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Saga "Oficina Caliente" #1: No le gustaban las mujeres rudas, las prefería sumisas para poder tenerlas bajo control, pero si tuviera que decir forzosamente, qué era lo que le gustaba más de Elsie Ruby (su salvaje jefa)... En definitiva, sería su cabello.


Érotique Interdit aux moins de 21 ans.

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En la oficina

La primera vez que vio a su jefa le pareció una mujer normal, pero eso sí: con un bonito cabello rojo y largo, además de un llamativo cuerpo entallado en ese traje de oficinista y que, para colmo, acostumbraba a usar minifalda. Su primera impresión no fue nada especial además de descubrir que tenía un horrible carácter y un cuerpazo excesivamente bueno. Nada que ninguna otra persona que la haya conocido antes no notara.

A decir verdad, no le gustaban las mujeres rudas. Las prefería sumisas para poder tenerlas bajo control, exactamente como su exnovia Julie (con quién seguía teniendo encuentros casuales a veces, ya sin ningún sentimiento romántico de por medio). Aunque a ella le costaba entender eso la mayor parte del tiempo y él tenía que lidiar con escenas de pareja incómodas que ya no le correspondían del todo.

Sin embargo, como precisamente odiaba a las mujeres capaces de dominarlo, ¡no se explicaba cómo demonios acabó en esa situación!:

Con su cuerpo amoldado al de su jefa, demasiado cerca y con ella contra la pared mientras deslizaba una traviesa mano por debajo de la minifalda, también le besaba el cuello. Ella suspiraba y presionaba con fuerza su espalda, con esas largas y fuertes manos.

—Greyam, detente. —suspiró; nunca antes le había dicho “Greyam'', como su relación era meramente de trabajo, muchas veces pensó que la pelirroja sólo parecía conocer su apellido.

Ignoró la petición y con su mano libre se enredó entre los cabellos escarlatas, que si tuviera forzosamente decir qué le gustaba más de Elsie Ruby, en definitiva sería su cabello. Acercó su nariz a los sedosos y brillantes mechones escarlatas para inhalar su embriagador aroma.

—Gray… —así le decía todo el mundo, salvo ella— Por favor, para. —le repitió, pero él no quería detenerse, justo ahora ya se imaginaba todas las cosas calientes que haría sobre el escritorio.

Le demostraría lo que era un hombre de verdad y no un mal chiste como el anterior novio que le había conocido.

—L-los ventanales están abiertos... —mencionó ella, pero Gray mordió su cuello un poco y la sintió estremecerse entre sus brazos, provocando que el cuerpo de él se erizara por completo y elevando su ego por los cielos.

—¡Al diablo los ventanales! Estamos en el veinteavo piso, dudo que nos puedan ver… —exhaló en su piel.

—No es sólo eso... Liam no tardará en venir a dejarme el reporte de ventas...

—Así que te preocupa que nos vean —sonrió burlón—, te sorprendería ver lo excitante que es hacerlo con la adrenalina de poder ser descubierto... —se le estaba yendo directo y sin pausa, se estaba apresurando pero a fin de cuentas fue ella la que lo provocó, que no salga ahora con que le daba pena ser descubierta.

—El que a ti te guste ser exhibicionista… ¡No significa que todos seamos iguales…! —su tono volvió a ser demandante y le apartó con fuerza, empujándolo con ambos brazos para marcar la distancia de su irreprochable espacio personal— vuelve al trabajo Wolff, y esto jamás pasó.

Caminó con dignidad hacia la puerta y la abrió para "mostrarle el camino". Él dejó escapar una risa burlona, se acomodó la camisa y la corbata para salir campante por donde vino. Un poco frustrado sí, más tarde debía ir al baño para encargarse del asunto que la jefa había despertado entre sus piernas para calmarse, y para no quedar como acosador sexual con las demás mujeres del trabajo si llegaban a verlo, pero no todo era malo… Había salido de aquella oficina con una nueva anécdota para contar a sus compañeros de trabajo la próxima vez que salieran a tomar, aunque lo más probable es que esa panda de idiotas jamás le creerían.

Volvió a su cubículo con una sonrisa pintada en los labios y dejó caer su flojo trasero en su silla giratoria.

—¿Cómo te fue en la oficina del demonio escarlata? —le preguntó Fred. “La demonio escarlata” era cómo todos le llamaron a la jefa, porque no querías nunca hacerla enojar.

