copo4k1657902938 bjin⁷⚘

Taehyung entiende muy bien los términos de su matrimonio arreglado, se convertirá en la pareja de un conde empobrecido. Y a cambio el Conde Kim recibe el beneficio de su inmensa riqueza, salvando a su familia de la bancarrota. Debido a su juventud han decidido esperar ocho años antes de consumar el matrimonio que servirá como medio para engendrar un heredero. Después de lo cual llevarán vidas separadas. Es un arreglo muy razonable. Excepto por una pequeña cosa. De alguna manera Tae se ha enamorado hasta las raíces de su esposo. Su esposo que se ha convertido en su mejor amigo, pero nada más... Su marido que planea unirse con su amor de niñez el hermoso y recién viudo Jungkook, tan pronto como haya honrado el pacto con su esposo... A medida en que la hora en que realmente puedan convertirse en marido y doncel se acerca, tanto Tae como Jin deben enfrentar la verdad de sus corazones. ¿Ha suscitado su pacto una gran amistad o, sin que ninguno se haya dado cuenta, ha nacido un gran amor?


Fanfiction LGBT+ Tout public.

#jintae #taehyung #jungkook # #taejinkook #epoca #amornocorrespondido #seokjin
18
1.5mille VUES
Terminé
temps de lecture
AA Partager

Capítulo 1

Destino


1888


Había sido amor a primera vista.

No era que hubiera algo malo con el amor a primera vista, pero Taehyung Graves no había sido educado para enamorarse, mucho menos a primera vista.

Era el único hijo doncel de un hombre muy próspero que fabricaba conservas de comestibles. Había decidido, mucho antes de que pudiera comprender tales cosas, que iba a casarse bien, que por medio de su persona la fortuna de la familia se uniría con un título antiguo e ilustre.

Por lo tanto, la infancia de Tae había consistido en lecciones interminables:

música, dibujo, caligrafía, elocución, conducta y, cuando quedaba tiempo, lenguas modernas. A los diez años, lograba bajar con éxito un largo tramo de escaleras con tres libros sobre la cabeza. A los doce, podía intercambiar horas de bromas en francés, italiano y alemán. Y en el día de su decimocuarto cumpleaños, Tae, que no se consideraba en absoluto un músico natural, logró ejecutar las Douze Grandes Études, de Litz a fuerza de puro tesón y determinación.

Ese mismo año, su padre llegó a la conclusión de que nunca sería una belleza clásica, como la que buscaban los aristócratas, e inició la búsqueda de un pretendiente que estuviera tan desesperado como para casarse con un niño cuya riqueza familiar provenía del enlatado de Sardinas La búsqueda llegó a su fin veinte meses después. El señor Graves no estaba particularmente emocionado con la elección, ya que el conde que había accedido a tomar a su hijo a cambio de su dinero tenía un título que no era ni particularmente antiguo ni particularmente ilustre. Pero el estigma asociado a las sardinas enlatadas era tal que incluso este conde exigía hasta el último centavo del señor Graves.

Y luego, después de meses de regatear, después de que todos los acuerdos habían sido finalmente redactados y firmados, el conde tuvo la desconsideración de caer muerto a la edad de treinta y tres años. O más bien, el señor Graves vio su muerte como una afrenta. Taehyung, por su lado, en la intimidad de su cuarto había llorado por él.

Había visto al conde sólo dos veces y no se había alegrado ni por su aspecto anémico ni por su temperamento severo. Pero él, a su manera, había tenido tan poca elección como el propio Taehyung en el asunto. Había recibido su herencia en condiciones lamentables. Sus planes de mejora habían hecho poca o ninguna diferencia. Y cuando había intentado conquistar a un heredero con una dote exaltada, había fallado rotundamente, probablemente porque su carencia en apariencia y comportamiento.

Un chico más enérgico podría haberse rebelado contra un novio tan despreocupado, diecisiete años mayor que él. Un chico más emprendedor podría haber persuadido a sus padres de que le permitieran tomar sus decisiones en el mercado matrimonial. Taehyung no era uno de esos chicos donceles.

Era un niño tranquilo y serio que entendía instintivamente que se esperaba mucho de él. Y aunque no era normal que pudiera ejecutar una obra de Litz con sólo once años, al final de su formación no sólo era capaz de dominar la música, los idiomas, o el comportamiento, sino la disciplina, el control, y la auto-negación.

