Histoire courte
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Un tercio de la copa

La vehemente lluvia que golpea mi ventana solo me hace recordar… cuánto la odio…

Odio el molesto golpeteo de las gotas contra el cristal, son el recorderis de una vida que continúa, de un mundo que sigue girando sin importarle lo que pase detrás del vitral.

Odio el viento, ¡vaya que odio el viento! de no ser por él, el maldito aguacero caería directamente al suelo, y no me encontraría desperdiciando mis minutos, dedicando líneas de odio … a la lluvia.

La odio, porque alguna vez la amé, la amé de la nada y de repente, aun cuando unos instantes antes de amarla, me era indiferente. La amé porque acompañaba los pasos de él, la amé porque su molesta presencia hizo que él se me acercara, con su portafolio a medio llenar e intentando cubrir su muy mojada cara, agitado y apenas pudiendo mantener los ojos abiertos, se detuvo frente a mí diciendo:

¿Puedo acompañarte?

Claro que podías acompañarme idiota, la mesa era para dos y la sombrilla del sitio nos cubría a ambos. Claro que podías acompañarme ese día, y el resto de mis días.

Te quedaste, y cuando parecías querer partir, la lluvia te detenía. ¡Vaya que amaba a la lluvia!

Te hablé de mi día, de mi semana, de mi mes, tú me mirabas atento, y aun cuando te quitabas los anteojos para limpiarlos de la humedad, continuabas contemplándome con los ojos a medio cerrar. ¡Vaya que amaba la lluvia!

Minutos, horas, días, no se cuanto tiempo hablamos en la mesa de nuestra primera improvisada cita, pero me resultó eterno y efímero, no habíamos ordenado nada, ni lo noté ni lo notaste, pero la mesera lo notó.

¿Ya decidieron que tomar?

La pregunta de la muchacha fue nuestra ancla a tierra, y de la forma en la que tus ojos aprendieron a contarle historias a los míos, entendí que reiríamos aunque no supiéramos que rayos ordenar.

La especialidad de la casa dijiste, y libreta en mano la mesera partió por aquello que habías ordenado.


La lluvia no amaina, hasta creo que ha aumentado su violencia, o al menos a mi me parece que quiere romper el ventanal. La odio tanto que pretendo ignorarla, finjo que soy feliz, como en aquel día, como todos los días después de aquel día, como todos los días antes de ayer.

Me sirvo otra copa de vino, mientras intento recordar las palabras con las que volvió a hablarnos la mesera, ¿las recuerdas amor?

Todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino dijo la muchacha en ese entonces, y lo repito ahora. Ella llenaba nuestras copas esa tarde lluviosa, y yo sirvo mi copa ahora. Amé la lluvia en ese entonces, ¡vaya que la odio ahora!

“Casillero del diablo” decía la etiqueta de la botella que iniciamos ese día y que aún conservamos, ¿lo recuerdas amor? ... claro que lo recuerdas, si hasta hace poco me recitabas lo que la mesera nos recitó:


Cuenta la leyenda que hace más de cien años, el fundador de nuestra viña, Don Melchor Concha y Toro, escondió una preciada colección de vinos en su bodega privada, que estaba protegida detrás de una reja de hierro forjado. Sin embargo, con el tiempo comenzó a notar que las botellas desaparecían extrañamente. Parecía que este lugar secreto ya no era tan secreto, y que la gente del pueblo, al haber oído hablar de sus exquisitos vinos, no pudo resistir la tentación de probarlos por si mismos.

Al necesitar una nueva forma de proteger su tesoro, Don Melchor Concha y Toro recurrió al folclore chileno. Sabiendo lo supersticiosa que era la gente del pueblo y cuánto temían a los fenómenos de otro mundo, difundió el rumor de que existían extraños eventos nocturnos que solo podían explicarse de una forma: el diablo habitaba en sus bodegas. Impulsado por la imaginación de los lugareños, cada sonido en la bodega, cada eco, sombra y forma, dio más valor a la historia.

Rápidamente, el rumor se convirtió en una leyenda... y no desaparecieron más botellas.


