u8970167669 Luis Ignacio Muñoz

la historia de dos mujeres mayores y una joven recién llegada a la ciudad


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Histoire courte
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La llegada


Unos meses después de haberla visto llegar al barrio con sus ropas desteñidas como colgando sin gracia del cuerpo y una maleta sucia y vieja a vivir en la casa de la tía Dolores, la viuda enlutada desde hace casi treinta años, que la puso a trabajar en un restaurante y luego le consiguió un puesto de vendedora en un almacén de telas; no paras de observarla, no dejas de recordar, se te metió en la cabeza desde entonces, al principio como un deseo más bien vago, que a ratos se te olvidaba y a ratos era como una llamarada incesante a medida que pasaron los días, un deseo aún indefinido semejante a un desfile interminable de monstruos borrosos, en forma de masa que distorsionaban con una lisura agresiva y demasiado dúctil a veces sin acrecentarse para nada.

El caso es que empezaste a gestar una especie de plan sin deliberación ni propósito, sino siempre ese algo difuso y necesario que de alguna manera te arrastra sin querer a lo largo de las calles a espiar su silueta sin color a cualquier distancia, horas enteras en la cercanías de la casa de la viuda, las puertas cerradas y la fachada que manda pintar cada año de un color distinto. Las miras entrar y salir de mañana y tarde, de tarde y mañana. Sabes de sus pasos un poco torpes sobre los tacones que no ha aprendido a usar, sabes de su costumbre de pararse largo rato frente a las vitrinas a mirar anillos, collares, pulseras, sin atreverse a entrar nunca. También conoces su glotonería por todo lo que sea de chocolate. Has visto muchas veces su boca que se arquea al reír, su manera de sentarse en la butaca junto a la vitrina sin cruzar las piernas ni hacer ningún alarde. Que acostumbra responder rápido cualquier pregunta, contestando si y no sin pararse como si fuera una muñeca articulada, mostrar las mercancías del almacén a los compradores, empacar en las bolsas de siempre, recibir el dinero y otra vez regresar al puesto.

Sólo en dos ocasiones has estado bastante cerca. Ahora con sus ropas recién compradas para parecerse lo máximo posible a las otras muchachas de la ciudad. Su fragancia poco perceptible como si más bien llevara impregnado en cada poro de su cuerpo todos los olores de la ciudad que la ve ir y venir todos los días a lo largo de las mismas calles en su recorrido de cuadras en ángulo recto que apenas varía cuando hace en la semana algo desacostumbrado. Y esto acaba llevándote a una rutina similar a sus itinerarios con escasa variación, es cierto, con tu larga espera en una de las bancas del parque en ocasiones con frío y en otras el sueño te juega sucio en el momento menos indicado y tienes que terminar en el café de la esquina mientras los sucesos se van cocinando sin entenderlos del todo.

Así sigues y sigues. No sabes si intentarás detenerla una de tantas tardes, ni le vas a decir hola, soy fulana de tal, ni querrás entrar más seguido al almacén en un intento de volver a preguntar cuánto vale este corte de paño de la vitrina como queriendo abordar una simple charla. Ni siquiera arriesgas buscarla una noche aprovechando la amistad con la viuda. Te acercas unas cuantas veces es cierto, quieres algún intento sin saber en realidad como empezar, tampoco puedes ya redondear ese deseo que acaso saciaras al hablar un rato con ella, salir a alguna parte, tenerla cerca una noche de estas.

Van pasando los días pero las cosas no cambian en nada. En la habitación donde vives la vida sigue igual, desayunas todas las mañanas en la misma mesa del comedor. Pocas veces vienes a almorzar y la cena se repite sin tregua desde siempre. Acostumbras dormir poco, más bien dedicar la noche a imaginar presagios, calcular lo inexacto de las miles de posibilidades en relación a lo que quieres y a la vez no acabas de comprender. Tantos días detrás de su figura opaca y despaciosa en sus recorridos tan geométricos por la misma acera sin detenerse en ciertas esquinas mientras acaban de pasar los carros. Sola en medio del montón de gente que no mira su cara cobriza, ni su cabello que no acostumbra jugar con el viento en medio de casetas y letreros de almacenes entre los ruidos de la avenida.

Hasta la tarde que entras a la casa porque la viuda te llamó en un momento inesperado cuando ibas a comprar algo en la cafetería de la acera de enfrente. Buen rato te quedas en la sala conversando con la mujer de las mismas cosas de cada visita sentadas en el mismo sofá. Ella con su sempiterno vestido y su cara empolvada pregunta y le respondes, respondes y le preguntas y así hasta oír el timbre. Se pone de pie, dice ya vuelvo, debe ser ella y se aleja por el corredor de baldosines verdosos, desgastados. Oyes abrir y cerrar un portón metálico. Hay un rumor de voces como si estuvieran dentro de un baúl y sus pasos; los de la viuda parsimoniosos y decadentes, casi arrastrando los zapatos sobre el piso. Los de ella más garbosos pero sin el ritmo insidioso ni en ninguna manera sensual y lleno de sugerencia de las demás muchachas de la ciudad.

--Es Ángela, mi sobrina, hace algunos meses está conmigo...

Luego continua relatando el mismo libreto que ya sabes de memoria. La miras parada cerca del otro sofá, su rostro te parece acicalado con ceniza de pura leña, su cabello demasiado cerrero y salvaje, más arraigado a su cabeza y a sus espaldas que el musgo al brotar de la corteza de ciertos árboles. Contemplas sus pechos escondidos detrás de la blusa blanca sin escote. No hay ningún atractivo. Su falda color morado marchito hasta las rodillas que anuncian un par de muslos tostados de tanto aguantar el sol ahora más separados que al ir rumbo al trabajo o cuando se sienta en la butaca del almacén.

--Buenas noches –dice antes de quedarse otra vez callada. Va a sentarse en otro sofá al lado de la tía y así se queda largo rato. Ya empiezas a adivinar que quieres en realidad, comprendes lo pintoresco de todo. La viuda va y viene con los platos, dice cosas que no sabes y no te interesa saber. La otra sigue sentada frente a ti mirándote sin mirar con esos ojos redondos de gato en ese rostro petrificado como si lo hubieran tallado sin mucho esmero. Acaso tenga ciertos rasgos geométricos igual que su recorrido diario. Ahora tu boca te hace pensar en un agujero hexagonal, de líneas yertas y agresivas, esa nariz piramidal perforada por fosas oscuras sin misterio y ese poco de curvas desaforadas como discos imperfectos, expandidas a manera de bolas achatadas de aluminio y quieres salir a toda prisa con ganas de no regresar jamás a la casa de la viuda, ni saber lo más mínimo de la habitación ni tu cama una cuadra más allá ni volver saber del barrio ni la ciudad, que te duelen estos tres meses y unos días que has pasado errando por las calles.

--Ay, comadrita –te dice la viuda desde la cocina –Esta sobrina mía es tan callada y tan poco amistosa.

20 Février 2018 06:19 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Luis Ignacio Muñoz Escritor de cuento y minificción y algunos intentos en la poesía. Textos publicados en revistas y antologías de narrativa breve. Autor de tres libros publicados. También se ha desempeñado en la docencia como tallerista en el campo de la literatura infantil y escrituras creativas.

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