fabicoronel2022 Fabi Coronel

Dios envía al mundo personas con problemas físicos y deformaciones. Por ello lo único que hace es arruinar la genética con esta clase de personas. Ahora la ciencia no castigará al humano solamente, sino que le mostrará a Dios que lo único que hace es condenar genéticamente a estas personas. Dios es el culpable.


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DIOS ES EL CULPABLE

Cuando creí abrir mis ojos, lo primero que pensé fue en cómo el haber nacido así me había condenado. Nada de lo que ocurría tenía sentido. Castigado por algo que jamás decidí tener. Que además odiaba tanto como ellos lo odiaban. No era mi culpa. No es mi culpa.

Cuando descubrí su nombre, sentí que era una maldición, y ahora lo pienso aún más. Pectus excavatum. Pecho hundido. Una deformación. Una maldición. Era de extrañar cómo nos metían a todos en una misma bolsa para tratar de mejorar al mundo.

La vieja y bendita idea de generar un Mundo feliz, donde solo existan los seres “normales”. La antigua Grecia Espartana hecha posmodernidad. ¿De qué me sirvió tantos años de estudios? Tratando de mejorar, de saber más y más para servirles de la mejor manera. Ahora no veía nada más que oscuridad, y solo oía silencio. Privado de todo contacto, me resultaba odioso y traumatizante estar así. Solo esperando la muerte. Solo saber que el momento de salida sería el momento en que partiese arrastrado por el pasillo por el cual me trajeron. Lleno de sangre y apestando a metal. Querían demostrarle a Dios los errores que cometió en habernos hechos erróneamente. Querían decirle con hechos que no mande más a la tierra seres tan despreciables y dispersos de la normalidad. Querían decirle que mandara el “cielo” de Adán y Eva nuevamente. Entrar en el camino directo de la selección natural forzada, donde el diagrama de flujo daba directamente a la normalidad. Lo que iba en el camino de la derecha se eliminaba. Se encerraba y se dejaba morir.

Ahora estaba aquí. Vaya a saber dónde. Solo con mis recuerdos y maneras de pensar que me llenaban de una insanidad mental que jamás creí vivir. Me arrepentí de haber llorado tantas veces por cosas efímeras. A mi mente vinieron tantas situaciones tontas por las cuales ahora me causaban una especie de gracia. Si pudiese decir gracia en este momento.

Si tan solo pudiese ver el sol una vez más. Recordar cómo se sentía sentir ese calor tenue. Pero nada de ello parecería volver, estaba aquí atrapado. Encerrado en una caja. Día y noche. Noche y día. Para mí era lo mismo. Nada compensaría la noche o el día. Todo era igual.

Mi cuerpo se doblaba en un ángulo casi de 45 grados sobre una pared fría, destinada a brindarme albergue para toda mi vida. Estaba desnudo. Estaba sudado y ensangrentado. Al menos creía que lo que sentía era sangre. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba aquí dentro? Era difícil saber cuándo todos los días parecían lo mismo. Mis manos estaban atadas con una extensión de las paredes de mi cubículo. Eran cadenas. Gruesas y chirriantes. Me permitían solo un movimiento de desplazamiento leve. No podía juntar mis manos, solo quedaban en una posición de crucifixión que me hacían sentir cómo se desgarraban los músculos por dentro. Había momentos que no las sentía, y pensaba, al fin se me desprendió el brazo. Al fin empecé a morir. Pero luego la sensación volvía. Y volvían mis esperanzas de seguir vivo. De que esta pesadilla no pase más.

Mi cabeza gacha, la oscuridad tendida sobre mí como si fuese un manto que me atrapaba y no me dejaba respirar. Se robaba el poco oxígeno que había en derredor. Ahora solo quedaba sentir el frío de la muerte que llegaba y no se hacía presente.

La vida parecía una vil mentira. Era extraño sentir que el momento de dormir parecía más satisfactorio que el despertar.

