Era una biblioteca familiar. La miró varias veces hasta que se dio cuenta de que se trataba de muchas bibliotecas que conocía; pegadas como parches, conformaban la escena. Pero aún no estaba terminada porque las cosas seguían formándose y desintegrándose.
A su alrededor, bancos se apilaban indefinidamente en donde estudiantes se sentaban con la cabeza gacha sobre una hoja en blanco, nadie notaba su presencia ni siquiera el profesor en el frente. A ninguno le pareció extraño que ella estaba parada e inmóvil, mirando a los costados con expresión perdida y extrañada.
Pensó en cambiarse de lugar y antes de que diera el primer paso ya lo había hecho.
¡Qué extraño! Había sentido que caminaba por entre las filas pero no estaba segura de haber movido las piernas. Sin embargo allí estaba en el lugar que quería. Se acercó a uno de los estantes y tomó un libro. La biblioteca continuaba deformándose mientras los objetos se movían, cambiaban de lugar y de color a sus espaldas.
La escena no parecía tan aterradora como al inicio, por lo que pensó que podría relajarse, aprovechando que los presentes no se interesaban en ella, y leer uno de esos libros en un rincón. Si es que encontraba alguno que no desapareciera al segundo de que se formara.
Caminó y caminó por entre los estantes y las mesas, esquivando sillas y libros que se abalanzaron sobre ella como si quisieran atacarla. Incluso los rincones huían despavoridos cuando los encontraba.
Suspiró con fastidio. Comenzaba a sentirse frustrada y los pies le dolían.
“¿Cómo a nadie le molestaba aquello?” pensó. “Imposible concentrarse en esta situación.”
Tomó el libro que tenía en sus manos y con todas sus fuerzas golpeó al estudiante más cercano. El golpe tronó y juró sentir el eco desaparecer entre las sombras, pero nadie se percató de ello. Continuaban demasiado atentos a las hojas en blanco.
Volvió a ser consciente del miedo que sentía, nadie en su sano juicio podría ignorar un golpe como aquel. ¿Qué son estos estudiantes? ¿Qué lugar es este? ¿Dónde estaba antes?.
Intentaba recordar cómo hizo para llegar a la biblioteca pero no pudo. Eso no le gustaba, la ponía ansiosa. Cuantas más preguntas se hacía más temblaba aquel espacio y más se acumulaba en su pecho el miedo. Necesitaba huir. El impulso hizo que sus piernas se acelerarán pero no se despegaron del lugar. La habitación y ella giraban cada vez que se esforzaba más por escapar. Las cosas cambiaban con velocidad de forma y de lugar difuminando sus contornos. Estaba mareada, confundida.
—¿Qué estás haciendo? —tronó una voz de ultratumba. La escena se enfocó de golpe. Frente a ella otra persona de su altura la miraba fijamente. Se notaba enfadada. Su mirada estaba desorbitada—. ¿No te das cuenta de que nos estás perturbando? Siento tus pensamientos arañando las paredes, haciendo ruidos. Deja de pensar. No puedes pensar, no puedes. Debes sentarte y quedarte quieta.
Repitió eso muchas veces, con verborragia, y el eco le aturdió los oídos.
Intentó hablar, disculparse, pero no pudo encontrar las palabras al darse cuenta de que, lo que antes era una persona de su altura, ahora crecía y ocupaba todo aquel salón infinito. Los ojos la apuñalaban con una expresión de odio y su voz de ultratumba continuaba exigiendo el silencio de sus pensamientos y su completa obediencia.
Si antes era una escena inocente, ahora era una de terror.
No tenía con qué defenderse de aquella amenaza, ya no habían objetos a su alcance por lo que su única opción era aplastarse contra la pared y esperar lo peor.
La escena, moviéndose en cámara lenta, se tornó oscura mientras las sombras pretendían tragársela. Tembló de miedo en el suelo sin mirar a la criatura. Su mano se interpuso entre ambos pero era un escudo ineficaz. No podía pensar.
La luz se apagó y volvió casi al instante. El estruendo había cesado, pero tardó unos segundos en animarse a mirar.
La escena se congeló. Todos los objetos estaban petrificado en la última posición en la que se encontraban. Demasiado cerca de su cuerpo, apilados, amenazantes. El ser continuaba con la mirada fija en ella, como un cazador implacable a la espera.
Como si se tratara de rebobinar una película, deseó que con solo mover las manos las escenas se atrasaran. Para su sorpresa, cada objeto volvió hacia el principio, cada alumno a su asiento, como si nunca hubiese sido roto el equilibrio.
La biblioteca, compuesta de muchas bibliotecas que conocía, era pacífica de nuevo. Volvía estar al lado de filas infinitas de bancos, mientras los objetos, siempre en movimiento, se formaban y desintegraban. Nadie la miraba. Suspiró aliviada.
Tenía que encontrar la manera de salir de allí antes de que el sonido de sus pensamientos quebrara de nuevo el silencio y molestara a los habitantes.
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