Me siento en el suelo frente a ella y me dispongo a escuchar los reproches diarios.
-Se te notan mucho las marcas de acné.
Pongo los ojos en blanco y aprieto los puños hasta que las uñas se me clavan en las palmas de las manos.
-Ya lo sé, por eso llevo siempre maquillaje, ¿recuerdas?
Ella sonríe de manera cruel y se toca su piel, impoluta.
-Nunca serás así, ¿lo sabes?
Entrecierro los ojos y me esfuerzo por mantener la calma.
-Lo conseguiré. Solo tengo que seguir cuidando mi piel como hasta ahora. Algún día se irán.
-¿Y has visto los pelitos negros que te salen en la barbilla? Te los quitas con pinzas y te dejan marcas horribles. Estás obsesionada con ellos y empeoras la piel.
Resoplo. ¿Por qué intento dialogar con ella? Está empeñada en ver mis fallos. Siempre ha sido así.
-Se supone que deberías animarme, hacerme sentir bien. Para eso están las amigas.
Ella se ríe como si no hubiera un mañana, se agarra a sí misma y casi se cae hacia atrás. Cuando se recompone, se seca las lágrimas y vuelve a fijar sus ojos en mí.
-Las amigas se dicen la verdad, Ana. Deberías agradecer que alguien te mire a la cara y te diga todos tus fallos sin titubear. Algún día apreciarás mis palabras, si es que eres capaz de dejar tu fragilidad atrás y centrarte en tus objetivos. Lo que deberías haber hecho cuando estudiabas periodismo. Permitiste que unas niñatas dirigieran tu futuro.
-Eso último no es así- respondo airada- Sabes perfectamente que mi descontento con la carrera venía de tiempo atrás. Ellas solo volcaron un vaso que iba a reventar en cualquier momento.
Ella alza una ceja y esboza una media sonrisa.
-Pero no fuiste capaz de estar en su misma clase. Dejaste de ir a clase para no encontrarte con ellas. ¿No te recuerda a tu amiga Claudia? Le has hecho lo mismo que ellas te hicieron a ti.
Sabe exactamente dónde debe presionar para hacerme saltar.
-Eso tampoco es así- cada vez me cuesta más no estallar. Ella saca lo peor de mí- A Claudia no la marginábamos desde el día uno, no la lanzábamos pullitas. Puede que ni ella ni yo supiéramos adaptarnos y acabáramos con personas con las que no terminábamos de conectar, pero ella se esforzó porque eso fuera así. Claudia nos utilizaba para no tener que hacer nada en clase. No compares a mis amigos con las chicas de periodismo. No tienen nada que ver.
Ella resopla y se apoya en la pared.
-Oye- empieza, y sé que va a comentar algo hiriente sobre mi aspecto- estás un poco más gorda. Esa morcillita de la tripa no termina de irse, ¿eh? Y los muslos los tienes cada vez peor: no solo son anchos, si no que están llenos de marcas. Si yo fuera tú, también me daría vergüenza ponerme pantalones cortos en verano.
Cada vez me hago más pequeñita. Me miro esa morcillita a la que se refiere, esa que no se termina de ir, que está debajo del ombligo, recordándome que no me esfuerzo lo suficiente, que no soy lo suficientemente buena, que no sirvo. A continuación, paso la mano por mis muslos sin depilar y observo las marcas que los adornan, como uno de esos dibujos en los que tienes que unir los puntos para descubrir lo que se esconde detrás.
-¿No dices nada? Nunca llegarás a ese ideal que está en tu cabecita. ¿Cuándo vas a darte cuenta de que no eres alta, ni delgada, ni naturalmente guapa? Cuanto antes lo asumas, antes podrás ponerle remedio. ¿No ves que juego contigo? Provoco que te veas preciosa en algunos espejos para poder recordarte en otros que vives en una mentira, que tú no eres así.
Nuestras miradas chocan y mis ojos llenos de lágrimas contrastan con los suyos, brillantes y felices. Aguanta, me digo. No todo es el aspecto.
-Esa es la razón por la que nadie te quiere. Ven tus defectos a kilómetros de distancia. Apestas a fachada e inseguridad. Solo me tienes a mí, y nunca me quieres escuchar. Con tu indiferencia, me condenas a la soledad.
Ya está. Me levanto y mi puño se estampa contra su cara. De repente, está fragmentada. Me miro las manos, que están llenas de sangre y las dirijo luego al espejo, mi reflejo devolviéndome una mirada confusa y llena de dolor.
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