geointense Geointense K

El clan Wú tiene el control de las reglas en toda china, siempre habían establecido el orden en los pueblos de forma justa y honesta. Para ayudarlos, el clan Jīn y la secta Yáng eran sus más fuertes aliados, consiguiendo abarcar todo el territorio del imperio. Sin embargo, desde hace seis meses, las reglas del clan Wú han ido cambiando, siendo poco a poco cosas cada vez más inhumanas. El clan Jīn estaba totalmente de acuerdo con los cambios, mientras que, la secta Yáng no podía permitirlo. Así comenzó la rebelión. La secta Yáng ha caído en la batalla contra el clan Jīn, dejando a un malherido Yáng Li, a su hermana Yáng Xian, y a su madre secuestrada. Obligándolos a unirse a la secta oculta para poder rescatar a su madre e intentar vencer a los Jīn. Yáng Li era odiado por todos sus maestros. Así que, cuando en la secta oculta le asignaron como maestro al despiadado demonio de Xitang, sabía que eso no podía acabar bien. Historia con 3 volúmenes previstos, Xianxia, BL y tortura.


Drame Interdit aux moins de 21 ans.

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La derrota de los Yáng

¿Alguien sabe qué se debe sentir cuando se está al borde de la muerte?

Para los desafortunados que han estado en batalla, podrán coincidir en lo difícil que es concentrarse en vencer. Los gritos desesperados, los golpes quebrando huesos, sonidos de espadas chocando entre sí, y los sollozos agonizantes de personas muriendo, sin saber si son aliados o enemigos que han encontrado el final del camino.

La muerte se asoma en el aire, huele a azufre y a metal, como un guijarro estancado.

¡Qué afortunado de los Dioses quien no haya conocido el olor a sangre fresca en una batalla!

No, definitivamente para ser un guerrero, se necesita muchísima concentración, disciplina y paciencia, además de años de práctica y desempeño.

Aun así, los mejores guerreros saben que ni todo el tiempo del mundo entrenando puede determinar los resultados de una guerra. Por muy poderoso que sea el individuo, no será rival para dos personas igual de poderosas que él; o incluso, si las líneas del destino se entrelazan para hacerle una mala jugada, puede encontrarse con la desafortunada sorpresa de tener al frente a alguien que tenga el equilibrio de su fuerza y destreza intactas, dispuesto a cortar montañas, abrir los mares, y surcar los cielos.

Simplemente, a la vida le encanta hacer malos chistes.

El Hermano Rojo era un guerrero bastante bueno, se había entrenado con dos maestros, uno más fuerte que otro. El vínculo de sus maestros nunca había sido muy especial, pero como buen futuro patriarca de la secta Yáng, aprendió todo lo que le enseñaron y mucho más. Recordaba que sus compañeros envidiaban sus destrezas en el entrenamiento, pudiendo derribar a cada uno como si no fueran más que hojas de sauce.

Su entrenamiento se vio completado cuando pudo derrotar a sus propios maestros.

El primer maestro se llamaba Chén Guangzong, un hombre mayor con grandes destrezas de la espada y todos sus secretos. Guangzong había pasado toda su vida batallando para el emperador, ya que su padre, el patriarca del clan Chén, era la mano derecha del mismo. Su padre había sido bastante rudo con él en su momento, alegando que lo hacía por su propio bien.

Definitivamente el señor Chén no había sido un padre amoroso, pero algo debió hacer bien, ya que Guangzong les otorgó la victoria en la batalla del valle azul hace ya tantos años. Gracias a eso, se había ganado su puesto como mano derecha del emperador, reemplazando a su padre, quien por fin volvió a liderar a su propio clan.

Cuando la edad de Guangzong hizo sus huesos crujir y su espalda doler, decidió retirarse para ser maestro de los grandes clanes. Su esposa no estaba muy feliz por la decisión, ya que nunca pudo darle un hijo, pero según él, no entendía cómo encargarse de una esposa, ¡y mucho menos de un niño!

Así, la esposa de Chén Guangzong se suicidó por la pena.

A él no pareció importarle demasiado.

Es más, Guangzong estaba muy emocionado porque por fin iba a compartir sus conocimientos para una de las sectas más fuertes: la secta Yáng. Orgulloso, miró al futuro patriarca de Yáng, el Hermano Rojo, alto, con piel clara pero fuerte, y una mirada feroz color caoba. Sin embargo, cuando Guangzong sintió su fuerza espiritual, se sintió algo decepcionado, ya que parecía una fuerza espiritual común.

Con el tiempo, el maestro Chén veía cada vez más a este discípulo con profundo desdén. Parecía distraído la mayoría del tiempo, no le importaban sus clases o sus técnicas, y mucho menos le parecía importar que fuera un guerrero profesional.

Por eso, cuando el Hermano Rojo derrotó al maestro Chén en sólo dos años, no se lo tomó muy bien. Salió vociferando por la puerta, rojo de la humillación e ira, maldiciendo a la secta Yáng con todas sus fuerzas y abandonándolos a su suerte.

Mientras, el Hermano Rojo decidió irse a hacer un té.

—Yáng Li, ¿No deberías disculparte? —acusó su hermana.

Yáng Li se encogió de hombros.

—¿Por qué debería? ¡Si lo vencí justamente!

Nadie se atrevió a decirle más que eso, compartiendo miradas de resignación.

Así era el joven amo después de todo.

El segundo maestro fue mucho mejor, el tenaz Hou Chengen, un hombre sabio y noble, quien había participado como consejero en las grandes batallas, no sólo en la batalla del valle azul, sino también en los mil otoños, y la gran pelea de los hermanos de jade. Los generales confiaban en él con los ojos cerrados, siempre ganándose el respeto de forma justa y honesta.

A diferencia de Chén Guangzong, Hou Chengen tenía desde siempre la aspiración de ser un gran maestro. Le interesaba la educación, los libros, y, sobre todo, compartir todo su conocimiento práctico en batalla. Sus discípulos lo adoraban, formando grandes lazos con cada uno de ellos, incluso algunos llegaron a referirse a él como su Shizun, creando un vínculo irrompible.

