🌓
—Minyoung.
—¿Sí?¿Estás segura? ¿De verdad es esto lo que quieres?
Minyoung miró al hombre sentado a su lado y sonrió. El corazón se le encogía en el pecho cada vez que contemplaba su rostro. Alzó la mano y le acarició la mejilla.
—Es a ti a quien quiero.
—Pero ellos… Nosotros…
Acalló sus palabras con un dedo en los labios. Enredó la mano en su cabello color miel y lo atrajo hacia su regazo. Él apoyó la cabeza y cerró los ojos un momento. Minyoung suspiró con la mirada perdida y comenzó a peinar con los dedos aquellos mechones suaves que se extendían sobre la falda de su vestido.
—No te preocupes por ellos —susurró.
—Pronto lo sabrán —dijo él. Ladeó el rostro para mirarla—. Mi alma ya está condenada, pero no podría soportar que la tuya corriera la misma suerte.
—El único peligro que corre mi alma es el de romperse en mil pedazos si me separo de ti. ¿Acaso ya no me amas?
—Soy completamente tuyo.
Minyoung sonrió y le rozó la mejilla con un beso.
Él se puso en pie y la contempló un largo instante. El miedo atenazaba sus miembros.
Si la perdía…
Si algo le ocurría…
Nada ni nadie estaría a salvo de su ira.
—Iré a prepararlo todo. Esta noche nos casaremos.
Minyoung no apartó sus ojos de él hasta que cruzó las puertas y estas se cerraron. Se tomó un instante para reunir el valor que necesitaba. Se levantó despacio y se giró.
—Hola, hermano.
De un rincón en penumbra, surgió un hombre. Era alto y esbelto, hermoso, y su piel destellaba con un leve halo que la hacía parecer traslúcida.
—He tenido que verlo con mis propios ojos para creerlo. ¿En verdad ese ser y tú…? ¿Por qué?
—Aún no encuentro las palabras para expresar lo que mi corazón siente.
—Tu corazón no puede albergar ese tipo de sentimientos. No fuimos creados para eso.
—Fuimos creados para amar.
—No de ese modo.
—¿Y por qué nos dio esta capacidad entonces? —preguntó Minyoung con vehemencia.
El hombre la miró en silencio, mientras el halo que lo rodeaba cambiaba de color y se iba oscureciendo.
—Vendrás conmigo y otro ocupará tu lugar. O te juro que acabaré con él y toda su maldita progenie.
—No tienes poder para hacer eso, ni tampoco motivos. Él no ha abandonado el buen camino desde hace muchos siglos.
—Lo hará, está en su naturaleza.
—Tu odio no te permite ver más allá.
El hombre ignoró sus palabras y extendió el brazo hacia ella.
—Vamos.
—No iré contigo.
El hombre dio un paso hacia ella con los dientes apretados y un gesto amenazador en sus labios.
—No iré —repitió Minyoung—. Sé que no puedes entenderlo. Piensas que he sucumbido a las mismas pasiones que condenaron a otros, pero no es así. No busques nada sucio ni indigno, no lo encontrarás. Entre estos muros solo hay amor y ambos sabemos lo poderoso que es ese sentimiento.
El enfado del hombre empezó a diluirse y el dolor ocupó su lugar. Apretó los párpados un momento. Cuando los abrió de nuevo, sus ojos solo transmitían una pena inmensa.
—Si te quedas, no podrás regresar.
—Lo sé —respondió ella con una sonrisa.
—Perderás a tu familia.
—Es mi decisión.
—Me perderás a mí. —Ella le sostuvo la mirada y asintió con un gesto tan leve que casi no se movió—. No hay nada que pueda decir para convencerte, ¿verdad?
—No.
Cerró el puño sobre su vientre un instante, antes de dejar que colgara inmóvil. Solo fue un segundo, pero él lo notó.
Dio un paso hacia ella y la miró con los ojos muy abiertos. Un sinfín de emociones los iluminó.
—No es posible —susurró.
Minyoung dio un paso atrás y se rodeó el estómago con los brazos.
—Lo es.
—¿Cómo?
—Solo ha ocurrido.
—Es una aberración —su voz restalló como un látigo y su rostro se transformó con una mueca de desprecio—. Desde este momento quedas expulsada. Dejarás de usar tu nombre y olvidarás que somos hermanos.
Los ojos de Minyoung se llenaron de lágrimas. Las notó caer por sus mejillas como pequeñas gotas de lava ardiente. No se movió cuando lo sintió acercarse. Ni cuando sus labios le rozaron la frente
con el más dulce de los besos.
—Tu secreto será mi secreto —susurró él contra su piel—. Adiós.
Minyoung contempló a su hermano mientras se dirigía a la ventana abierta y saltaba a la oscuridad de la noche. Su llanto silencioso se volvió más amargo y las lágrimas cayeron en cascada. De repente, se quedó inmóvil. Poco a poco deslizó la mano hacia su vientre y la extendió. Una pequeña sonrisa iluminó su rostro.
¡Se había movido!
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