jose-cardoza1534875559 Jose Cardoza

Alonso, un joven humilde, es suectrado por una banda de criminales, mientras caminaba por su ciudad. El líder de la banda lo obliga a asesinar a una familia entera a cambio de su libertad y de salvar a su familia de la muerte. El accede, pero su madre le da la espalda al darse cuenta del crimen que había cometido. Decidió huir, enfrentándose con todo aquél que quisiera capturarlo, e incluso matando a quienes creía que podrían seguirlo. Pensaba que todo el mundo lo perseguía, y enloqueció. Veía en su imaginación a todos los que había asesinado para cubrir su crimen.


Criminalité Tout public.

#338
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Sin Salida

—¡Ese mismo es!, quiero que hagamos todo tal y como lo habíamos planeado. Él es quien puede salvarnos el pellejo. Juro que si algo sale mal, la sangre del culpable se derramará lentamente— dijo aquel vil ser poniéndose sus lentes oscuros y llevando a su boca un puro.

El joven a quien estaban observando caminaba lentamente, iba muy tranquilo al concluir su jornada de trabajo viendo el atardecer sin darse cuenta de quienes caminaban junto a él, solo sabía que había mucha gente; la misma que veía todos los días con los rostros frustrados en la mañana al ir a trabajar y con caras de alegría o de decepción al terminar las jornadas.

Él seguía caminando mientras escuchaba sus canciones favoritas en un reproductor portátil que le regalaron. Caminaba por su mundo, un lugar donde no había aflicciones ni cosas tristes.

Sin que se diera cuenta llegó un momento en el que no había nadie a su alrededor. Cuando se percató, se quitó sus audífonos para aterrizar en este mundo nuevamente y notó que no había ruidos. Estaba solo en la calle.

La acera de enfrente estaba vacía; el viento recogía algunas hojas que los árboles habían tirado al suelo. Todo estaba lúgubre, parecía como si la naturaleza entera estuviera detenida o moribunda.

Con la preocupación encima siguió caminando, pensaba que le podía pasar algo malo si se detenía y llegó a una cuadra donde estaba estacionada una camioneta negra, con una pintura tan brillante y tenebrosa, que hacía que aquel escenario se viera más tétrico de lo que era.

Al joven, desde la esquina en donde venía caminando, los que estaban dentro del vehículo lo observaban sin pestañear. Él caminaba a paso veloz con la intención de salir de aquel lugar lo más pronto posible.

Cuando estaba a escasos metros, dos tipos fuertemente armados, encapuchados y vestidos de negro, se bajaron de la parte trasera de la infernal camioneta negra acompañados de una densa nube de humo de tabaco que salió del vehículo.

—¿Alonso?, a vos te andábamos buscando… va a ser mejor que subás por las buenas— le dijo uno de los hombres encapuchados que portaba un arma de alto calibre. Tenía una voz bastante familiar, aunque nunca pudo saber concretamente quién era.

Al joven le sudaba la frente, las piernas le temblaban, el corazón se le quería salir y un destello provocado por la luz que se reflejaba en el arma hizo que por un momento creyera que los segundos de su vida estaban contados.

Los sujetos lo obligaron a subir y mientras la camioneta arrancaba a toda velocidad, lo sentaron en el centro del asiento de atrás. Las armas que portaban aquellos hombres íntegramente vestidos de negro, le apuntaban desde las dos direcciones.

Alonso, en medio de la desesperación, se fijó que en el asiento del copiloto de la camioneta, iba un tipo, de barba tupida, lentes oscuros, chaqueta negra y fumando un puro. Mientras el joven lo miraba, el extraño sujeto se acercaba el puro a la boca, fingiendo que no notaba que Alonso lo estaba observando. Trataba de parecer tranquilo. Él era el cabecilla y le parecía familiar.

Por unas cuantas cuadras, el extraño sujeto permanecía callado, sin decir una sola palabra. Aquél silencio era aterrador para Alonso, únicamente el motor del vehículo interrumpió aquella atmósfera.

Hasta que el raro ser rompió el ambiente:

Quiero que prestés mucha atención, Alonso. Te hemos observado desde hace días y no te preocupés, que vas a salir con vida y mucho dinero si hacés lo que te decimos. Sé que vos conocés la casa de la persona que va a ser el « personaje» de tu labor— le dijo el cabecilla, mientras una diabólica sonrisa dejaba mostrar sus dientes maltratados. Luego de sonreír, se acercó nuevamente el puro a la boca.