Cuando se le dio la oportunidad de enseñar en la secta Yáng, estaba muy emocionado. Miró a su próximo discípulo y se sintió lleno de regocijo, el Hermano Rojo parecía un hombre fuerte, valiente, y aunque su fuerza espiritual no era la más increíble, sus ojos, que resplandecían de determinación, compensaban cualquier falta espiritual.

Por eso, cuando el Hermano Rojo lo venció después de tres años, se sintió profundamente realizado con su labor, felicitando al Hermano Rojo como si de un hijo se tratase. Por dentro, estaba algo decepcionado ya que no había podido conseguir un lazo fuerte con su discípulo, pero entendiendo que éste era un sentimiento egoísta de su parte, lo dejó a un lado y organizó una celebración, donde le permitió romper las reglas por primera vez.

Lo dejó beber licor.

Ese día, el maestro Hou no sólo le había enseñado al Hermano Rojo técnicas marciales, sino que también le hizo darse cuenta que su tolerancia al alcohol no era muy buena.

Yáng Li no recordaba muy bien lo que había hecho, pero al día siguiente, cuando escuchó a su maestro saliendo indignado del clan y maldiciendo a los cuatro vientos, pensó que probablemente había hecho algo bastante grave.

Los sirvientes no tenían suficiente valentía para decirle que se había besado toda la noche con la hija del maestro Hou.

Así que el Hermano Rojo, sin entender nada, decidió irse a hacer un té.

—Esta vez sí me siento algo mal, ¡El maestro Chengen me caía muy bien! —dijo suspirando— Sus libros eran los mejores.

—…

Esta vez, Xian no quiso entrar en el tema, tomando el té con mejillas sonrojadas.

Recordaba esos días…

¿Debió aprender más de sus maestros? ¿Debió haber sido más respetuoso y afectivo? ¿Acaso por eso aún era demasiado débil?

¿Cuándo podría ser suficiente?

Sólo había una pregunta que aparecía en su mente, como un fantasma olvidado ahuyentando en la profundidad de un bosque:

“¿Qué podría haber hecho diferente?”

Allí, tirado en el suelo, ahogándose en su propia sangre mientras luchaba por ver el cielo, Yáng Li se daba cuenta que había muchísimas cosas que le hubiera gustado hacer distintas antes de ir a batallar. Pero sólo estaba seguro de algo: allí, rodeado de sus compañeros y familiares muertos, llenos de sangre, deseaba tener una oportunidad.

Deseaba hacer las cosas diferente.

Tal vez así podría haberlos salvado.

Miró el cielo entre sus párpados teñidos en rojo, y se dio cuenta que estaba lloviendo. ¿Cuándo había comenzado a llover? ¿Tal vez cuando entraron a enfrentar al clan Jīn? ¿Cuando mataron a su padre? ¿O cuando fue apuñalado por el patriarca de Jīn? Tampoco lo sabía. Sentía su mirada borrosa, sin saber si era la sangre en sus ojos o sus lágrimas silenciosas con la vida que poco a poco se le escapaba. Su corazón latía con fuerza, llenando todo su cuerpo de un calor extraño, un calor que no estaba de acuerdo con el frío que en realidad sentía su cuerpo.

Después de todo… ¿Así iba a morir?

Los Dioses debieron tener otros planes para el patriarca de Yáng esa noche.

Un grito desgarrador rompió el estupor de la lluvia, el Hermano Rojo no se había dado cuenta de cuándo se había hecho el silencio.

—¡Yáng Li!

Yáng Xian corría desesperada, luchando contra sus propias heridas mientras se abría paso entre los cuerpos. Los sobrevivientes del clan Jīn la seguían, sin entender cómo una mujer podía superarlos y escapar de entre sus dedos.

—¡Maldita perra roja! —vociferó una de las voces.

—¡Agárrenla, joder!

Los hombres enviaron a volar sus espadas, guiándolas con el poder de su núcleo para alcanzarla, pero, como lo había hecho ya un par de veces, Yáng Xian esquivó todas y cada una. La Hermana Roja era tan flexible como un sauce floreciente, y tan hermosa como un cerezo en retoño; su habilidad era digna de los mejores de su secta, sólo siendo superada por su hermano mayor, quien había sido su propio maestro.

Aunque nunca pudo vencerlo, eso no la detenía.

Cuando Yáng Xian vio el magullado y sangriento cuerpo de su hermano al lado del de su padre, sintió que su propio cuerpo se enfriaba abruptamente, conteniendo la respiración. Corrió con desesperada fuerza, haciéndose daño en la planta de los pies sin querer.

Ella había pensado que al menos su hermano se salvaría.

Al estar a su lado, se detuvo, mirando el estado lastimero de Yáng Li. Después de unos largos segundos donde sentía su garganta contenida en un nudo, pudo respirar aliviada cuando comprobó que el pecho de su hermano subía y bajaba lentamente.

—¡Li! —sollozó de alegría y desesperación.

Sintiendo el calor de su cuerpo volver, y sin perder tiempo, lo cargó con dificultad en su espalda, agradeciendo porque había entrenado su fuerza con los troncos de sauce en el pabellón del cerezo de Luotian.

—¿Xian…? —susurró Yáng Li con apenas fuerza, recuperando un poco la conciencia. No podía entender cómo era que seguía respirando.

—¡Cállate y conserva las fuerzas, imbécil!

Ni siquiera moribundo dejas de regañarme, ¿eh, hermana?

Pero esta vez, no le molestó, sabiendo que podría ser la última vez que escuchara su voz.

Fue con esa reprimenda de su hermana que consiguió las fuerzas para mantenerse despierto lo más que podía.

El Hermano Rojo miró borrosamente hacia el bosque, sabiendo que ese era el objetivo más cercano para poder escapar. Habían dejado sus caballos ahí antes de comenzar el ataque contra el clan Jīn, esperando que pudieran ser de ayuda en caso de una retirada prematura.

