albertolucase Alberto Lucas 🧣

El amor es algo curioso, ¿no creen? Tiene bellos momentos, te da felicidad, tiene altas y bajas, y por consiguiente, crea inseguridades, miedos, te lastima cada vez que tiene oportunidad, un arma de doble filo como lo ven algunos. Pero, ¿qué pasa cuando no sabes siquiera qué es lo que quieres? El primer amor no se olvida nunca y define la manera en que llevaremos nuestras relaciones futuras. Personalmente, el primer amor es como una estrella fugaz, sin el deseo claramente, pasa momentáneamente por tu vida a dar algo de sentido a ella, y se aleja velozmente, y sabes que no volverás a verlo, o vivirlo. De eso trata esta historia, los recuerdos de un chico de 21 años de ese primer amor que todos vivimos, cuando aún tenía 15 y no sabía nada de él.


Fiction adolescente Tout public.

#infancia #recuerdos #primer-amor #ciudad-de-méxico #metrobús
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State Of Grace

«Tururú. Próxima estación: Tezonco.»

Así anunció su siguiente parada aquel bus rojo, atrapado en el tráfico de la mañana en una de las zonas más conflictivas de la Ciudad. Es que hacía un año, la línea de metro que cruzaba por aquella zona tuvo que cerrar por un… accidente. Ahora, la población sufría las consecuencias de aquella negligencia.

«No puede ser, le tomo 15 minutos recorrer apenas un kilómetro a esta cosa», pensó para sí un chico, mirando a la pantalla de la unidad en que se anunciaba la siguiente parada, algunos anuncios del sistema de movilidad, la fecha y la hora.

Miró con impaciencia la hora marcada en aquella pantalla: 6:12 A.M.

«Voy a llegar tarde», se dijo, y luego levantó la mirada al esquema de la ruta que estaba pegado en la parte superior de una de las paredes de la unidad, notando que solo llevaba 3 de las 22 estaciones de la ruta. «Sí, definitivamente voy a llegar tarde», concluyó, sintiendo una enorme desesperación.

Volteó a la ventana que tenía a su lado derecho y miró el caos matutino: un par de unidades de RTP intentando salir de su carril para poder avanzar, precedidas por un trolebús azul que anunciaba su destino en un letrero digital iluminado y decenas de autos particulares con los faros encendidos intentando avanzar siquiera un par de metros; dentro de todos estos transportes se encontraban cientos de personas desesperadas contemplando, a través de sus ventanas, el panorama caótico vivido en aquel lugar, todos con un destino al que llegar: sus trabajos, sus escuelas, sus casas. El mismo chico tenía un destino, y ese era la clase de las 7 de la mañana, a la que ya no estaba muy seguro de llegar. Comenzó a mover en sobremanera su pierna izquierda en un afán de liberar la ansiedad acumulada por toda aquella situación.

Resignado, y sin posibilidad de hacer mucho realmente, sacó su celular del bolsillo derecho del pantalón, negro casi gris debido al desgaste tras la última lavada, y de uno de los bolsillos de su sudadera sacó sus audífonos. Colocó cada uno en ambos oídos, y encendió la pantalla de su teléfono. Buscó entre sus aplicaciones el reproductor de música y seleccionó el modo aleatorio, permitiendo que el reproductor eligiera su primera canción.

Apenas comenzaron a sonar los primeros segundos de la pista, se sintió en sintonía con ella. Terminó envuelto por el sonido de la batería, la guitarra eléctrica y el bajo; juntos, no eran necesarias palabras para dar a entender que buscaban expresar desesperación, confusión, rabia, miedo, pero más que todo eso, un sentimiento real que dejó un enorme vacío. Volteó en dirección a la ventana que tenía a un lado, y poco a poco, el paisaje urbano caótico comenzó a desvanecerse; al ritmo de la música, comenzaron a proyectarse recuerdos desde lo más profundo de su subconsciente, recuerdos que se mantenían intactos.


«Chicos, les presento a Amigo.»

Eran apenas unos niños cuando se conocieron, no mayores de 11 años. Fue aquella noche en que fueron presentados.

«¿De verdad su nombre es Amigo?», preguntó una de las niñas del grupo de amigos.

El resto se conocía de hacía años, cuando comenzaron a invitarse a salir para jugar entre ellos. Eran en total 5 los niños que se reunían casi todas las tardes hasta que caían las noches y sus padres los llamaban de vuelta a casa. Pensaban que eran todos los niños viviendo en aquella calle de una olvidada ciudad, pero no fue así, y esa noche lo supieron.

«No», dijo medio riendo el chico que los estaba presentando. Él era unos cuatro años mayor que el resto, pero esa noche se les había unido por mera curiosidad. «De hecho, creo que nunca le he preguntado su nombre», continuó, dándose cuenta de su descortesía. Sin embargo, no dijo más y no preguntó el nombre del más pequeño a su lado.

