mareiryespinosa Mareiry Espinosa

Crímenes en una sociedad desastrosa repleta de injusticias, sin que nada se haga al respecto, sin soluciones efectivas. Un acto atroz hacia alguien cercano a los protagonistas, dos hermanos, Caroline Dixon y Hunter Dixon, dos almas de universidad cansadas de mirar, sin presenciar resultados, dispuestos a que las cosas sean diferentes tomando una decisión: Usar el mal que habita en su interior para combatir al crimen organizado en las calles de California, junto a un intelectual experto en tecnología e investigación, infiltrándose en bandas delictivas, a fin de derrotarlos con sus propias manos y exponer a las bandas y las corrupciones policíacas de su ciudad en el internet, atrayendo a seguidores, llamando la atención de las bandas más peligrosas de todas y a los líderes de ellas. ¿Qué podría salir mal? absolutamente TODO.


Criminalité Interdit aux moins de 18 ans.

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Capítulo 1

Fecha: 22 de febrero del 2024.

Caroline Dixon pensaba en la forma de escapar del sistema. Se envolvía en una extraña incomodidad y la falta de saciedad ante la injusticia social esperando que algún día fuera estable y segura; siempre había sido así. Su repudio mayor: los crímenes atroces; aquellos despiadados, como el que miró en las noticias de Portland junto a su hermano cuando tenían seis y ocho, “El desmembramiento de un tierno felino”. Impactó a toda la comunidad, aunque habitaban en una de las ciudades más seguras, no los exentaba de toparse con esas notas. Con el tiempo se volvió un gusto adquirido, sin la intención de la morbosidad, más bien era por la acumulación del odio que se forjaba dentro de ella, el habitar en un mundo tan mierda.

Caroline reposaba en el segundo pupitre alojado en la dirección contraria del acceso al salón pegado a la ventana, mientras que el asiento del frente se ocupaba por el cuerpo robusto y seboso de aquel caucásico rubio y a su parecer repudiable, a quien llamaba «El gordo Donald».

El profesor Sanderson demoraba en su llegada, Caroline asumía que no contarían ese día con su presencia. Daba un vistazo a su entorno, abundaban hormonas alborotadas, salvajismo, desenfreno, parejas besándose, haciendo tocamientos indebidos para un aula. Involuntariamente escuchaba a dos amigos hablar mientras el tercero solo respondía con gestos esperando el momento para unirse a la conversación.

—Oye, hijo de puta, ya han pasado dos semanas, necesito de vuelta ese dinero que te presté.

—¡Ya te dije que no tengo para pagarte!

—Eres un cara de mierda, todo lo gastas en drogas ¿Te importaría compartir un poco siquiera de lo que compras con nuestro dinero?

El tercero habló:

—¿Por lo menos tienes para pagarle a ese negro los gramos que te quieres meter hoy?

El drogadicto contestó:

—¿Qué pasó hermano? Para eso siempre tengo.

Entre la fila de su costado derecho, en el tercer banco, la parejita de salón siendo indecente, la chica rubia, cabello corto ondulado, con faldas rosas y blusa blanca escotada, arriba del pupitre de su novio, quien le acariciaba la pierna y metía la mano entre su falda.

—Basta Timothy— expulsó de su boca carnosa cubierta en gloss, de forma que incitaba a lo sexual y su novio gemía en broma a modo de «no me importaría quitarte esa falda y hacértelo aquí ahora mismo».

Caroline solía refugiarse entre la capucha de su sudadera negra, espulgaba con sus dedos su propio cabello suelto mirando la cabellera sebosa y rubia del gordo Donald externando disgusto con sus labios torcidos y nariz arrugada. Reposó en el pupitre sus brazos y giró sus ojos a las afueras de la ventana que daba vista al estacionamiento y a la calle detrás de esa malla ciclónica.

Un automóvil rojo sin placas estilo 1960, estacionaba en la calle detrás de esa malla. Para ser preciso, adelante del área estudiantil, sin estar lo suficientemente lejos para que desde su pupitre se apreciase con claridad las espaldas del auto y el interior, exponiendo la cabeza del piloto de mangas largas con la mano sobre el volante y la cabeza del copiloto, un hombre afro con camisa de tirantes en rojo pálido. El piloto movió su brazo derecho y presionó un botón. El cristal de la ventana del copiloto fue deslizándose hasta esconderse y el hombre afro apoyó su brazó exponiendo el codo en la abertura; sostenía un paquete rectangular envuelto en cinta canela.

Sus labios gruesos se movían, hablaba con el piloto. Caroline intentaba descifrar las palabras que expulsaba pero la visibilidad era poca.

