Por la ventana podía ver la oscuridad de la noche sumir todo en su plenitud. Desde el sofá, Elis Lacort observaba el vacío infinito, en el cual sólo eran distinguibles las luces amarillas, rojas y azules de la ciudad. “Hermoso paisaje”, pensaba para sí, mientras acariciaba el rubio cabello de Junko. Bajó su mirada a la lolita, descansando en ropas de cama con la cabeza recostada sobre las piernas del hombre.
A pesar de haber pasado ya cinco años, no podría olvidar nunca aquel incendio, donde su primer amor, Darya, falleció. Sacudió la cabeza de repente. Hombre, tienes que superarlo ya, de una vez por todas. Darya se ha ido. Ahora sólo queda Junko.
Se agachó para besarle la frente, dejando su copa de brandy en la mesa junto al sofá. No debería beber tanto esta noche, pero su cuerpo le exigía refrescarse con una buena copa de licor. Mañana tenían un concierto, había que llegar temprano al Square Garden para el último ensayo, además de los arreglos finales antes de la función. Si llegaba en un estado inconveniente, seguramente el líder de la banda le daría muchos problemas.
—Ven, Junko. Vamos a la cama, son las dos —dijo en volumen bajo, con esa voz profunda y rasposa que sólo él poseía. La rubia se fue despertando poco a poco, frotando uno de sus ojos para mejorar su visión nublada.
Así pues, juntos anduvieron hasta la cama, Elis arropando a la pequeña Junko. La chica apenas había cumplido los diecinueve años en junio nueve, y él… Bueno, Elis ya cumpliría los treinta en octubre diez. Puede recordar con gracia los periódicos de la prensa rosa, acusando al bajista indirectamente de pedofilia, siendo que la japonesa ya era mayor de edad cuando empezaron su relación.
Habían elegido la peor fecha para empezar el primer tour mundial de “Node”. Quince de agosto, cinco años oficiales desde la muerte de Darya López. Seguramente era una manera poco ortodoxa de Hannibal, su representante, de hacerlo superar de una vez por todas a la pobre mujer. Si, si mantenía su mente ocupada con acordes y el ánimo del público, su mente no pensaría en el horrible aniversario. Ahora bien, que el problema era que lo llevaba pensando desde que le anunciaron la fecha, y desde que bajaron del avión en Nueva York.
—Erisu —se escuchó de repente la fina y tierna voz de la japonesa—, necesitas dormir. Mañana es tu gran día, no puedes llegar cansado al estadio.
—Lo sé, corazón —replicó Elis, acariciando con su enorme y pesada mano el rostro pequeño de su novia—. Ya me estoy terminando de arreglar. Me cambio y me acuesto a tu lado.
Junko se sentó en la cama. Poco sabía ella de los pensamientos del bajista, pero le besó la mejilla antes de volver a acostarse, no sin antes un “buenas noches”. Elis se levantó para quitarse el pantalón y ponerse una camisa holgada. La tela gruesa de color gris, con un logotipo de los Padres de San Diego, era todo lo que necesitaba para dormir, además de su bóxer, claro estaba. Se metió entre las cobijas y abrazó a Junko. Conciliar el sueño en esta posición fue fácil, pero ahora había algo que lo conmocionaba. Esa sensación de que algo no estaba bien.
Con una ligera resaca amaneció al día siguiente. En el celular tenía tres mensajes de Hannibal, apresurándolo para que fuera al estadio. Al ver el reloj vio que ya eran las doce y tantos de la tarde. Con una mierda, debía estar en el Square Garden desde las once para la primera prueba de sonido. Volteó en busca de su novia, Junko no estaba en la cama. Iría a buscarla, de no ser que ella apareció en la puerta de la cocina, con una bandeja de desayuno, ya teniendo todo preparado.
—Buenas tardes, Erisu —saludó ella, yendo a dejarle el desayuno—. Has despertado demasiado tarde.
—Lo sé, Hannibal me matará cuando llegue —dijo agradeciendo. Una ligera reverencia al estilo japonés, antes de empezar a comer apresuradamente.
—Ya elegí tu ropa para hoy, aunque supongo que no será lo que uses en el concierto.
Junko señaló el pantalón de cuero negro y la camisa de leopardo morada que estaba a los pies de la cama, y nuevamente Elis agradece. Junko resulta ser tan práctica y atenta, además de amorosa y comprensiva, que no duda en pensar que se ha sacado la lotería con esa chica. Sin más distracciones y quedando sólo vestirse, se apresuró para llegar al estadio.
Al llegar al sitio, se escuchaba ya la voz de Mike, el vocalista de Node. Los potentes guitarrazos de Leather hacían un estruendo bastante fuerte, mientras pedía a gritos al técnico de audio el bajar el volumen de su amplificador. A pesar de su talento y que la guitarra era muy importante en esa canción, sonaba tan fuerte que saturaba el sonido y opacaba los demás instrumentos. Hannibal se encontraba de pie en frente del escenario, en la zona donde los VIP iban a encontrarse. Por ello no se dio cuenta de la llegada de Elis, quien de inmediato sacó el bajo de su estuche y lo enchufó. Se percataron entonces de su presencia, al escuchar la interferencia que hizo el plug al ser conectado.