Otra vez esa sombra que cruza… Siempre detrás de los barrotes se veía una pequeña luz que resplandecía. Me preguntaba si era el sol, o tal vez algún tipo de fuente luminosa que proyectaba sobre un espacio reducido parte de su esplendor para calmar mis ansias. ¿Mis ansias de qué? ¿De vivir? ¿O de morir? Lo extraño de todo esto era pensar cómo no escuchaba a nadie más, cómo pensar que éramos tantos los sacrificados a este mismo destino y sin embargo seguir solo me desesperaba. ¿O tal vez yo fui el único malnacido que debía ser desterrado de todos para que creen la sociedad perfecta? Pero el seguir pens…

_ ¿Quién es usted? … ¿P… Por qué siempre pasa y se queda de pie allí? Solo veo sus pies vestidos con ese pantalón negro y sus zapatos perfect… tos…

(…¿Quién es ese ser delante de mí? Tal vez sea un fantasma…)

Las visitas del doctor eran cada vez más frecuentes. En realidad no sabía si era un doctor o un fantasma. Jamás hablaba, solo se quedaba allí parado delante de los barrotes. Me gustaba llamarlo “doctor”. Era como alguien que venía a curarme de la soledad. Pero siempre era solo por un momento. Era alguien que jamás vi más allá que sus pies. Era gratificante pensar que era un doctor el que venía a visitarme. Tal vez era un inspector, tal vez era algún amigo. Tal vez no era nada más que mi imaginación. Jamás habló. Jamás se agachó para mirarme, para saber si adentro había algo más que una voz que hablaba. Por lo general sus visitas eran de noche. A lo que yo consideraba la madrugada.

Pensaba las veces que salía con mis amigos a esas horas. ¿Dónde estarán? ¿Tal vez estarán bebiendo alcohol y riéndose como hacíamos antes?

Tal vez se habrían reído de mí al enterarse que tenía esta deformación en el pecho y dijeran “¡No puedo creer cómo nos juntamos con un deforme, mirá si nos contagiaba!”.

De repente escuché un ruido. Al levantar la vista vi que entraban caminando tres personas. Uno de ellos me alimentó como de costumbre con una especie de suero, no le importó la condición en que estuviese. Le importaba llegar a Dios por medio de mi sufrimiento. Miré adelante y vi que estaba sobre una silla una figura de Jesucristo. Inmediatamente empecé a escuchar que hablaban fuerte. Pero no me hablaban a mí. Le hablaban a la figura.

_ ¡Observa! ¡Esto nos enviaste! ¡Un ser deforme! Su pecho está hundido, ¡es una vergüenza para la comunidad! Camina y se tiene que agarrar la ropa para que no tome la forma asquerosa de su pecho. ¿Te parece justo que un hombre con tanto futuro esté en estas condiciones por tu culpa? ¡A nosotros sí! Deja de enviar personas así a nuestro mundo. Pelearemos tu azar genético, con mutaciones y malformaciones con nuestra técnica. ¡Hemos descubierto el código genético! ¡Ahora sí somos dioses! La ciencia al final triunfó sobre la espiritualidad. Ahora somos eternos, podremos hacer que vivamos hasta mil años si queremos, y sin estos casos de malformados. Pronto sentirá el castigo…

Y se marcharon. Dejándome con la figura delante de mí. Mirándome. Mirando su creación. Como si por culpa de mi pecho no existiese nada más en mí que hiciera compensación en mi vida.

Me ardía la mano derecha. Me lastimaba la vista el observar tanta desgracia.

