dagnave Patricia Figueroa

¿Qué es la locura? Muchos la definen como un estado irracional según los parámetros de una determinada cultura o sociedad. También ha sido definida como sinónimo de insensatez y a veces de genialidad. Una de mis escenas favoritas es 'la merienda de locos' del libro Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas haciendola a mis ojos una genialidad. Entoces, qué es la locura. ¿Es una ilusión o una percepción a los ojos de quién la mira? sea lo que sea no necesariamente indica que tu alocada forma de ser demuestre que estás loco o que tienes "síntomas de locura". Espero que mi nueva historia pueda permitirles ser un poco más locos.


Histoire courte Tout public.

#cuentocorto #locura #comedia #trágico
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No estoy loco

Me encontraba yo, Don Julián Equino, sentado en frente de mi casa, cuando de pronto pasó Marcelita mi vecina y me dijo:

—¡Don Julián, por el amor de Dios! ¿Qué no tiene usted vergüenza? Ha perdido sin duda la cabeza.

Yo no entendí bien tal exagerada reacción porque si bien recuerdo, yo no estoy loco.

Era la hora del café y todo iba normal, más a mi señora le disgusta que yo le ponga sal.

—¡Julián! ¿Qué has perdido la cabeza? Que si fuesen frijoles hasta les echarías cerveza.

—¡Mujer! ¡Déjate de tonterías! ¿Cómo vas a desperdiciar una fría, para qué tanta algarabía?

Salí de la cocina para evitar el problema, en resumidas cuentas, yo no estoy loco.

El viernes por la tarde las vecinas salen de sus casas para contarse los últimos chismes de la semana, es todo un acontecimiento, incluida en el grupo está mi esposa, ella siempre va a estas reuniones a las que llama “junta vecinal”. A las siete regresa muy puntual ella para hacer la cena siempre de la misma manera, sonriente, risueña y manifestando una particular alegría, se siente en el ambiente un aire de júbilo y dicha, se ve que mi señora ama esas reuniones y las disfruta, pues le es imposible ocultar el éxtasis que la domina. Para mí está bien claro que su chismómetro está lleno. En esta ocasión la noté diferente, viene algo fría y digamos que, hasta algo afligida, le pregunto qué ha pasado y no me responde, luego intento que me cuente alguna novedad, solo para sacarle conversación porque esos chismes de los que ella se entera cada viernes, yo ya me los sé todos bien comienza la semana. De modo que intento averiguar por el bien de mi propia comida de qué trata aquella seriedad alarmante, después de un rato muy calladita me dice sin previo aviso que debe darme una noticia.

—¡Ajá, ya sabía yo! —le dije muy efusivo a Euclesia porque no es conocida por mantenerse callada mucho tiempo.

¾ ¿Qué es lo que pasa? —pregunté fríamente como quien no quiere el chisme.

Me dijo que todos en el barrio estaban de acuerdo en que yo me había vuelto loco. ¡Vamos, que no sé a qué viene esto ahora! Si lo único que hago es sentarme en el frente de la casa, leer el periódico, beber mi café y a veces dar una caminada para estirar las piernas por el barrio, yo no le veo nada de malo a eso. Mi esposa en ese instante me vio con una cara bastante fea, al principio creí que estaba padeciendo dolores de barriga, fuertes cólicos de esos que nos dan seguida de una incómoda diarrea, sin embargo, luego entendí que era preocupación, esas arrugas, bien me dije yo, no pasarían desapercibidas. De manera que me dice.

—Julián, es que ese no es el problema, sino que todo eso lo hagas desnudo.

Me quedé algo impresionado porque yo no lo había notado. Bueno… sí me he sentido últimamente, digamos, más libre. Por otra parte, no pensaba que mi nueva forma de ser pudiera causar tanta incomodidad, nunca quise ofender a nadie, mucho menos a las señoras distinguidas del barrio, “tan educadas ellas y tan bien habladas”. Al final, todos aquí nos llevamos tan bien, parecemos familiares de lo mucho que sabemos de la vida del otro que ni televisión necesitamos porque nos hemos convertido en nuestro propio entretenimiento. Ahora bien, como no quise yo ser más espectáculo para los incomodados, volví a la forma decente de ir por la vida con pantalones, camisa y, claro, ropa interior de algodón para la comodidad de mis nalguitas. Euclesia me miró algo turbada, estaba empezando a creer que yo me había vuelto loco, no obstante ¿cómo iba yo a enloquecer? Aquellas historias eran solo chismes, quizás soy yo algo diferente, un poco extravagante, incluso malhumorado, excepto, ¿una persona sin sentido común, fuera de sus cabales? ¡Jamás! No cabe en mí tal actitud propia de una persona desquiciada. Por eso intenté, yo, Julián Equino, convencer a mi Euclesia que su esposo por más de treinta años se encontraba lúcido y totalmente cuerdo a mis casi setenta años. Es que vamos de nuevo, yo no estoy loco.

