E
Ezequiel Seiji


¿Qué pasa cuando una mujer que puede matar todo lo que toca se encuentra con un inmortal?


Fantaisie Tout public.

#literatura fantastica #Muerte
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La muerte no es metáfora.

Desde aquella noche en que asesinó con nada más que su tacto a sus queridos padres, al darles un abrazo que se denominaría mortal, Jane se acostumbró a llevar siempre guantes, pero no ligeros, pues el poder que albergaba en ella era más fuerte y atravesaba la fina tela; usaba gruesos guantes de lana, negros como el cielo nocturno y suave como las patas de un felino sin uñas. A veces aprovechaba esto, salía a las calles y tocaba el cuello de sus víctimas, hombres sucios, enfermos y avariciosos. Destapaba sus guantes y con sigilo acercaba sus dedos, para cuando hacía contacto con sus pieles, estas estaban ya frías. La vida les era arrebatada por su simple tacto.

Cierto día de invierno, uno de esos en los que el frío te obliga a usar por lo menos tres chamarras y la nieve cubre hasta los talones de cualquier transeúnte, ella vio a un hombre parado del otro lado de la calle, observaba perdidamente los finos copos de nieve caer para unirse al montón, veía a los autos pasar a toda prisa y a las personas hablar de sus vagos problemas. Entonces la miró a ella, por un momento sus miradas se cruzaron y una idea surgió en la cabeza de Jane, le invitaría un trago y luego, cuando él se ilusionará por tener alguna aventura con ella, sostendría su mano y lo vería perecer. Le gustaba hacer eso de vez en cuando, dejar a su victimas en donde tomaron su ultimo aliento no era problema, pues lo que sea que fuese que los matara, eliminaba cualquier rastro de ella.

Entonces le saludó, sonrisa de lado a lado. Él cruzó la calle, sin preocuparse de ser arrollado por las cajas rodantes de metal y se paró frente a ella.

—Buenas noches, bella dama. —comenzó, su acento era confuso, Jane no podía distinguir si era británico u algún otro que desconocía. —Me parece que deseaba saludarme.

—Si, te he visto y llamaste mi atención. —intentó cortejarlo. —¿Qué hace un hombre tan solitario a estas horas?

—Nada interesante, disfrutaba de la vista de esta noche. —frotó sus manos en sus brazos y resopló. —Hacía años que no sentía tan intenso frío.

—Te propongo algo. —sonreía internamente.

—La escucho

—Te ofreceré una bebida, la que desees, y a cambio tendrás que hacer lo que yo te pida.

—Suelo pedir cosas refinadas, ya sabe, caras. —la miró a los ojos. —¿No importa?

—Por supuesto que no.

Dicho y hecho, ella lo llevó a un bar cercano, donde el olor a alcohol caracterizaba la atmósfera. Pidió un vino viejo, de esos que se han conservado por años. Ella, en cambio, pidió whisky.

—¿Y cómo te llamas? —dijo interesada al haber bebido la mitad de la copa. —Llevamos hablando como media hora y no sé tu nombre.

El hombre reflexionó por unos instantes antes de contestar, como si estuviese decidiendo por qué nombre llamarse.

—Me llamo Terry, Terry Myerson. —le extendió la mano en forma de saludo, Jane se ahogó las ganas de quitarse el guante y terminar con su vida de una buena vez. Le saludó sin quitarse el guante y continuaron hablando, él parecía conocer medio mundo, o más. Conforme más hablaban, más eran las ganas de Jane por asesinarlo, se había vuelto ya una necesidad para ella terminar con unas cuantas vidas cada día. Y sentía que cada vez se saciaba menos.

Al terminar y haber pagado la cuenta, Jane condujo a Terry a la salida trasera del bar, una extraña necesidad de besarlo le atacó, pero lo contuvo. Él no era más que otra de sus ya cientos de víctimas. Se retiró lentamente el guante derecho y luego el izquierdo, mientras que él observaba confuso. El silencio reinaba a su alrededor.

—Quiero que te dejes besar. —dijo después de un minuto de silencio, hecho a propósito en honor de aquel pobre hombre que caería en sus mortales manos.

—Está bien. —sonrió con nerviosismo. —¿Sabes? Hace cientos de años que no beso a alguien.

Ella lo tomó como otra de sus bromas, parecía que ese hombre gustaba por exagerar el tiempo con las palabras “cientos” y “miles”. Acercó sus labios a los de él, unos labios resecos a simple vista, pero lindos. Posó su mano derecha en su hombro y después subió al cuello, sonrió al ver que las pupilas de Terry se expandían y dijo:

—Oh, lo siento tanto, Terry. Fue un placer conocerte.

Sin embargo, no cayó rendido a sus pies, su piel no se sintió fría y antes de reaccionar sintió esos labios resecos posados en los suyos.

Se separó bruscamente de él, quien ya la había tomado de las caderas. Lo miró confusa, su tacto no le había hecho nada. Nada de caer al piso cual marioneta con sus hilos cortados, no sintió ese poder apresurado atravesando sus palmas. Nada.

Él le sonrió, y algo viejo y terrible parpadeó en sus ojos. Le tomó la mano y besó sus nudillos con la mirada todavía fija en ella. —El placer es todo mío. Creo que seremos una buena pareja, ¿no?

Ella tragó saliva y temerosa dijo. —¿Qué eres?

—Me parece que soy algo que tú no esperabas que fuera, querida. —le sonrió haciéndole saber que de alguna forma la conocía.

Ella lo tocó en lenta maravilla, con un asombro al sentir con sus propios dedos el contacto humano. Había olvidado como era. Su calor, la puesta a tierra de la misma. Ella se estremeció en lo que el retiraba el cabello de su rostro, sus ojos se llenaban de lágrimas más mientras se acercaba a un fuerte abrazo. La envolvió por completo. Su aliento se cortaba.

—Es imposible, deberías estar muerto. —la nieve caía en su pelo, tornándolo blanco, él sacó una boina de su chamarra y se lo puso después de remover la nieve acumulada. —No, no, esto debe ser un sueño. —Lo miró con nerviosismo, pero sin soltarse de aquel cálido abrazo. —No podemos estar juntos, voy a herirte y… —empezó a balbucear, asustada. Terry la tranquilizó besando su frente, el calor que sus labios emitían le causaba escalofríos.

—No puedes herirme. —murmuró en su oído. —Te prometo que no puedes herirme.

19 Décembre 2017 02:46 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

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