gildelberg Gilmar Antonio

Un muchacho sufre horribles acontecimientos: Hay sangre, miedo, un quiebre sentimental y un leve olor a maleficio, sin embargo, la respuesta a los misterios deberá ser esclarecida entre las reprimendas de su particular abuela.


Thriller/Mystère Déconseillé aux moins de 13 ans.

#suspenso #misterio #alzheimer #drama #sangre #desamor
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Una pesadilla particular

    El agua era turquesa, la arena suave como la seda, y el sol calentaba lo justo para no sofocarse en el intento de broncearse. La caipirinha estaba instalada a un costado, ahuecada en la arena con suficiente hielo para mantener empañado el vidrio y refrescar mi garganta reseca de tanto carraspear. El paisaje era sobrecogedor, y su ambiente estaba anestesiado por la lánguida versión de “La Chica de Ipanema” de Vinicius y Jobim, interpretada por dos exponentes que dejaban muy bien parados con sus voces a los difuntos compositores. Me encontraba solo, recostado en una reposera acolchada, descifrando los movimientos dispersos de los bañistas que pululaban de un lugar a otro, ya sea jugando con sus hijos, o simplemente dejándose seducir por el vaivén de las aguas que tanto resplandecían desde donde estaba ubicado.

Desde mi lugar, me concentré en un grupo de personas, aparentemente de mi grupo etario, disfrutando en grande al frescor de aguas de coco y recipientes estrafalarios de lo que supuestamente debiera ser piña colada. Se veían jugando cartas y riendo a cada cortos lapsos de tiempo, sin embargo, dos de ellos -que de pronto se llevaron toda mi atención- parecían ajenos al resto, y no es que se tratara de unas personas externas al grupo, era solo que conversaban entre ellos dos sin la intención de ser oídos por los demás. Podría jurar que aquellas personas estaban coqueteando, se los notaba a la legua, por como esbozaban sus sonrisas, y por lo penetrante de sus miradas. De pronto se me vino a la mente la fase del flirteo con Inma –mi ex novia- era un retrato mental dinámico, pero idéntico de lo que significa esta etapa. Me bebí un sorbo generoso que supo más dulce de lo normal, por el solo hecho de recordar aquellos momentos, donde todo era nuevo y hermoso, donde dos humanos quieren explorarse, bajo cualquier ámbito. Donde quieren protegerse, y por supuesto, donde se ríen y comunican de una forma embelesada, como si nadie existiera alrededor, salvo ellos dos, contemplándose unos a otros, tal cual aquella pareja que ahora veía. Me invadió un atisbo de melancolía que no supe identificar al comienzo, pero luego de un rato, al notar mis ojos un tanto acuosos, supe que me embargaba una barniz de nostalgia que ganaba terreno a paso cansino, pero firme. Tragué saliva y apure la caipirinha con otro sorbo generoso, pero en ese momento, cuando me decidía a leer una novela con el propósito de cambiar la dirección de mis pensamientos, aquellos amantes se levantaron de sus respectivos puestos en la arena, y ante las risas y miradas furtivas de sus amigos, se alejaron como si fueran los mismísimos reyes del universo. Hasta ese instante, ni me imaginaba que lo peor estaba por venir. Algo extraño comencé a notar en aquella mujer, algo más que su esbelta figura y su prominente trasero, que parecía ser hecho a mano. Podría ser su cabello seguramente, entre rubio y castaño, pero lo fui descifrando a medida que avanzaban, justamente hacia mi dirección. Hice amago inconsciente de sorber la bombilla de mi trago, pero solo puede notar el sabor desabrido del hielo derretido –Arrugué la nariz- Seguí con la pupila inclinada hacia arriba -con la cabeza gacha ante el libro que ahora tomaba sobre mis manos- la cadencia del andar de aquella mujer, a medida que se acercaba. Sus pies se deslizaban sobre la arena de una manera bastante particular, –eso lo he visto antes, podría jurarlo- luego se detuvieron románticamente, se dieron un beso entre risas, y siguieron su caminata. Mis pupilas la fueron descubriendo de pies a cabeza: Primero sus pies pequeños, luego sus piernas delgadas, y sus muslos perfectos, todo aquello en un sublime bronceado medio anaranjado. Me puse nervioso. Un sudor gélido comenzó a aflorar en mis axilas, y mi corazón, que dormitaba hasta ese instante, echó a andar los motores que aumentaban de intensidad a cada paso que daban aquellos dos. Hasta su ombligo podría haber seguido dudando, pero ya nos separaban unos quince metros, y a esa distancia, el lunar a un costado de su cintura era tan verdadero como la taquicardia que estaba sintiendo adentro. Seguí subiendo, y ella siguió avanzando. Sus pechos pequeños eran adornados por un colgante, cuya plaquita en el centro resplandecía a su andar al contrastar con el sol. Al comprender aquellos destellos de luz que bailaban en su pecho, al ritmo de sus pasos, confirmé mi agonía. Me miré yo mismo la cadena que llevaba puesta en el cuello, para asegurarme de su existencia, luego la tomé desde la placa en un manotazo desprolijo, y leí el nombre que allí yacía grabado. Se leía en letra “Rage Italic” el nombre de ella: “Inma” como a ella le gustaba que la llamaran, porque nunca le gustó Inmacualada. Sin embargo, al volver la vista, aquella mujer, ya a unos cinco metros de distancia, se arrancó su colgante de un tirón, se quitó las gafas que llevaba puestas, y con sus ojos verdes a plena vista, y la cara más dulce que jamás había visto en ella, me lanzó su cadena con furia, bajo una mirada que comenzó a tornarse siniestra a medida que avanzaba, luego se volvió a calzar las gafas, y me regaló una sonrisa que no pude desentrañar en ese momento, pero podría jurar que fue tan sombría, que no importó el calor que hiciera allí para poner erectos los vellos de mis brazos, y dejarme la piel completa de gallina. Al pasar por mi lado, preferí no volver la vista atrás, aunque tampoco hubiese podido, porque me quedé de piedra. Entonces intenté enfocarme inútilmente en el libro que había dejado caer sobre mis muslos, pero obviamente fue en vano. La vista se me empezó a nublar lentamente, hasta volverse todo completamente oscuro.