—Bastante bien, diría yo... —afirmó confiado.

—Ya no deberías llegar tarde, un día de estos colmarás su paciencia y te va a joder... —comentó Mark, el hermano gemelo de la antigua pareja del demonio.

—Bueno, pues habrá que afrontarlo cuándo sea el momento…

—No estoy tan seguro de eso.

—Todo está bien, ¿tú qué crees, Nat? —le preguntó a su mejor amigo, del cubículo de al lado pero no recibió respuesta— ¿Nathaniel? —se asomó para verlo, pero el aludido estaba ensimismado con su celular con una nerviosa expresión y chorreando sudor frío por su frente.

—Ni lo intentes Gray, está en una crisis de pareja, está tratando de llamar a Lucy. —dijo Mark nuevamente.

—¿Y ahora qué hizo? —suspiró, porque él quería a Lucy cómo una hermanita y solo accedió a que Nat saliera con ella con la condición de que no le hiciera daño o le rompería los testículos de una patada.

—Le "insinuó" a Lucy que estaba gorda. —explicó Gabriel, que se entretenía desde el otro lado de la oficina haciendo una montaña de lápices. Lo comentó como si fuera cosa de todos los días, que para lo despistado que era Nat, y lo sensible que era Lucy, prácticamente así era.

—Algo cómo que Lucy quería verse sexy para él y Nat le dijo que si el baby doll no le "apretaba" mucho.

—Lo arruinó. —concordó Greyam.

—¡Sólo lo mencioné porque no quería que sus pechos estuvieran incómodos! —replicó el castaño con el teléfono entre su oído y el hombro— ah, Lucy... Soy yo otra vez... ¡No, espera, no me cuelgues! —se levantó y corrió hacia la sala de descanso para continuar su llamada.

No necesitaba que sus amigos se enterarán de todo lo que ocurría con su novia, aunque eso ya era demasiado tarde. Todos en la oficina, fueran sus amigos o no, sabían lo complicado que era el caso de la rubia y del moreno.

Al parecer no todos tenían su bendita suerte con las mujeres, o por lo menos eso pensó Wolff.

.

.

.

Más allá de los conflictos personales que le habían tocado vivir por culpa de Julie, su obsesiva exnovia, Greyam Wolff se consideraba a sí mismo como un hombre bastante afortunado. En todos los sentidos.

Nunca había tenido un dilema tan dramático como el de Nat y Lucy, en el que ambos vivían destrozándose diariamente en una relación tan enfermiza que apenas se mantenía a flote por el amor real y sincero que tenían el uno con el otro.

Además, era el heredero de una gran empresa automotriz, y durante toda la vida sólo esperó a que su padre Sean decidiera que era momento de entregársela. Él se preparó y estudió muy duro para ese momento, después de que sucediera, tendría la vida prácticamente asegurada. Sin embargo, dentro de sus perfectos planes a futuro, no figuraban ciertas acciones que tomó su progenitor para hacerlo madurar más rápido:

¡Sí, está bien! Lo habían detenido por conducir ebrio un par de veces y estuvo allí, bailando en el escenario la noche en que el club de strippers para mujeres se incendió sin querer, ¡pero no había sido su culpa! Y eso era verdad, pero como primogénito de la corporación Wolff, una de las más importantes y lucrativas de la industria automotriz, la prensa no vio con buenos ojos que Gray estuviese desnudándose delante de un montón de señoras mientras había llamas reales a su alrededor (estaba ebrio, no lo juzguen).

Fue un verdadero escándalo, tan grande, que afectó la seriedad de los negocios de su padre, metiéndolo en un montón de problemas. No lo desheredó, afortunadamente, pero sí decidió darle un buen escarmiento: Para que su hijo comprendiera lo difícil que era ganarse la vida antes de tomar el mando de la agencia, debía conseguir un empleo y mantenerlo por lo menos tres años en un lugar donde él no tuviera privilegio alguno.

Cuándo entró a trabajar creyó que sería un infierno.

La corporación Blink and Shock! La industria de ropa más grande del país. Le pareció absurdo porque a él no le atraía la moda y esas cosas, pero acababa de graduarse y a su padre le interesaba que aprendiera cómo era la vida laboral en otro lado para después ser un buen elemento al heredar la automotriz de su progenitor y eso fue lo primero que encontró. Sobre todo, porque al ser un castigo, estuvo vagando y haciendo el tonto por ahí bastante tiempo hasta que la paciencia de Sean Wolff estuvo a su límite.

