ayanabreuyanes Dayana Abreu Yanes

¿Se puede conocer la personalidad de las personas por los zapatos que lleva? ¿Hasta dónde estaría dispuesta a llegar una persona por volverse a poner un vestido, el cual intuye que es la meta definitiva de su esplendor? ¿Un traje de novia, es solo eso o algo más? ¿Qué haría una mujer cuando encuentra los zapatos definitivos? ¿Puede un pullover marcar la diferencia entre la vida y la muerte? ¿Están las respuestas de un hombre en la culera de una braga usada? Estas y otras dudas acechan a los personajes de estos trece cuentos. Existen otras preguntas más sencillas, al menos aparentemente: ¿Azul o negro? Todas ellas serán debeladas en este armario con su zapatera incluida.


#8 Dan Histoire courte Interdit aux moins de 18 ans.

#sucio #intenso-actual-cubanos #drama #terror-psicológico
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El vestido

La chica a la que Sara imitaba —la de la peli— tenía en la cocina una percha con un vestido. Y no cualquier vestido, por supuesto.

Esta técnica la consideraba más efectiva que las notas que durante un tiempo se dejaba a sí misma en la puerta del congelador:

—“¿Amor, con qué me quedaría bien este vestido?

—Con otro cuerpo”.

“Hoy me miré en el espejo y descubrí mi lado porno: por no hacer ejercicios, por no ponerme a dieta, por no tener dinero para cirugía, por no dejar de comer”.

Y dado que ella también tenía un vestido inspirador, lo colgó en su propia cocina. Su vestido pendía de la puerta del calentador bien protegido dentro de un saco de zíper transparente. Si no lo lavaba por el uso, no hubiera sido justo lavarlo porque se le impregnara el olor a comida, las pocas veces que ella encendía la vitrocerámica.

Están esos días en los que todo te queda bien, no necesitas maquillaje. Basta con lavarte la cara, recogerte un moño como quiera, y listo: consigues un look sexy y cuidadosamente descuidado.

El día, acaso el único día que Sara se sintió así de sexy, llevaba el vestido rojo. Su ex se lo había regalado, y hasta entonces ella nunca se lo había llegado a poner. Y no por dejar de intentarlo, pero siempre aparecía una objeción que la obligaba a desistir: demasiada panza, demasiado corto para la fiesta del trabajo, demasiado cansada para combinar con los zapatos adecuados. Demasiados esto, demasiados lo otro.

El dichoso día que se puso al fin el vestido, los hombres se fijaron en ella. Y no porque casualmente se interpusiera entre la mirada de ellos y algún pibón que anduviera detrás, como le había pasado otras veces. No: de verdad la estaban mirando a ella. Fue como si la descubrieran. ¡Qué guapa esa chica! Incluso ella también se descubrió un poco ese día. Al volver a casa, antes de desvestirse y se rompiera el hechizo, se preguntó frente al espejo: ¿Dónde estuviste metida todo este tiempo?, y también se contestó: No importa, mucho gusto.

Sí, Sara era una de esas mujeres capaz de contener la respiración durante toda la noche, no comer nada sólido en los dos días previos a una cita, y de sentirse feliz por el simple hecho de recibir la atención de los hombres.

Comer a la misma hora. Había leído en una revista ese consejo de un nutricionista. Así que a las nueve y media, como cada día, entró a la cocina.

El vestido rojo estaba ahí, para recordarle que diez kilos la separaban de la gloria. Era posible. Ella ya lo había logrado, lo había vivido. Y lo volvería a hacer.

Sus tripas inquietas le reclamaban comida hacía rato. Pero ella sabía que, pasado un tiempo, desistían y se resignaban. Se pellizcó un michelín de la cintura, lo movió para inspeccionarlo y miró el juego de cuchillos sobre la encimera. Si tuviera el dinero para la lipoescultura… Hizo una mueca de asco. Se apretó más aún el michelín, con rabia, sintió un poco de dolor y un poco de placer. Sólo lo soltó cuando el dolor fue demasiado.