El amor nunca fue considerado. Sus opiniones nunca fueron consideradas. Lo mejor era que él permaneciera separado del proceso, porque no era más que un engranaje en la gran maquinaria de casarse bien.

Aquella noche, sin embargo, sollozó por aquel hombre que, como él, no tenía voz en la dirección de su propia vida.

Pero la gran maquinaria de casarse bien siguió funcionando. Dos semanas después del funeral del difunto conde Kim, los Graves recibieron a su lejano primo el nuevo conde Kim a cenar.

Taehyung sabía muy poco sobre el difunto conde. Menos aún sabía sobre su primo, excepto que tenía diecinueve años, y todavía estaba en su último año en Eton. Su juventud lo perturbaba un poco... estaba preparado para casarse con un hombre mayor, no con alguien cercano a su edad. Pero su matrimonio era una transacción de negocios; cuanto menos personal lo considerara, más suavemente se ejecutarían las cosas.

Por desgracia, su indiferencia y, su tranquilidad, llegaron a un final abrupto en el momento en que el nuevo conde entró por la puerta.

*** No es que Taehyung no tuviera sus propios pensamientos. El observaba muy atentamente lo que decía y hacía, pero rara vez censuraba su mente: era la única libertad que tenía.

A veces, mientras estaba acostado en la cama por la noche, pensaba en enamorarse, en los personajes de una novela de Jane Austen; su madre no le permitía leer a las hermanas Brontës. Pensaba que el amor era el resultado de una observación cuidadosa y sagaz. La señorita Elizabeth Bennet, por ejemplo, no consideraba que el señor Darcy tuviera las aptitudes de un buen marido hasta que conoció la majestuosidad de Pemberley, y que representaba el carácter igualmente majestuoso del señor Darcy.

Taehyung se imaginó a sí mismo como un viudo rico e independiente, inspeccionando a los caballeros disponibles con ingenio irónico pero humano. Y si era bastante afortunado, encontrando a un caballero de buen carácter, y sentido del humor.

Eso le parecía el epítome del amor romántico: la tranquila satisfacción de dos almas gemelas reunidas en suave armonía.

Por lo tanto, no estaba preparado para su agitación interna, cuando el nuevo conde Kim fue presentado en el salón de la familia. Como la visita de un ángel, en el centro de su visión brilló una luz cegadora. Aureolado por este resplandor sobrenatural se encontraba un joven que debía haber plegado sus alas justo en ese momento para tener una semejanza pasajera con un mortal.

Una instintiva sensación de auto conservación le hizo bajar la mirada antes de percibir la simetría de sus rasgos. Pero era todo agitación dentro, una sensación que le despertaba partes iguales de alegría y miseria.

Seguramente se trataba de un error. El difunto conde no podía tener un primo que se pareciera a aquel. En cualquier momento sería presentado como compañero de escuela del nuevo conde, o tal vez el hijo del coronel Clements.

—Tae —dijo su madre, —quiero presentarte a Lord Kim. Lord Kim, mi hijo.

Dios mío, era él. Ese joven apuesto era el nuevo Lord Kim.

Tenía que levantar los ojos. Lord Kim le devolvió una plácida mirada castaña y le dio la mano.

—Joven Graves —dijo.

Su corazón latía borracho. No estaba acostumbrado a una atención masculina tan completa y directa. Su madre estaba atenta y solícita. Pero su padre sólo le hablaba con un ojo en el periódico.

Lord Kim, sin embargo, se concentró enteramente en él, como si fuera la persona más importante que hubiera conocido.

—Milord —murmuró, consciente de la calidez de su rostro y de la perfección de sus pómulos.

La cena fue anunciada inmediatamente después de las presentaciones. El conde le ofreció el brazo a la señora Graves y con gran envidia, Taehyung tomó el brazo del coronel Clements.

Miró al conde. Él también estaba mirándolo. Sus ojos se detuvieron por un momento.

El calor le bombeaba por las venas. Estaba nervioso, casi atónito.

