Ellas tejían el tiempo. Cada movimiento de sus agujas significaba un segundo en nuestras vidas. Sus ojos casi cerrados iluminaban los hilos sobre sus regazos. El entorno era un lienzo en blanco y ellas jugaban seleccionando los colores de una trama inexplicable pero hermosa. Cada cierto tiempo sus ojos se cerraban por completo. Pero sus manos continuaban creando, entre espasmos, tejidos más sutiles y abstractos. No era posible ver el ovillo. Nadie sabía cuanto quedaba.
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