Histoire courte
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Esa mañana, el Sheriff Grinson vino a mi rancho para avisarme que debía testificar en el juicio contra el joven Messer, que había herido al herrero Paterson.

Debo haber dado muestras de dudas, por cuanto el Sheriff me aclaró sin ambigüedades que era una obligación cívica y en caso contrario me llevaría por la fuerza. Quizás era la forma de citar a un testigo, pero me pareció una amenaza.

Me recordó además que no se podía portar armas y le respondí que, como él sabía, yo no uso armas.

Al día siguiente, monté y me puse en marcha hacia el pueblo. La mañana era fresca pero agradable, y pasar por los campos de flores de mis vecinos irlandeses era un recorrido muy agradable, al punto de detenerme unos instantes ante la paz que ofrecían esos cultivos tan cuidados y prolijos.

Greystone era un pueblo tranquilo. Hacía ya dos años que me había instalado, y la cría de caballos me dio buenos resultados. Muchos animales habían muerto en la guerra y el ejército forzaba la demanda para reponerlos, subiendo el precio.

Llegué al pueblo a las 10 y me dirigí a la sala del Consejo Comunal. Allí se llevaría a cabo el juicio. Al acercarme ya se escuchaba el murmullo de la gente en el recinto.

Abrí la puerta y casi todo el mundo giró la cabeza para mirarme.

Algunos me saludaron levantando su mano o tocándose el ala del sombrero. Al frente estaba quién supuse que era el Juez. Me quedé parado junto a la puerta. El Sheriff se acercó al Juez y le de debió haber dicho quien era yo, porque golpeó con su martillo de magistrado en la mesa y me gritó:

- Al fin Sr. Toker, no teníamos todo el día para esperarlo. ¡Venga aquí por favor!.

El Juez era un tipo bajo, regordete con gafas, y lucia un bien cuidado bigote. Las cejas tupidas le daban alguna firmeza al semblante. Se lo notaba cansado, quizás del viaje que los jueces suelen hacer para encargarse de los asuntos de justicia de varios pueblos.

Me acerqué al estrado y el Sheriff me encaró antes que enfrentara al Juez y me preguntó:

– ¿Lleva armas Brad?

– Sabe que no uso armas Sheriff Grinson– le dije mientras me abría el abrigo mostrando mi cintura libre de armas.

Luego me mostró un libro y en tono solemne me dijo:

– Tiene que jurar Sr. Toker.

El libro en su tapa decía “Notas”. No era una biblia. Pero no era momento de quejarse.

– ¿Y que juro? – le pregunté a Grinson

– Jure – me dijo insinuando la conveniencia de no seguir molestándolo.

– Juro – dije poniendo mi mano derecha sobre las Notas

– Tome asiento, junto a mi estrado Sr. Toker – me dijo el Juez, y agregó: - diga su nombre, edad y profesión.

Tomé asiento mientras se había hecho un silencio llamativo y comencé.

– Me llamo Brad Toker, tengo 46 años y me dedico a la cría de caballos.

El Juez me aclaró, como era de rigor, el motivo de mi presencia:

– Le recuerdo Sr. Toker que Ud. fue citado como testigo en esta causa donde se juzga a Ray Messer, por haberle disparado al herrero del pueblo, el Sr Matt Paterson

El Juez, hizo una pausa de unos segundos, se inclinó levemente, y me preguntó bajando el tono:

– ¿Lo conozco Sr. Toker?

– No creo Sr. Juez. Recuerdo a las personas y Ud. no me es familiar. – Le respondí mientras miraba bien su rostro. Tenia rasgos especiales difíciles de olvidar, aparte su investidura negra lo hacía mas singular.

– Bueno, comience a relatar lo que Ud. vio el 16 de octubre pasado en el local del herrero Matt Paterson.

Ahora más relajado pude mirar a los presentes. En la sala habría unas veinte personas todas sentadas en sillas ordenadas para la ocasión. En primera fila estaba el Sheriff, a su lado el muchacho acusado de haberle disparado al herrero, flanqueado por un señor ya mayor que lucia una placa y me imaginé que era el ayudante del Sheriff. También estaba sentado al lado de la entrada, el herrero Paterson, con una pierna vendada. Comencé narrando los hechos:

– Esa mañana llevé cuatro caballos a herrar porque los había vendido a los del telégrafo que estaban remplazando líneas. Mientras los herraba me dijo Matt que viera unos estribos que estaba haciendo para la carreta de la escuela y que me podían servir para mi carreta de forrajes. Entré al galpón del herrero y mientras veía los estribos y otros trabajos suyos, escuche la voz de un joven que reclamaba algo al herrero.

Mi voz se escuchaba claramente en la sala por el silencio que se había creado. Una señora con un pequeño sombrero me miraba fijamente como queriendo descubrir en mi relato algún gesto de duda. Imaginé que era la madre del joven.

– ¿El joven está en esta sala Sr. Toker? – me interrumpió el Juez.

– Es el que está al lado del señor con placa, Sr. Juez – le dije mientras señalaba al muchacho con mi índice de la mano derecha.