¿Qué le pasaba? Taehyung Graves, ordinario e insulso joven doncel, a través de cuyas venas goteaba la falta de pasión, nunca había soñado con esos destellos y extraños aleteos. Nunca había leído una novela de Brontë, por el bien de Dios. ¿Por qué de repente se sentía como uno de los jóvenes Bennet, que reían y chillaban y no tenían absolutamente ningún control sobre sí mismos?

Distante se dio cuenta de que no sabía nada del carácter, sentido o temperamento del conde. ¿Por qué se estaba comportando de manera superficial y tonta, poniendo el carro delante del caballo? Pero su caos interior tenía una vida y una voluntad propias.

Cuando entraron en el comedor, la señora Clements dijo: —Qué mesa tan encantadora. ¿No estás de acuerdo, Jin?

—Por supuesto —dijo el conde.

Su nombre era Kim Seokjin, el apellido y el título eran los mismos. Pero aparentemente aquellos que lo conocían bien lo llamaban Jin.

Jin, sus labios jugaron mentalmente con la sílaba. Jin.

En la cena, el conde dejó que el Coronel Clements y la señora Graves llevaran la mayoría de la conversación. ¿Sería tímido? ¿Todavía obedecía la norma de que los jovencitos deberían ser vistos y no oídos? ¿O estaba aprovechando la oportunidad para evaluar sus posibles suegros y su posible futuro esposo?

Excepto que no parecía estar estudiándolo. No es que pudiera hacerlo tan fácilmente: un enorme centro de mesa de plata de tres bases y siete brazos, derramaba orquídeas, lirios y tulipanes hacia todos los ángulos, bloqueando la línea de visión directa entre ellos.

A través de pétalos y tallos, podía distinguir sus sonrisas ocasionales, cada una de las cuales hacía que sus oídos fueran dirigidos hacia la señora Graves a su izquierda. Pero miraba más a menudo en dirección a su padre.

Su abuelo y su tío habían construido la fortuna Graves. Su padre había sido bastante joven, cuando el cofre de la familia había comenzado a llenarse, y había sido enviado a Harrow. Había adquirido el acento esperado, pero su temperamento natural era demasiado mediocre para emancipar el brillo de sofisticación que su familia había esperado.

Allí estaba sentado a la cabecera de la mesa, no como un tomador de riesgos despiadado como su difunto padre, ni un empresario carismático y calculista como su difunto hermano, sino un burócrata, cuidador de las riquezas y los bienes que tenía a su cargo. Apenas el más excitante de los hombres.

Sin embargo, obtuvo la atención del conde esa noche.

Detrás de él en la pared colgaba un espejo grande con un marco esculpido, que reflejaba fielmente los presentes en la mesa. Taehyung había mirado a veces ese espejo fingiendo que era un observador externo que documentaba los detalles íntimos de una comida privada. Pero esa noche era el conde quien estaba sentado en el lado opuesto de la mesa, junto a su madre, y lo encontró en el espejo. Sus ojos se encontraron.

No había estado mirando a su padre. A través del espejo, había estado mirándolo a él, a Taehyung.

La señora Graves que conocía los misterios del matrimonio: no quería que Tae fuera emboscado por los hechos de la vida. La realidad de lo que sucedía entre un hombre y un doncel detrás de las puertas cerradas usualmente lograba que Tae considerara a los miembros del sexo opuesto con cautela. Pero la atención del conde logró que los fuegos artificiales dentro de él detonaran de emoción, con explosiones de felicidad plena.

Si estuvieran casados, y si estuvieran solos...

Se sonrojó.

Pero ya lo sabía: no le importaría.

No con él.

Los señores apenas se habían reunido con las damas y donceles en el salón cuando la señora Graves anunció que Tae tocaría para la reunión.

—Taehyung se desempeña espléndidamente bien en el pianoforte —dijo.

Por una vez, Tae estaba entusiasmado con la posibilidad de exhibir sus habilidades; tal vez carecía de verdadera musicalidad, pero poseía una técnica impecable.

Cuando Tae se acomodó ante el piano, la señora Graves se volvió hacia lord Kim. —¿Le gusta la música, milord?

—Por supuesto —respondió. —¿Puedo ser de alguna utilidad para el joven Graves? ¿Puedo darle la vuelta a las páginas?

