u5260386673 Carlos Liévano

Un bosque, una chica, un libro, un par de lentes y un chico observando todo desde lejos.


Romance Tout public. © Carlos Liévano

#Libro #Bosque #Escuela
Histoire courte
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Crónica de un libro olvidado

Todo comienza un lunes en la mañana.

Era un clásico lunes, desabrido y algo aburrido, había llegado a la escuela después de las vacaciones, todo parecía normal hasta que desviando la vista logré percibir a una joven recargada sobre la reja, la escuela estaba situada a las orillas de la ciudad, por lo que detrás de la joven se veía un pacífico pero misterioso bosque.

En su aislamiento personal, la joven, sostenía en sus manos un libro de tamaño mediano y algo usado, que tenía un forro de color marrón. Tenía a la joven atraída hacia él con sus escritos; supongo que era de esas lecturas atrayentes e hipnotizadoras.

La joven tenía un hermoso cabello castaño y ondulado, recogido por una liga, formando una cola. Era de tez blanca, mejillas rosadas; y unos ojos cafés majestuosos, eran de esos que al verte te dejaban sin aliento con la mirada. Vestía una playera blanca con algo impreso en ella, un pantalón azul obscuro y un par tenis de color blanco con rosa, también llevaba puesto unos lentes, algo grandes y transparentes, detrás de éstos se encontraban sus atrayentes ojos.

Esta joven observaba el libro, clavando la mirada en él leía y leía... Pasaron los minutos, mientras ella seguía leyendo. Diría que fue un encuentro épico entre el libro con sus magníficos escritos, y su inefable mirada, mirada de esos atractivos ojos de color café claro, tan claro que te dejaría fuera de dudas. Mas con duda, no puedo decir quién atraía a quién. La chica no se separaba de la lectura ni por un segundo, seguía dirigiendo su mirada hacia los escritos del libro. Dedicando toda su concentración a ellos, ignoraba lo que a su alrededor ocurría. De pronto ella aparta el libro de su mirada, en eso toma una botella que tenía a su derecha, la destapa, y bebe agua; vuelve a tapar la botella, sólo para tomar de nuevo aquel libro en sus manos. Era muy curioso, lo tomaba con bastante cariño y aprecio. Reanudó su lectura sin proferir una palabra o siquiera mirar a su alrededor.

Encerrada en su lectura, seguía ignorando el exterior, en ello algo ocurría en su interior, ésta lectura provocaba que la joven perdiera su cordura. Se olvidó del tiempo, se perdió del mundo, se apartó de la sociedad, mientras ella vivía en su propia realidad. El timbre sonó, eso provocó que la joven al mundo regresara, mas frunció el ceño. El libro cerró, se levantó, lo colocó en su cintura, se limpió las hojas secas en su pantalón y de ahí se fue. Dudaba si al día siguiente la vería en ese lugar otra vez. Pasé la noche con esa imagen en mi mente, no sé si me dormí porque el tiempo desapareció desde que la vi en la escuela... La duda no se fue en toda la noche hasta que amaneció y volví a clases.

Al día siguiente, ahí estaba presente... leyendo otra vez el libro, intrigada y enamorada de la lectura a un nivel que pocos conocen. Estaba sentada sola en el mismo lugar, vestía otra ropa, pero llevaba esos lentes transparentes, mientras que detrás de ellos los mismos ojos color café claro.

La contemplaba... no venían a mi mente las palabras, por lo que no podía ir a hablarle; tan solo observar... pero a mí con eso me bastaba. Continuaba ahí, recostada sobre la reja, así como el día anterior, el timbre volvió a sonar. Ella se levantó, cerró el libro y se fue de ese lugar. Pasaron los días y esta joven así seguía, en lo que me sentía patético por no poderle ir a hablar, no me llegaban las palabras.