El joven miró hacia un costado con considerable gesto de desagrado.

– Prosiga – Me ordenó el Juez.

Seguí con mi relato:

– Fueron levantando la voz ambos hombres. Entonces me asomé y vi al joven y al herrero entrando en una franca disputa acalorada. Era por el precio de unos ejes que el muchacho le encargara. El herrero le gritó que se fuera y que no le devolvería el dinero. Entonces el joven lo empujó. El herrero cayó sobre un par de mis herraduras aún calientes. Se incorporó dolorido y el muchacho sacó su arma y le disparó.

En ese momento el muchacho se levantó y gritó al Juez:

– Mentira. Mentira. Me iba a pegar con su martillo, yo sólo me defendí.

El Juez se quedó mirándolo. Luego me miró para ver si yo tenía algo que decir. Entonces respondí:

– El herrero al caer tenía un martillo en la mano, cuando se levantó, aún lo tenía.

– ¿Asumió el herrero al incorporarse una actitud agresiva con el martillo hacia el joven Messer?.- Me preguntó el Juez.

Pensé unos instantes tratando de responder. En ese momento unos caballos que llegaban al galope, se paraban bruscamente en el callejón justo frente al lugar donde se celebraba el juicio. Perseguí mi relato:

– Sucedió todo muy rápido Sr. Juez, El herrero le levanta gritando, ofuscado y agita el martillo, no puedo decir si esos gestos con el martillo eran amenazantes o si eran parte de…

En ese punto interrumpe mi testimonio la puerta de la sala del juico abriéndose violentamente y entra un hombre con un revólver en la mano. Llevaba una raída casaca del ejército sureño, cruzada por una bandolera con balas de rifle. Detrás de él entró otro hombre más joven, portaba un rifle y se quedó parado junto a la puerta, impidiendo la salida. Pude oler sangre.

El hombre de la casaca se acercó la Juez y apuntando con su revólver le gritó:

– ¡Juez Patton!

El Sheriff se levantó y trató de desenfundar su revólver, pero el hombre le disparó antes que pudiera hacerlo y el Sheriff se tambaleó y cayó sobre mis rodillas. El hombre de la casaca sureña siguió hablando a los gritos al Juez:

– ¡Seguramente ahorcar a mi hermano le dio placer!, bastardo. Ahora el placer será mío Patton. Míreme bien, quiero que muera mirando mi cara.

Yo aún tenía encima el cuerpo del Sheriff, que estaba vivo, pero sin conocimiento casi. Su revólver estaba enfundado y podía alcanzarlo fácilmente con mi mano derecha.

El hombre del la casaca pareció intuir algo y me miró fijamente.

Desenfundé el Colt Pacemaker del Sheriff y le disparé entre los ojos antes que pudiera hacer nada. Cayó pesadamente hacia atrás. Apenas su cuerpo hubo tocado el piso, ya le había disparado también en la frente al hombre junto a la puerta, que cayó hacia atrás rompiendo una de sus hojas.

No imaginé que aun yo conservara esos reflejos. Todos quedaron estupefactos mirando a los caídos y a mí. Asombrados y confundidos por los hechos que se sucedieron muy rápidamente no atinaban a pronunciar palabra. Yo tomé el cuerpo del Sheriff por debajo de los brazos y pedí ayuda para llevarlo al médico.

Entre varios hombres pusimos al Sheriff en la caja de una carreta y unos vecinos lo llevaron a atenderse.

Cuando entré a la sala es espectáculo era terrible, quedaban los dos forajidos ensangrentados en el suelo, la gente salía tratando de no tocar a los caídos y el Juez estaba sentado en su butaca, desencajado y pálido. Golpeó con el martillo en su estrado y dijo al ayudante del Sheriff, con una voz notablemente afectada por los sucesos:

– Ayudante, llévese al joven Messer a prisión, suspendemos la audiencia hasta mañana.

La gente continuó retirándose de la sala, el ayudante del Sheriff cumplió la orden del Juez. Este me hizo un ademán para que me acercara.

– Ya recuerdo de donde lo conozco Toker. – me dijo con voz grave el Juez Patton.

Me quedé mirándolo sin sorpresa pero con una ansiedad que me dominaba.

– Ud es Max Camera, y lo conocí en oportunidad de viajar en una diligencia que Ud. detuvo a punta de pistola para robar un caballo y huir de una condena a morir ahorcado en Dodge City.

Nos miramos a los ojos durante unos segundos, hasta que le dije:

– Afortunadamente pude huir Sr Juez. De no haberlo hecho hoy no hubiese podido salvarle la vida.

El Juez Patton se acomodó las gafas y me dijo con tono de sentencia:

– Es verdad . En tanto Ud. sea un respetable vendedor de caballos, mi memoria flaqueará Sr. Camera.

Al día siguiente, en la sala del juicio, con el Sheriff herido en un costado, pero con ánimo de seguir entre los vivos, continué mi testimonio. Como Brad Toker.

LUISG

22 Mars 2023 22:05 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

LUIS GAMBARONI "...y dende que todos cantan yo también quiero cantar." Martín Fierro.

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