«¡Hola!», saludaron en coro los niños al nuevo integrante de su “pandilla”, si podía llamárseles de alguna manera, aunque fueran un grupo de niños inocentes e ingenuos. Todos agitaron sus manos derechas en señal de saludo. Aquel niño nuevo solo se limitó a saludar de igual forma agitando su mano.

«¡Miguel, ven por favor!», gritó una señora desde la cocina de una casa al lado de donde se encontraban todos reunidos.

«Bueno, chicos, los dejo, cuídenmelo, ¿no?», se despidió el mayor entre risas, refiriéndose al final al nuevo integrante del pequeño grupo de niños.

Volverían a verlo otro día, pero esa noche no volvió a salir.

«Hola, nosotras somos Gaby y Delsy», dijo la primera presentando al par de hermanas. Ambas las mayores del grupo, con un año de diferencia entre ambas. La primera, que era la menor, tenía el cabello, castaño y rizado, cayendo sobre su espalda, mientras que la mayor mantenía su cabello, lacio y negro, peinado con una sencilla coleta, sin que esta estuviera realmente ajustada, sino con el único fin de mantener su cabello en orden. Ambas tenían su piel morena, de modo que aparentaba ser bronceada.

» Esa de allá se llama Yatzity», continuó Gaby, presentando a la menor del grupo. Su cabello ligeramente ondulado estaba recogido en dos cortas coletas. Al ser mencionada, sonrió y posó sus manos por detrás de su espalda, con cierta timidez. «De hecho estamos en el patio de su casa», comentó dando una ligera vuelta hacia la casa y señalándola con su dedo índice.

» Ella es Claudia», dijo, tomándola del brazo. Ella era la más alta de los cinco. Tenía una piel blanca, rozando en el melocotón, que parecía brillar en contacto con la luz. Su cabello, negro y lacio, lo mantenía atado con una trenza; era tan larga que ésta llegaba a la mitad de su espalda. Sonrió y saludó al chico.

» Ya por último tenemos a Bertillo», dijo, señalando al último miembro del grupo.

«Berto, ya estoy grande», corrigió el niño.

Era el único niño del grupo. Eso hasta que se les unió el nuevo. Tenía una pequeña pancita, lo que era una novedad pues solía estar más delgado; llegó a tener anemia. Tenía un cabello rebelde que, por lo que se notaba, había sido forzado a ser peinado hacia la derecha con el uso de gel para el cabello. Él, a diferencia del resto, saludó, y miró al nuevo.

» ¿Tú cómo te llamas, “Amigo”?», preguntó Berto, inclinando ligeramente su cabeza hacia donde el nuevo niño.

«En realidad me llamo David», contestó con una pequeña sonrisa, aún con pena, pero intentando ser amigable.

«Bueno, David, ¿quieres jugar a las escondidas?», dijo Berto. «Es que si no se nos va a hacer tarde y nos van a decir que nos metamos a nuestras casas», añadió.

David aceptó, y jugaron toda aquella tarde sin parar hasta que cayó la noche a eso de las 9:30 P.M., cuando comenzaron a irse uno a uno, porque como dijo Berto, sus padres comenzarían a llamarlos para regresar a casa.

Siendo seis, fueron un grupo inseparable cerca de 3 años hasta que uno a uno fueron alejándose por diversos motivos. Gaby y Delsy fueron las primeras en separarse, le siguió Claudia, y después de ella siguió Berto, dejando solos a Yatziry y David.

Particularmente, Berto se sintió presionado por las responsabilidades que conllevaban estar en la secundaria, sus padres le cedieron completamente su responsabilidad respecto a sus deberes y tareas escolares, ahora dependía completamente de él y no podía darse lujos como reprobar una materia. Aun así, decidía tomarse un “descanso”, que consistía en revisar rápidamente sus redes sociales.

No importó que el grupo se hubiera alejado, al menos no para Berto y David. Continuaron platicando eventualmente a través de mensajes, a pesar de ya no verse seguido como hacía unos meses.

Una tarde, irritado de no poder encontrar información para una investigación que tenía como tarea, abrió desde la computadora de escritorio de la casa, que estaba en la sala-comedor justo a un lado de la mesa, su perfil de Facebook. Bajando entre las publicaciones, una llamó su atención. Ésta invitaba a jugarle una broma a la primera persona de su lista de amigos invitándolos a salir al parque, solo para poder saber cómo reaccionaban. Su primer contacto era David, y teniendo en cuenta lo que sabía, continuó. Fue entonces que las cosas comenzarían a salir mal.

Pasa que, no hacía un par de semanas atrás, ambos tuvieron una conversación, en la que ambos se declararon bisexuales. Berto sintió sorpresa cuando leyó esto de parte de David, pero no comentó más nada esa noche.

Aun así, continuó:


Humberto

Hola, ¿cómo estás?

David

¡Hey hola, todo genial! ¿Cómo estás tú?

Humberto

Muy bien, gracias

Oye

Me gustaría invitarte a salir al parque un día de estos

¿Te gustaría?


