A pesar de eso, Taehyung no iba a conformarse con una vida aburrida como abogado. Oh no, Taehyung era inteligente aunque muchos pensaran lo contrario. Lo pensó muchas veces antes de inscribirse en una página online de citas en cuanto cumplió los veinte, específicamente puso que estaba más que nada interesado en un sugar daddy. Necesitaba dinero para pagarse la carrera de música, aparte para poder comprarse una nueva guitarra, o bueno, varias guitarras (a lo mucho quería una guitarra acústica y una eléctrica, la electroacústica podía esperar por el momento), plumillas, amplificador, el talí, los cables, afinador, en fin muchas cosas que con un trabajo regular como el que tenía en la cafetería del centro comercial no le permitiría pagar. Acompañar a algún hombre mayor y ese tipo de cosas no parecía demasiado desde su punto de vista, al final se le recompensaría con lo que sea que él pida.
Pasó un mes completo hasta que recibió respuesta de esa página y por fin encontró a un sugar daddy, al principio no estaba muy seguro, hay muchos locos y pervertidos en internet que podrían aprovecharse de su inocencia e ingenuidad pero al final aceptó tener una cita con el desconocido pretendiente. Tenía la esperanza de que fuera un tipo demasiado raro y que al menos no pasara de los cuarenta y cinco años.
— Mamá, voy a salir. — exclamó ya en la puerta principal de la casa.
— ¿A dónde vas, hijo? — preguntó Jisoo, bajando algo preocupada las escaleras, su pequeño hijo nunca salía tan de noche.
— Con unos amigos, supongo que vamos a perder el tiempo en alguna fiesta. — mintió. Casi al instante se sintió mal por mentirle, siempre fue un niño bueno.
— Bien, pero por el amor de Dios no tomes demasiado, por favor.
— Sí, mami.
Dicho esto, salió de su casa acomodándose la chaqueta de cuero sintético, cerciorándose de haber agarrado las llaves y su teléfono celular al palpar los bolsillos de sus pantalones, luego esperó menos de dos minutos a su cita. En frente de su casa llegó una lujosa mini limusina color negro, de ésta bajó el conductor, quien tenía un impecable uniforme color azul marino y una ligera barba que disimulaba un poco la simpatía de su rostro, el conductor rodeó el lujoso vehículo y le abrió la puerta.
— Señor, por favor. — dijo el conductor en espera de que entrara.
Taehyung hizo caso sin protesta alguna y entró algo rápido, después de eso, el conductor volvió a su lugar de la limusina y comenzó a conducir con una velocidad moderada. Ya dentro, Taehyung se fijó en lo bien que lucía todo. Los asientos eran muy cómodos, a decir verdad para ser una mini limusina era espaciosa, las melodías de un piano llegaban a sus oídos de forma meliflua, reconocía esa canción.
— Moonlight Sonata... — pensó el castaño en voz alta.
— Una de mis preferidas de Beethoven — respondió su nuevo pretendiente antes de tomar el contenido de su vaso de cristal— . Taehyung...
— Kim. — respondió con amabilidad.
— Luces mejor que en foto. — comentó con seriedad pero con un toque de galantería que causaron un ligero rubor en las mejillas del menor.
— Gracias... En verdad, opino lo mismo de usted.
— Oh, vamos, deja las formalidades. Me llamo Jeon Jungkook. — sonrió de medio lado. Internamente Taehyung se estaba muriendo, nunca se imagino que a la primera conseguiría un sugar daddy tan apuesto como lo era Jungkook, físicamente le gustaba y mucho.
Jungkook tenía el cabello muy oscuro y atado en una coleta no muy alta ni apretada, sus cejas eran, de igual forma, muy oscuras, pobladas y definidas, qué podía decir de esos pómulos de modelo, la piel ligeramente más oscura que la suya, los labios exquisitos y un tanto gruesos, no demasiado pero sí lo suficiente como para que Taehyung no dejara de mirarlos. Pero lo más atrayente de todo su rostro eran sus ojos color café intenso rodeados de unas larguísimas y rizadas pestañas. Quizás y lo único que en realidad no le agradaba tanto de Jeon eran las sospechas que tenía, al ver una especie de tatuaje que sobresalía, se imaginó que debía tener muchos más tatuajes por todo el cuerpo, no tenía nada en contra de eso pero prefería a las personas con la piel libre de tinta.
— No tengas miedo y acércate, vamos a platicar, ¿te parece? — había algo en la voz de ese hombre que le daba ganas de gritar y salir corriendo de ahí, tal vez por la emoción de lo guapo que era o quizá porque le comenzaba a agradar la idea de recibir obsequios de él a cambio de unos cuantos favores que no harían daño a nadie. El problema era que olvidaba la magnitud de esos favores.
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