Yang Xian corría sin parar hasta llegar a la profundidad del bosque, podía escuchar a lo lejos las pisadas de los enemigos buscando a los sobrevivientes de la secta Yáng. Si volvían sin ellos, probablemente el patriarca de Jīn, Jīn Zhao, los mataría.

Xian, después de varios minutos, consiguió a los “caballos”, quedándose de piedra. Los caballos, que habían sido grandes y majestuosos, no eran más que una masa rojiza en el suelo, completamente masacrados. ¿¡Cuándo los habían matado a todos!?

Miró hacia los lados, desesperada, el peso de su hermano era contundente, haciéndole doler cada parte de su cuerpo, además podía sentir como su respiración se volvía cada vez más errática y lenta. Profundas lágrimas de tristeza y desesperación comenzaron a correrle por las mejillas, mientras su mente intentaba buscar una salida rápida.

Yáng Li sentía que había visto suficiente.

—Xian… —sollozó su hermano— sólo corre. Corre por favor…

—¡Cállate!

Las lágrimas salieron con más fuerza, oyendo la profunda y rota voz de su hermano.

No lo dejaría sólo.

Después de unos segundos de agonía, donde estuvo a punto de darse por vencida ante su inminente muerte, se dio cuenta que aún le quedaba una escapatoria.

La última escapatoria era casi igual que firmar un pacto con un demonio, alguien que probablemente los odiaba en ese momento.

Sin embargo, si eso lograba salvarlos, estaba dispuesta a pactar.

Con fuerzas renovadas, sostuvo con firmeza a su hermano y corrió jadeante entre los árboles, sintiendo como si pisara clavos a cada paso que daba. Cerca, a las afueras de los templos y más allá de los árboles, había un pequeño pueblo llamado Xitang que estaba bajo el mando del clan Jīn. Normalmente el pueblo era bastante concurrido, y por un corto periodo de tiempo llegó a temer que los encontraran, descartando la idea al darse cuenta que estaba cayendo la noche, por lo que la mayoría de los aldeanos de Xitang debían estar recogiendo sus cosas para dejar el camino libre al demonio de la noche que, según ellos, se balanceaba por Xitang cuando la luz caía.

Los grandes clanes sabían que estos no eran más que rumores, pero al quererlo aclarar, muchos se vieron reacios a aceptar la realidad.

—¡Ustedes no saben de lo que hablan! ¡Yo lo vi! Era un demonio alto con aura negra, lleno de sangre, ¡El Sanguinario! ¡Ese demonio!

—Es verdad, queridos señores. Me han dicho que el Sanguinario fue el que mató al viejo granjero de Xitang.

—¿De verdad? —respondió otro— ¡No me extrañaría! Ese hombre no tenía respeto por la noche, y míralo ahora, ¡bien muerto! dejando a su inútil discípulo sólo en la casa.

—Si, ¿Para qué serviría un discípulo mudo? ¡Ese viejo debió pensarlo mejor antes de ser tan irresponsable!

Sin importar cuánto lo intentaron, no hubo forma de convencerlos de lo contrario.

Yáng Xian estuvo corriendo hasta que su aliento salía a duras penas de sus pulmones, ya había oscurecido bastante, aunque la luna brillaba imponente en el cielo, guiándola por el camino. Ella no sabía cuánto tiempo había estado corriendo, cuando por fin, a lo lejos pudo ver las pequeñas casas de Xitang.

Se detuvo a tomar aire, mirando rápidamente hacia atrás, no se había detenido en todo ese tiempo a ver si los del clan Jīn la habían seguido, así que al darse cuenta de que no se escuchaba nada más que el suave sonido del viento, soltó un gran suspiro de alivio.

Miró a los lados, estando atenta en que las patrullas del clan Jīn no estuvieran haciendo su ronda nocturna. Al no ver a nadie, se adentró velozmente al pueblo.

Xitang era un pueblo pequeño pero muy bonito, estaba rodeado por un lago que lo hacía apto para el cultivo de arroz y diversas plantas medicinales que otorgaban a Xitang un aroma agradable y fresco, muy parecido al petricor; por lo que muchos ancianos, granjeros y agricultores se quedaban en ese pueblo a pasar sus días en la tranquilidad rutinaria de Xitang.

La Hermana Roja se adentró por la segunda calle principal del mercado, siempre al pendiente de esconder su cuerpo bajo las sombras de las casas. Pasó por la granja del joven Mo Liu, y cruzó por la casa de la anciana Pan Yuhe, siguiendo recto hasta que, por fin, llegó a su tan esperado destino.

Se detuvo, mirando hacia atrás una vez más para cerciorarse de que nadie estuviera siguiéndola. Después, miró la casa a la que había llegado: una simple casa color blanco, con petunias púrpuras florecientes en las ventanas. Tocó la puerta suavemente, temiendo que la persona que esperaba no estuviera despierta.

Pasaron dos minutos.

Yáng Xian sentía que en cualquier momento se iba a caer por el dolor.

—¿Li? —susurró— ¡Aguanta un poco más!

Cuando su hermano no respondió más, su corazón cayó en pánico, tocando con más fuerza.

Siguió esperando…

Yáng Xian contuvo el aliento cuando vio la puerta de madera oscura moverse con lentitud, y en la ranura que surgía en la puerta, un ojo temeroso se asomó.

—¡Qiuju! —susurró con fuerza la Hermana Roja— ¡Te necesito como nunca antes!

Qiuju, sorprendida, escrutó con la mirada a Yáng Xian, luego miró rápidamente el peso muerto que cargaba en la espalda la Hermana Roja.

—¿Qué haces aquí? —susurró con desconfianza— ¡Es muy tarde!

—¡Lo sé, lo sé! Pero, por favor, ¡Déjame entrar! —rogó—, prometo que te explicaré todo lo necesario, ¡juro ante los Dioses que no tengo ninguna mala intención!

Por favor, por favor…

Sentía el pulso de su hermano en su espalda, cada vez más débil, alejándose de la vida como un espíritu en busca de su resolución. Miró a los ojos castaños de Yu Qiuju, esperando que pudiera creerle.

