Abre los ojos con pesadez, la misma pesadez que le produce su dormir recetado. Ese, que la obliga a aletargarse luego durante todo el día y le llena la cabeza de sueños colmados de oscuridad y desazón.
Siente la lengua reseca y pastosa, otra vez estuvo respirando por la boca, por lo que de regalo también tiene dolor de garganta.
El día recién inicia, lo sabe porque lo dice el reloj que marca su paso con su suave siseo de tic tac, mientras se arrastra sigiloso cuál serpiente hambrienta. Así se imagina al tiempo, como una boa que repta hasta ella y la devora entera, año a año, mes a mes, día tras día, hasta que nada quede de su ser.
Muchas personas ven en un nuevo amanecer, un día para agradecer, una bella promesa de esperanza, de nuevos comienzos. Para ella es un día más de nudos de cuento, porque el inicio no le interesa, ya no cree en los inicios de cuento, mucho menos en los finales felices, ella siempre queda en el centro, en el conflicto, en el problema… Nunca logra siquiera llegar a un final. ¡No!, siempre luchando contra los múltiples antagonistas, sin objetos mágicos que le den algún rescate, sin héroes que la ayuden a superar el conflicto y llegar al ansiado desenlace. Aun así, el día inicia como todos los días, lo dice la luz amortiguada que logra asomar tras el horizonte a pesar de los espesos nubarrones que cubren el cielo.
También lo dice su ánimo que se niega a comenzar un nuevo día de rutinas inconducentes, que se niega a avanzar por un camino sin metas. Solo un recorrido que desemboca en más cansancio, no el del cuerpo, sino el del alma y eso la abruma, hoy más que nunca… quizás por el repiqueteo constante de la lluvia.
Mira las gotas de agua que se deslizan por el vidrio mientras sendas lágrimas le recorren las mejillas mansamente, porque ya pasaron los tiempos del llorar agitado, acongojado… Y otra vez el maldito tiempo, ese, que ahora también le anuncia que se desata la tormenta.
El viento y el agua arrecian con furia las ventanas, mientras el cielo lanza atronadores gritos y se ilumina de relámpagos. La duración es breve, pero a su paso han dejado todo revuelto y humedecido. Con la misma ferocidad con la que han llegado poco a poco amainan.
Gotas pequeñas caen con sigilo, como si danzaran en el techado en puntas de pie, para luego enfilarse veloces por las canaletas y despeñarse al vacío que las lleva finalmente a la comunión que se forma en los charcos.
Es esta última imagen, la que la lleva a idear una nueva en su mente y esto provoca que sus ojos tengan un leve brillo. Luego de meses brillan por algo que nada tiene que ver con la acuosidad de sus lágrimas y parece encontrar al fin una ilusión a la que aferrarse.
Camina lenta, pero decidida hasta su meta, mientras oye, huele, y hasta percibe en su piel algo distinto, saborea el momento. Sus sentidos se han afinado y cree percibir hasta el sonido de las motas de polvo o ¿serán quizás los fragmentos rotos de su alma que se entrechocan en su andar? No lo sabe, pero lo intuye y prefiere no detenerse en ello.
Afuera suavemente todo ha vuelto a la calma, pero adentro, adentro se ha desatado la tormenta que habita desde hace tiempo en su interior… y eso le da nuevos bríos, los suficientes al menos.
Observa la variedad de colores que engalanan su colección… Aunque nadie más pueda hacerlo ella, las escucha, a cada una, susurrándole promesas desde que todo comenzó, pero ninguna ha cumplido, todas y cada una han fallado, le han mentido.
Hoy, sin embargo, las siente diferentes, hay algo en los susurros…, se le hacen ininteligibles y entonces recuerda algo que alguna vez le dijeron “Trabajar en equipo es el secreto”.
Su rostro se ilumina una vez más, en cuanto oye esa voz en su cabeza, porque ahora las escucha nítidas y unidas en un coro ensoñador y una nueva promesa surge de esa melodía. Las elige a cada una de ellas y el colorido ante sus ojos se hace aún más brillante y prometedor…
Como en un sueño la escena que transcurre ante sus ojos cambia. El bullicio que antes la estremecía ahora se convierte en murmullo que arrulla como canción de cuna y entonces se deja llevar por esa falsa sensación de calma que ellas le han proporcionado, los ojos se le cierran suavemente, siente como se aleja sutil de los sonidos.
La tensión de su cuerpo desaparece lentamente, como si alguien la meciera en sus brazos. Poco a poco su conciencia vuelve a encerrarse en el caparazón de caracola que se ha inventado. Puede sentir como se desliza hacia un sueño prometedor junto a miles de gotas, hermanándose con ellas en una calma lluvia de otoño.
En el último relámpago de conciencia logra darse cuenta de la profunda oscuridad a la que se ha arrojado.
Sabe que no hay retorno y se arrepiente en el mismo instante en que siente que de sus dedos se resbala el vaso, testigo y cómplice del final de su cuento de terror.
Merci pour la lecture!
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