No existe nada más injusto, que cumplir una condena que no te pertenece.
Y es más complicado aún, hacerlo para proteger la integridad de alguien más, para salvar su futuro. A veces, las personas enamoradas hacen estupideces de ese calibre.
—Bajo el poder que me confiere el estado de la República de Corea del Sur, sentencio al acusado; Park Jimin, de 22 años de edad; quién se declara culpable del delito de homicidio culposo, por conducción en estado de embriaguez. A 15 años de prisión…
El juez continuó diciendo algunas cosas más, antes de golpear su mazo de madera con fuerza. Cada golpe resonó en toda la estancia, mientras Park Jimin mordía su labio inferior con furia, con su vista gacha y las lágrimas rodando lentamente por sus mejillas.
El chico de cabellos oscuros sintió como los flashes de las cámaras de los reporteros lo cegaron por varios minutos que le parecieron eternos. Seguramente saldría en primera plana en el periódico porque aquella noticia había resonado por todo el país. No había matado a cualquier persona, la víctima era una mujer de unos treinta años, quien era servidora pública, más específicamente, una policía.
—Mi niño no es un asesino. ¡Jimin no es culpable! ¡Por favor…! —gritaba su abuela Park Young-Ok con desesperación, sentada a unos metros de distancia.
La pobre mujer de unos setenta años, lloraba desconsolada, parecía que iba a desmayarse, y Jimin a duras penas podía verla de soslayo, porque se sentía tan idiota y avergonzado de hacerla sufrir de esa manera, que no podía soportarlo.
—Park Jimin es inocente… Por favor, señor juez… Por favor… —suplicaba.
Pero nadie le prestaba atención. La decisión ya estaba tomada, y no cambiaría hasta que hicieran una apelación sobre su sentencia, lo cual podría tomar muchos meses, y hasta años, para ser aceptada.
Young-Ok terminó por desplomarse ante la conmoción del momento, afortunadamente, la vecina del barrio que la había acompañado al tribunal, alcanzó a tomarla en sus brazos, para tratar de despertarla de su triste estado. Varias personas se acercaron a las mujeres, para auxiliarlas, y aun cuando Jimin deseó correr a consolar a su abuela, no pudo moverse de su asiento.
Los sollozos morían en su garganta, entretanto se reprendía a sí mismo, por haber sido tan imbécil, por ceder tan fácil, por permitir que su amor fuera más grande que su uso de razón.
De inmediato, los guardias de uniformes azules se aproximaron a él, y sin dirigirle palabra alguna, lo esposaron. Él no opuso resistencia. ¿Qué sentido tenía hacerlo? En ese punto de su desastrosa vida, solo le quedaba asumir las cosas aún si su corazón se sentía oprimido, y cargado de dolor.
—Joven Park, le aseguro que el joven Kim NamJoon se encargará de su abuela, no va a faltarle nada. La familia Kim y yo trataremos de buscar la manera de lograr su libertad cuanto antes. Puede estar tranquilo, no cumplirá la condena completa —le prometió, Kim TaeHyung, en un hilo de voz; el abogado de la familia Kim, que muy amablemente NamJoon le había puesto para lidiar con aquel problema legal.
Y a pesar de sentir la sinceridad en su bonito rostro, no podía creerle ni un ápice de sus juramentos, una parte muy pequeña de su interior le aseguraba que solo eran mentiras que su jefe le había pedido que le dijera para tranquilizarlo.
Ya no podía confiar en Kim NamJoon.
Lentamente, los guardias lo obligaron a ponerse en pie tomándolo con firmeza de los brazos, y él se dejó hacer. Lo arrastraron a toda prisa, sin permitirle despedirse por última vez de Young-Ok, y lo condujeron hasta una puerta pequeña a un extremo de la sala, donde lo llevaron por un desolado y frío pasillo.
Bajaron unas cuantas escaleras, hasta que se detuvieron en una habitación repleta de casilleros, y en medio, unas mesas de metal donde reposaban unas bandejas repletas de uniformes anaranjados, que custodiaban otros guardias con el ceño fruncido.
—Aquí tiene su uniforme. Guardaremos sus pertenencias hasta el día en que le concedan la libertad —susurró el guardia que tenía algo de calvicie, antes de quitarle las esposas con rapidez.
Soltando un largo respiro, obedeció. Quitándose las pocas prendas que llevaba.
A decir verdad, no tenía absolutamente nada, ni su celular, ni mucho menos sus documentos, estos se los habían arrebatado los policías, después de salir del hospital, para encerrarlo en las pequeñas celdas de la estación de policía de Gangnam. Y allí había pasado el último mes, encerrado, siendo visitado de vez en cuando por su abuela, el abogado, y Kim NamJoon.
Pero ahora las cosas eran distintas, una celda policial, no se comparaba en nada a una prisión.
Al estar listo con aquel conjunto de pantalón y camisa, de tono naranja chillón, los guardias, volvieron a esposarlo de las manos, y esta vez también de los pies. Tuvo que caminar con cierta dificultad, por otros pasillos vacíos, y bajar más escaleras, hasta que llegaron al sótano, donde un pequeño bus de tono negro, les esperaba.
A empujones, lo hicieron subir en el interior, y sin más remedio, fue obligado a sentarse en una de las tantas sillas vacías de plástico.