Conoció a Elsie Ruby, de la que había oído rumores acerca de lo estricta que era de antemano, y supo que ella estaba a cargo de absolutamente todo en ese lugar. ¡Genial! Aparte de odiar su nuevo trabajo, tenía una jefa pesada y ya nada podía salir peor…

¡Sí, cómo no! Que a su infortunio se sumó que el novio de la jefa, un importante diseñador de ropa, resultó ser gay y la dejó públicamente en una conferencia de prensa un día antes del primer día de trabajo de Greyam. Ella no estaba de humor cuando él se presentó por primera vez en la oficina y, por algún motivo, desde ese momento la tomó contra él, como si el fracaso de su relación fuera culpa suya.

Sin embargo, después de dos años de laborar ahí, ya se había acostumbrado y además estar con sus compañeros de trabajo aligeraba bastante las cosas. Incluso se había vuelto más osado y desafiaba constantemente a la demonio escarlata. Usualmente lo hacía llegando tarde, pues ya no le importaba mostrar su desagrado al puesto (de todos modos su padre ya no estaba tan molesto y si lo despedían no importaría mucho a esas alturas), haciendo enloquecer a la pelirroja con un curriculum y una ética profesional impecables.

Esa mañana, en la cual todo pasó, lo había vuelto a hacer: Su hora de entrada era a las siete en punto y a él le hacía una gran gracia pasearse por ahí hasta las once y media, y llegar a su cubículo a desayunar descaradamente; por lo que no le sorprendió cuándo fue citado en la oficina de Ruby.

Fue hasta ahí y cómo siempre entró como si fuera su casa, sin mostrar la más mínima señal de etiqueta ni respeto. No obstante, nunca esperó verse enredado en la incómoda situación que le esperaba…

—¡¡¡Toca antes de entrar!!! —le exigieron, pues la jefa estaba en sostén, se estaba cambiando allí mismo, en la oficina.

Él se quedó petrificado viendo el desnudo torso de la chica. Casi se le cae la mandíbula al piso al ver el sexy sostén de encajes negros con transparencias, demasiadas transparencias, y ese lunar que tenía al lado del ombligo que era bastante tentador. La presión en sus pantalones comenzó a crecer, naturalmente.

—¡¡¡Sal de aquí!!! —le lanzó un lapicero y él apenas se salvó porque cerró la puerta y se ocultó tras ella justo antes de que el objeto golpeará la madera de la entrada.

Estuvo afuera unos instantes.

¡¿Qué había sido eso?!, ¡¿por qué estaba semidesnuda?!, ¡¿por qué se estaba cambiando en la oficina y sin poner seguro a la puerta?!

Pensó y luego de calmarse un poco; tocó tres veces.

—Adelante, —escuchó y pasó bastante nervioso, se negaba a verla directamente a los ojos— siéntate Wolff. —le ordenaron, la vio de reojo, ya estaba vestida y se mostraba bastante orgullosa, tratando de ser la misma fiera de siempre, a pesar de estar más roja de un tomate.

—Con permiso... —pasó a ocupar el lugar que le fue indicado.

—Sigues con tu costumbre de ser impuntual, ¿no es así?

—Sí...

—Mírame a los ojos por favor...—exigió, él tragó saliva.

La observó y quería sacudir la cabeza porque, en ese momento, juró verla más seductora que nunca. Quizá porque hace un segundo la había visto en sostén, pero nunca notó después de su primer encuentro, hasta ahora nuevamente, lo sensual que era esa mujer. Ver su blanca y cremosa piel sin nada encima, fue como un golpe fuerte en la cara que le serviría a modo de doloroso recordatorio.

—Para empezar debo advertirte…

Comenzó con su sermón de siempre, pero no podía ponerle siquiera atención, porque sólo veía sus rizadas pestañas, sus labios brillantes y su enorme cabello rojo, todo en conjunto hacían de aquella mujer la musa de las pesadillas de cualquier hombre (él no iba a ser la excepción). Un bolígrafo cayó de su escritorio y ella se agachó a recogerlo, así pudo ver el inicio de su prominente pecho en la abertura del escote y esa, fue la gota que derramó el vaso.