Sólo pasaron cortos segundos, cuando Qiuju torció la boca en señal de frustración, y, soltándole una mirada de nostalgia y resignación, decidió abrir la puerta con rapidez.

—¡Apúrate y entra!

Yáng Xian entró, al instante se apresuró al dormitorio de Yu Qiuju, sin importarle faltar el respeto de la casa en el proceso. Yu Qiuju tampoco se quejó, cerrando la puerta y yendo rápidamente a la pequeña cocina a tomar sus últimas plantas medicinales cultivadas, junto con dos cuencos de agua y un moledor. Se apresuró a alcanzar a Yáng Xian, preocupada.

Al entrar al dormitorio, lo primero que notó fue el hedor a sangre que emanaba el cuerpo del hombre acostado en el futón del suelo. La joven Yáng estaba arrodillada y sin fuerzas al lado de su hermano, respirando profundamente para recuperar energías.

Se apresuró a atenderlo, esperando que sus habilidades fueran suficientes para curarlo.

—¿Cómo está? —cuestionó Yáng Xian, preocupada— ¿Vivirá?

Con el pecho descubierto, se dio cuenta de que a Yáng Li le habían dado una fuerte puñalada en el estómago, haciéndole difícil respirar, moverse, o incluso estar con vida. El corazón de Xian se contrajo dolorosamente, pensando en el propio dolor de su hermano.

—Es un milagro que este hombre esté vivo, Yáng Xian, le tengo mucho respeto, no muchos podrían soportar una herida como esta. —Se sinceró Qiuju— Aun así, me temo que tomará varios días para poder recuperarse.

La Hermana Roja la miró, entre aliviada y consternada, soltando el aire de su pecho.

Su corazón se sentía reprimido, había corrido tanto en su desesperación por escapar, que no había caído en cuenta aún sobre todo lo que había sucedido. Cuando por fin su mente logró calmarse y pensar en todo, fue que se dio cuenta de un hecho que la hizo sentir fría…

Ya no tenía un padre, y probablemente dentro de poco, tampoco una madre.

Ya no tenía un hogar al que volver.

La secta Yáng había sido exterminada.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y jadeó con dolor, atrayendo la atención preocupada de Yu Qiuju. Xian posó la mirada borrosa en su hermano, sintiendo que las palabras apenas salían.

—Es mi hermano…. —susurró con voz quebrada— Él estaba allí… Tirado, bañado en sangre. Pensé que estaba muerto… Y es el único que me queda, Qiuju.

Yu Qiuju la miró, sorprendida, palideciendo por completo.

—¿¡Este es Yáng Li!? ¿¡Cómo pudieron vencerlo!? —preguntó atónita.

Yáng Xian no pudo responder.

Ella tampoco lo creía.

Yu Qiuju, mirando el dolor en los ojos de Yáng Xian, decidió dejar su desconfianza a un lado, entendiendo la situación.

—¿Qué fue lo que pasó, Yáng Gē?

Yáng Xian no respondió al instante, apretando sus labios y sintiendo un nudo en su garganta mientras sus ojos escocían. Cada vez que el pensamiento sobre sus padres inundaba su mente, sentía que su cuerpo estaba siendo golpeado por muchas dagas al mismo tiempo. Tragó saliva, intentando concentrarse.

—Creo que ya sabes que mi secta y el clan Jīn se separaron, ¿verdad?

Yu Qiuju asintió. Presintiendo que la Hermana Roja tenía mucho por decir, se levantó, se giró de medio lado y fue hacia la mesilla al lado de la cama, donde comenzó a preparar un té. Yáng Xian la miró, sintiendo que le era un poco más sencillo continuar al no verla a los ojos directamente.

—La secta Yáng no ha estado de acuerdo con las últimas reglas que ha implementado el clan Wú, por lo que, decidimos comenzar la rebelión. —Yáng Xian fijó la mirada en su hermano, que parecía dormir profundamente— Pensamos que estaríamos bien, nuestros padres pensaron que estaríamos bien, pero… —sintiendo el molesto nudo en la garganta, tragó con fuerza de nuevo, obligándose a soltar las palabras que estaban en su mente— Hoy todo falló… Mi… Mi padre está m-muerto. Y m-mi madre… fue secuestrada. La secta Yáng… Mi secta… Se acabó… —Sus ojos se oscurecieron, sintiendo que su alma se escapaba de ellos— Y no pude hacer nada…

Yu Qiuju detuvo lentamente sus movimientos, sorprendida. Se giró un poco para mirar a Yáng Xian, preocupada de su posible malestar. Al ver que la joven apretaba la mandíbula con rabia y tristeza, mientras veía a su hermano como si estuviera a punto de llorar, decidió darle un poco de privacidad, volviendo su mirada a las tazas de té.

—Todo fue por Jīn Zhao. —Sin darse cuenta, había comenzado a tocar suavemente el rostro de Yáng Li. El nombre de Jin Zhao había salido de su boca como un gruñido, dejando en evidencia su resentimiento— Todo. Él… no es humano. ¡No puede ser humano!

Yu Qiuju la miró, mostrando pena en sus ojos. Lanzó una mirada a la tetera entre sus dedos, ella misma había sentido lo que era perder a sus padres de una forma tan abrupta.

—Lo siento, Yáng Gē. De verdad lo siento.

Pero Xian no parecía escuchar.

—Yo…

La voz de Xian se perdió lentamente. El color se le fue del rostro, sintiéndose mareada. Yu Qiuju se dio cuenta, acercándose al instante.

—¿¡Yáng Gē!? ¿¡Qué pasa!?

Yáng Xian la miró con los ojos abiertos de par en par, apretó los puños y la mandíbula con fuerza, sintiendo cómo su bilis corría hasta su garganta, haciéndole tragar con fuerza. Boqueó un par de veces, sintiendo que su voz no salía apropiadamente, hasta que tuvo que bajar la mirada por la vergüenza del aspecto tan lamentable que seguro estaba mostrando.

