lutherkrauss Luther H. Krauss

Una joven se muda a la ciudad de Baldi, una ciudad que parece que ha quedado abandonada en esperanza, fe y en donde la religión ha muerto, siendo que esta era el sostén de la comunidad. La joven roba un diario viejo de piel en color café de los objetos perdidos de la iglesia con el nombre de Elizabeth Schweizer bordado en la portada y el cual comienza a leer mientras explora la ciudad. La joven va descubriendo la historia de Baldi a voz de la menor a través de su diario y experimenta sus propios desafíos en Baldi a medida que avanza su lectura de aquellas viejas páginas.


Drame Tout public.

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Parte I

El distinguido aroma del invierno, el pavimento lleno de agua y la humedad por todos lados. La nieve recién caía desde el cielo hasta su rostro alzado, Elizabeth la observaba con aprecio con sus profundos ojos celestes. Estaba en medio de Olson Park en la pequeña ciudad de Baldi, arropada con su chaqueta roja y sus guantes color grisáceo, la gorra que portaba sobresalía de su cráneo culminando con esa esponjosa bola semejante a la cola de un conejo. Su piel caucásica y sus labios morados de frío la distinguían del resto de seres que caminaban por su alrededor. A lo lejos se observaba el edificio Khasun Crist perteneciente a la religión predominante de Baldi, llamada como la misma ciudad. Su creencia se dirigía hacia lo que la mayoría de las religiones, lo que importaba era la fe, que los habitantes se envolvieran en esperanza y en la posibilidad de la salvación. La misma religión era la que gobernaba Baldi y los participantes de la iglesia se reunían en el edificio para discutir temas políticos y de religión.

Una mujer adulta tomó la mano de la menor que contemplaba la ligera nevada y se encaminaron para la iglesia que se encontraba al costado del edificio. Con ellas, otros adultos y niños caminaban para dirigirse hacia donde mismo. Todos tomaron asiento. El sacerdote comenzó la misa. Para su finalización, las personas se pusieron de pie y agradecieron un día más de vida en voz alta, tenían una oración para ello que decía:

“Señor, gracias por permitirnos vivir un día más y poder compartirlo contigo, con nuestra familia y con nuestros vecinos. Que la paz siga siendo nuestra, danos la fuerza para mantener la fe y síguenos iluminando al camino de la salvación. Amén”.

Cuando se despejó el interior, algunos conocidos mantuvieron pláticas frente a las puertas de entrada y el resto se marchó.

—Bien Elizabeth, quiero que des una vuelta, necesito hablar con tu tía Gretchen —dijo la mujer.

—Está bien mamá —se retiró corriendo en sentido contrario.

—¡No vayas lejos!

—¡No lo haré! —gritó de espaldas.

Elizabeth se sentó en una banca y miró a su madre y a su tía. «¿De qué estarán hablando?» cuestionaba curiosa en su mente e intentaba leer los labios cerrando un poco sus ojos para ver si así enfocaba mejor la vista pese a tantos metros.

Bueno…resulta que eso pasó ya hace tiempo, hace algunos cincuenta años. Estoy en la misma banca en la que ella estuvo sentada, leyendo su diario. Lo encontré entre las cosas perdidas que guardaba la iglesia, la cual sería derrumbada ante la falta de creyentes, y el edificio de Khasun Crist ya estaba siendo despejado en ese instante. Me inmiscuí unas semanas antes cuando me enteré de que la iglesia dejaría de ser relevante para la ciudad, fingiendo que había perdido algo, siempre fui una mente curiosa. Sin dudarlo me abrieron paso hacia los objetos abandonados. No había nadie que se interpusiera realmente a ello.

Entonces desde hace unas cuantas semanas hasta ese día, no tuve valor de leerlo, al principio porque era un diario personal y porque sentía algo de culpa. Tenía grabado el nombre de la menor, Elizabeth Schweizer. Bordado en letras doradas y en cubierta de piel, color café. Sus hojas interiores lucían amarillentas, algunas esquinas rotas y había que tratarlo con delicadeza.

La primera hoja la comencé a leer cuando comía mi cereal a la mañana siguiente.

Diario de Elizabeth Schweizer, 5 de febrero 1940. Baldi.

Estoy emocionada. Mamá me compró este diario como sorpresa de mi cumpleaños número diez. Me siento contenta y puedo decir que cada día la amo más, es increíble conmigo, aunque aún me obligue a comer los vegetales que tanto odio, sé que lo hace por mi bien. En secreto, el domingo cuando fui a misa con ella, en el momento que nevó y usé mi abrigo y gorro rojo con esa bola que parece cola de un conejo y mis guantes grises, se había alejado de mí para ir a comprar algunas cosas, sin saberlo escondió debajo de su abrigo este diario y después llegó y me dio la mano para ir a la iglesia. Cuando salimos me pidió un momento para hablar con mi tía y me alejé. Intenté ver lo que decían, pero me fue imposible, incluso entrecerré mis ojos. En un momento dieron la espalda, creo que ahí le pidió a mi tía que lo cuidara por ella. Hoy, en mi cumpleaños, salió a unas vueltas y misteriosamente regresó, con objeto envuelto en papel café y un listón de yute. Sí que me sorprendió. Sonreí como nunca y estoy aquí, escribiendo esto como mi primera anécdota que quise contar. Sé que no leerás esto, pero te lo digo diariamente y lo escribiré aquí. Te amo mamá.


Me sentí mal por involucrarme en el diario de aquella niña. La inocencia de plasmar esas cosas tan inofensivas y preciosas, pero su manera de narrar hizo que quisiera leer un poco más. Me dije a mi misma «Pauline, tiene veinte años, eres horrible por leer el diario de esa menor» y aun así en aquella tarde en la banca, lo continué. Ya habían pasado unas horas desde que inicié la primera hoja, era momento de avanzar.

Diario de Elizabeth Schweizer, 8 de febrero 1940. Baldi.

Ha sido un día maravilloso. El señor Peter me regaló unos centavos para mi alcancía. Le comenté de un plan que tengo para darle un regalo a mamá. Me ofreció un trabajo barriendo dentro y fuera de su local, así como echar agua con una cubeta. La panadería es muy recurrida y las personas suelen dejar mucho polvo. Le dije a mamá que necesitaba un empleo para comprarme mis propias golosinas, alguna excusa como esa me venía perfecto, y como la panadería quedaba a unas calles en la 8va Avenida, me dio permiso. Todo eso fue mi día de ayer.

Hoy fue mi primer día. Llegué al local en mi bicicleta roja y la estacioné afuera. Olvidé desayunar, tan pronto como llegué mi panza rugía fuerte. Me acerqué al señor Peter y saqué un centavo de mi abrigo.

1 Février 2024 20:33 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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