dan-mirabeu Dan Mirabeu

A finales de 2020, la humanidad perfeccionó la clonación, siendo capaces de «copiar y pegar» sus mentes en cuerpos idénticos al original. Sin embargo, una nueva ley establece la ilegalidad de albergar más de una copia de un individuo. Quien la tiene se le denomina como Exiliado, un grupo de clones que representan un peligro para la estabilidad global. En 2052, existe una organización que trabaja en secreto para encontrar y eliminar a los clones ilegales. Maeri, una agente de 22 años, deberá cumplir con su labor mientras intenta recordar su propio pasado.


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Exiliados

El olor a cable quemado se cuela por mis fosas nasales. Cada paso emana un eco de ultratumba en el pasillo. Las prótesis esparcidas en el suelo me indican que alguien usó el lugar para hacer experimentos ilegales. Con un escaneo rápido, descubro que el número de serie de la mayoría de las prótesis están fuera de la línea de fabricación actual. Eso confirma mi teoría, o al menos le da más peso.

—Despejado. —avisé por el intercomunicador de mi antebrazo y avancé, echándole una minuciosa ojeada a cualquier detalle. A cada esquina. Tuve la sensación de que una sombra se escabulló tras mis espaldas.

—Tienes que ver esto, es un desastre. —informó una voz femenina. Yo arrugué la boca.

—Ni que lo digas, acá también. ¿Crees que hayan estado aquí? —pregunté, pasando a la siguiente habitación. Dentro, el desastre era peor. Una mesa de madera partida a la mitad, el suelo empapado por lo que parecía ser gasolina y maniquíes robóticos decorando las esquinas.

—Es probable. Nada nos asegura que se hayan ido, estate alerta. —la llamada se cortó. De nuevo, ese escalofrío tras de mí. Volteo, pero no hay nada. Solo una oscuridad complementándose con el tenue resplandor de la luna que se cuela desde las afueras.


Me vi espantada por mi propio reflejo en el ventanal de al lado. La vista a la ciudad desde acá era preciosa, rascacielos decorados con anuncios de neón y puntos pequeñitos alineándose en el aire cual pájaros preparándose para danzar. Eran coches voladores.

Sacudí la cabeza cuando un crujido me sacó de mi efímera distracción. Giré para verificar de dónde vino, pero no me topé con nada más que silencio. Ha de ser mi imaginación. No…el crujido se ha repetido, y proviene del armario. Trago saliva y me acerco, dudando. Parte de mí anhela que sean roedores.





Me armé de la valía suficiente para abrir el armario. No era nada de enjundia; solo una rata muerta que agonizaba y se ahogaba con su propia sangre. Suspiro de alivio y permito que la tensión escape de mi cuerpo, pero…

—¡WRAAGH! —abrí los ojos como platos cuando escuché un alarido inhumano justo detrás. Cuando volteé, una figura humanoide se abalanzó contra mí. No tenía piernas, pero sí brazos. No tenía ojos, y su piel era de un color blanco como la nieve. Se podían apreciar varios cables incrustados en su calvicie.

No tengo chance de escapar, ni de reaccionar. Me tiene. Mi boca se abre ampliamente en shock, cediendo al horror. Sin embargo, el humanoide se desploma a mitad del salto, después de unos disparos, y chilla. Quiere reincorporarse, pero no puede. Se arrastra hacia mí con rabia.

Una bota le aplasta la columna con pesadez, impidiéndole moverse. Su cráneo estalló en mil piezas mecánicas después de que un último disparo pulverizó su vida. Parpadeé un par de veces, sacándome a mí misma del shock.

—¿Estás bien? —preguntó, era mi compañera de trabajo: Tohrū Mikeda.

Me tomó tiempo responder a su interrogante, pero lo hice. Asentí con la cabeza.

—U-Uhm, sí. L-Lo estoy…—ni siquiera me atreví a mirar el cadáver. Tohrū sopló el cañón de su pistola y la volvió a enfundar en su cinturón.

—A ver si tienes más cuidado. ¿Qué habrías hecho sin mí? ¿Huh? —me reprochó, haciéndome un gesto para que la siguiera. Rasqué mi nuca con pena y le di la razón.


—Ya, perdona.

—Que no vuelva a pasar. —sentenció, con una mirada fría y penetrante. Una que no podría sacarme de la cabeza, no esta noche. Seguimos monitoreando el área.

—¿Qué era esa cosa? —indagué.

—Un Exiliado. —Tohrū abrió una puerta, iluminando con su linterna el interior de la sala.

—Imposible. No hay manera.

—Es la verdad, es un Exiliado, pero a medias. —reiteró, analizando el techo antes de rendirse con este sector. Solo se topó con telarañas y un poco de moho.

—Ok, vale. ¿Y qué es un Exiliado a medias?

Tohrū me miró con la paciencia colmada.