Al llegar al lugar donde los secuestradores tenían su centro de operaciones, el sujeto le dijo que él y su familia saldrían con vida a cambio de la « sangre» de una mujer y sus dos hijos de 3 y 4 años.

Aquella mujer había descubierto un crimen horrible de la banda de asesinos y querían eliminarla por temor a que ella revelara algo del caso.

—Vos sabés, Alonso, hay cosas personales que no se deben divulgar… y es por eso que para mi es peligroso que ella siga con vida— le dijo el criminal

Alonso estaba amarrado en una silla. En aquella mazmorra, varios armados estaban en cada una de las esquinas, alumbrados todos por solo una luz, que no llenaba todo aquel lugar y que apenas iluminaba la mitad del rostro de aquellos sujetos. Había eco y los murciélagos revoloteaban de un lugar a otro, queriéndose estrellar contra Alonso.

A los niños los mataremos para que no se queden solos. Es más que todo una obra de caridad. De todos modos son míos; la mujer era mi esposa— dijo el cabecilla.

—No puedo hacer eso— dijo Alonso y uno de los tipos se le acercó con una pistola y se la puso en la boca.

—Si querés salvar tu vida y la de tu familia, vas a tener que hacerlo. Además, te vamos a recompensar muy bien. Vas a ser rico y te vamos a proteger siempre— le dijo el cabecilla, sentándose en un cómodo sofá.

Lo voy a hacer por salvar a mi familia, aunque esto esté en contra de mi voluntad— les dijo el joven secuestrado.

—¡Bravo!, eso era lo que quería escuchar… Además, no te vamos a abandonar, te vamos a brindar protección de los policías— le dijo el jefe, levantándose del sofá y rodeando a Alonso.

La familia de Alonso lo anduvo buscando pero no había más rastro que el reproductor portátil o que se le había caído en el lugar en que lo secuestraron.

Alonso no tuvo otra opción. Siguió los procedimientos a cómo los delincuentes le ordenaron y sin darse cuenta, aprendió a ejecutar a la perfección ese tipo de delitos.

Llegó el día del crimen…

Los ojos los sentía más pesados que nunca. Los abrió aún acostado sobre una tabla angosta y miró a su alrededor creyendo que todo lo anterior era una pesadilla.

Pronto llegaron unos hombres recios con el desayuno que el cabecilla le había mandado.

—Dice el jefe que te hartés esa mierda—le dijo uno de los hombres, tirando el empaque con la comida al suelo.

—Muchas gracias, pero no tengo hambre— dijo Alonso, mientras abría el empaque con la comida, reconociendo que era muy apetitosa.

—No te conviene ver sangre con el estómago vacío, Alonso. Comé algo— le dijo el jefe de la banda que se acercó a la celda donde estaba encerrado.

Llegó el momento…

Esperó que la mujer saliera de la casa para ir a hacer compras cerca. Aprovechó que la mujer solía dejar la puerta abierta y se escondió detrás de un gran librero. Luego se acercó poco a poco al cuarto de los niños que estaban dormidos y los contempló por un momento.

La respiración de aquellos infantes daba paz a aquella habitación. Alonso, pidiéndole a Dios que la pistola fallara, jaló el gatillo lentamente. El disparo salió e impactó en la cabeza de la niña que en su inocencia se dormía lentamente.

El impacto sonó como la rotura de una maraca.

El niño se despertó llorando y vio a su hermanita muerta. Alonso no pudo contener una lágrima que salía de su rostro. Las piernas le temblaban.

Después apuntó al niño, quien no pudo ni gritar de la impresión… él sólo le disparó en la cabeza, acabando con su vida. La niña agonizaba, por lo que decidió darle otro balazo para matarla.

Había sangre en toda la cama. El día se volvió gris. Desde ese momento la conciencia no dejaba en paz a Alonso aun sin haber terminado de ejecutar el crimen.

Se acercó a la cama de los menores que había asesinado y se arrodilló frente a ellos. Puso su cabeza sobre la cama y lloró hasta que escuchó ruidos. La madre de las criaturas regresaba a la casa.

Alonso se escondió en un ropero. Al llegar la madre al cuarto, se tiró alrededor de los niños y lloró desconsoladamente. No lo podía creer.

Queriendo tapar los orificios en los cráneos de los niños, la madre lloraba llamándolos por sus nombres, con la esperanza que le respondieran.