De repente, las hojas de los árboles comenzaron a caer, pues el otoño ya había llegado, entonces observé una imagen, sin duda alguna, de esa me enamoré. Estaba la joven como todos los días, sentada y leyendo, solo que esta vez, la acompañaba el otoño a su alrededor, veía como llovían las hojas secas de los árboles, que pintaban el ambiente de unos colores majestuosos: el pardo rojizo, café y naranja. Algunas hojas se enredaban en su cabello, ya que lo tenía suelto, ignoraba todo eso, pues la lectura era su centro de atención, en ello una hoja, arrastrada por el viento, entró justo entre el lente y el ojo... despertando de su estado de profunda lectura a la joven, solo para quitarse los lentes y limpiarse la mirada. Aunque intenté por más, no pude evitar la risa que ella escuchó, precisamente antes de volver a su lectura, volteó a ver hacia mí, con aquella mirada café... me sonrió, una sonrisa tan bella que me quitó el aliento, pero a la vez me brindó la confianza para acercarme. En ese momento en mi cabeza ya había un pensamiento concreto; las letras a mí llegaron, así éstas palabras formaron. Me acerqué y le saludé, a lo que ella contestó el saludo con su hermosa sonrisa. Me invitó a sentarme a su lado, algo que yo creía imposible, pero lo hice.

Le pregunté por ese libro tan curioso, entonces ella me empezó a hablar de ello, después hablamos de muchas cosas. Ella era alguien muy cálida, y me hacía sentir cómodo. El timbre volvió a sonar, como todos los días; yo me levanté y le ayudé a pararse mientras ella no borraba la sonrisa de su rostro, deduzco que estaba tallada en él, porque era demasiada perfecta. Le pregunté si estaría ahí al día siguiente, me respondió que sí. Me despedí, vi cómo se iba mientras una gran sonrisa mantenía, con una inmensa alegría dentro de mí. Soñé como nunca antes, había tenido un sueño en la realidad, una quimera en vida.

Al día siguiente llegué, y efectivamente allí estaba, como siempre sentada, bajo el otoño de noviembre. Me saludó y me dio a entender que me fuera a sentar con ella. Me acerqué, saludé y me senté, en lo que poco a poco comenzamos a hablar, casi sin parar, entablamos una gran charla en la que nos perdimos del tiempo y aislábamos del mundo; ahí supe que era ella quien hacia perder la noción del tiempo al libro, y no el libro a ella. Llevábamos días o semanas hablando, un día como todos, tocaron el timbre, nos despedimos como la rutina, pero ella algo olvidó... En el montón de hojas secas estaba el libro, lo tomé y una idea me llegó, entonces me fui. Al día después me adelanté, dejé el libro ahí, sólo que dentro de él se encontraba una rosa. Ella llegó, lo vio y lo abrió.

Entonces la rosa observó. Me acerqué a ella lentamente, de pronto la flor escondió, me extrañé por esa acción. La saludé, ella me preguntó si había hecho algo... Le dije que si se trataba de rosa, yo era el responsable. Sonrió y la mirada café en mi ser clavó, de repente me abrazó, fue la mejor sensación del mundo. Le hice la pregunta obvia, y ella respondió un sí.

Comenzó algo nuevo, épico y a la vez mágico. Pasaron los días, y un día ella no pudo llegar la escuela, por lo que me puse algo triste. Entonces me fui a sentar a donde siempre. Allí encontré el libro, con la rosa en su interior, pero algo me sorprendió... La rosa estaba intacta, no se había marchitado. Me senté y comencé a ojear el libro, mientras en mi mente pensé: "Gracias, la mantuviste aquí sentada, hasta que llegué. Ahora tú mantendrás la flor con tus escritos que dan vida, totalmente conservada, porque solo un buen libro puede mantener inmarcesible un sentimiento".

Me quedé leyendo, sentado bajo el otoño que a mí alrededor caía aquel libro olvidado por una pareja que justo en ese lugar se había enamorado. Esperaría porque... al día siguiente ella volvería.

21 Janvier 2018 19:48 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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