Cuando se abalanzó sobre ella al principio no hubo reacción, pero después Elsie intentó poner resistencia, misma que él detuvo de inmediato cuando la rodeó con sus ponderosos brazos, y ella pareció derretirse en ellos en ese instante, llevándolos a la situación inicial…

...Y así fue que se enorgulleció de poderla domar, aunque sea unos segundos.

¡Definitivamente su hazaña debería de ser inmortalizada!

Tal acto de heroísmo no podía quedarse sólo en su memoria y sólo recordarlo después de 84 años. ¡No señor, todo mundo debía saberlo!

—Oye, Mark, ¿cuándo va a ser la próxima salida? —preguntó pues aunque no fuera algo digno de inmortalizar en el libro de récord guinness, al menos quería que sus amigos y todos en la oficina, lo supieran.

.

.

.

En Y & M, lejos de la oficina…

Normalmente, ese tipo de cosas se hacían con tiempo y mucha anticipación, por la naturaleza del trabajo. De hecho, de no ser porque consideraba a Elsie una de sus mejores amigas y una jefa ejemplar, no se tomaría tantas molestias.

Divisó a lo lejos, unas cuantas cuadras más adelante el enorme estudio de la agencia de modelos de Y & M. Suspiró con pesadez, no es que le gustara mucho esa parte de su trabajo.

Una vez en frente de las puertas y tocó el timbre.

—¿Diga? —respondieron del otro lado, esa voz la conocía, era Minerva. La había conocido en una fiesta que llevó a cabo una importante revista, era demasiado hedonista y no era necesario decir que no le agradaba demasiado.

—Soy Karla Acker, fotógrafa de Blink and Shock! Vengo aquí para la colaboración…

Esperó…

Y esperó…

Y esperó más…

Decidió dejar el dedo pegado en el timbre para obtener una respuesta, no era que fuese una mujer que haya nacido con el don de la paciencia. No se escuchó más allá de un quejido por parte de aquella mujer respecto al ruido que Karla estaba haciendo y luego, el chirrido que emitió la puerta al abrirse. Bastante exagerado todo eso en su opinión. No hubiera sido necesario si le hubieran abierto desde un principio.

Cuando entró caminó un poco más por el pasillo, pasando por el frente de la recepción, en la que la recibió un chasquido de lengua. Y, para su temperamento y el humor que traía, ganas no le faltaban de golpear a esa mujer, pero como no quería perder más su tiempo para poder irse lo más rápido posible de ahí, solo se acercó con la cara más sonriente que pudo aunque las venas de la frente se le exaltaban debido al enojo.

—Gracias por su cálida bienvenida... —respondió sarcástica ante el inexistente saludo inicial— Ahora, ¿podría hacerme el favor de indicarme en dónde es la jodida sesión de fotos?

Sí, más que la paciencia, la pasivo agresividad era su bendición.

—Esa información no me concierne darla a mí. —contestó Minerva con desinterés mientras se limaba las uñas con calma.

—Escuche —golpeó el escritorio con la palma abierta—, ustedes tienen suerte de que una industria de moda como la nuestra haya decidido aceptar su descabellada propuesta de una colaboración de último minuto… ¡Así que más le vale decirme ahora, en dónde rayos es la sesión o si no…! —apretó los dientes para sonar más intimidante, pero no pudo acabar su amenaza. Antes de eso, llegó una menuda chica albina sonriente con un montón de papeles en las manos.

—Señorita Minerva, aquí están las entrevistas de las últimas audiciones... —los colocó con esfuerzo encima del escritorio, pues pesaban mucho.

—Bien hecho, Yuri, buena chica, sigue así y pronto podrás dejar de ser una asistente… —allí estaba, Minerva acababa de pasar de largo sobre ella nuevamente.

—Gracias. —sonrió. Karla aclaró su garganta para hacer énfasis en que ella aún seguía allí.

—Ah, lo siento —le miró la albina—, no sabía que estaba ocupada, señorita Minerva. Lo siento mucho, soy Yuri Abney, asistente general de esta agencia de modelos.

Karla la miró fijamente unos segundos.

—Bien —suspiró—, tú pareces alguien amable, quizá puedas ayudarme, ¿sabes en dónde queda la sesión de fotos de un tal "Sammy Eaton"?