En eso, Alonso salió y la apuntó con su arma de la que la mujer escuchó el ruido. Lo miró con las pupilas dilatadas, lágrimas en las mejillas y temblor en el cuerpo…

¿Alonso, vos…?— quiso preguntarle la mujer, pero su respiración cansada y nerviosa no la dejaba hablar.

—Perdoname por esto— le decía Alonso y luego tiró el gatillo de la pistola quitándole la vida a la mujer. Después, con lágrimas en los ojos, limpió todos los objetos que tocó con un químico especial y escapó.

Sentía mucha culpa, quiso suicidarse con la misma pistola, pero tuvo que huir. No pudo creer lo que había hecho con su amiga, con la que lo crió y le enseñó las primeras letras.

—¡Le dije que no se casara con ese hombre, pero nunca me entendió!—pensaba Alonso mientras escapaba.

Los asesinos le habían prometido que le pagarían y así lo hicieron. Afuera de la casa donde había cometido el crimen, le dejaron una caja con mucho dinero, una bolsa negra y una nota con letras de recortes del periódico que decía:

«Ya sos libre, Alonso. Ya tenés tu dinero. Ahora, nos vamos a alejar, no nos vas a volver a ver nunca, y si algún día decís lo que pasó o revelás algo de nosotros, será el último día que vivas. Besos»

En ese momento se dio cuenta que los criminales lo habían abandonado. Se encontraba solo y lo único que lo acompañaba era el dinero que le dieron por el crimen. El no lo quería, sólo había cometido el crimen para salvar a su familia; aunque se valió del dinero para sobrevivir.

La Policía logró confirmar con las investigaciones que el autor del crimen era Alonso. Él sabía que lo estaban siguiendo. Cada vez que salía de algún lugar notaba que alguien lo quedaba viendo.

Con hambre y sin conocimientos de cocina se dirigió a un buen restaurante aprovechando el dinero que tenía para almorzar bien. Pidió un buen filete de res, cocinado a tres cuartos.

Después de partir la carne, no pudo seguir comiendo. Salió sangre de la carne de res y le recordaba las imágenes de aquella familia que había asesinado..

—¡Soy un desgraciado!— dijo alejando el plato de comida entero. Se levantó de la silla y le dejó una buena propina al mesero y la autorización de comerse la comida que no había terminado de comer.

Saliendo del restaurante se puso sus lentes oscuros para que no le vieran los ojos y tapar su pena. Al tenerlos puestos, se dio cuenta que una muchacha no le quitaba la vista de encima.

—¡No creo que esa chavala me esté observando por lo guapo que soy!— dijo mientras encendía un cigarro.

Decidió distraerse un poco y se fue a un cine a ver una película de romance para no acordarse de nada de crímenes. Al salir del cine notó que la misma muchacha estaba en la sala en la que él se encontraba, vigilando pero tratando de pasar desapercibida.

Alonso salió a la calle sospechando de aquella mujer, pero pensaba aún más en que estaba solo. Paseaba todos los días por las calles de la ciudad, comprando cosas que creía que iban a llenar su alma. Le hacía falta su familia.

A los días, fue a la casa donde vivía para saber si su familia estaba con vida. No tuvo el valor de entrar, ni de tocar la puerta. Se sentía como un alma miserable.

Valiéndose de su talento de escribir con varios tipos de letra, redactó una nota, con unos trazos más parecidos a los de una fémina. La dejó debajo la puerta de la casa para que la leyeran y huyó.

La nota explicaba que Alonso estaba muerto y que su cuerpo no había sido encontrado, firmada por una persona anónima.

La familia sabía del crimen que había cometido, porque se lo había confesado la policía, pero lo esperaban para escuchar su versión y perdonarlo.

Era de noche y al caminar de regreso al apartamento donde vivía, volteó a ver al cielo estrellado suplicándole al creador que tuviera compasión de él. Fue en ese momento que escuchó una voz en su interior que le decía «Decí la verdad», seguida de otra que le susurraba: «Tené cuidado».

Llegaba casi al apartamento y en la acera, se fijó que estaba la mujer que lo seguía en el cine y los restaurantes. Una camioneta con las luces apagadas se dirigía hacia la calle donde vivía. Apresuradamente abrió la puerta, se metió dentro de su apartamento, y cerró fuertemente.

