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Para Mauricio Jolneck, investigar sucios negocios de visones es tiempo ganado al asalto de fauna que provee pieles sin cuento, con acciones demasiado cruentas.

Hasta el día de hoy aumenta la venta indiscriminada de tal demanda donde ya aparece un nuevo público consumidor masculino al que le importa un rábano la explotación de esa fauna, cubierto con la indiferencia del trabajo de un danés de mediana edad que lo ejemplifica entre compatriotas dedicados a tal actividad, bajo la cual desarrolla una iniciativa de sacrificio de miles de animales, como ocurrió en noviembre del año 2020.

No obstante, entre quejas y reservas y no escasas controversias con la Organización Mundial de la Salud, se desoyen advertencias de opositores a tan absurdo sacrificio, lo que representa el hecho de confirmar el riesgo y presencia de mutación del Coronavirus sobre esos ejemplares.

De manera invariable, se entrampa la posibilidad de analizar ese fenómeno sin que el resultado de sacrificio de entre quince a diecisiete millones de visones, criados para aprovecharse de su piel, no logra impedir dos resultados inmediatos, entre otros más: el primero, la obtención de abrigos y otras prendas distribuidas en los cinco continentes con pingües ganancias; el segundo, contaminaciones por sangrías y desechos de cuerpos de esos ejemplares, sin contar con mayor difusión ante el mundo de los medios e ignorando el objeto de protección definitiva de esa fauna y la ganancia millonaria con esas pieles para permitir, entre otras actividades, los desfiles de pasarela de temporada otoño-invierno, donde bellas chicas explotadas y sin derechos, muestran atuendos elaborados con esos seres condenados a morir de manera irremediable; así, ellas exhiben sus cuerpos y diseños, al arrobar a públicos heterogéneos que ignoran y saben, quizá al mismo tiempo, el destino final de un ser vivo condenado a la existencia terminal en granjas donde prospera una variante de la industria de la muerte en pleno siglo XXI en el globo terráqueo, donde todo ocurre y a la vez, no ocurre nada que pueda ser difundido en su justa dimensión humana, a fin de no herir susceptibilidades en cualquier edad, sin importancia del género, credo religioso o cualquier variante de una ética desviada, subvertida, implicada en desvalores humanos para con el resto de los seres vivos que aún pueblan el planeta, amenazado con una escala de tercera guerra mundial sin vencedores ni vencidos...

Como se puede apreciar, somos presa de nuestro propio destino y en ello va el sino de la especie humana, siempre proveyendo aparentes medidas en contra de la naturaleza que no es de nadie en particular, aunque se arroguen derechos tales, para dominar los espacios donde se han erigido las actuales naciones que conforman el concierto de pueblos, países, culturas, civilizaciones y evidencias del paso y del peso de los seres humanos por la casi totalidad del mundo.

Los visones son, entre otras especies, un botón de muestra de un problema consustancial nuestro: ¿Somos malos por naturaleza? ¿No lo somos, pero, por qué razones ocurre esto, como la suerte de otras especies amenazadas de extinción?