Sentía la sangre correr por mi mano, y miraba ese rostro de Jesús que me estremecía. Pensaba en que quería morir. ¿Qué habría ocurrido al momento de nacer para que fuese elegido en portar esta deformación? Había leído en un momento que por causa del azar genético solamente uno de cada mil niños nacía con esta deformación. A mí me había tocado. Y así estaba. Enjaulado, con el rostro de Cristo mirándome con compasión. Sentía frío, sentía sangre correr por mis manos, creía a veces que esa parte de mi cuerpo había desaparecido. ¿Era más grato el mundo ahora sin mí? ¿Habían podido llegar a su famoso “mundo feliz” sin mí? No había respuestas. Solo era yo y esa imagen que me miraba. Dirían que estaba loco, pero de repente observaba que se movía, que su corazón latía, que se acomodaba su cabellera y lloraba. Como diciendo “perdóname, no puedo ayudarte, pero prometo que luego serás recompensado”. Tenía miedo. Era difícil entender. Era complicado estar así nada más. Pero igual confiaba en que saldría todo bien. Tal vez en cualquier momento llegaría alguien y me dijese que todo fue un error, que me recompensarían dejándome promocionar el libro que estaba escribiendo, o me dejarían seguir dando clases y perfeccionándome.

Lloré.

Aunque no sabía muy bien qué pasaba sentí que cerraba los puños y los apretaba con toda la poca fuerza que tenía. Los apreté y lloré. Recordé toda mi vida, mi familia, mis amigos, mis parejas. Recordé cómo había sido mi primer beso, mis preparativos para viajar a algún lugar con mi familia, recordé mis primeros días de clases. Y lloré. Grité y sentía cómo me quedaba afónico. Se me vino a la mente esa vez que quedé ronco al gritar de felicidad en un recital. Y me recordé cantando frente al espejo con una gran sonrisa. Y tenía frío, y tenía miedo, y tenía vergüenza de mí mismo. Pensaba en cómo mi ser desaparecido generaría angustias para mis seres queridos. Tenía miedo por ellos. No quería que sufriesen. Y no quería sufrir yo.

La luz tenue y el manto de lágrimas sin enjugar hacían que la figura que habían dejado frente a mí pareciese que se movía más aún. Que el rostro de Jesús llorase más que el mío. Esa maldita genética. Ese Pectus Excavatum y la idea de un mundo sin personas deformes, sin homosexuales, sin lesbianas, sin personas “anormales” me estaba matando.

Si pudiese volver el tiempo atrás hubiese probado con operarme, aunque esa idea estuvo en mi mente desde el primer momento que me enteré que este problema era un problema. No tanto para mi salud, sino para la sociedad.

Y de repente, ese pie nuevamente en frente de mi jaula. Allí estaba parado sin decir nada. Haciéndome compañía. Mi jaula era chica, mi columna vertebral seguro habrá estado hecha trizas en ese mar horrendo de tinieblas. Miré ese pie, y hablé con él. Hablé con “el doctor” como me gustaba llamarlo. De fondo estaba la figuraba de Jesucristo que ahora parecía estar sentado.

_ Estoy cansado ya… quisiera morir… No creo me lo merezca solo porque nací así.

_ …

_ Yo no elegí tener esta deformidad en mi pecho. La odio tanto o más que ellos.

_ …

_ Cuando fui pequeño hablé con Dios. Rogué que me quitara esta cosa. Le pedí tener un cuerpo normal. Lleno de granos en la pubertad, con anteojos si hacía falta…

_ …

_ Le rogaba mientras desayunaba. Me apretaba fuerte el pecho y lloraba. Miraba cómo los niños se quitaban las remeras en los días de calor y yo no podía. Era desgraciado… Soy desgraciado por algo que no elegí.

_ Mmmi…raaaa…

_ Mis ojos están abiertos y veo solo objetos alumbrados por una tenue luz. ¿Qué quiere que mire doctor?... ¿Es usted doctor verdad?

_ Sssolo… mmmiraaa…

El pie del doctor comenzó a moverse para darse vuelta e irse. Dejaba ver nuevamente la figuraba de Jesucristo que caminaba de un lado hacia otro. Parecía pensativo. Caminaba nervioso. O al menos eso era lo que mi mente me hacía ver.