Esperó pacientemente la respuesta de David, sintiendo una enorme emoción por estar “jugándole una broma”. Sin embargo, la respuesta que obtuvo no fue la que esperaba.


David

Claro que sí, me gustaría muchísimo :)


Era consciente de la posibilidad de una respuesta así, pero no creyó recibirla. La forma en que comenzó a manejar la situación solo determinó cómo terminarían las cosas.


Humberto

Vaya jajaj

No esperaba un “sí” por respuesta

La verdad es que esto es una broma

Quería ver cómo reaccionabas a esa invitación

David

Ah jajaja

Ya veo :(

Bueno

Aun así

¿No te gustaría que saliéramos al parque?

¿Qué te parece esta tarde?

Podemos ver juntos el atardecer :)

Humberto

Bueno, la verdad me gustaría

Pero no creo que mis papás me dejen salir

David

No te preocupes

Si quieres paso por ti

Y le pido permiso a tu mamá para que salgas

Humberto

A lo mejor sí

Pero es que también tengo algo de tarea

Y tengo que hacerla

David

Tienes todo el fin de semana para hacerla

O puedes decir que ya la acabaste

Igual no la estás haciendo :p

Humberto

No lo sé

Déjame pensarlo

Igual y podría ser otro día

David

Pero hoy es un buen día

Vamos

No hay excusas

Sal conmigo ;)


No respondió. Dejó el mensaje ahí, esperando una respuesta. Él realmente quería aceptar esa salida, a pesar de haber comenzado como un juego, entonces, ¿qué se lo impedía? Comenzó a preguntarse internamente, ¿qué pasaría si alguien los viera juntos?: nada, eran amigos de años y no era nada raro; ¿y si le gustaba a David?: de eso ya no había duda, por algo siguió insistiendo; ¿y si se besaban, y a él le gustaba?: eso. Eso era lo que le causaba terror real, no era capaz de aceptar la idea de que un hombre le gustara. Mientras Berto tenía su debate interno, recibió un último mensaje:


David

Oye

Me gustas :3


Esa fue la gota que derramó el vaso. Poco a poco, el chico comenzó a ponerse nervioso. Sintió cómo su respiración se agitaba, cómo su cuerpo comenzaba a sudar frío, cómo su mundo comenzaba a dar vueltas, cómo su piel se erizaba. Lo siguiente que hizo fue bloquear a David, de manera que no podría volver a recibir un mensaje de él de ninguna manera. Claro que no podía bloquearlo físicamente, pero rogó por no tener que volver a cruzar caminos con él. Nunca.

Cerró la pestaña, antes de que siquiera sus padres pudieran darse cuenta de lo que había pasado, y comenzó a respirar lentamente en un afán por tranquilizarse.

—Ya está lista la cena, amor, ven a sentarte —dijo su madre, llevando los platos a la mesa.

—Sí, ya voy —contestó, tan calmado como pudo.


«Tururú. Llegando a: Metro Coyuya de Línea 5.»

Sus recuerdos fueron interrumpidos por el sonido del bus anunciando la llegada a su destino. Volviendo a ver por la ventana, el eje vial por el que circulaba aquella ruta estaba parcialmente desierta, sin semáforos que detuvieran el flujo del tráfico ni maquinaría y materiales de reparación para un viaducto elevado.

«Última estación del recorrido. Ninguna persona debe permanecer a bordo», anunciaron las bocinas del bus.

En cuanto la gente comenzó a salir y fue liberándose espacio, Humberto se levantó de su asiento, colocó su mochila sobre su espalda, y se preparó para salir sin empujar ni ser empujado.

«Puerta abierta, cuidado al salir», escuchó que repetía la voz robótica del bus mientras él abandonaba la unidad.

Caminó en dirección a la rampa de salida de la estación, y sacó su teléfono para ver la hora.

—7:03 A.M., bueno, al menos no llegué tan tarde. Solo 10 minutos más de camino en Línea 2 —se dijo a sí mismo en voz alta, mientras seguía subiendo la rampa.

Una vez fuera de la estación, y viendo la de correspondencia justo frente a él, contempló momentáneamente el paisaje urbano, siendo bañado pobremente por la luz del sol que recién comenzaba a alzarse sobre aquel lugar.

—Sí que ha pasado mucho —comentó al aire, y suspiró—. Bueno, ahora hay mejores cosas que hacer.

3 Octobre 2022 04:59 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Alberto Lucas 🧣 Hola, soy Lucas. c: Aquí publicaré todas mis historias importantes, y también las versiones personales de las historias de amor basadas en letras de canciones. En resumidas cuentas yo soy un fan de Taylor Swift y los 1D como banda. Mi serie favorita es Brooklyn Nine-Nine. Mi comida favorita son las hamburguesas, trabajo en un Carl's Jr. Mi sabor favorito de nieve es el de galleta en heladerías convencionales. Alguna vez pensé que el amor era rojo ardiente, ahora sé que es amarillo.

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