Aquel espacio era sofocante, las ventanas eran tan diminutas que a duras penas entraba algo de luz. Los guardias que le habían acompañado se sentaron en el extremo más alejado, al otro lado de las rejas blancas que dividían el lugar.
Jimin no estuvo muy seguro de cuánto tiempo permaneció en ese espacio, con los guardias sentados a su espalda, vigilando en silencio. A veces escuchaba sus voces lejanamente, mientras veía fijamente un punto en la pared de su izquierda. A medida que los recuerdos difusos se colaban en su fuero interno, produciéndole tanto malestar que no llorar, era todo un desafío, uno que no logró soportar por mucho tiempo.
Lentamente, el bus fue llenándose de gente, otros cuatro hombres más, vestidos con el mismo uniforme, y con esposas en los mismos lugares de su cuerpo, se sentaron dispersos por el autobús. Todos se veían tranquilos, excepto el último de ellos.
Ese chico de cabello cenizo, pataleaba con frenesí entre los brazos de dos guardias, quienes ni se inmutaban, como si ya estuvieran acostumbrados a su actitud. El de piel pálida les gruñía con fastidio, pero no los maldecía, al menos no en voz alta. Él no se sentó voluntariamente, los hombres lo tiraron con violencia contra el asiento libre al otro lado del pasillo, a solo unos metros de Jimin.
Le dio una rápida mirada al recién llegado, era un hombre bastante delgado, de tez muy clara, que tenía unos oscuros ojos negros, con unas ojeras pronunciadas, y una cicatriz que reposaba de manera vertical por su ojo derecho, obstruyendo el delicado aspecto de su rostro.
El pálido le devolvió la mirada con intensidad, algo de burla y curiosidad se reposaron en sus orbes antes de darle una sonrisa socarrona. Park Jimin rápidamente le dio la espalda, intentando rehuir de ese penetrante análisis en su persona. El pálido era bastante indiferente al terror que a Jimin le producía el solo verlo, sin duda ese hombre daba muchísimo miedo, y era el único de todos los presentes, que podía erizarle la piel solo con saber que estaba así de cerca.
De inmediato, el bus inició su marcha produciendo un ruido que invadió cada rincón de su cerebro. La trayectoria fue algo extensa, desde el edificio de la corte suprema ubicado en Seocho-gu, hasta el centro de detención de Seúl, en la provincia de Uiwang, Gyeonggi. Aproximadamente una hora y media, donde Jimin solo podía escuchar las respiraciones de sus compañeros y el ruido de su mente.
Su llegada a la prisión fue bastante tranquila. Los bajaron de uno en uno, siendo Jimin el penúltimo en poner un pie en el exterior, donde se encontró con varios edificios lúgubres conectados entre sí. Todo era de color gris, cemento y ladrillos; ni un solo árbol o rastro de naturaleza se veía alrededor. Solo un gran bloque repleto de guardias y policías a donde sea que se mirase.
No importaba que la reja de entrada estuviera a solo unos pasos, probablemente lo asesinarían si intentaba escapar, y no es como que tuviera las intenciones de hacerlo.
—Reo 0308, Min YoonGi —llamó uno de los guardias que los custodiaban.
El chico pálido a su espalda solo refunfuño por lo bajo sin molestarse en contestar. Jimin podía sentir como una filosa mirada se clavaba en su nuca, y le producía un revoltijo en el estómago.
—Reo 1306, Park Jimin —murmuró, hasta que nombró a todos los presentes—. Están todos completos. Los nuevos formen una fila, los guiaremos a que les tomen las fotos de prontuario.
Obedientes todos se organizaron justo como les habían indicado, y Jimin no logró sentir algo de alivio, dado que el tal YoonGi pasó por su lado, dedicándole esa mirada fría y cargada de recelo, antes de decirle con una sonrisa diabólica—: Cuídate, pollito. Que no huelan tu miedo, o te comerán vivo.
Quiso ignorar su comentario, pero le fue imposible. Más aún cuando el tipo demente ese, castañeó sus propios dientes, fingiendo unas mordidas como un perro rabioso. Park Jimin se quedó hecho de piedra, sin saber muy bien que responder, a duras penas logrando vislumbrar como ese desconocido seguía su camino riéndose a carcajadas, mientras los guardias los escoltaban hacia el interior del edificio.
Lo que lo trajo de regreso a la realidad fue el tirón que le propinó uno de los guardias en su brazo para que avanzara a la par con los demás. Se adentraron paulatinamente en el lugar, el cual era bastante iluminado por la luz artificial, a pesar de que era de día, pero eso se debía a que no había ni una sola ventana por los alrededores.
En lo que le pareció una recepción, tuvo que firmar un libro donde reposaba su hora de entrada, y cuando los tres hombres restantes lo hicieron también, los condujeron a una habitación en la cual les tomaron sus respectivas fotografías. Sosteniendo uno a uno, aquel letrero con su número.
—Sonríe, vas a disfrutar mucho este lugar —rompió a reír el guardia con calvicie, mostrándole sin miramientos la diversión que le producía ver su expresión llena de desconcierto.
Park Jimin rechinó sus dientes con irritación, dado que aquel comentario era mal intencionado. La cosa era clara, deseaban sacarlo de sus casillas, que cediera a la provocación, pero él siendo más listo, no les dio la satisfacción. Se mantuvo indiferente mientras la vieja cámara, capturaba su imagen.
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