La guerra, la peste, la hambruna, la muerte...
Los cuatro jinetes del apocalipsis.
De rodillas, clamando piedad ante Ares.
Su malicia, su presencia...
Los truenos temían alzarle la voz.
Dios se escondía ante su presencia.
El cielo y el infierno, ambos reinos clamaban piedad.
Los justos lloraban, los mas altos exponentes del infierno se ponían a rezar.
Ares... Declan.
Era difícil de pensar que alguna vez fue un niño inocente.
Se había transformado en un monstruo.
Ares yacía de pie, en la desolación completa de una base de operaciones del D.U.P.
El complejo era de enorme tamaño, altamente defendido y pertrechado.
Sin embargo, por mas poder que tuviesen a disposición, no fue suficiente.
Nunca lo era.
Declan no tuvo piedad con nadie.
Escombros, edificios reducidos a escombros...
Habían cientos de cadáveres empalados en estacas de obsidiana, la sangre corría cuesta abajo
El Líder caminaba despacio, con sangre en todo su cuerpo, sangre ajena.
Sus manos, todavía tenían pedazos de carne.
Cuerpos desmembrados por todas partes, las vísceras esparcidas por doquier.
Era un festival dantesco.
¿Y lo mas aterrador?.
Ni siquiera lo intentó.
Ni siquiera se esmeró en luchar.
Nadie le pudo plantar cara al líder.
Ni los Caza-Portadores.
Ni los Operadores.
Ni el sistema Mjolnir.
Acorazados, vehículos de combate.
Todos replegados, en ruinas, inutilizables.
Parecía un desguace.
Habían aviones de combate empotrados en los edificios, cadáveres reducidos a troncos chamuscados.
Flotaban en el aire, ingrávidos, Sus ojos completamente blancos, danzando a la sonata del diablo, meciéndose de un lado hacía otro, perdidos en el abismo.
No quedó nadie vivo.
Los prisioneros murieron, no le importó masacrar a un par de Legionarios y Milicianos detrás de las rejas.
Una lluvia negra se avecinó.
Una lluvia maloliente.
La Muerte temía a que su Guadaña no fuera suficiente.
Ni su tacto...
El áspero tacto de la muerte, incapaz de quebrantar el alma perdida de Declan.
"Ozan Sendgaire"
El Portador mas poderoso apostado en aquella base, cuya habilidad era controla la materia misma, no logró hacer absolutamente nada contra Declan.
Sus moléculas eran distintas a las de los portadores, al igual que las de los Humanos normales.
No podía desintegrarlo, ni mucho menos transformarlo en algo más.
El pobre malnacido sufrió el peor de los castigos.
Declan lo torturó con un "Sello".
Su mente quedó nublada, la única imagen que veía...
Era a Dios, empalado, con su rostro ensangrentado, y su frente marcada con el Emblema de La Orden.
—Dios ha muerto, Ares lo asesinó—Repetía y Repetía Robert.
Un trono de hierro formado por los cadáveres fundidos de sus victimas en una masa repugnante de huesos, carne y rostros amorfos.
Se elevaba en el aire, mientras el Líder se sentaba, y apreciaba el caos a su alrededor.
Su ser, su alma, y su cuerpo estaban hechos de guerra.
El miedo se refugiaba debajo de las sabanas.
El abismo cerraba sus puertas.
Su Maldad, su odio, y su rencor.
Inundaban las calles.
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