©LyzOrtega
Jimin creció al lado de un hermano mayor que él, fue testigo, admiró como su hermano se volvía en alguien muy importante para su familia, llegando a ser parte del ejército imperial. Contrario a él, como doncel su educación se vio sometida a reglas que seguir para comportarse. Vestidos, música e instrumentos bellos que aprender.
La danza, una especialidad, incluso aprendió a realizar comidas y postres dignos de su Majestad. Los amores, lo que debía hacer en cada situación y su importancia como pareja de alguien, su único valor sería darle un hijo a quien fuera su marido, y… solo eso.
Debe admitir que esperaba algo más, sin embargo, no lo había. Todo se trataba de prestar atención a su esposo, escuchar y ser feliz a su lado. Eso, lo molestó mucho, pero acabó aceptándolo al final, cuando con tan solo diecinueve años recién cumplidos fue puesto en las primeras y primeros diez candidatos a ser esposos de su Majestad, el rey y emperador.
Creyó siempre que detrás de toda esa frialdad y gran estruendo que lograba tener con los vecinos inferiores, era para proteger a su pueblo.
Lo creyó... Después de un tiempo sin saber cómo sucedió, los candidatos fueron eliminados y él, como Doncel, fue elegido por la madre de su Majestad, reluciendo mucho en su belleza y buenos modales en cada momento.
Su boda...
La gran celebración, el banquete, cada detalle de sus prendas y joyas que adoran su piel preciosa. Se sintió el ser más hermoso del mundo delante de su Majestad, y confió en la sonrisa leve que recibió antes de aceptar el casamiento.Fue su inicio. Y antes de lo esperado, soñando los siguientes días, escribiendo poemas y cartas a su Majestad solo para visitarlo cada día, entregando estas con una timidez conocida por todos. Fue su gran desarrollo.
Claro, creyó que esa sonrisa volvería, pero no lo hizo. Cocinó, envió postres y medicina. Se encargó de muchas cosas del palacio, enamorado de su nuevo mundo. Atado aún a reglas, por primera vez entendió a qué se referían las reglas. El amor, era la clave para darle atención a su emperador, el amor de su vida, su todo.
--- Buenos días su Majestad, espero su salud esté mejor. Escuché que se encontraba un poco enfermo debido al clima, y por eso le envié la medicina. Mi felicidad es la suya. --- Recita, con amor. Afecto y una sonrisa leve esperando.
--- Ya puedes retirarte. --- El tono brusco, grave y firme que recibe como todos los días, logra quitar su felicidad más rápido de lo que espera.
--- Sí… lamento si hice algo mal. Con su permiso su Majestad. --- Se levanta, se reverencia y camina hacia las puertas para salir avanzando hacia los pasillos. Tantos detalles, cada regalo, carta o muestra de afecto no parece importarle a su emperador.
Con más de seis meses siendo su esposo, llega a su propia habitación, hace señas con su mano para que se retiren y lo dejen solo. Ellos obedecen, y apenas las puertas se cierran, es inevitable caer de rodillas y soltar un sollozo.
La primera noche con su Majestad no la han asignado, el papel en su mesa pequeña llama su atención y lo desdobla dejando de llorar. Sonríe, al menos es una buena noticia.
--- ¡Es mañana! --- Pega la hoja a su pecho, la primera noche con su Majestad será por fin el día de mañana, y ahí es donde podrá intentarlo.
Preparativos, adornos, bebidas, bocadillos. Está bastante nervioso y los sirvientes intentan calmarlo mientras lo arreglan y peinan como se debe. Dejan aromas ricos en su cuello, propio de su nación, viste elegante.
Impecable, digno como el Doncel que su Majestad tomará esta noche.
El propósito regresa a su memoria, solo debe darle un hijo, un varón sano para que tenga un heredero y así afirme su posición como esposo, rey Doncel de su Majestad. Las puertas se abren, hace la reverencia y se levanta sonriendo ante las prendas tan bellas de quien será su primera vez.
Todos los sirvientes salen, pero dos de su Majestad entran con algo en sus manos. Lo mira con confusión, está nervioso y aún tiembla porque quiere que sea especial, que Min Yoongi lo trate como el ser más bello del mundo.
—Su Majestad… ¿Para qué es eso?—Quiere responder su duda.
— Esta noche no habrá nada --- Es la primera frase que rompe por completo su propósito. --- Y todas las noches que tenga que compartir la habitación contigo, no haremos nada. Dormiremos en partes separadas, esto no se lo puedes decir a nadie. Soy el emperador, tu desobediencia tendrá como consecuencia tu muerte.
Jimin nunca supo si escuchó romperse su corazón esa noche, alejado de su majestad y fingiendo dormir entre las mantas. Cubrió aún más su cuerpo tembloroso, dejó que las lágrimas cayeran y miró la Luna tan brillosa de esa noche, amada a la lejanía, y por primera vez… quiso ser es Luna.
Aquella noche se sentó, cubrió su cuerpo pequeño y juntó sus rodillas, dejando su frente pegarse a estas. No hizo ruido, deseó por primera vez haber nacido como su hermano mayor. Ser un hombre normal, no llevar vestidos y morir en la guerra.
Y los días siguientes de noches donde debían dormir juntos, pasó lo mismo, tanto que dejó de sentirse nervioso, dándole paso solo al dolor.
El hombre quien debía ser su esposo, el hombre amoroso que se preocupaba por su salud, fue algo que sus padres inventaron en el transcurso de su vida. Porque incluso en el primer año de su boda, mantiene una sonrisa, ocultando el miedo y decepción de no ser suficiente para quien debería.
--- Buenos días su Majestad. Cuídese, su salud es importante para la nación. --- Presentarse enfrente a su Majestad todos los días era difícil, pero encontró la forma de ser serio y retirarse después de sus palabras. --- Me retiro.
Seré feliz hasta que me ames.
©LyzOrtega
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