De mi tía heredé el oso de peluche, porque mi madre era más de muñecas. Mi tía, a su vez, lo había heredado de su propia madre, y creo que la madre de mi tía lo había heredado de alguien más.
Me lo regalaron a los dos años. Era un oso viejo y de dudoso color. Pero suave, y con un encanto que lo convirtió de inmediato en mi preferido. Cada generación supo ver en él lo suyo.
En las primeras fotos en que yo aparecía con el peluche, le tiraba de la mano o la oreja. A veces lo arrastraba por el piso, porque era casi de mi tamaño. Después crecí, y me volví algo más sofisticada. Ya podía vestirlo con ropa que se les quedaba a mis primos y darle comida con cucharitas. También me acompañó en mis primeros juegos quirúrgicos. Así descubrí que estaba relleno de pequeñas esponjitas cuadriculadas de colores. ¡Qué interior más divertido!
Mi madre tuvo que intervenir y practicarle varias operaciones. Más tarde me confesaría que eran operaciones sobre las operaciones: al parecer, a mi tía también le gustaba destriparlo. Y aunque sé que abuela exagera al asegurar que mi tía es cirujana gracias a él, me da que pensar.
El osito era muy suave, todo excepto la nariz negra y plástica. A mis siete años, cuando aseguraban que el oso comenzaba a quedarme pequeño, descubrí lo divertido de mi propio interior. Me restregaba el coñito contra su nariz plástica. En una mezcla frenética de descubrimiento insaciable y cándida felicidad, cabalgaba a horcajadas sobre su cara indiferente. Y, debo decirlo, conseguía sensaciones muy superiores a las experimentadas con algunos de mis novios vivos.
Tras el éxtasis, me llevaba el peluche a la cara, y olisqueaba con timidez y curiosidad. Y me imaginaba que olía a mi tía, y a la abuela, y a la que se lo había legado a la abuela. No me las imaginaba —claro está— como son ahora la tía y la abuela y las demás. Me las imaginaba impetuosas, tiernas como yo, explosiones contenidas en cuerpos gráciles.
Aquello se volvió un vicio.
Años después sorprendí a mi pequeña hermana en un rincón de su cuarto, sudando y gruñendo sobre el infatigable osito. Y es que cuando pensé que lo tendría para siempre, llegó mi hermana, y a mi pesar tuve que donar el osito. Ella dice que va a ser cirujana, como yo —que me preparo para presentar el examen en la facultad de medicina— y como mi tía.
Es algo curioso esto de las herencias familiares. Sé que cuando el oso muera, cuando alguna lo destripe y ya no podamos salvarlo con ninguna operación, una íntima parte de nosotras se irá con él.
Merci pour la lecture!
Nous pouvons garder Inkspired gratuitement en affichant des annonces à nos visiteurs. S’il vous plaît, soutenez-nous en ajoutant ou en désactivant AdBlocker.
Après l’avoir fait, veuillez recharger le site Web pour continuer à utiliser Inkspired normalement.