Vi a Arthur. Cerraba los ojos con la fuerza suficiente para mostrar, desde el sueño, un dolor profundo que no he logrado entender. En esos momentos cruciales, solo sabía que de mi fortaleza dependían nuestras vidas. Mientras corría, mis ideas cayeron, dispersas por el aire de mi confusión entre las ramas de los árboles del bosque y el hedor frío de las hojas quebrándose, muy por debajo de las estrellas de un firmamento de otoño. El lejano sonido agotaba mi velocidad en las penumbras del bosque desconocido. Ese rumor de nuevo, apretando mi respiración, rompiendo mi poca coherencia con el mundo real. Estaba buscándonos.
Jalé a mi amigo con mayor determinación. Todavía recuerdo como mi cuerpo débil derribó los nervios de cada una de mis manos y brazos sudando. Sus ropas finas se degastaban porque, yo no era como él: No podía dejarlo varado, nunca lo haría aunque nos atrapara a los dos.
En una confusa visión, divisé una casa abandonada en las faldas de las grises montañas donde, una luna llena rebosaba de delirios. Logré mirar atrás. No le vi, pero estaba segura que no tardaría en alcanzarnos. Abrí la puerta de la choza abandonada. Entramos y cerré la cerradura oxidada. Bien sabía que a esa criatura no le detendría una puerta. No me importó. Solo quería que todo terminara.
Dejé a Arthur en un sillón desgastado de los bordes. Quizás fue el hogar de los insectos y ratas escabulléndose de nuestros temores. Por un momento, sentí que estábamos seguros, cuando un fino rayo de luz se filtró hasta Arthur aún en un sueño hondo.
‹‹Arthur››, pensé.
Miré alrededor. Los muebles corrompidos fueron de utilidad para sellar la puerta y las ventanas cayéndose de humedad. Conté de nuevo su nombre, temblando. No quise pensar el porqué aquel sitio que alguna vez fue ostentoso, fue abandonado para siempre.
Pasó un minuto. Todo debía terminar. En silencio, traté de disipar mis miedos sobre el abominable ser. ¿Y si pudiera soñar como él? Trataría de ayudarlo a escapar, o recorrer la muralla y sujetar sus frías manos para salvarnos. Tal vez, trataría de derramar una jarra con agua sobre su rostro pálido. Arthur vio en sus sueños mundos insondables sólo tangibles para ojos como los suyos.
Me acerqué a la ventana para mirar, desde un diminuto orificio, al panorama más allá de nosotros, donde todo me pareció como una siniestra melodía que alguna vez escuché de Arthur cantar. Las copas de los árboles y el lejano sonido de la naturaleza envolvían de recuerdos a mi corazón acelerado por tantas memorias, y por aquella cosa, cuya sombra proyectaba una sombra perpendicular a la izquierda de la Luna.
Apreté los labios para evitar lanzar un grito ahogado desde el pozo de la desesperación. Mi voz en silencio pedía ayuda. Me pregunté si alguien podía describir cómo era el sonido de la masa amorfa quebrando la serenidad de nuestro mundo, desplazándose en nuestras hojas terrenales y sobre la tierra donde los gusanos se retorcían como en aquellos lagos oscuros de sus travesías oníricas. Aun no sé por qué le temía, si solo le vi una vez en ese templo debajo del mar. ¿Estaba deseado hacernos pagar por perturbar su silencio en las profundidades de los sueños de Arthur?
Presentí mi muerte. Yo, o él. Alguien iba a morir. Derritió las paredes al contacto, sin ningún esfuerzo. La madera cayó, consumida. Vi con horror, como avanzaba hacia Arthur. Por un segundo, todo dio vueltas en mi cabeza. ¡Él no debía morir de esa manera! Arriesgué tanto por él, que yo moriría en su lugar, presa de los más terribles dolores de la agonía.
Justo cuando llegó frente a él, Arthur abrió los ojos, y la pesadilla se esfumó, agonizando de una fantasía que, por temor a él, decidió volver a casa. Miré a Arthur, todo había terminado.
Creo que jamás comprenderé quien es Arthur en realidad. O qué pasa por su mente. No lo conozco, me dije aquel día. Pero, tampoco le pregunté. Quizá, ni él lo entendía. Volver a verlo despierto me alivió en el alma. Sin embargo, a veces, siento que hay una verdad aterradora más allá de nosotros, en los sueños de Arthur.
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