Al mencionar ese nombre, los ojos de la joven chica se iluminaron con gran ilusión y sentimientos profundos. A Karla se le pasó por un instante la idea de aconsejarle y decirle que las relaciones entre compañeros de trabajo eran desastrosas, pero sólo se dedicó a mirarla en silencio, agradecida de que al fin alguien allí le fuese útil.

—C-creo que sí. —respondió tímidamente al notar la mirada de aquella mujer, y es que, vieses por dónde vieses, Karla simplemente... Imponía.

—¡Genial!, ¿podrías llevarme?

—¿Puedo? —Yuri tímidamente volteó a ver a Minerva, pidiéndole permiso.

Y ésta, estaba tan ocupada con sus uñas, que apenas le hizo un sutil gesto con la mirada para indicar que si iba a enseñarle a la morena el lugar, lo hiciera ya y la dejaran en paz. Karla rodó los ojos.

— Por aquí por favor. —le sonrió la albina y comenzaron a caminar.

—¡Qué servicio tan atento! —se quejó la castaña mientras seguía a la más pequeña por los pasillos de madera y las paredes color crema.

—La señorita Minerva es muy amable... A veces —le respondió sonriendo—, es sólo que acaba de ser rechazada.

Soltó sin más, claro que después de ver cómo la invitada abría los ojos como platos ante aquella confesión, se tapó la boca con ambas manos y sus mejillas se tornaron carmín.

—¡N-no le diga a la señorita Minerva, por favor! —pidió exaltada.

—¡¿Eh?! —¿y perderse la oportunidad de burlarse de esa bruja?, no era típico de ella, pero la novata lucía aterrada por su puesto y decidió ser convaleciente— Muy bien —sacudió la cabeza—. Aunque la verdad es que no me sorprende, esa mujer casi no tiene gracia alguna de la que enorgullecerse...

—Las tiene, sólo que a veces... Ah… Emm le gusta humillar a la gente... Un poquito. —divagó la albina.

—Da igual —suspiró con cansancio—, ¿y quién fue el desafortunado?

—N-no sé si deba decírselo, ya he hablado demasiado. —evadió un hilito de voz.

—Y precisamente por eso, debes terminar de contármelo... —la verdad le importaba poco más saber cuántas personas estaban teniendo relaciones en esos momentos, pero debía distraerse con algo antes de perder la paciencia— Si no lo haces, tal vez se me llegue a escapar que a la “señorita Minerva” le rompieron el corazón. —bromeó, en realidad no diría nada, pero molestar a los novatos siempre le pareció entretenido, lo hacía hasta en su propia empresa.

—¡Ah! Bueno, yo... —dudó un poco, pero finalmente lo confesó al desviar su mirada un poco— F-fue Sammy Eaton.

Y no pudo contener la carcajada.

Es que era un hecho que eso pasaría si una mujer que casi le doblaba la edad a un caprichoso, vanidoso, rico, infantil e idiota niñato de 19, fuera rechazada sin dudarlo, si le externaba querer tener algo con él. Más, si sólo tenía un vil puesto de secretaria, que el trabajo en sí era honrado, pero Minerva desprestigiaba cualquier cosa que hacía.

Un chico como el mimado Samuel Eaton, jamás se fijaría en una secretaria que casi alcanzaba el cuarto piso de la edad, sin ninguna gracia, y que tenía el humilde salario mínimo. Y eso era precisamente lo más hilarante.

—N-no se ría por favor. —susurró Yuri bajito y avergonzada— La verdad es que no ha sido la única…

Karla se detuvo unos instantes y enarcó la ceja viendo divertida a Yuri.

—No me digas que... —contuvo una pequeña risa cuando la observo asentir lentamente— ¡Ah, descuida! Estamos hablando del modelo juvenil del momento, de seguro tiene los humos por el cielo. Ninguna mujer debe ser lo suficientemente buena para él.

—Lo sé... —Yuri suspiró resignada—, ¡Pero es que es tan sexy! —gritó contenta y con brillo en los ojos, al parecer, ella aún no se daba por vencida del todo.

Yuri, era una buena chica, amable y servicial. Entonces debería tener buen gusto con los hombres, al menos físicamente, pero eso... Ya lo juzgaría ella con sus propios ojos, que eran bastante profesionales en ese aspecto.

.

.

.

Se encontraba hastiado de todo el alboroto que se formaba alrededor suyo. La cabeza le martilleaba y eso lo estaba matando.