Tae apoyó su mano en el estante de música. El banco no era muy largo.

Estaría sentado a su lado.

—Por favor —dijo la señora Graves.

Y así, Lord Kim se sentó al lado de Tae, tan cerca que sus pantalones rozaron. Olía a limpio y cálido, como una tarde en el campo. Y la sonrisa en su rostro cuando le dio las gracias lo distrajo tanto que olvidó que debía ser quien le agradeciera por su deferencia.

Desvió la mirada de él hacia la partitura en el estante de música. —Sonata claro de Luna. ¿Tiene algo más largo?

La pregunta lo sorprendió. —Usualmente uno solo escucha el primer movimiento de la sonata, el adagio sostenido. Pero hay dos movimientos adicionales. Puedo tocarla completa si quiere.

—Estaría muy agradecido.

Una cosa buena era poder tocar mecánicamente y en gran medida de memoria, ya que no podía concentrarse en las notas en absoluto. Las puntas de sus dedos descansaban ligeramente contra una esquina de la hoja. Tenía hermosas manos, fuertes y elegantes. Imaginaba una de sus manos sobre una bola de cricket;

había mencionado en la cena que jugaba para el equipo de la escuela. El balón que lanzaría sería rápido como un relámpago. Derribaría directamente la banca y despediría al bateador, ante el rugido de aprecio de la multitud.

—Tengo una petición, joven Graves —dijo en voz baja.

Con él tocando, nadie más podía oírlo.

—¿Si mi Lord?

—Me gustaría que siguiera tocando sin importar lo que yo diga.

El corazón le dio un vuelco. Ahora empezaba a tener sentido. Quería sentarse a su lado para que pudieran mantener una conversación privada en una habitación llena de sus mayores.

—Está bien. Puedo seguir adelante —contestó Tae. —¿Qué es lo que quiere decir, milord?

—Me gustaría saber, joven Graves, ¿le están obligando a casarse?

Diez mil horas ante el pianoforte fue lo único que impidió que Tae se detuviera bruscamente. Sus dedos continuaron presionando las teclas correctas;

notas de varias descripciones siguieron brotando. Pero podría haber sido alguien tocando en la casa de al lado de tan débilmente que registró la música.

—¿Doy la impresión de estar siendo forzado? —Incluso su voz no sonaba muy bien.

Vaciló ligeramente. —No, no, por cierto.

—¿Por qué lo pregunta?

—Tiene dieciséis años.

—Está lejos de ser inaudito que un chico doncel se case a los dieciséis años.

—¿Con un hombre que tiene más del doble de su edad?

—Hace que el último conde suene decrépito. Era un hombre en plena madurez.

—Estoy seguro de que hay hombres de treinta y tres años que hacen temblar a los muchachos y muchachas de dieciséis años con anhelo romántico, pero mi primo no era uno de ellos.

Llegaron al final de la página; le dio vuelta justo a tiempo. Tae le lanzó una rápida mirada. No lo miró.

—¿Puedo hacerle una pregunta, milord? —se oyó decir.

—Por favor.

—¿Está siendo forzado a casarse conmigo?

Las palabras lo dejaron en suspenso. Tenía miedo de su respuesta. Sólo un hombre que estaba siendo forzado preguntaría si el doncel también estaba bajo la misma presión.

Permaneció en silencio durante algún tiempo. —¿No encuentra este tipo de arreglo excepcionalmente desagradable?

El júbilo y la miseria eran dos emociones salvajemente divergentes entre las que había estado saltando. Pero ahora sólo quedaba la miseria. Su tono era cortés.

Sin embargo, su pregunta era una acusación de complicidad: no estaría allí si no hubiera estado de acuerdo.

—Yo... —Estaba tocando el adagio sostenido demasiado rápido, no había luz de luna en su sonata, sólo ramas movidas por la tormenta que golpeaban las contraventanas. —Supongo que he tenido tiempo de hacerme a la idea: he sabido toda mi vida que no tendría nada que decir al respecto.

—Mi primo esperó demasiado tiempo —dijo el conde. —Debería haberlo hecho antes: engendrar un heredero y dejarle todo a su propio hijo. Apenas estamos relacionados.

No quería casarse con él, pensó aturdido, en lo más mínimo.