A continuación, todos se detuvieron.
—Hasta que la estrella del show se digna en aparecer —Mike dijo por el micrófono, como si no lo fuera a escuchar el bajista, a pesar de estar a un metro de él.
—Noche larga —se excusó Elis con voz monótona, empezando a dar una afinada exprés al instrumento.
—Nadie preguntó —repuso Mike—. Estamos ensayando el primer parte del tracklist, así que será mejor que recargues tu batería ahora, porque por ti y tu “noche larga”, estamos retrasados por una hora.
Elis se lo iba a tomar a juego, pues a fin de cuentas Mike era lo que se podría describir como un bromista. Pero el ver de repente a Hannibal sobre el escenario, prendió una alerta en él.
—Más de hora y media, de hecho —mencionó el representante, acercándose a paso lento al hombre de luces moradas—. Lo diré por una última vez, así que presta atención. Quiero que esta sea la última vez que tienes una “noche larga”. Porque la siguiente, Node hará audiciones para encontrar bajista.
—Entendido, Hannibal —dijo con voz pesada, leve, grave—. Pero no estuvo bajo mi control. Me dio insomnio de la nada, no pude pegar un solo ojo…
— …y pensaste que un buen vodka te ayudaría a dormir.
—Fue brandy —cayó en la trampa. Admitió que estuvo bebiendo la noche anterior.
—Ah, con que eso fue. Elis, es en serio. Este grupo te ha aguantado demasiado. Esto de beber antes de las presentaciones se te podría volver un vicio fuerte. Por favor, detente, a menos que quieras llevarnos a la ruina contigo…
—Ya, detente, Hannibal —Todd, el tecladista, intercedió por Elis. Tomándolo del brazo, lo llevó detrás de bambalinas.
Elis no se veía muy complacido con el trato y los regaños que le estaba dando el representante, pero al estar en un sitio más o menos privado, el peso de su mente se fue aligerando.
—Darya te mantuvo en vela, ¿no es así? —Leather, su amigo de años, preguntó.
—No lo puedo evitar. Sé que prometí dejar el asunto en el pasado, asumir que ella ya no está y dedicar mi tiempo a Junko… pero es imposible si hoy es el aniversario de su muerte, y yo me encuentro aquí, con resaca y tratando de ensayar para la gira.
—Le dije a Hannibal que esto iba a pasar —Todd repuso—. Él pensó que, si te ponías a trabajar, en vez de pensar en ella, la depresión por fin cedería. Ya vimos que no es así.
El tema no podía ser dejado de lado. Pero es que nadie podía entender. Más que la pérdida de Darya, era la extraña situación en la que se desarrolló todo. Ni siquiera él estaba realmente seguro de cómo pasó todo. El incendio se originó de la nada, y la policía no supo descifrar las causas de éste. Es más, ¿qué hacía Darya en ese lugar?
El quince de agosto de hacía cinco años, Darya López se encontraba en una casa de la calle Avery, en el pueblo de Sandy Fields, en Minnesota. Era extraño, porque nadie que ella pudiera conocer vivía en dicho pueblo perdido en la nada. Darya ni siquiera vivía en ese estado. Ella era residente de Texas, pero había llamado a Elis para que la fuera a acompañar a Sandy Fields, diciendo que un viejo conocido la había citado ahí.
A las cinco con veinte de la tarde la dejó en la casa de la calle Avery, siendo que lo último que vio de ella fue a Darya entrando tras haberse despedido. Aun recuerda que las luces de adentro ya estaban encendidas, a pesar que no terminaba de oscurecer ni medianamente bien. Ella le pidió recogerla a las nueve de la noche, pues tenía que ponerse muy al corriente con ese supuesto conocido. Cuando volvió, a la hora citada, ni siquiera pudo acercarse a la casa, pues el cuerpo de bomberos del pueblo impidió el paso a todo civil.
Se hicieron varias investigaciones, entre números de calles, censos de habitantes y registros celulares. El teléfono de Darya parecía haber sido intervenido un par de días antes, y la llamada que ella recibió provenía de un número privado. El censo de habitantes y conteo de calles y direcciones revelaba que la única casa de la calle Avery estaba deshabitada desde hacía casi veinte años. Veinticinco en la época actual. Quien haya sido el individuo que contactó a Darya en aquella casa, tenía como clara intención asesinarla, aunque todavía no se daba una idea clara de por qué. Era aquel asunto lo que no le dejaba dormir muchas noches, incluida la noche anterior. Era un recuerdo que en verdad, Elis no quería tener en absoluto.
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