Renzo había invitado a su mejor amigo Juan a pasar el fin de semana en su casa rural. Los dos se conocían desde que eran niños. Renzo estaba casado y había tenido dos hijos, mientras Juan había preferido pasarse la vida cambiando continuamente de pareja. Cuando llegaron a la casa situada en un paraje muy apartado, Renzo abrió una botella de whisky. Los dos amigos empezaron a beber, pero en cuanto Juan tomó la mitad de la primera copa se desmayó en el viejo sofá de la sala de estar. Se despertó unas horas después. Comprendió inmediatamente que estaba atado a una cama y que se encontraba en una habitación sin ventanas. A su lado había un cubo de plástico y una antigua puerta de madera. Poco después, se abrió la escotilla de la puerta. El rostro de Renzo, medio cubierto por la sombra, se asomaba tras los barrotes de hierro.
―Sé lo tuyo con mi mujer. Al principio quería matarte. Luego pensé que el peor castigo habría sido dejarte vivir aquí encerrado para siempre.
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