La piel le había quedado colorada. Con los minutos se le iría poniendo rosa, como la de un cerdo. Y se animó a gruñir como una marrana en el cristal del microondas, levantando la nariz y mostrando los dientes.

Tomó una caja de zumo de piña y leyó la información nutricional: veintisiete kilocalorías, después la del zumo melocotón: veintiséis kilocalorías. Ganaba el melocotón.

Miró el vestido. Ya faltaba menos.

Cogió un vaso y lo llenó de zumo de melocotón. Sacó de la primera gaveta una bolsa de algodones ya abierta, sellada con una pinza plástica. Antes recurría a ese sellado para evitar que se humedecieran los cheetos de queso. ¡Qué tiempos aquellos!

Se llevó la cena al comedor. Comer despacio, sí. Era lo recomendable.

Tomó las primeras pompas y las zambulló en el líquido. Abrió una revista. Cuando las pompas estuvieron empapadas, se llevó la primera a la boca. Despacio. Hay que comer despacio.

En la revista, en un recuadro pequeñito, leyó la noticia:

El pasado 23 de marzo, Kaylee Moore falleció en California como consecuencia de la llamada dieta de la solitaria. ¿En qué consiste la dieta? Pues consiste en ingerir unas “pastillas”, que en realidad son las cabezas de la Taenia saginata. Estas cabezas pueden adquirirse en internet, aunque su comercialización fue prohibida por la Administración de medicamentos y alimentos.

En un foro web en que se ofrecía este “medicamento”, una compradora comenta lo siguiente:

“Una vez te las tragas, solo tienes que dejar que actué. Cuando el huevo eclosione, la Taenia crecerá y se comerá todo lo que tú comas. Es un milagro, ¡puedes adelgazar sin privarte de nada!”

Sara se atragantó con la segunda pompa de algodón. Tosió, y apartó el vaso. Abría más y más los ojos, como si así leyera mejor.

Pero el milagro tiene un alto precio: esta técnica tan peligrosa puede traer complicaciones como la obstrucción intestinal, convulsiones por migración de las lombrices al cerebro, problemas neurológicos. O, como en el caso de Kaylee, la muerte. El parásito se alimentó de ella sin límites. Cuando los forenses realizaron los estudios, descubrieron que la Taenia alojada en el cuerpo de Kaylee había alcanzado los seis metros de largo.

Los especialistas desaconsejan estas prácticas y recomiendan hacer ejercicios…

¿Esa chica se había comido deliberadamente un parásito?

Sara soltó la revista y cogió el teléfono. Buscó en Instagram:

Kaylee Moore.

Por fortuna, la cuenta era pública. Sara encontró una foto de navidad: calculó que la chica pesaría unos sesenta y seis kilos. Pasó fotos y más fotos hasta que encontró una donde ya se advertía la pérdida de peso: correspondía al 14 de febrero. Ya para ese entonces —y según contaba ella misma, orgullosa, en el comentario de la foto—, Kaylee pesaba cuarenta y ocho kilos. En un mes y un poco más, el parásito se había comido… ¡Veinte kilos!

Sara dio un paseíto por la sala comedor. Respiró profundo, se estrujó las manos. Hubiera podido gritar.

Cogió otra vez el móvil, y escribió en el buscador:

dónde comprar pastillas Taenia.

20 Janvier 2023 00:00 5 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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Ana Kayzen Ana Kayzen
Me encanta tu forma de escribir
August 29, 2023, 05:59
ALEXANDER JOSÉ VILLARROEL SALAZAR ALEXANDER JOSÉ VILLARROEL SALAZAR
solido o sólido. acentúa bien las palabras y mejora la redacción y calidad de tu obra
August 01, 2023, 22:48

OD Osvaldo Diaz Hernandez
Muy buena 👍
February 17, 2023, 21:15

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