Eso no era nada nuevo. Su predecesor tampoco quería casarse con él; había aceptado su renuencia resignado. Nunca había esperado nada más, de hecho. Pero la falta de voluntad del joven a su lado en el banco del piano era como si se hubiera visto obligado a mantener un bloque de hielo en sus manos desnudas, el frío se convirtió en un dolor negro y ardiente.

Y la mortificación de estar tan ansioso por alguien que no correspondía a ninguno de sus sentimientos, que se horrorizaba por el solo pensamiento de tomarlo como esposo.

Pasó a la siguiente página. —¿Nunca pensó en negarse?

—Por supuesto que he pensado en ello —dijo Tae, de repente amargado después de todos estos años de obediencia plácida. Pero mantuvo su voz suave e inflexible. —Y luego lo pienso un poco más. ¿Huyo? Mis habilidades como doncel no son exactamente valiosas más allá de las paredes de esta casa. ¿Puedo ofrecer mis servicios como institutriz? No sé nada de niños, nada en absoluto. ¿Me rehúso y veo si mi padre me ama lo suficiente para no renunciar a mí? No estoy seguro de tener el valor de averiguarlo.

Frotó la esquina de una página entre sus dedos. —¿Cómo lo soporta?

Esta vez no hubo acusación alguna a su pregunta. Si Tae quería, incluso podría detectar una triste compasión. Lo que sólo alimentaba su miseria, aquella bestia desagradable con dientes como cuchillos.

—Me mantengo ocupado y no pienso demasiado en ello —dijo, con un tono más duro de lo que se había permitido jamás.

Allí era un autómata sin sentido que hacía lo que otros instruían: levantarse, ir a dormir, y ganar el desdén de los posibles maridos en el medio.

No se dijeron nada más, excepto para intercambiar las habituales cortesías al final de su actuación. Todo el mundo aplaudió. La señora Clements dijo cosas muy bonitas acerca de su aptitud, que Tae apenas oyó.

El resto de la noche fue tan largo como el reinado de Isabel.

El señor Graves, por lo general tan flemático y taciturno, comprometió al conde en una animada discusión sobre cricket. Tae y la señora Graves prestaron atención a las historias del coronel Clements sobre el ejército. Si alguien hubiera visto desde la ventana, la reunión en el salón habría parecido perfectamente normal, jovial incluso.

Y sin embargo, había suficiente desgracia presente para marchitar las flores y enroscarse en el papel pintado de las paredes. Nadie notó la angustia del conde. Y nadie, excepto la señora Graves, que robó miradas ansiosas a Taehyung, notó la angustia de Tae. ¿La infelicidad sería tan invisible? ¿O la gente simplemente prefería alejarse, como si fuera de leprosos?

Después de que los invitados se despidieron, el señor Graves indicó que la cena había sido un enorme suceso, y él, que había permanecido escéptico al acuerdo con el anterior conde, dio su respaldo resonante al joven sucesor. —Me complacerá tener a Lord Kim como yerno.

—No se ha propuesto todavía —le recordó Tae, —Y tal vez no lo haga.

O eso esperaba. —Oh, lo más seguro es que se proponga —dijo el señor Graves. —No tiene otra elección.


***


—¿Realmente no tienes otra opción? —Preguntó Jungkook.

Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas. La futilidad ardía dentro de Jin. No podía hacer nada para detener ese futuro que se precipitaba hacia él como un tren descarrilado, y menos aún para aliviar el dolor del chico que amaba.

—Si la tengo, sólo en el sentido de que soy libre de ir a Londres y buscar otro heredero.

Jungkook apartó la cara y se enjugó los ojos con el dorso de la mano. —¿Cómo es el joven Taehyung?

¿Qué importaba? No podía recordar su rostro. Tampoco quería hacerlo. — Inobjetable.

—¿Es bonito?

Sacudió la cabeza. —No lo sé... y no me importa.

No era Jungkook, nunca podría ser lo bastante bonito.

Era insoportable pensar en el joven Taehyung como un elemento permanente en su vida. Se sentía violado. Levantó la escopeta en sus manos y apretó el gatillo.

A cincuenta pies de distancia, una paloma de arcilla explotó. El suelo estaba lleno de fragmentos: había sido una conversación atroz.