El silencio de aquella noche se interumpió con la sirena de una patrulla de la Policía y de los agentes que le decían: «Tenés 3 minutos para salir»

Alonso estaba preparando algo para poderse librar. Subió al segundo piso y abrió una bolsa negra de armamento y bombas que le dejaron los criminales que lo metieron en todo este rollo. Mientras desanudaba la bolsa, escuchaba una voz que le decía: «Abrí la bolsa rápido»

Las manos le temblaban mientras abría aquella bolsa y rebuscaba lo que utilizaría.

Sacó tres granadas y cuando ya el tiempo que la Policía le había dado para salir estaba por vencerse, las arrojó… dos a los oficiales y uno a la mujer espía que ya estaba junto a los policías.

Aquello provocó un ruido desgarrador. Todos gritaban al sentir que sus cuerpos se quemaban y que sus vidas se apagaban ante la luminosidad del fuego que ardía en sus deshechas carnes.

Los cadáveres calcinados de aquellas personas quedaron tendidos en la calle y la explosión pudo escucharse a varios metros, aunque nadie se enteró porque era una zona deshabitada.

Alonso tenía que huir y empezó a preparar sus cosas para marcharse de aquel lugar. Tenía tiempo limitado. Borró sus huellas digitales de algunos objetos con un químico especial y salió con un sombrero y unos lentes oscuros, a pesar de ser noche.

Logró irse a una comunidad rural, cambiando su aspecto físico y se ganó a la gente regalándoles algunas cosas, comida, ropa y juguetes para los niños. Era un lugar muy pobre y la gente pensaba que él era un «ángel».

Cuando ya estaba instalado en una casa que compró a bajo precio en esa comunidad, empezó a escuchar voces: «Alonso Sequeira, tenés tres minutos para salir de tu casa, sino vamos a entrar»

Alonso apagó el radio y se asomó por la ventana para ver si había algún policía frente a su casa, pero se sorprendió porque no vio a nadie, pese a haber escuchado claramente la voz del mismo agente al que había asesinado con granadas.

Pasó el tiempo y se tranquilizó porque todo apuntaba a que la Policía se había olvidado de su caso. Se sentaba cómodamente todos los días a leer el periódico, escuchar los noticieros y ver televisión para saber si se continuaba con su búsqueda. Todo parecía indicar que se habían olvidado de él.

Pasó más tiempo y Alonso se enamoró de una muchacha llamada Mirna que todos los días salía a vender a un pueblo cercano «cosas de horno» y pan. Ambos empezaron a tener una relación bastante cercana y al pasar algunos meses, decidieron irse a vivir juntos. Luego, se mudaron y se fueron a la ciudad donde Mirna vendía sus productos.

En la casa vecina en donde se mudaron, vivía uno de los sobrinos de la mujer que asesinó primeramente junto a sus dos hijos, como parte del plan de los criminales que lo metieron en todo este «rollo».

El sobrino de la mujer lo reconoció a pesar de su cambio físico. No quería perder la calma para poderlo entregar. Buscaba el momento oportuno para llamar a la fuerza pública mientras confirmaba si realmente ese era el asesino de su tía y sus dos primos.

Alfonso empezaba a perder la cabeza y escuchaba diariamente las voces de todas las personas que había asesinado. Algunas veces, todas las voces en coro le decían : «Entrégate a la justicia»

Estaba enloqueciendo rápidamente… y un día, se le «metió la idea» que su esposa, la Mirna, era una infiltrada porque vio claramente, en sus alucinaciones, cómodamente sentada en una silla de su casa a la mujer espía que había asesinado desde el segundo piso de su apartamento con una granada.

Vio a la mujer espía al entrar a la casa mientras la Mirna andaba vendiendo sus productos. Alonso entró a la casa, se vieron mutuamente y se escondió detrás de una puerta. Esperó algún tiempo, se asomó y vio que la mujer se había ido, pero que todas las puertas y ventanas estaban cerradas.

Alonso no dijo nada de sus falsos presentimientos sobre Mirna, pero si se notaba un cambio en su actitud hacia ella. Ahora, enloquecido completamente, decidía ir a los lugares recreativos solo.

Y un día, saliendo de un bar, vio nuevamente en sus alucinaciones a la mujer espía que se acercaba hacia donde estaba él. Salió corriendo, con mucha ira y se dirigió a su casa, pues estaba «convencido» que su mujer era una espía que lo estaba delatando.

Al llegar a su casa, se asustó al ver sentados en la sala a la mujer que había asesinado primero, a sus dos hijos, a los Policías que desbarató sus cuerpos con la granada y a la mujer espía.

