Sostuve sus manos temblorosas envolviéndolas con las mías hasta que sus ojos volvieron a fijarse en mí.
-Mi niña bonita...- su voz, tan dulce como siempre, parecía cansada. Mis ojos se cerraron junto a un suspiro casi imperceptible. Al abrirlos, ella estaba mirando por la ventana, le encantaban las vistas desde allí. - ¿Cómo te llamas?- alzó una mano para colocarse bien el pelo. Siempre había sido una mujer muy presumida, le encantaba arreglarse, ahora tan solo quedaba el recuerdo de aquella persona que un día fue.
-Ana...- dije con una sonrisa triste.
-Que casualidad, como yo.- contestó con alegría. Intenté que mi expresión no variase, aunque aquello me partiese el corazón.
-Abuela, soy yo, Ana...- su ceño se frunció un tanto, remarcando aun más las arrugas de la zona, cuando lo hacía entrecerraba los ojos, era una expresión que me gustaba mucho y que yo misma hacía.
-Son bonitas las montañas, ¿verdad?-Asentí. Sí, eran realmente preciosas.- ¿Cómo te llamas, bonita?-
Todas las tardes me armaba de todo mi valor y fuerza para ir a verla, pero no podía evitar que se me encogiese el alma cada vez que la visitaba. Intenté no hacer mucho ruido al sorber con la nariz, intentando contener una lagrima que luchaba por saltar de mis ojos.
Continuaba mirando por la ventana, me levanté y le di un beso en la frente antes de despedirme.
- Hasta mañana...-
-Adiós Ana, encantada de conocerte.-
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