Las estilistas corrían de un lado a otro intentando que se viera más impecable y atractivo de lo que ya era, como si eso fuera posible, le parecía irónico pero aún así lo intentaban. Pasándole la plancha por el cabello y untádole cantidades ridículas de gel (que luego él batallaba para quitarselas en la ducha) para peinarlo. Maquillándolo, acomodándole las ropas…

La parte frontal derecha de su cabeza comenzaba a punzar más fuerte de lo común. Debería hacer algo con esa migraña, sí, pero siempre llegaba a la conclusión de que era completamente inútil pues él sabía que esos insoportables dolores, eran debido al estrés que vivía gracias a la universidad y a su trabajo. Y siempre, por más analgésicos que tomara, tarde o temprano regresarían para torturarlo de nueva cuenta.

Y no es que ya no le gustara modelar, de hecho le fascinaba su trabajo, le era divertido poder ser libre durante las sesiones de fotos, en dónde podía ser él mismo. Lo que le era insoportable, era tener que lidiar con no poder tener ni un segundo de paz en todo el maldito día:

Si en la mañana era lidiar con sus escandalosas compañeras de clase que no dejaban de pedirle ser el modelo para sus proyectos, sólo para tener una oportunidad de estar cerca de él. Eran tan egoístas que se molestaban cuando él se negaba, sin considerar que él aparte de trabajar, también tenía que ocuparse de sus propias tareas...

En la tarde, era tener que soportar que alguna de las estilistas se pasara de lista y rozara su cuerpo más de lo necesario al momento de alistarlo, y con todo el revuelo que se armaba y lo acelerado que era ese mundo, casi nunca se daba cuenta de quién lo había tocado. Recibir acoso sexual laboral cada día, era de las cosas que más le daban migraña.

Los fines de semana tampoco estaba tranquilo. Se dedicaba por completo a sus trabajos y proyectos de la carrera, pero no podía ir ya tampoco a la biblioteca sin que alguna mujer se sentara a su lado a propósito para hacerle la plática o que incluso la bibliotecaria le preguntara cada cinco segundos si no necesitaba algo. No podía trabajar en paz.

Estaba hartándose de su estilo de vida, y estaba completamente seguro de que aquello, no era exactamente algo que se considerara bueno, mucho menos a su corta edad. Era realmente joven y él lo sabía, pero parecía que vivir estresado pese a los fuertes dolores de cabeza, ya se había vuelto algo vital para él, casi tanto como respirar. Llevándolo hasta un punto tan enfermizo en el que si no se encontraba haciendo algo, sentía que desperdiciaba el día, causándole una espantosa sensación de culpa.

Escuchó que una de las chicas, la que se encargaba de su cabello y de hacerle molestas cosquillas en el cuello desde hacía una hora (sabrá Dios qué clase de cosas había vivido esa mujer como para pensar que eso lo excitaría), le daba la indicación de pasar ya al estudio, pues la fotógrafa de la industria de modas Blink and Shock! ya estaba allí.

Esa era la empresa con quien su agencia de modelos Y & M haría una colaboración especial y en la que todo el mundo había puesto sus expectativas: Una sesión de fotos con un modelo de su “casa” (en este caso él), y la ropa de Blink. Esas fotos serían mostradas a luz en la fiesta que ofrecería Weekly Parisine para promocionar ambas empresas y aumentar las ventas de la colección de moda y los contratos para los modelos.

.

.

.

Mientras caminaba hacia la sala de fotos y escuchaba vagamente a una simple asistente de por ahí intentar coquetear con él, recordaba que le habían dicho que la fotógrafa que habían designado para la colaboración en aquella empresa de moda, era de las mejores que tenían. Aunque no lograba despertar interés genuino en eso, pues no le importaba nadie que tomara fotografías para un uso comercial, sin sentimientos profundos de por medio.

Porque nadie allí parecía entender el verdadero concepto de tomar una foto y todo lo que eso conllevaba. No era algo banal y plástico como capturar a un chico visualmente agradable con ropas finas para producir dinero. No, era mucho más.

