Aún sin abrir los ojos la luz le derrite las retinas. No puede evitar soltar un grito largo, seguido del llanto. Extraña sentir aquel familiar líquido sobre su piel sensible y lozana. Oye voces. Voces que no reconoce. Con el corazón desbocado cae en la cuenta de que está en un lugar desconocido y frío, hasta que recibe el primer abrazo de aquella voz que lo acompañó durante los nueve meses que estuvo en la oscuridad: “Bienvenido hijo”.
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