia, por favor.

—Bien, voy a tratar. Era un día normal, yo trabajaba con Malcom el cerrajero, y ese día nos habían encargado una cerradura que nos había tomado toda la tarde fabricarla. Cuando dieron las 7:00 Malcom me dijo que era hora de irse y que terminaríamos de ensamblarla al día siguiente, yo le dije que me quedaría a terminarla y le pedí que le avisara a mi esposa que llegaría más tarde. Malcom me agradeció por quedarme y se marchó. Trabajé en la cerradura por una hora y media hasta terminarla, luego cerré el taller y comencé a caminar hacia mi casa. Mientras caminaba me pareció ver por el rabillo del ojo a una persona en el otro lado de la calle, me sorprendió ya que nadie deambula a esa hora por la calle. El hombre estaba junto a un farol descompuesto, así que era difícil verlo. Pero había algo en él que me incomodaba y no podía descubrir qué era... Hasta que vi sus ojos, eran blancos, con dos pequeñas pupilas, tenía la mirada de un psicópata y a la vez era horriblemente inexpresivo y perturbador. No pude soportarlo y seguí caminando hasta mi casa —el rostro de John comenzó a adoptar una expresión de profundo terror—, pero en la esquina de mi casa otra vez estaba él, y cuando me fui a dormir, en el techo estaban sus ojos, y al otro día en las sombras estaba su silueta, desde las sombras el me observa, ahora mismo lo está haciendo, se deleita con mi sufrimiento, siento su mirada, lo puedo escuchar, veo su sonrisa. Las sombras, su presencia, él se está aburriendo de mí, su mano, sus ojos, él aguarda ¡Él está ahí, él viene por mí, yo lo sé, lo puedo sentir!

En ese momento John gritaba cosas sin sentido, parecía haber entrado en shock. Tuvieron que venir enfermeras a sedarlo para que se calmara. Nos echaron de hospital y nos pidieron que por favor no regresáramos jamás.

—¿Qué opinas de lo que pasó? —le dije a Daniel, pero no me escuchaba, él miraba hacia un lado del hospital que estaba cubierto por árboles y enredaderas formando un oscuro túnel. Seguí su mirada y descubrí que miraba a alguien, no podía verlo muy bien hasta que abrió sus ojos y miró a Daniel. En ese momento Daniel se refregó los ojos como quien acaba de despertar y cuando volvimos nuestra vista hacia ese lado del hospital ya no había nadie.

Luego de eso ninguno de los dos se atrevió a decir nada y casi inconscientemente empezamos a caminar de vuelta a casa. Incluso al llegar nadie intentó siquiera esbozar un sonido, y ambos nos dispersamos. Yo, por mi parte, fui a la biblioteca. Me senté en mi sillón de terciopelo verde oscuro y me sumí profundamente en mis propios pensamientos, tratando de analizar todo lo ocurrido durante el día. No se cuánto tiempo transcurrió hasta que un aroma a carne asada logró devolverme al mundo material. El delicioso olor me llevó hasta la cocina, en la cual estaba Daniel cocinando.

—La comida me ayuda a despejar la mente— dijo sin voltear hacia mi.

—¿Cuánto tiempo he estado en la biblioteca?

Daniel sacó su reloj de bolsillo.

—Un par de horas, son casi las 10:00pm.

—Debo haber estado casi dormido...

—He hecho suficiente comida para ambos. ¿Quieres?

—Huele delicioso, así que sí.

Luego de la cena, que vale la pena mencionar que fue una de las mejores que he comido, nos dirigimos al salón para tomar un whisky antes de dormir.

    Mientras debatíamos en el salón algo llamó mi atención.

—¿Ves lo que yo veo? —le pregunte a Daniel señalando a la pared, en la cual, una sombra se proyectaba desde ningún lado, era la sombra de una mano desprolija, casi esquelética y con dedos puntiagudos.

—¿La sombra? Sí, la veo.

—Parece una mano...

—Así es...

—No hemos bebido mucho, ni siquiera lo suficiente para marearse.

—Es cierto, pero puede ser psicosomático, por la exposición a los sucesos hoy acontecidos. Ambos vemos una mano, pero, ¿Como sabemos que ambos vemos la misma mano?

—Puede que tengas razón, en ese caso, despejar la mente durmiendo sería la mejor opción.

Ambos acordamos y nos retiramos a descansar. Pero había algo que no podía sacar de mi cabeza, Daniel había respondido muy tranquilamente al ver la mano, incluso yo tuve un cierto sobresalto.

Esa noche soñé algo que no olvidaré jamás... Daniel y yo estábamos en un llano, el cielo era gris al igual que el suelo. Desde la lejanía aparecía la misma mano que habíamos visto en la pared. Esta mano tomaba a Daniel y se lo llevaba justo antes de que yo despertara.

Al día siguiente mientras desayunábamos vi algo en el periódico que casi me hizo escupir mi café. Al verlo me pareció oír un susurro incomprensible, le mostré el periódico a Daniel y tuvo la misma reacción de asombro. John Reese había fallecido, según el periódico, la causa de su muerte era desconocida, pero se creía que podría haber sido un fuerte ataque nervioso ya que en su celda del hospital se encontró en la pared el dibujo de una casa con el número 714. El piso de la celda estaba manchado con un líquido negro, supuestamente con el mismo que escribió en la pared.

—714... —murmuró Daniel—. La antigua casa de John Reese.

—No estarás pensando en que deberíamos...