Por eso, ninguna fotógrafa de las que había conocido hasta el momento valía la pena… O al menos, no como aquella que había conocido en el parque en esa tarde de hacía ya ocho años, cuando él tuvo la epifanía de que también sería fotógrafo mientras jugaba con sus amigos a las escondidas. Esa mujer, morena y hermosa, que retraba una escena de amor entre el atardecer y el agua del lago… Ella, a la que no había vuelto a ver nunca pero que, estaba seguro, seguía embelleciendo el mundo con sus fotografías. Algún día la encontraría.

Atravesó las puertas con una sonrisa confiada. Se sentía mucho mejor luego de recordar todo eso y sus ánimos y entusiasmo habían vuelto. Era hora de trabajar.

.

.

.

Un niño, tal y como pensaba.

Un niño bonito.

Rubio de ojos azules. Algo bastante cliché y nada fuera de lo común si se lo preguntaban. El tal Sammy Eaton había resultado ser justo como lo esperaba, pero para las jóvenes hormonales como Yuri de seguro que era un sueño, y por supuesto, para las solteronas aburridas como Minerva: Un buen candidato a juguete sexual.

Karla agradeció aliviada de corazón no estar en ninguna de esas situaciones, por eso creía que ese mocoso no era para tanto: Samuel Eaton no tenía nada de especial ni distinto, era un modelo juvenil hecho con el mismo molde con el que hacían a todos los de su especie.

Con 28 años cumplidos, un trabajo que le agradaba y un salario que le permitiera ciertos lujos y tiempo libre, no tenía de qué preocuparse y mucho menos poner atención de más en un mocoso súper modelo. Lo único que le interesaba de ese joven era que supiera trabajar rápido para que ambos pudieran irse de ahí a ocuparse en asuntos más importantes lo más pronto posible.

Y, conforme fue avanzando la sesión, debía admitir que el niño no lo hacía nada mal y suspiró con alivio (tendría un par de horas extras libres), sin embargo, aún estaba algo tibio para su gusto. Y, cuando tuvo casi todo el material necesario, debía admitir que lo que más le gustó de Sammy, fue que en menos de una hora ya tenía la mitad de la sesión cubierta, por lo que decidió dar un descanso de 10 minutos para que el niñato no se cansara y siguiera haciendo las cosas tan fluidas como las estaba haciendo hasta el momento.

Tomó una de las botellas de agua que le ofrecieron y se sentó en su silla de jefa (ella lo era cuando estaba a cargo de la lente maestra) plácidamente para beber de una sentada todo el contenido (aunque ella hubiese preferido que le ofrecieran un poco de tequila en realidad). El celular en su bolsillo vibró y con algo de pereza lo sujetó para ver quién se atrevía a molestarla en su sagrado descanso.

De: Gray Wolff.

Para: Karla Acker.

Asunto: Salir

Los chicos y yo vamos a ir por unos tragos esta noche en el bar de la quinta avenida saliendo de trabajar, ¿quieres venir?

Y esa, era otra de las razones por las que necesitaba terminar rápido. No necesitaba preocuparse por cosas triviales como el niño modelo del tonto y cliché sueño adolescente. Su trabajo le permitía tener amigos con los cuales divertirse y que parecían leerle la mente cada que a ella se le antojaba embriagarse un poco. No era un secreto que, con sangre latina corriendo en sus venas, a ella le gustaran las fiestas y beber mucho. Sonriendo se dispuso a enviar la respuesta…

De: Karla Acker.

Para: Gray Wolff.

Re: Salir.

¿Ir por unos tragos el jueves sabiendo que mañana hay trabajo? Les gustan las emociones fuertes, ¿no?

Cuenten conmigo.

Envió el mensaje y entonces, luego de un minuto revisando los eventos próximos en su agenda, comenzó a sentir la insistente mirada azul que tenía delante de ella. Era tan fija y descarada que casi parecía estar acosándola, por alguna razón. Levantó la mirada sabiendo que era Samuel Eaton, probablemente queriendo darle a entender que él también quería acabar con el trabajo lo más pronto posible, y así ponerse en marcha de nuevo.

Se llevó una gran sorpresa al ver que, cuando le correspondió la mirada, él le sonrió abiertamente y entonces, le lanzó un beso con coquetería desencajándola por completo sólo un segundo. Entonces tuvo que enarcar las cejas y contener la estridente risa que le burbujeaba en la garganta para no escupir y ahogarse con el trago del agua.

¡¿Quién lo diría?!

¿Acaso un niño quería coquetear con ella?

Qué cosa tan más interesante.

7 Décembre 2022 23:55 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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