—Entonces, el próximo año, podrías tener un hijo —dijo Jungkook, con la voz quebrada. —Los Graves querrían un heredero... y pronto.

Dios, ellos esperaban eso de él, ¿no? Otra paloma de arcilla estalló; apenas sintió el retroceso en su hombro.

No había parecido tan terrible al principio, convirtiéndose en un conde de la nada. Se dio cuenta casi de inmediato que tendría que renunciar a sus planes de hacer carrera en el ejército: Un conde, incluso uno pobre, era demasiado valioso para la línea de frente. El golpe, aunque áspero, estaba lejos de ser fatal. Había elegido al ejército por las demandas que le impondrían. Restaurar una finca al borde de la ruina era una ocupación exigente y honorable. Y no pensaba que Jungkook quisiera convertirse en un aristócrata: una figura elegante en la sociedad.

Pero cuando entró en Henley Park, su nueva residencia, su sangre comenzó a congelarse. A los diecinueve años, no se había convertido en un conde pobre, sino en uno desesperado.

El deterioro de la mansión era espantoso. Las alfombras orientales estaban comidas por las polillas, las cortinas de terciopelo igual. Muchas de las chimeneas no funcionaban; las paredes estaban sucias de hollín. Y en cada habitación del último piso, el techo era de color verde por el moho, que se extendía como los contornos de un mapa distorsionado.

Una casa tan grande exigía cincuenta sirvientes y apenas podía mantenerse con treinta. Pero en el Henley Park, el personal interior se había reducido a quince, dividido en partes entre los demasiado jóvenes, muchas de las criadas apenas tenían doce, y los ancianos que habían estado con la familia durante toda su vida y no tenían otro sitio a donde ir.

Todo en su habitación crujía: el piso, la cama, las puertas del armario. Las instalaciones eran medievales: el largo declive de la fortuna de la familia había impedido cualquier modernización significativa del interior. Y durante las tres noches de su estancia, se había quedado dormido tiritando de frío, escuchando la cacofonía de ratas en las paredes.

Era un paso por encima de la dilapidación absoluta, pero sólo un paso muy pequeño.

La familia de Jungkook era completamente respetable. Los Pelhams, al igual que los Kim, estaban relacionados con varios linajes nobles y, en general, se consideraban sólo el tipo de aristocracia sólida, digna de Dios y temerosa de Dios que hacía orgullo a la escudería. Pero ni los Kim ni los Pelhams eran ricos; la unión de sus fortunas no conseguiría acabar con las goteras de Henley Park o la putrefacción de sus cimientos.

Pero si sólo fuera la casa, todavía podría haber intentado de alguna manera solucionarlo. Por desgracia, Jin también había heredado ochenta mil libras de deuda. Y de eso, no había escapatoria.

Si fuese diez años más joven, podría enterrar la cabeza en la arena y dejar que el coronel Clements se preocupara por sus problemas. Pero estaba a sólo dos años de la mayoría de edad, un hombre casi crecido. No podía huir de sus problemas, que seguramente sólo empeorarían durante cualquier período de desatención.

La única solución viable era la venta de su persona, para intercambiar su maldito título de heredero por una fortuna lo bastante grande para pagar sus deudas y reparar su casa.

Pero para hacerlo, tendría que renunciar a Jungkook.

—Por favor, no hablemos de ello —dijo él, apretando los dientes.

No quería mucho en la vida. El camino que él mismo había delineado había sido sencillo y directo: oficial de entrenamiento en Sandhurst, una comisión a seguir, y cuando hubiera recibido su primera promoción, la mano de Jungkook en matrimonio. No sólo era hermoso, sino inteligente, resistente y aventurero.

Habrían sido muy felices juntos.

Las lágrimas rodaron por su rostro. —Pero hablemos de ello o no, va a suceder, ¿no?

Levantó la escopeta y volvió a despedazar la última paloma. Su corazón estaba igualmente destrozado.

—No importa lo que suceda… No pudo continuar. Ya no estaba en condiciones de declararle su amor. Lo que dijera sólo empeoraría las cosas.

—No te cases con él —le imploró, con voz ronca, los ojos fervientes. — Olvídate de Henley Park. Huyamos juntos.