Se pasaron unos días y seguía sin poder concebir esta idea que ya se había extendido en todo el barrio. Todos, incluido el señor del mercadito de la esquina, gran conocedor de la vida y con el cual tuve en varias ocasiones conversaciones amenas sobre política, trabajo y familia, y sin olvidar la juventud que cada día está más desorientada, comenzaban a evitarme. Traté de no darle importancia a este asunto, pues las señoras del chisme siempre que no tenían de quien hablar inventaban alguna historia de un vecino con tal de poder hacer sus cotilleos semanales, el año pasado hicieron trizas a doña Rafaela, la pobre viuda sintiéndose sola y viéndose forrada de la fortuna de su fallecido esposo, se le vio a media noche entrando en su residencia con un jovencillo musculoso de piel morena. ¡Caray!, que la vieja estaba toda coqueta, bien arregladita, incluso, creo, se ajustó algunas cosillas porque parecía que se había quitado unos cien años de encima y digo cien porque se quitó los ochenta de su difunto marido, que en paz descanse, el desdichado no era muy agraciado que dijeran y veinte de ella misma, en fin, ella estaba feliz, aunque no tanto las gallinitas sin polluelos, quienes andaban en busca de alboroto, les dijeron a todos que era una asalta cunas y que se estaba gastando todo lo que el pobre don Hernán había trabajado y ahorrado con tanto esfuerzo en vida, fue tanto el chismorreo que la pobre vieja agarró sus cuatro cosas, vendió su lujosa casa y llevándose a su moreno se mudó, dicen las ilusas que ahora viven en Nueva York, premisa que yo refuto porque su hija la gordita hace poco confesó que vive de alquiler y que el moreno fortachón la dejó por otra obviamente mucho más pichoncita y, bueno, la vergüenza y el orgullo no la deja volver a sus raíces. En resumen, le dañaron la vida a la vieja y como ya hace tiempo de esto andan en busca de cualquier cosa que les entretenga. El problema aquí era mi esposa Euclesia, para ella el tema era de gran importancia y cada día vislumbraba reiteradas quejas hacia mi persona.

—¡Julián, deja de barrer con los tenedores! ¡Sécate con una toalla, Julián! ¡Bájate de la mesa y para salir usa la puerta en vez de la ventana, por el amor de Dios! Si antes no creían que estuvieses loco, ahora sí lo van a creer, haciendo esas cosas tan de gente loca… bla, bla, bla.

Mi esposa Euclesia tiene una idea de locura muy diferente a la mía y de tantas veces que fui llamado loco comencé a cuestionar mi propia cordura, no es que crea que estoy demente, aun así, me vi en la necesidad de explicar la situación para aquellos pocos entendidos del tema.

Un día como hoy, no sé si he contado yo esto antes, me vi sumido en una rutina que no me llevaba a nada, estaba estancado en el día a día y casi de manera robotizada hacía mis tareas habituales. Entre envejecer y vivir la vida como un loco, prefiero estar loco, excepto, repito, que yo no estoy loco, y si lo estuviera lo aceptaría sin recelos, asumiría mi locura y estaría orgulloso de ello. Volviendo al tema, lo que me pasó en realidad es que me costó aceptar entre lo nuevo y lo diferente, nótese bien esto porque el espacio que los separa es bien reducido, lo diferente es más criticado porque a veces se ve en situaciones agobiantes, es mal juzgado, incomprendido y pues hasta odiado, en cierto modo he atribuido estas características al hecho de que lo diferente sea menos conocido o inexplorado. Ahora bien, si presenta usted lo nuevo como “inaudito”, algo “único”, “jamás probado”, con una publicidad bien hecha, todo será magnífico e inigualable; toda una revelación, querrán conocerlo inmediatamente, usarlo y hasta vivirlo, lo que pasa con esas cosas es que luego ya no será nada único, pues todos serán conocedores de lo que un día fue nuevo y es claro que ahora pasa a ser otra futilidad de la vida, es por eso que si vemos todo lo raro como nuevo existirían menos intolerantes. ¿No piensan ustedes así?