Los niños jugaban alegremente con su mamá, quien los agarró en sus brazos y le dijo a Alonso: «Te obligaron a matarnos, lo sabemos bien. Lo que no hiciste es enfrentar el error que te obligaron a cometer. Te corriste y ahora estas atrapado»

Alonso estaba asustado, no podía hablar y la respiración se le hacía cada vez más rápida. Fue a buscar a su esposa, que estaba en el cuarto.

Se acercó lentamente a la habitación. Antes de entrar al cuarto, cargó la pistola muy lentamente. La Mirna estaba viendo la televisión. Ella notó su presencia y sin ver aún el arma que traía Alonso, le mostró una sincera sonrisa de amor.

—Vení conmigo— le dijo Mirna.

Alonso se acercó despacio y luego la apuntó con la pistola. La sonrisa de Mirna cambió rápidamente al ver el arma, no podía creer que su marido la estuviera apuntando. Trató de escapar de la cama, pero en el intento, aquél hombre enloquecido dejó ir toda su ira en los disparos, acompañado por una cruel sonrisa de odio y de locura.

El cuerpo ya sin vida de la Mirna, perforado por seis balas, se desplomaba, rendido ante el plomo. El asesino, se tiró una carcajada y guardó su pistola.

Cuando comprobó que la Mirna estuviera sin vida, se retiró del cuarto y se acercó a la sala. Se sorprendió aún más, porque su esposa, que acababa de matar, también estaba sentada junto a los que había asesinado anteriormente.

—No puede ser… todos ustedes me han perseguido— dijo Alonso y luego les disparó a todos creyendo que podría matarlos.

Pero Alonso, dentro de sus alucinaciones escuchó una voz muy profunda que decía: «Que la sangre de todos ellos, a quienes mataste, te persiga siempre, Alonso»

Esas palabras se repetían constantemente dentro de su retorcida y disparaba sin piedad, alarmando a todos los vecinos, que llamaron a la Policía.

Los agentes del orden llegaron y trataron de entrar de buena forma a la casa. No sabían que estaban frente a un loco, que les disparó hiriendo a uno de los oficiales.

Alonso iba a disparar nuevamente, pero uno de los agentes lo abatió. El asesino se desplomó, y el arma que utilizaba, cayó a su lado, haciendo un ruido inexplicable.

En el lapso de su agonía, el asesino desquiciado vio claramente que todas sus víctimas sentadas en las sillas de su sala, se lanzaban sobre él y ya no lo dejaban respirar hasta que murió.

Claro que eso no pasó, sino que eran alucinaciones, pero así lo asimiló antes de morir.

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21 Août 2018 18:30 4 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
1
La fin

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Raquel Raquel
¡Hola! Soy Raquel, embajadora y parte del equipo de verificación de Inkspired. Estoy aquí revisando tu historia para verificarla, pero antes de eso es necesario que corrijas los errores de puntuación, que son mínimos y sencillos de localizar, como las rayas de diálogo y recomendarte el empleo de las comillas españolas (no las inglesas como se refleja en tu texto), y también para darte ánimos y las gracias por publicar tu obra en Inskpired. Una vez hecho esto, puedes responder este mensaje y yo volveré para verificarla, pero de momento estará en revisión. Recuerda que la verificación de historias te puede ayudar a atraer a más usuarios, por eso nos tomamos tan en serio la calidad de los escritos en la web. Cualquier cosa estoy aquí. Un saludo. :)
April 04, 2020, 22:33

  • Jose Cardoza Jose Cardoza
    Hola, Raquel. Lamento no haberte respondido, no me percaté de tu comentario. He hecho los ajustes que me solicitaste. Espero tu revisión. Un abrazo :) July 28, 2021, 01:42
Jeremy Freire Jeremy Freire
que tal, me gustó mucho el suspenso que se produjo a partir de la mitad de la historia cuando él decidió huir, lo que si deberías mejorar es el inicio, porque no tiene sentido que unos matones busquen a un desconocido cualquiera para matar a otro desconocido que vio un homicidio para matar, y en los momentos de asesinato puedes dar más detalles para dar un mayor suspenso y agarre del lector. solo eso jose, el resto si estuvo bueno y lleno de suspenso, me gustó.
August 22, 2018, 06:12

  • Jose Cardoza Jose Cardoza
    Muchas gracias, Jeremy. Completamente de acuerdo con vos. Gracias por tus recomendaciones. Saludos! August 23, 2018, 17:08
~

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