Las razones por las que un hombre mata a otro pueden ser muchas. Algunas podrán tener justificación, las restantes no tanto.
Llovía a mares.
La tormenta azotaba toda la región suroeste de la ciudad de Milán. Los oficiales de la policía ya habían sido alertados. Yo me encontraba interrogando al asesino.
—¿Por qué lo hizo?—repetí la pregunta por enésima vez. Él, el asesino, me miraba como si no entendiera la pregunta. Su mente seguía perdida, ensimismada en quien sabe que cosa, como si tratase de ver a través de la pared de concreto puro. Entonces sonrió. Una descarada sonrisa de maldad pura y no adulterada. Él sabía perfectamente lo que había hecho y no había rastro alguno de remordimiento o culpa en su rostro.
—¿Por qué lo hice... en verdad quiere saberlo?—respondió.
—Sí, —dije—quiero saberlo.
Detenerme en ese momento era lo más inteligente que hubiese hecho, pero no lo hice. En su lugar escuché, escuché y puse atención a las palabras de ese horrible hombre.
—¿Conoce el refrán del gato, detective?—espetó el asesino escupiendo, adrede, un poco de su sangre en la mesa improvisada de interrogatorio.
—Dígame, ¿qué tiene que ver con lo sucedido?
—La curiosidad mató al gato, detective. Si quiere que le cuente todo, preste atención y escuche. Solo le advierto que no le gustará saber la historia completa. Su estomago puede que no aguante mucho.
Detente ahí. Espera a los oficiales y que ellos lo interroguen. Olvida el asunto. Ya hiciste mucho con detenerlo. Debí hacer caso al sentido común, a mi intuición y salir del lugar. Solo dios sabe porque permanecí ahí sentado.
Mi nombre es Bruno Di María. Soy detective privado. Mi clienta, la señora Camelia Rossetti, ha sido asesinada. El culpable ha sido detenido. La historia que leerán es sobre una serie de asesinatos cometidos por un solo hombre: un asesino serial cruel y despiadado. El cuerpo de la pobre mujer sigue aún en el pasillo. No es una escena fácil de describir. Espero que las ambulancias lleguen pronto. El olor es nauseabundo y apenas es lo suficientemente soportable.
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