Cansado de aquella rutina decidí que yo, Julián Equino, sí debía hacer algo diferente, nuevo, innovador y hasta liberador. Me pregunté un día ¿Qué tal si en vez de azúcar me tomo yo el café con sal?; ¿qué tal si en vez de dormir en la cama duermo yo en la mesa?; ¿qué tal si en vez de secarme con una toalla me dejo yo secar por los rayos solares en el patio de la casa? Esas y muchas otras preguntes me hice, cuestionando mi aceptada manera de hacer las cosas igual a todo el mundo, nada nuevas, pero sobre todo nada diferentes. Euclesia al principio atribuyó esto a la vejez, actos propios de gente senil, salvo que no estoy yo tan viejo como para no saber que la sopa se come con cuchara y no con tenedor. Estuve así varios días, semanas, pensando y pensando, llegué al punto que pensar me causaba cansancio, me sentía agotado de hablar conmigo mismo, entonces opté por usar un lenguaje más expresivo corporalmente hablando y resolví que me comunicaría con sonidos hechos por mi cuerpo de tal manera que procedí a inventar mi propio lenguaje y forma de expresión, cada sonido pertenecía a un grupo de sílabas que escuchadas atentamente daban hasta para percibir la palabra misma, golpes de talones, aplausos con los dedos, chasquidos de lengua, aleteos de pestañas y hasta palmadas en el pecho fueron de mis sonidos favoritos a la hora de pedir mi tan esperado café. ¡Qué triste que para ese entonces Euclesia comenzó a sufrir de dolores de cabeza y tuve que abandonar mi lenguaje sonoro y volver a las frías y sosas palabras!

Una linda y tarde soleada en la que me disponía yo a salir para hacer mi religiosa caminata, escuché que Euclesia estaba hablando sola, me dije inmediatamente ¡Caramba, ahora quién está loco! Eran palabras inentendibles, el balbuceo rápido de sus labios hacían parecer que sufría algún ataque causado por el cerebro, una de esas ACV o alguna cosa de esas, también me paso la idea de que fuera algún ataque epiléptico, es claro que lo descarté porque no había indicios de baba espumante en su arrugada boca o alguna revuelta de ojos, permanecí allí calladito aguardando ver lo que acontecería, esperaba yo de todo, lo único que más temía era que esa mujer empezase a levitar, y estén seguros, amigos míos, que de ser así no estuviese yo aquí contando esta historia. Al terminar me dijo que estaba orando, pedía a Dios por mí para que volviera a ser el mismo de antes, ¡qué triste fue saber que Euclesia sufría por mi nuevo “yo” en vez de alegrarse por lo que ahora me estaba convirtiendo!, sufría ella por mi enloquecida mente senil. La miré fijamente y expresé como en otras ocasiones que yo no estaba loco.

Ese día ya no pude salir a mi caminata, yo creo que el llanto de Magdalena podría ser hasta más bonito y elegante, porque mi Euclesia lloraba desconsoladamente con cara de…, mejor no digo, es difícil de olvidar y poco educado de mi parte describir tal escena. La sostuve en mis brazos un largo tiempo esperando se sintiera mejor, no quise turbarla más, entonces tuve que ceder a unas de sus exigencias: tomarme mi café con azúcar y usar la puerta de casa. Ya finalizando la noche me quedé cerca de ella, pudieran pensar ustedes que la vigilaba, la verdad vigilaba yo mi cena porque no me gusta comer atrasado. Al día siguiente tuve que tomar una decisión: dejar de ser yo o volver a ser Julián Equino; trabajador, funcionario público jubilado dependiente de una mísera pensión, esposo de una señora ama de casa bajita y con carácter de perro…, la decisión estaba fácil, o al menos para mí, se basaba en continuar como mejor yo me sintiera, el obstáculo: una Euclesia sufrida y tormentosa, por lo que me pregunté: ¿Cómo podría hacerla pasar por esto a su edad?

Entonces tomé la difícil decisión de cambiar mi nueva forma de ser, porque el solo hecho de no ser aceptada por Euclesia ¿de qué me serviría? Fui volviendo a mis viejas costumbres, empecé por lo básico: tomarme mi café con azúcar, usar la puerta y dormir en la cama, poco a poco dejé atrás lo que yo llamaba una renovada y nueva personalidad por una más insípida y tolerable para el resto de la humanidad. Pasado los meses volví a ser el de antes, un esposo jubilado, un gruñón más del barrio. Yo, Julián Equino, regresé a ser aquel respetable esposo, las señoras con el tiempo dejaron de llamarme loco o pervertido, reanudé mis conversaciones con el del mercadito y los niños que alguna vez me odiaron por amargo después me quisieron por jugar con ellos vestido de oso en la plaza del barrio, luego volvieron a odiarme y temerme, cabe destacar que esto es otro cuento. De vez en cuando me vienen algunos viejos hábitos y me siento en el patio con la cara húmeda esperando que esta seque sola con los rayos del sol, trato de que Euclesia no se entere, por eso lo hago los domingos cuando va al mercado.

Podrían ustedes pensar que estaba yo loco, mis queridos compañeros, que gracias a mi Euclesia recobré la cordura y que ella me salvó de malvadas expresiones intolerantes, de miradas acusadoras y de comentarios toscos por aquellos inflexibles y que ahora soy una persona nueva sin ningún síntoma de locura, en cambio, es todo lo contrario, colegas, sí, yo, Julián Equino, no estaba nada loco, lamentablemente ahora sí lo estoy.

27 Août 2022 13:37 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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