El sudor me empapaba la cara, y a pesar de las bajas temperaturas del invierno, todavía parecía encontrarme en el trópico a treinta grados de temperatura. El corazón me latía furioso, y tardé unas cuantas pestañadas para divisar el techo de mi dormitorio. En ese momento, logré darme cuenta –gracias a Dios- que había sido un mal sueño. Me froté la cara sudorosa e intenté serenarme. El reloj de mi velador marcaba las siete con cuarenta y cuatro, aún me quedaban quince minutos para sobreponerme a los demonios de mi pesadilla, así que respiré profundo, e intenté –en vano- desacreditar lo que mi abuela había descubierto el día de ayer, cuando me alistaba para un nuevo día de universidad.

Las tostadas estaban crujientes y calientes sobre el plato de todas las mañanas, a su lado un café humeante las acompañaba, además de dos pocillos; El primero contenía palta hass y el segundo mermelada de frambuesa. Al ver este segundo aderezo, vomité saliva allí mismo en un par de servilletas, sin que la nona pudiese percatarse. Ella realizando los quehaceres matutinos, advirtió con sus ojos que mi llegada al desayuno no era de lo más triunfal.

- ¿Cómo amaneciste, hijito? –me tomó la frente- Tienes cara de haber visto a un fantasma.

- No es nada nona, fue solo una pesadilla –arrugaba la nariz, al saborear el amargor del vómito.

Ella resuella y se afirma el brazo con una venda.

- Tiene que ver con lo de ayer, ¿no es así?

- Tal vez, pero no quiero hablar de eso ahora. ¿Todavía sigues con eso en el brazo?

- Creo que se me infectó el pinchazo –apuntó con los labios estirados hacia la aguja de la insulina con la que se inyecta diariamente- pero no es nada, no te preocupes.

- Por el tamaño de esa gasa, diría que te cortaste con un hacha –le dije, tras una sonrisa escueta.

- Te he preparado palta, y el café de grano como a ti te gusta.

Le di un beso en la frente con dejos de resignación.

- Gracias nona.

El periódico local, ubicado intencionalmente al lado del café, indicaba en la portada una seguidilla de actos criminales. El título era claro: “Aumenta considerablemente el porcentaje de la delincuencia en la región”. Más abajo con letra pequeña, se leía lo siguiente: “Vecinos de distintos sectores han aumentado el número de querellas a las autoridades, por el aumento de robos con intimidación. Alcalde llama a la calma, pero a no bajar la guardia...”

- Ya ves hijito, ¿no te lo he estado diciendo, acaso? –negaba con su cabeza- ya no estamos en los tiempos de antes. Quizás, hasta necesitemos un arma para combatir a estos desgraciados… Esto se está saliendo de las manos –hablaba mientras lavaba un par de vasos en el fregadero- Así que ya sabe, su auto nunca más me lo va a dejar en la calle, ¿Me oyó? –suspiró- dese cuenta lo que le ocurrió ayer pues, no sea porfiado.

Me hostigaban sus discursos cuando ya los he oído más de tres veces, y ya iban a lo menos seis. Pero las abuelas son las abuelas, y no queda más remedio que oír sus reprimendas. Sin embargo, era bastante extraño lo sucedido, y no podía estar tan equivocada en las cosas que me decía.

- ¿Has sabido algo de Inma? –frunció el ceño- No creo que te estés comunicando con ella…

- No, nona –le interrumpí- eso ya ocurrió, no hay vuelta atrás.

- Siempre te dije que esa mujer era mala, jovencito. Pero tú nunca oyes a tu abuela –negaba con la cabeza- Espero que no haya vuelta atrás. Imagina si lo de ayer tiene algo que ver con ella, ¿Lo has pensado?

- No quiero pensar en eso, de verdad.

- Bueno, será mejor que te alimentes bien, hijito –trajinó algo dentro de su bolsillo- toma, ponte esta cadena en el cuello, es de plata, contra las malas vibras –me miró fijamente a los ojos- uno nunca sabe.

- ¿No será mucho? –me mostré incrédulo a esas supersticiones, pero en el fondo quería aceptarla a como dé lugar.

- Póntela y verás.

5 Avril 2018 01:22 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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