—Creímos… —Su voz sonaba rota— Creímos que podríamos d-defendernos, Lǎo Yu. Nuestro clan entrenó muchas artes marciales, todos éramos buenos… D-De verdad-d creímos…

Apretó aún más los puños, sintiendo que se clavaba las uñas en las palmas. Con cada palabra que salía sentía estar clavándose a sí misma una daga llena de espinas filosas.

—M-Mi hermano y yo l-lideramos a muchos. —siguió contando con dificultad— P-Practicamos día y noche con los mejores guerreros. Yo… no puedo creerlo… mi mamá… papá...

Xian comenzó a temblar levemente, ya no podía ver a los ojos a Yu Qiuju, por lo que había decidido cerrarlos con fuerza. Tragó el cúmulo de saliva en su garganta y continuó.

—Pero… H-Hoy… Hoy t-todo…

Salió mal. No quedaba nadie.

No pudo salvar a su madre.

No pudo salvar a su padre.

Le falló a la secta Yáng. Le falló a generaciones enteras de la secta.

Le falló a todos.

Sólo había podido salvar a su hermano.

Yáng Xian intentó soltarlo, sin embargo, no pudo, sólo consiguiendo temblar con más fuerza, hasta que Yu Qiuju no tuvo más opción que abrazarla.

Sintiendo a la Hermana Roja desmoronarse en sus brazos, la apretó. Su pecho había comenzado a sentirse pesado sólo de escuchar a Xian hablar, con una profunda preocupación por todo el relato que estaba llegando a sus oídos.

Lo que Qiuju más temía era que, si todo había resultado así, probablemente Jīn Zhao buscaría hasta el cansancio a Yáng Xian y a su hermano, jamás los dejaría en paz. Ella lo entendía por su propia experiencia.

Frunció el ceño, sintiéndose abruptamente enferma por la situación. Apretó aún más fuerte a Yáng Xian, quien, sintiéndose abrigada, no había vuelto a hablar, llorando con tanta fuerza como su corazón lo permitía.

—No pensé que recordarías dónde vivo, Yáng Xian. Es decir, dijiste que no vendrías a verme nunca más… —dijo resentida la joven Yu.

Xian la apretó en el abrazo, sintiéndose de pronto muy culpable.

—Perdóname Qiuju… Sabes que no tenía opción —lamentó—. Mi secta nunca permitiría que siguiera tratándote si se enteraban de… de…—se le fue el aliento, recordando de pronto porqué venir aquí era un pacto con el diablo.

Pero, justo en estos momentos, ¿No era igual que ella, después de todo?

—¿De qué, Yáng Xian? —soltó con fuerza la mayor, separándola por un momento y mirándola directamente a los ojos— ¿De que soy una traidora?

La Hermana Roja tragó saliva, dándose cuenta de que su garganta había estado seca por mucho tiempo.

—Lǎo Yu… —susurró— De verdad, no quería que las cosas fueran así, te lo prometo. Nunca hubiera querido que todo terminara así… Perdóname… No me dejes también… —suplicó con voz quebradiza— ¡Por favor perdóname Qiuju!

No me abandones también…

No ahora, por favor.

Tal vez la Yáng Xian no había sido la mejor amiga del mundo, su deber con la secta la obligaba a alejarse de Qiuju después de haberse enterado de su traición. Sin embargo, como muestra de respeto a su relación, jamás reveló que Yu Qiuju era ahora parte de la secta oculta.

La secta que estaba en contra de los grandes clanes.

La sanadora miró a la joven frente a ella, sintiendo que, por fin, después de todos estos meses, estaba siendo sincera.

Había extrañado muchísimo a su mejor amiga, y sin duda le había dolido que no la apoyara. Yu Qiuju había nacido sólo con sus padres como gente común, cultivando plantas medicinales y viviendo del día a día, por lo que nunca sintió lo que era tener un clan, ni mucho menos rendirle cuentas a grandes clanes.

No fue hasta que se unió a la secta oculta que pudo entenderla.

La secta oculta, de traidores. Así los habían llamado.

Qiuju, con Xian en brazos, de pronto se sintió furiosa. ¿¡Por qué las personas no podían tener sus propias opiniones sin que termine en una cacería!? ¿¡Por qué no podían vivir en paz con sus propios ideales y amistades!?

Primero sus padres habían sido afectados, ahora su mejor amiga sufría por lo mismo. ¿¡Cuántas guerras más tendrían que soportar para vivir en paz!?

La sanadora miró fijamente la mesilla donde había estado preparando el té, y fijó su atención en la tetera de porcelana. Se quedó en silencio, recordando que su madre jamás podría tocar esa tetera de nuevo. Se quedó en silencio, recordando que su padre jamás iba a cultivar nuevas plantas con aromas deliciosos.

Simplemente se dejó arropar por el silencio que la acompañaba día tras día.

En un abrupto movimiento, apartó a Yáng Xian que la miró en respuesta, sin entender qué sucedía. Los ojos de Yu Qiuju estaban en llamas, todos los sentimientos acumulados estallaron por su cuerpo como un incendio incontrolable.

—¿Por qué decidiste venir? —preguntó Qiuju, mirándola directamente a los ojos, enfurecida.

Yáng Xian la miró con ojos preocupados, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

—Qiuju… —susurró, preocupada.

—Sé que es lo que tienes que hacer para recuperar tu clan, Xian.

Yáng Xian tragó en seco, tenía una sensación extraña en el cuerpo, como si hubiera sabido desde que tomó la decisión de venir, que esto pasaría.

—No… Yo… —intentó negar— Por favor no lo digas…

La Hermana Roja miró la determinación en los ojos de Qiuju, haciéndole entender que no estaba bromeando. Contuvo el aliento, con profundo miedo de las posibles próximas palabras de Yu Qiuju.

—Si quieres recuperar el clan, y si de verdad quieres tu perdón… Únete a la secta oculta, Yáng Xian.

La voz de Xian se esfumó mientras su corazón se detenía.

Ella lo sabía, lo sabía desde que había ido hacia allá. Había aceptado su destino en el bosque. Sabía que, si quería ayuda, tenía que pedírselo a toda la secta.

