A
Augusto Salvador


Guillermo Díaz-Caneja (Madrid, 14 de octubre de 1876-íd., 1933) fue un escritor y comediógrafo español.


Humour Tout public.
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I

—¡Cómete este caramelo, Andrés!—dijo Lucía á su novio alargándole uno.

—Ya sabes que no me gustan—replicó éste.

—¡Que te lo comas!

—¡Que no me lo como!

—¡Pues no me vuelvas á dirigir la palabra!

—¡No te la dirigiré!

—¡Hemos terminado!

—¡Hemos concluído!

Lucía y Andrés continuaron el paseo muy serios y sin volver á cruzar la palabra.

Detrás de los novios, á cierta distancia, iban las respectivas mamás, hablando de lo mal que está el servicio; en último término, los papás discutían acerca de lo mal que está esto.

Ambas familias tenían estrecha amistad, desde muchos años atrás, y puede decirse[Pg 238] que Lucía y Andrés eran novios desde que tuvieron edad para pensar en ello.

Engolfados en la conversación los progenitores, no se enteraron de lo ocurrido á la enamorada pareja, hasta que, terminado el paseo y llegado el momento de despedirse, observaron la frialdad con que los muchachos lo hacían.

—¡Ay... qué chicos estos!—dijeron las mamás besuqueándose en ambos carrillos.

—¡Qué poca formalidad tenéis!—agregaron los papás sentenciosamente.

Cualquiera hubiera supuesto que la riña no pasaría adelante, y que ello terminaría en dulces y sabrosas paces; pero no fué así: el pícaro amor propio, la terquedad de los muchachos convirtió en montaña inaccesible lo que sólo era grano de arena.

Andrés dejó de ir á ver á Lucía; ésta, muchas veces cogió la pluma para escribir á su novio diciéndole: «Perdóname y ven». Pero otras tantas la volvió á dejar, pensando que tanta razón había para que ella le pidiera perdón á él, como él á ella: tan terco había sido el uno como el otro.

Y de este modo iban dejando pasar el tiempo, y dando lugar á que la situación se hiciera por momentos más tirante.

[Pg 239]

Andrés dábase á todos los diablos y muchas veces llegó hasta muy cerca de la casa de Lucía; pero otras tantas retrocedió, pensando que ella no debía quererle mucho, por cuanto no intentaba hacer las paces por medio de una cartita. ¿Qué culpa tenía él de que no le gustaran los caramelos?

Viendo que la cosa no se arreglaba, mediaron las mamás, y llegaron á tomar cartas en el asunto los papás. ¡Era una verdadera tontería que unos chicos que tanto se querían y que tan felices estaban llamados á ser, rompieran las relaciones por un caramelo: ¡esto era ridículo! Pero ningún resultado satisfactorio obtuvieron los mediadores; y no solamente no consiguieron nada, sino que la discordia acabó por extenderse á ellos mismos.

El padre de Andrés dijo que él no volvía á decir una palabra más sobre el asunto; que hicieran lo que quisieran.

—«Esa niña—decía—está demasiado consentida y mal educada; es demasiado terca, y una mujer terca no puede hacer feliz á su marido... ¡Vaya con la muñeca!»

La madre de Lucía concluyó por asegurar que Andrés tenía demasiados humos, y que ella no se rebajaba más.

—Se habrá figurado—decía á cuantos la[Pg 240] querían oir—que no hay más hombre que él en el mundo y que Lucía se va á quedar para vestir imágenes. Total, porque tiene ocho mil reales de sueldo en el Banco de España, ya se cree que es el rey del petróleo. Pues que se quede en su casa, que mi hija se está tan ricamente en la suya; y que tenga cuidado, que puede que vaya á caer con alguna que en vez de caramelos le haga comer morcilla... ¡El demonio del niñito...! ¡Pues no faltaba más!

Y las relaciones entre los padres fueron suspendiéndose poco á poco, hasta romperse del todo.

Pero si los padres se conformaron con esto, los hijos, no. Lucía necesitaba darle en la cabeza á su ex novio, para ver si se le ablandaba, y, para ello, aceptó las relaciones de un comerciante, conocido de casa, que, si bien era cierto que tenía muchos años, también lo era que tenía mucho dinero.

No faltaría algún alma caritativa que se lo contara á Andrés, y seguramente que las condiciones del nuevo novio le harían rabiar más.

Así sucedió. En cuanto Andrés supo que Lucía tenía novio... ¡y qué novio...!, se declaró á una muchacha que vivía en el principal[Pg 241] de su misma casa, para darle en las narices á su ex novia.

A los seis meses de esto, y al levantarse una mañana Andrés, para ir á la oficina, la criada le entregó un paquetito que, momentos antes, habían llevado para él. Desenvolvióle, con no poca curiosidad, y, cuál no sería su sorpresa al encontrarse con una cajita de caramelos y una cartulina plegada en tres dobleces, en la que Lucía y su esposo le participaban el efectuado enlace.

Averiguar á dónde fueron á parar los caramelos al salir por la ventana del cuarto de Andrés, es cosa bien difícil.

A los tres meses, Andrés contraía matrimonio.

31 Mai 2018 22:41 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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