Dicen que cuando estás por morir toda tu vida pasa delante de ti, como si fuese una película, una especie de mirada retrospectiva a todo lo que hiciste, y tal vez a todo lo que no hiciste también.

Ver a esa imagen de Jesucristo que caminaba solitaria y preocupada en ese lugar me llenaba de una especie de vago terror, mi vista derecha estaba tapada de un líquido que dispersaba las imágenes, tal vez era sangre, tal vez sudor. Lo que veía me trajo a mi mente tantas cosas, pero principalmente esos años trabajando en una institución religiosa como profesor de química.

Recordaba cómo al entrar por lo que consideré que era gracia de Dios luego me pareció un infierno.

Recordé la entrevista con los directivos, cuando me preguntaron quién era, qué me gustaba hacer, cuando me dijeron que buscaban calidad y prestigio a la hora de enseñar y aprender. Recuerdo cómo el recibimiento fue con grandes sonrisas y halagos. Mostrándome cada rincón y cómo debería orientarme. Recordé esos primeros intentos de manchar mi imagen, cuando me convertí en objetivo para sus búsquedas directas sobre quién era y qué hacía. Mi cerebro y mi corazón no entendía por qué se hablaba detrás de mí tantas cosas. Este pendejo tiene plata, este pendejo anda en una camioneta, no le hace falta, este pendejo no cumple al venir a misa, este pendejo no viene a las reuniones extra que organizamos los domingos para recoger ropa para seguir estando cerca de Dios como lo estamos ahora.

Recordé cómo la secretaria era la sombra que estaba detrás de los directores, era la mano derecha del demonio que tomaba decisiones, todo el mundo le tenía miedo y ella se autodenominaba “la dueña de la institución”. Faltar ameritaba dar explicaciones detalladas del por qué del suceso. Hacer o no hacer debía ser aprobado por ella. Ella era la misma cara del terror hecho mujer. Una mujer al lado de satanás que manejaba con puño y letra con amenazas. Pensé mal, y me dije que personas así deberían estar encerradas aquí, padeciendo esta especie de sufrimiento… Pero después me dije que cada uno tiene lo que se merece, me lo habré merecido para estar en estas agonías, desnudo, sangrando y con un Jesucristo que parecía preocupado.

Recordé cuando nos enseñaban en jornadas institucionales que debíamos ser fieles al llamado de Dios, y detrás la secretaria recordándonos por mensajes de textos que debíamos hacerle caso. Y me volví a preguntar entre mi delirio “¿y los directivos para qué estaban?”, solamente eran una pantalla, solamente eran paisaje que escondía el bosque. Unas voces suaves que al principio te hacían creer que había carisma allí, y después te dabas cuenta que lo que tenían era miedo también por ser devorados por los demonios que tenían detrás de ellos pinchándoles la espalda con sus colas.

Recordé cómo las palabras de los directivos quedaba escondida detrás de las decisiones de los “de arriba”.

Tantas cosas y tantas veces había sufrido por estar allí, era parte de su sistema, tantas veces había luchado por sentirme bien, y sin embargo aguantaba por el dinero, y me amargué tantas veces sin haber vivido detrás de todo una vida que me perdía por pertenecer en ese lugar que creía religioso, y que debía de contener, pero lograba asustar.

Allí veía detrás de Jesucristo… Era el demonio…Estaba detrás sentado… Su mirada se clavaba en la mía. Me miraba y afilaba su garra con su cuerno.

Era él… Y de nuevo me vino a la mente la monarquía. En ese colegio no éramos nadie, éramos presa del demonio vestido con el traje de sacerdote.

Era el diagrama de flujo que comenzaba con el cura y seguían sus secuaces, de los cuales una era su secretaria, un demonio directo de las fantasías de Howard P. Lovecraft vestida en un disfraz de mujer gorda y rubia.