Yendo en contra de sus propias reglas.

Yendo en contra de todos.

La idea la llenaba de miedo.

—Yo… No sé si… —dijo titubeante.

—¡Xian Gē! —la regañó, apretando sus hombros aún más—. Dime, ¿¡Qué más puedes hacer!? ¿De verdad consideras que somos tan diferentes ahora? ¿No confías en mí? ¡Por algo viniste hasta aquí!

En ese momento, Xian no pudo soportarlo más.

—¡No puedo pensar, Qiuju! —explotó Yáng Xian— ¿¡Crees que justo ahora puedo pensar en qué hacer!? ¿¡Crees que puedo dejar la muerte de mi padre de lado tan fácil y sólo unirme a un clan que quiere destruir a los Wú!? ¿¡Cuánta más deshonra quieres que les dé a mis padres!?

Yu Qiuju la miró, sorprendida por su reacción. Se separó y frunció el ceño, sintiendo la misma rabia.

—¡Al menos escucha lo que tengo que decir, Xian! —exclamó desesperada— Tu pérdida fue una masacre, nadie en la vida debería sufrir algo así. Lo que te hicieron, a ti, a tu secta, fue horrible —dijo con los ojos entornados—. Pero, justo por eso mismo… ¿¡Crees que ésta es la situación ideal para dejarse llevar!? —Yu Qiuju la miró a los ojos, esperando que pudiera entender sus pensamientos— ¡Ahora tú eres una de las líderes de la secta Yáng! ¡Aún tienes tu vida! Y mientras la tienes, ¡significa que tienes otra oportunidad para honrar a tu secta! ¡La secta Yáng aún no ha muerto!

Yáng Xian había quedado estoica, sintiéndose contrariada. Sus lágrimas se detuvieron, sintiendo que las palabras de Qiuju calaban en su mente.

Es verdad, ahora su hermano y ella era los que estaban a cargo del futuro de la secta Yáng. Miró a su hermano por un momento, palideciendo mientras los pensamientos corrían por su mente, ¿De verdad la secta oculta podría ser lo que necesitaba?

Después de unos segundos, la voz por fin pudo salir clara de su boca.

—La secta oculta ha buscado desde su inicio eliminar a los Wú —atacó—. Y eso no es lo que buscaba mi secta, si no erradicar a los que estaban cambiando las reglas.

Qiuju se sintió confundida, pensó que tal vez Xian se había vuelto loca por un momento.

—Pero, ¿de qué hablas? —preguntó, algo agitada— ¿No es todo el clan Wú el que estaba detrás del cambio?

Yáng Xian negó con la cabeza.

No podían mantener el secreto por siempre de todos modos.

—Se supone que es secreto entre los clanes, pero… hay una fuga en el clan Wú, infiltrados —explicó, sintiendo su voz rasposa por el llanto, y mirando a su hermano por un momento—. Hay personas dentro que no están de acuerdo con la forma de gobernar de los Wú, y ellos son los que están alterando las reglas. Las que están talladas en la piedra nunca han cambiado. No fueron los Wú.

La sanadora quedó estática, sintiendo como si un balde de agua fría le hubiera caído encima, recorriendo cada parte de su cuerpo y erizando su piel. Se mantuvo en silencio unos segundos, mirando de un lado a otro, como si estuviera pensando en algo muy importante.

El clan Wú, el clan más grande de todo el continente.

Desde hace varias décadas, eran ellos los que mantenían la paz y el orden en la mayoría de los territorios, siendo ayudado directamente por el clan Jīn y la secta Yáng como manos derechas.

Ellos, junto a jefes de otros clanes medianos y pequeños, dictaban las reglas que posteriormente se llevarían a cabo. Luego de una discusión en la que se llegaba a un acuerdo, todas las reglas eran escritas en el muro de piedra real que estaba en el pabellón principal del clan Wú. Nadie podía cambiar esas reglas, ni mucho menos romperlas.

Sin embargo, eso comenzó a cambiar desde hace seis meses.

En los territorios liderados directamente por los Wú, los patrulleros comenzaron a sentenciar reglas distintas a las acordadas. Habían predicado todo tipo de barbaridades, desde la muerte de los pobres hasta linchamientos sociales despiadados, donde no sólo permitían a las personas a golpear, violar y apuñalar a los culpables, si no que los despellejaban vivos, los cortaban por partes y los quemaban.

Algunos decían que, si los Dioses decidían sonreírte ese día, podías correr con la suerte de que sólo te dejaran ciego e inválido.

Había muchos quienes apoyaban las nuevas reglas, aclamando que la delincuencia había bajado considerablemente desde que comenzaron, así como muchos otros no estuvieron de acuerdo por ser atentados contra la humanidad.

Sorpresivamente, uno de los que apoyaron las nuevas reglas fue el propio clan Jīn. Los Jīn no veían ningún problema, después de todo, nadie que tuviera educación parecía querer cometer un crimen -o así pensaban ellos-. Sin embargo, la secta Yáng se negó rotundamente al nuevo régimen, por lo que, una inevitable guerra entre los clanes comenzó.

Afortunadamente, y para el martirio del clan Jīn, al hablar con los jefes del clan Wú, se dieron cuenta de que ellos tampoco estaban de acuerdo con los cambios, de hecho, ¡ni siquiera ellos sabían de dichos cambios!

El clan Wú llevaba meses investigando la fuga, pero no habían podido conseguir qué era lo que estaba sucediendo. Después de intentar resolver el malentendido, se llegó con el aterrador descubrimiento: Había impostores dentro del clan Wú; y, por miedo a la humillación pública, decidieron guardar el secreto hasta poder resolverlo.

Yu Qiuju intentaba procesar toda la información mientras sentía que su cuerpo la rechazaba por instinto. Su estómago revolvió, y tuvo que tomarse unos minutos en silencio. La Hermana Roja la miró, entendiendo porqué toda la información podía ser un shock para ella, después de todo, ¿Qué se puede hacer cuando destruyen las cosas que has creído luego de tanto tiempo?

