Rob había conseguido lo que más quería: demostrar a todo el mundo que él podía ser mucho más de lo que era, convertirse en alguien importante en su trabajo, ascender. Con mucho esfuerzo moldeó su futuro, lo dio forma, y el sentimiento de superación fue su refugio, su fortaleza.
Ahora estaba donde quería, lo había conseguido por sus propios méritos, él sólo, SÓLO.
Por el camino se había ido alejando de su gente, gente a la que él quería, admiraba, y al fin y al cabo, la gente a la que quería demostrar lo alto que podía llegar. Esa fortaleza se había convertido en un castillo, un castillo de arena, frágil, que con cada soplo de viento se iba deshaciendo. Había sido esclavo de su propia ambición.
Cada año que pasaba iba deshaciendo aún más ese castillo, sintiendo ese vacío. Hasta que un día, nació su hija. Desde el momento en que la vio, supo que todo había valido la pena, con tal de darle un buen futuro a su pequeña.
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