Esta es la historia de la leyenda cuyo protagonista le dio a nuestros vinos un nombre único: “Casillero del diablo”, un portafolio destinado a cruzar fronteras y convertirse en unos de los vinos chilenos más famosos del mundo.añadió la muchacha, dándole un nivel más, a la simple experiencia de verter vino en una copa. Así le dabas a mi vida, ese “algo más”.

Era un “algo más” cuando salimos de la enoteca, tu sujetando la botella, pretendiendo disimular el evidente mareo, y yo sujeta a tu brazo.

Fue un “algo más” cuando caminamos sin rumbo, evitando pisar las líneas que separan los adoquines de la vereda.

Era un “algo más” cuando dimos la primera vuelta a la cuadra en la que vivía, dispuesta a averiguar si a la quinta vuelta ya me venían las ganas de entrar. Fue un “algo más” ... pues ni a la décima vuelta quise soltar tu brazo.

Era un “algo más” cada vez que volvíamos por una cata de vinos y por una nueva historia.

Dos o tres dedos para sujetar la botella desde su pie, una leve inclinación para verter el líquido en la copa sin que el gollete toque el filo del cáliz, y llenar aproximadamente un tercio de la copa. Era así, ¿verdad amor?

La copa en mi mano tiene más de dos tercios llenos, no es lo recomendado, pero ¿quién va a impedir que lo tome así? ¿acaso los truenos que se han unido a la sinfonía torrencial? ¿acaso el viento que se esfuerza en irrumpir? ¿acaso tu amor?

¿Acaso me vas a volver a responder amor?

¿Acaso vas a volver a entrar por esa puerta, servirte una maldita copa de vino y acurrucarte a mi lado?

¡No! no lo vas a volver a hacer porque así como Dios te da, Dios te quita. Dios te trajo a mi vida sin que se lo pidiera, y cuando notó que eras el verter de fino vino en la copa de mi existencia, te arrancó de mis brazos. No pude despedirme, ni caminar evitando pisar las líneas del adoquinado de tu mano, ni beber juntos la botella de vino que traías contigo. Solo caíste fulminado a metros de la casa a la que evitábamos llegar dando 10 vueltas a la cuadra.

Ya harta de esperar a quien no va a llegar, me aseguro de dejar la copa vacía y me dirijo al dormitorio. Caigo rendida en la cama que conserva tu aroma, y abrazada a la almohada aspiro todo el aire que pueda contener mis pulmones, todo el aire que aún me sepa a ti.

Por un momento, todo es oscuridad, el viento no sopla, la lluvia no cae y los rayos no rasgan el cielo, solo escucho a lo lejos el gentil gorgoteo del vino al ser servido, y tu voz... juro que escuché tu voz susurrar:


Todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino


Abro los ojos y parece que la puerta de nuestra habitación se cierra, no debí beberme esas copas, quizá estoy alucinando, quizá solamente me estoy volviendo loca. De forma inconsciente te busco con las manos en tu lado de la cama… no estás, pero se encuentra algo húmeda, como si las gotas de lluvia que intente mantener fuera, hubiesen entrado, quizá una fuga desde el techo, quizá … quizá…

Enciendo la luz de la lámpara sobre el velador, no encontré más que el seco lado de la mitad que me dejaste, y en el ambiente aroma a ti. Necesito un trago más. Dejo la cama, camino hacia la entrada del dormitorio y antes de tocar la perilla... la puerta se abre, despacio, lento, de forma casi imperceptible.

Amor, imagina mi sorpresa al ver que la copa que dejé sobre la mesa, ahora estaba llena hasta un tercio, y que la botella que no pudiste traer hace dos días … se encuentra sobre la mesa, hoy el aguacero te ha traído de vuelta …
¡Vaya que amo la lluvia!

18 Août 2023 04:18 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Dylan Laferte Adoro escribir, pero definitivamente amo leer. Me encanta ser parte de esos universos de bolsillo (a veces en varios tomos) que crean los escritores, que a mi gusto, tienen algo que contar. Admirador de Medardo Angel Silva, Stephen King, Gustavo Adolfo Becquer, Edgar Allan Poe y Juana Inés de la Cruz, he recibido influencia de autores de fantástica imaginación. Entiendo que es imposible estar a su altura, pero ... se hace el intento.

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