—Sí, deberíamos ir, no está muy lejos de aquí. Y según me han dicho, ya que la piensan vender, se encuentra en buen estado.

—Bien, pero le había prometido a un amigo que lo visitaría para almorzar, así que, debería estar de vuelta a las 6:00.

—A las 6:00 te espero entonces.

Y efectivamente así fue, eran las 6:00 y Daniel me esperaba en la puerta de mi casa con su reloj de bolsillo en la mano.

—¿Listo para ir? —me preguntó.

—Listo.

El sol se acababa de poner, el oscuro manto de la noche se tendía sobre nosotros. La niebla que le dio el nombre a la ciudad estaba presente, acompañada del graznar de los cuervos sobre los árboles, que en la oscuridad formaban horribles figuras. Al final de camino de árboles una mansión nos aguardaba, la cual, era la negra corona de esta escena. Entramos en la mansión, el suelo era de una madera oscura, y crujía a cada paso. Sin tener realmente un punto de inicio, decidimos ir al piso superior, en el que había tres habitaciones. Entramos en la primera habitación de la izquierda, había una chimenea frente a un sillón, y en la mesa al lado de este una caja de puros. De repente el olor a tabaco inundó la habitación.

—Daniel, no fumes por favor.

—No lo estoy haciendo... —. ¿También lo sientes?

—Si...

Buscar la fuente de la cual provenía el olor fue en vano, provenía de ningún lugar. La segunda habitación parecía haber sido un estudio. Tenía un amplio escritorio pegado a la pared y frente a este un autorretrato de John antes de que sucumbiera a la locura. Nos detuvimos un momento a contemplar la vista en el ventanal de la pared al lado del escritorio. Era difícil ver qué había debajo nuestro, ya que la luz de la luna volvía la niebla más blanca, pero al final se podía distinguir el brillo de las luces del pueblo. Mientras nos encontrábamos hipnotizados por ver como la luna se alzaba sobre la niebla, una lenta y malvada risa que nos hizo estremecer de pies a cabeza sonó en la lejanía. Ninguno de los dos dijo nada, pero vi cierta intranquilidad en el rostro de Daniel. Al darnos vuelta para ir a la tercera habitación vimos que el autorretrato había adoptado una horrible expresión de miedo y desesperación. La tercera habitación fue en algún momento el cuarto de John, aún conservaba su cama y su armario, el cual estaba vacío. En la cómoda al lado de la cama había un papel. Podría haber jurado que no había nada cuando entramos. En el papel estaba escrito "Por favor, váyanse" a puño y letra. Decidimos que ya era suficiente por hoy y que abandonaríamos la casa. Pero encontramos en el suelo tres arañazos que conducían desde el armario hasta las escaleras, como si hubieran arrastrado por la fuerza a alguien. En ese momento nos dimos cuenta que en toda la mansión reinaba un silencio frío e inusual. Descendimos las escaleras apresuradamente y cruzamos frente al pasillo hacia la puerta principal. Pero al llegar a esta me di cuenta que Daniel no me seguía, me di la vuelta y lo vi a él paralizado, mirando hacia el pasillo fijamente. Al final de ese largo corredor estaba él, mirando fija, maliciosa y frenéticamente a Daniel.

—Salgamos de aquí —le dije a Daniel, pero no respondió.

—No es real —fue todo lo que se limitó a decir.

—Daniel, vamos.

—No es real...

El Acechador sonrió, mostrando una macabra sonrisa de delgados y perturbadores dientes. Comenzó a acercarse, paso a paso, hacia nosotros mientras seguía con la mirada fija en Daniel.

—¡Daniel, vamos!

—No es real...

El Acechador seguía acercándose, lentamente, como si quisiera hacer que su víctima sude hasta la última gota de miedo y sufrimiento antes de acabarlo. Mientras tanto, Daniel había entrado en un psicótico estado de negación.

—¡Daniel por favor!

—¡No es real! ¡No es real!

Con El Acechador tan cerca y sin poder soportar la horrible escena eché a correr despavoridamente. Al cruzar el umbral de la puerta un grito a mis espaldas rompió violentamente con el silencio reinante. Cualquiera que gritara de esa manera habría dañado permanentemente sus cuerdas vocales. Fue un grito estridente, espantoso y desgarrador exhalado como última palabra. Un grito de dolor y miedo tan profundos que hirió de muerte mi cordura.

Lo siguiente que recuerdo fue despertar en el hospital, según los médicos, me encontraron corriendo y gritando de terror en las calles del pueblo. Para mi suerte, me dejaron salir del hospital ese mismo día. Pregunté a varias personas por Daniel, pero todos dijeron que lo habían visto por última vez el día anterior en el mercado. Sin pesarlo dos veces abandoné White Veil en el primer tren que conseguí, y de Daniel no se supo nada más, como si la tierra se lo hubiera tragado, aunque solo yo creo saber lo que en realidad pasó.

Por mi propio bien decidí olvidar todo esto, hasta el día de hoy, ya que temo que no solo a caer en la locura, sino también a mi propio fin. Hoy al despertar me quedé contemplando el techo, mientras me despertaba con el tic-tac de mi reloj. Cuando lo miré para ver la hora, me di cuenta de que estaba detenido. Me levanté, llevado por la intriga, a buscar la fuente de la cual provenía ese tic-tac. El sonido me llevo a la sala, en la cual, sobre la mesa principal, yacía el dorado reloj de bolsillo de mi amigo Daniel.

16 Décembre 2018 18:50 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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