El cuchillo. El cuchillo presiona suavemente la piel. Como un diafragma de miedos la sangre brota aturdida. El dedo obedece la señal. El corazón late una vez más, otra vez más. Las opciones son claras: luchar hasta el final o dejarse vencer. La lucha se deshilacha en su afán de persistir. Los murmullos arrancan de cuajo las esperanzas del espectador. Ya nada será lo que fue, ya nada es lo que fue. La otra mano no encuentra sosiego, ya nadie la toma y le dice al oído palabras tiernas. El aroma es una sentencia sin apelaciones. La mano sigue flotando en el aire hasta caer blanca en el espacio final. El cuerpo también toma su posición, los ojos se cierran por última vez, no hubo ni un pensamiento final, ni un deseo final. Hubo un final que fue final. Final y desierto.
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