Recordé cómo el sacerdote se burlaba de nosotros yéndose de viaje a escalar montañas, faltando tantas y cuantas veces quería, y nosotros debíamos ser esclavos de su monarquía demoníaca. Peleando por tres migajas de pan hechas dinero, las cuales eran estrictamente racionadas por su secretaria.

Recuerdo esa vez que renuncié, que me impuse contra su ritual diabólico, y fue en ese momento en el que me di cuenta que ellos no te necesitan, tenés que ser vos el que tenés que necesitar de ellos…

El diablo me miraba detrás del Jesucristo que ahora permanecía sentado. Mi condena era eterna, mi cuerpo era mi karma. Mi mayor malestar de niño ahora era mi pasaporte a la muerte. ¿Será que después de verme Dios habría decidido no enviar más personas con deformaciones a este mundo? ¿Será que después de verme Dios habría suprimido la idea de ver crecer homosexuales, terroristas, violadores, energúmenos, maltratadores, pegadores, etc, etc, etc?

¿Habré sido yo el único en tener que “demostrar” a Dios que lo que hacía él estaba mal?

La idea del “mundo feliz” era ya una búsqueda concreta, donde no importaba si teníamos que morir… La “sociedad perfecta” era una construcción que ahora se buscaba. El código genético ya se había descubierto. Los científicos ya se creían ser los Dioses supremos, armando y desarmando personas a sus gustos. Personas prefabricadas, sin ningún tipo de enfermedad, sin ningún tipo de afecciones o deformaciones. Nosotros los imperfectos éramos mal causas del azar en la genética imperfecta e Dios. Y eso debía de ser castigado. Ahora yo moría, y conmigo se moría parte de una historia que debía dejar de ser contada. Solamente debía morir en mi silencio y agonía, demostrándole a Jesucristo y al diablo que lo que ellos habían planeado, guerras entre el bien y el mal debían ser solamente proyecciones a un futuro de rendimiento y capitales científicos. El ser humano debía inmortalizar a su especie de Dios, y ser dueños y señores de sus decisiones. Hombres en cadena hechos y fabricados a la mirada, imagen y semejanza del ser perfecto. Con super cerebros y miradas perdidas entre la perfección corporal y psíquica.

Olvidándose del dolor, del amor. Deberían de vivir para procrear sin amar, sin gozar, sin descubrir, solamente vivir para producir, para crecer y emprender. Y aquellos que tenían mínimamente las condiciones de ser inteligentes y sanos, con cuerpos “normales” deberían seguir y ser dominados por las razas superiores.

Y aquellos que no éramos nadie debíamos morir. Una sociedad a la que no le importaba el dolor, eso ya sería cosa del pasado…

Solamente seríamos historia…

Me recordó el dolor de aquella vez que renuncié en ese colegio católico. Hubiese querido que me den valor, que me hubiesen llamado y dicho “nos equivocamos, no te queremos perder”. Pero su decisión fue buscar un reemplazo inmediatamente, sin llamar, fui solamente una mosca que pasó por allí… Tal vez algunos me extrañarían… Tal vez no…

En esta vida que se me iba era un viento que pasó. Para algunos fue un viento que solo despeinó y molestó.

Para otros fue tal vez una brisa que los abrazó y acarició…

Veía que el diablo se iba. Lo noté preocupado…

Veía la imagen de Jesucristo que ahora estaba petrificada como al principio. Se acercó nuevamente el pie, y me di cuenta que tenía pezuña. Mi doctor era el diablo…

Y allí todo comenzó a desvanecerse…

Todo se empezó a hacer más difuso…

Difuso…

Di….

18 Septembre 2022 14:15 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Fabi Coronel Jorge Fabián Coronel. 36 años de edad. Escribo sobre terror y misterio.Mi alma está perturbada. Mi mente no creo que esté bien. Creo en fantasmas y a veces hablo con ellos en mi soledad.

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