Otro auto clásico y en tono gris con los bordes puntiagudos atravesó la calle y esta vez, Caroline divisó con la mayor precisión que se le brindaba; en el cofre, adornaba una figura de serpiente plateada, siseando.

El hombre del auto gris descendió manteniendo el motor encendido, portaba lentes negros, pantalones grises así como un saco, encima de una playera blanca sin corbata y dos botones del cuello abiertos; llevaba zapatos de piel en tono café, pulidos y según su estado intacto, nuevos. Bajó a la calle y caminó hacia el lado del copiloto. El hombre afro metió sus brazos y el hombre del exterior reposó su mano en la ventanilla despejada. Inclinó su cabeza y retiró sus gafas mirando entre lo que parecían ser las piernas del hombre afro. La acción incitaría al morbo a menos que hayan visto lo que Caroline. Relacionó la mirada baja con esa cosa envuelta en cinta que sostenía el copiloto en sus manos. El hombre elegante decía cosas, parecía dirigirse al piloto, intercambiaron unas cuantas palabras inaudibles y legibles. Se enderezó y dio unas palmadas en el auto colocando sus gafas. Cuando direccionó sus pasos hacia su coche, no hubo oportunidad de leerle la mirada, se fue sin que Caroline reconociera el rostro, al menos tenía la prueba de una pequeña cicatriz en el labio inferor del sujeto. Tal vez pertenecían a una banda delictiva que había visto en la televisión en el canal de noticias.

Caroline almacenó la adrenalina.

Sonó el timbre, Caroline tenía hora libre. Aprovechó para caminar entre el campo y alojarse en su árbol favorito de un tronco grueso y grande. Echó al suelo su mochila y tomó asiento recargándose en el tronco. Exploró los alrededores, cientos de estudiantes con mochilas, inadaptados, más hormonas, los drogadictos en sus ansias por salir y consumir algo allá afuera, y los que no se contenían y lo hacían dentro del instituto impregnando el aire con el aroma a zorrillo y cebollas.

Caroline tenía esa adicción al tabaco, y su exploración era en búsqueda de algún superior escolar que la pudiera sancionar si la miraba fumando. Para su suerte ninguno se encontraba rondando el campo, extrajo de un bolsillo lateral de su mochila morada ese tabaco y un encendedor.

Solía someterse a un juego creado para su propio entretenimiento, constaba de inhibirse de la respiración voluntaria. Absorbió el humo de la boquilla del cigarrillo hasta que la brasa se agigantó y sus hoyuelos de las mejillas se apreciaron, entonces se privó de respirar. Contó los segundos en su mente hasta que no pudo hacerlo más y comenzó a toser por ese susto que un chico de su clase le causó. El total sumó quince segundos, aspiraba a un nuevo récord, si Fred hubiera esperado para expulsar:

—Hola Caroline.

El chico asistía a varias de sus clases, era delgado, portaba antejos y su cabello era castaño. Caroline lo miraba como alguien inteligente, inadaptado y lo creía un pobre consumido aunque bien parecido. Fred llevaba una camisa de manga corta bicolor, rayas horizontales en tonos azules y verdes. Pese a ese estigma poco favorable que le asignó la sociedad a Fred por ser listo, Caroline lo admiraba en silencio y de una forma nada demostrativa, actuando para repeler la presencia del chico con mayor coeficiente intelectual de toda la maldita escuela.

—¿Qué tal? —contestó Caroline con la voz rasposa, luchaba por no dejar escapar otra tos.

—¿Estás bien Caroline?

—¿Qué quieres Fred?

—Vine a preguntarte si te gustaría ir a comer más tarde, tal vez a tu restaurante favorito… si me dijeras cual es.

Caroline sentía cierta atracción por Fred, sus propuestas le removían algo dentro de ella que no era capaz de admitir, su voz propia y formal… Fred tenía presencia, impactaba con sus ojos oliva fijos hacia ella.

—No puedo, haré algo más tarde —se colocó en pie y tiró la bacha de cigarrillo, tomó la mochila morada y usó un tirante para colgarla a medias entre uno de sus hombros.

—¿No hay modo de que encuentres un poco de tiempo para salir?

—Ya he dicho que no, basta de molestar. El que te haya brindado mi número para compartirme una tarea a inicios de curso no nos obliga a ser algo.

—¿Qué es eso? —preguntó Fred mirando al césped.

—¿Qué es qué?

Fred apuntó al césped y Caroline observó humo germinante entre las plantas marchitas.

—¡Demonios! —Caroline pisoteó con sus botas negras cortas de uso rudo la pequeña llama.

4 Janvier 2023 19:36:08 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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