Si sólo pudieran. —Ninguno de nosotros es mayor de edad. Nuestro matrimonio no sería válido sin el consentimiento de tu padre y mi tutor. No conozco a tu padre, pero el coronel Clements está decidido a hacerme cumplir con mi deber. Preferiría verte arruinado que permitir que nuestro matrimonio se haga realidad.

Un trueno rodó sobre sus cabezas. —Jungkook, Lord Kim —gritó la voz de la madre del doncel desde dentro de la casa, —Vuelvan. ¡Va a llover pronto!

Ninguno de ellos se movió.

Las gotas de lluvia cayeron sobre su cabeza, cada una tan pesada como un guijarro.

Jungkook lo miró fijamente. —¿Recuerdas la primera vez que viniste a visitarme?

—Por supuesto.

Había cumplido dieciséis años, Jungkook tenía quince. Había llegado con Soobin Pelhams, Namjoon y otros dos compañeros de Eton. Había bajado corriendo las escaleras para abrazar a Soobin. Jin lo había conocido antes, cuando había ido a ver a Soobin a Eton. Pero ese día, de repente, ya no era el niño pequeño que había sido, sino un joven encantador, lleno de vida y de brío. El sol de la tarde, lo había encendido como una llama. Y cuando se dio la vuelta y le dijo: “Ah, joven Seokjin, te recuerdo”, ya estaba enamorado.

—¿Recuerdas la escena de la pelea de Romeo y Julieta? —preguntó en voz baja.

El asintió. ¿Podría hacer retroceder el tiempo para poder dejar atrás el presente y disfrutar de esos días alegres?

—Recuerdo todo tan claramente: Namjoon era Tybalt y tú Mercutio. Tú tenías uno de los bastones de mi padre en una mano y un sándwich en la otra. Tomaste un bocadillo y le dijiste: “Tobbalt, colector de ratas, ¿vas a caminar?” —Jungkook sonrió a través de sus lágrimas. —Entonces te reíste. Me atrapaste el corazón y supe que quería pasar mi vida contigo.

Tenía la cara húmeda. —Encontrarás a alguien mejor —se obligó a decir.

—No quiero a nadie más. Solo te quiero a ti– dijo Jungkook entre lagrimas

Y Jin sólo a él. Pero no podía ser. No podía serlo.

La lluvia caía sobre los árboles. Había sido una primavera miserable. Ya se desesperaba por volver a caminar bajo un cielo despejado.

—Jungkook, Lord Kim, deben entrar ahora —repitió la madre de Jungkook.

Ellos corrieron. Pero cuando llegaron al lado de la casa, Jungkook lo agarró por el brazo y lo empujó hacia él. —Bésame.

—No debo hacerlo. Aunque no me case con el joven Graves, voy a casarme con otra persona.

—¿Alguna vez has besado a alguien?

—No —Lo había estado esperando.

—Con más razón debes besarme ahora. Sin importar lo que suceda, siempre seremos el primero en la vida del otro.

Un relámpago dividió el cielo. Miró fijamente al hermoso doncel que nunca sería suyo. ¿Sería tan malo?

No debía serlo, porque al momento siguiente lo estaba besando, perdido de todo lo demás, excepto de ese último momento de libertad y alegría.

Y cuando ya no podían retrasar su regreso a la casa, él lo abrazó con fuerza y susurró lo que se había prometido no decir.

—No importa lo que suceda, yo siempre, siempre te amaré.



_________________________________


Nueva historia!!!


Hola soy yo de nuevo, les traigo está Nueva adaptación, es taejinkook como se puede leer en el título.

Puede que no les terminen de agradar algunos personajes, pero no sé, aunque la historia hace que me duela el corazón es bonita, siento que este Taehyung me representa bastante como persona, espero le den una oportunidad y me comenten que tal les va pareciendo... 🥺❤️


3 Septembre 2023 23:14 1 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
11
Lire le chapitre suivant Capítulo 2

Commentez quelque chose

Publier!
Yesi Moon Yesi Moon
Creo que voy a llorar mucho con esta historia
September 25, 2023, 18:07
~

Comment se passe votre lecture?

Il reste encore 18 chapitres restants de cette histoire.
Pour continuer votre lecture, veuillez vous connecter ou créer un compte. Gratuit!