Yáng Xian se acercó un poco de nuevo, intentando consolarla colocando una mano en su hombro, aunque sentía que tampoco podía servir de mucho consuelo en estos momentos.

Se quedaron en silencio, ambas sumidas en sus profundas penas.

—Yo… Tengo que avisarle a Shaoran —susurró Yu Qiuju, entre sus pensamientos.

Xian la miró, curiosa.

—¿Shaoran? ¿Quién es Shaoran?

Pero, en ese instante, algo le llamó la atención.

Una luz se reflejó por la ventana de la habitación, haciendo que la Hermana Roja guardara sus palabras y se enfocara en la luz brillante y naranja por la ventana.

Qiuju reaccionó, se levantó abruptamente y se acercó a la ventana, la luz iluminó su cara, por lo que Yáng Xian pudo ver cuando frunció el ceño y abrió la boca, como si estuviera enojada y anonadada al mismo tiempo. Una sensación de malestar recorrió a Yáng Xian, dándose cuenta de que algo malo sucedía.

—¿¡Qué pasó!? —Preguntó la Hermana Roja, que se removió en el suelo para cubrir a su hermano.

Yu Qiuju no respondió, sólo miró unos segundos más por la ventana. Justo después, como si hubiera sido picada por una cobra, se alejó de la ventana y corrió hasta la cómoda al fondo de la habitación, al lado de su ropa. Removió los cajones apresuradamente mientras parecía buscar algo, hasta que, en el segundo cajón, encontró un pergamino y tinta.

Yáng Xian la miró, Qiuju se devolvía a la mesilla de té y comenzaba a escribir algo con mucha prisa, llenando incluso sus manos de tinta en el proceso. Sintiendo que lo que sea que estuviera pasando no era algo bueno, y luchando contra el dolor de su cuerpo, se levantó y corrió hasta la ventana.

Al principio, no entendió lo que sucedía, luego se dio cuenta de que la luz provenía de muchísimas antorchas. Tuvo que forzar más su vista para darse cuenta de que las antorchas eran sujetadas por patrulleros del clan Jīn, quienes estaban haciendo salir a los residentes casa por casa.

—¡Esto es una barbaridad! ¡No nos saquen, por favor!

—¡El Sanguinario! ¡El Sanguinario nos matará!

El caos reinaba en Xitang esa noche, el miedo llenó el corazón de Yáng Xian, ¿¡Cómo encontraron su camino tan rápido!?

Se alejó de la ventana sin saber qué hacer, miró a Qiuju, quien ya había escrito una gran cantidad de texto en el pergamino.

—Qiuju… Creo… Debo irme. —Intentó decir Yáng Xian, sin saber dónde o cómo se iría, sólo sabía que debía irse lo más rápido posible.

—Lo sé, te irás.

Xian la miró sin entender, pero no queriendo perder tiempo, se acercó a su hermano y con mucha fuerza, lo levantó del suelo y lo volvió a cargar en su espalda. Soltó un gruñido de profundo dolor, mientras sentía que profundas lágrimas azotaban sus ojos por la fuerza. Casi no podía moverse sin sentir dolor en sus hombros, espalda, brazos y piernas, sin saber si podría llegar a escapar.

La sanadora dejó de escribir y enrolló el pergamino con un lazo. Se levantó y se acercó a Yáng Xian, quien la miraba sin entender. Se inclinó y ató el pergamino en su cintura, sabiendo que no podría llevarla en sus manos.

—¿Qué…?

—Tienes que irte de aquí, y yo te ayudaré. —Interrumpió Yu Qiuju.

La joven sanadora se acercó al gran espejo detrás de Yáng Xian, movió sus manos de un lado a otro, luego tocó el espejo con su dedo índice y anular. Justo después, se volteó y miró a la Hermana Roja.

—¿Un… espejo conductor? —Preguntó confundida Yáng Xian.

—Escucha…

Unos golpes fuertes se escucharon en la puerta de la casa.

—¡Yu Qiuju! ¡Abra la puerta para una inspección nocturna!

Las jóvenes se quedaron de piedra, sabiendo que se habían quedado sin tiempo.

—Yáng Xian —se apresuró a decir Qiuju—, tienes que seguir el camino recto dentro del espejo, te encontrarás con alguien que te ayudará. Es un amigo, sólo tienes que darle la carta que te hice y entenderá qué hacer. Ve a la secta oculta, encuentra a Shaoran, y explícale lo que sucedió.

Los golpes se hicieron más fuertes, acompañados de unos alaridos inteligibles con voces eufóricas de ira.

—Pero… La secta oculta…

—¡Yáng Gē! —La reprendió, mirándola a los ojos— ¿¡Confías en mí o no?!

Xian se quedó de piedra, sintiendo que sus palabras no podían salir.

Pensó en sus padres, en sus amigos, en su clan.

Pensó en su hermano moribundo en su espalda.

¿Acaso tenía una mejor opción? ¿O si quiera tenía tiempo de pensar en una?

Luego de un tortuoso segundo, se decidió, asintiendo con la cabeza.

Yu Qiuju se apresuró, casi corriendo a la puerta de la habitación La Hermana Roja la detuvo un segundo, sintiendo que no debía irse sólo así. Las palabras se quedaron por un segundo atoradas en su garganta antes de poder salir.

—Lǎo Yu, te estaré esperando tras el espejo, ¡No puedo sólo dejarte aquí con todos estos problemas!

—Si te encuentran aquí, será más problema para mí, Xian Gē. —Le sostuvo las mejillas, mirándola a los ojos— No me pasará nada, ¿Sí? No tienen nada contra mí, así que tú vete, ¡rápido!

Soltó a la Hermana Roja y corrió hacia la puerta, saliendo de la habitación.

Yáng Xian se quedó estática un segundo, intentando luchar contra la preocupación, cuando sus piernas por fin parecieron reaccionar y la hicieron correr al espejo. Traspasó el vidrio sin problemas, donde parecía abrirse paso un camino subterráneo.

Yáng Xian volteó, y notó que aún podía ver por dentro de la habitación de Yu Qiuju. Se acercó al espejo, que ahora sólo era una masa transparente, y mientras luchaba contra el dolor, decidió quedarse mirando lo más que podía.

No pasaron muchos minutos cuando un hombre entró a la habitación, haciéndola palidecer por completo.

Lo conocía.

Lo conocía demasiado bien.

La Hermana Roja tragó en seco, sintiendo su piel erizarse al ver a Jīn Zhao. La ira emergió en su cuerpo, haciéndola gruñir en voz baja.

Aún con su atuendo manchado de sangre, se podía ver el gris, negro y blanco representantes de su clan. En su rostro cuadrado y firme como metal, muy parecido al de su difunto padre, estaba plasmada una expresión de ira asesina que podía hacer retroceder a cualquiera.

Sus ojos grises recorrieron la habitación lentamente, buscando cualquier posible rastro de los desaparecidos. En ese momento, unos hombres desconocidos arrastraron a Yu Qiuju hacia dentro, llamando la atención de Jīn Zhao.

La joven no parecía temerosa ni mucho menos, parecía responder desafiante la mirada del hombre frente a ella, quien la miraba con una expresión fría.

—Me han dicho que eres una vieja amiga de la secta Yáng —dijo Jīn Zhao. Su voz resonó en toda la habitación, haciendo que Yáng Xian contuviera la respiración.

—Si, lo fui hace ya tiempo —admitió la sanadora con calma—. Pero la hija menor no me quiso tratar más.

Jīn Zhao pareció meditar algo con mucho cuidado, mirándola con fuerza.

—Yu Qiuju… —Jīn Zhao dejó de mirar a la joven, mirando la habitación con más detalle, caminando hasta la tasa de té en la mesilla y tocándola suavemente con la yema de los dedos— De la familia Yu, sanadores reconocidos por el clan Wú, ¿Me equivoco?

Yu Qiuju asintió aparentemente tranquila, pero Yang Xian pudo ver los nudillos de la joven tornarse blancos por la presión de sus manos.

Jīn Zhao siguió meditando en su mente, con el entrecejo profundamente fruncido.

—Me pregunto… ¿Por qué unos buenos sanadores como ustedes fueron cazados? ¿Podrías responderme eso?

Qiuju soltó una risa suave, haciendo que Jīn Zhao volviera su atención a la joven.

—No sé de dónde sacaste esa información, pero lamento decirte que ellos no fueron cazados —aclaró—, murieron en el gran incendio.

Jīn Zhao la miró en silencio por unos segundos.

—Si me dices dónde fueron los sucesores Yáng, es posible que te deje libre.

La joven frunció el ceño, aunque no retiró su sonrisa divertida, dejando una expresión sarcástica en el rostro.

—Ya se lo dije, señor Jīn Zhao, no he visto a nadie de la secta Yáng desde hace meses. Además, no entiendo porqué me querrían encarcelar —acotó—, no he hecho nada malo.

Jīn Zhao por fin se apartó, caminando directamente al espejo al fondo de la habitación con paso apresurado.

Yáng Xian saltó hacia atrás, lanzando un bajo quejido. Sin poder aguantar la tensión de ver a Jīn Zhao caminar hacia ella, se alejó rápidamente del espejo, hasta una distancia que le parecía lo suficientemente segura para escapar.

Tuvo que obligarse a calmarse, era imposible que Jīn Zhao pudiera ver el sello en el espejo, y aún si lo supiera, no tendría permitido entrar.

El joven Jīn se quedó mirando el espejo, luego alzó su mano y tocó un punto a su izquierda.

—¿Por qué hay sangre en este espejo, señorita Yu?

Qiuju no respondió al instante, haciendo que Jīn Zhao volteara a verla. La Hermana Roja se quedó sin saliva en ese momento.

—Es mi sangre, señor Jīn —mintió—. Por accidente me corté cuando estaba sacando las últimas plantas de palma.

—¿En dónde se cortó?

—En los dedos.

Luego, Yu Qiuju mostró su mano derecha, donde se podía ver un corte profundo en el meñique y anular. Jīn Zhao se acercó, tomando su mano, y luego de inspeccionarla, fijó sus ojos en los de la joven.

Yáng Xian presintió que algo no iba bien.

—Curioso —dijo Jīn Zhao—, que una sanadora se haya ido a dormir sin tratar su herida, o limpiar su espejo.

Yu Qiuju miró al hombre frente a ella, por primera vez, no sabía qué decir, y aunque lo supiera, tenía la certeza de que no la dejaría salir de ahí en libertad, dijera lo que dijera.

—Pero más curioso que eso… —continuó—, es que la tetera sigue soltando vapor, Yu Qiuju.

Yáng Xian palideció.

—Llévensela —ordenó al darse cuenta que la sanadora no planeaba cooperar.

Al instante, los dos hombres sujetaron con fuerza a Yu Qiuju y comenzaron a arrastrarla fuera de la habitación. Jīn Zhao, echándole una última mirada al espejo, los siguió.

Yáng Xian estaba sin respiración, al ver cómo se llevaban a Qiuju, por instinto volvió a acercarse corriendo al espejo, intentando irse detrás de ellos, e incluso en lo profundo de su mente había repasado la idea de poderlos enfrentar tomándolos por sorpresa.

Sin embargo, cuando su mano tocó el vidrio, no pudo pasar de nuevo.

Volvió a palpar el vidrio, intentando encontrar una forma de entrar, pero no la consiguió.

De nuevo, no podía hacer nada por la gente que quería.

Soltó el aire retenido en sus pulmones, dio una última mirada a la habitación, sintiendo su cuerpo pesado y su garganta seca. Sin poder hacer más, contuvo sus lágrimas y se perdió en el fondo del camino.

3 Juillet 2022 16:16 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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Donde la vida se pierde en un mundo de recuerdos, la magia y lo fantástico prevalece. Un mundo de dioses e inmortales, donde el límite sobrepasa el infinito. En savoir plus Antigua Región Olvidada.