—Tch, que preguntona eres. Son personas que no lograron copiar y clonar sus conciencias por completo, por eso quedan así, como pedazos de mierda malformadas. Son raros de encontrar. —se encogió de hombros.

—¿¡Y por qué no lo reportamos!?

—Lo haremos cuando finalicemos la misión. Ahora cállate y ayúdame a encontrar al Netmath. —me sorprende la frivolidad de su tono. Suena dulce, pero tan profundamente serio. Eso es lo que Tohrū representa; seriedad. Es lo único que emanan sus ojos púrpuras, como si su alma no conociera de amor, de euforia. Su cabello rojo como el vino representa lo incendiarias que sus acciones pueden llegar a ser. Retrata su valía.


Luego de caminar por los largos pasillos, dimos con una de las últimas habitaciones por revisar. Esta se diferenciaba de todas las anteriores, contenía cápsulas y maquinaria retro. La mayoría de las cápsulas estaban vacías, excepto cinco.

—Debe ser uno de ellos. —dijo Tohrū, iniciando un escaneo con su retina digital. Las personas dentro de las cápsulas flotaban en un gel celeste, de textura espesa. Tres de ellos eran adultos, los últimos dos eran una mujer y un adolescente.

—Lo tengo. —espetó la pelirroja, tecleando el monitor de la cápsula para desactivar los códigos de seguridad. La cápsula del adolescente se empezó a vaciar, liberándolo.

—No me digas que… ¡¿ES EL NIÑO?! —Tohrū me miró por un instante y después tomó al joven entre sus brazos, tomándole el pulso.

—Sí, él es el Netmath. Y no grites. —

Me tapé la boca con ambas manos, como si hubiese cometido un error. Inspeccioné el lugar mientras Tohrū hacía lo suyo.

—Llama a Wanakō y dile que tenemos al chaval.

—¿Está vivo?

—Por los momentos. Tú llámala. —tenía más preguntas, muchas, pero preferí guardármelas y acatar su petición. Llamé a Wanakō, nuestra jefa. Le informé de lo sucedido tan pronto como atendió.

«Antes de que se vayan, dígale a Mikeda que inicie el protocolo Spiral. El chico no puede recordar nada de esto.», ordenó. Era la voz de una anciana.

—Entendido. —respondió Tohrū, casi como si siempre hubiese estado escuchando mi breve conversación con la jefa.

—¿C-Cómo…? ¿Estabas escuchando? Hey, esperen. ¿¡L-Lo privarán de sus memorias!? —la pelirroja usó la punta de sus dedos para elevar el párpado derecho del menor, dejando su retina a plena vista, sincronizándola con la suya. El orbe de Tohrū emanó un brillo dorado que perduró por muy poco.

«Es necesario. Sus conocimientos son su maldición, y un niño no necesita eso. Las veo después, buen trabajo.», Wanakō colgó la llamada. Salir del edificio no fue tan difícil como entrar, ya no contábamos con la incertidumbre.

Al subir a la azotea, nos dirigimos al vehículo volador. Un relámpago a la lejanía amenazó con liberar una lluvia.

—Fua, ¿cómo es que un mocoso puede ser un Netmath? —no podía apartar la mirada del mocoso. Tohrū bufó y lo subió a la parte trasera del coche.

—Hmpf, cualquiera puede ser un Netmath.

—Me pregunto para qué lo querrían…—subí al asiento del copiloto y me arrellané. La pelirroja encendió el coche y nos elevamos, surcando hacia la noche.

—Porque son la única esperanza de estas ratas. Son los únicos con el conocimiento para perfeccionarlos, mejorarlos.

—El Exiliado que enfrentamos no era el único, estoy segura. Llevaba todo el rato sintiendo que me seguían, ¿sabes? —un escalofrío me recorrió el cuello, recordando la sensación.

—Eso será asunto de otro, nosotras ya acabamos el nuestro.

—Seh, tienes razón. Oye…—posé el mentón en mi índice, tuve una idea. El latido de mi corazón se aceleró, flaqueando en recitarla.

—Amh, aprovechando que ya no tenemos tareas pendientes, estaba pensando y…¿te molan las películas en Realidad Virtual? Alquilé una de las más nuevas. De zombis. —esbocé una sonrisita con la esperanza de que su respuesta fuera afirmativa.

—No, la verdad es que no. —su habla derrumbó esa efímera esperanza.

—Uhm, ya.




Veinticinco minutos más tarde, Tohrū me dejó en la azotea del edificio en que vivía. No me dijo adiós, marchó tan pronto como bajé del vehículo. Yo me quedé a despedirla sacudiendo mi mano mientras contemplaba cómo su nave se alejaba y desaparecía entre las nubes.

Y para cuando inició la tormenta, me quedé sola conmigo misma. Tomé el ascensor y fui al nivel catorce. Había sido una noche larga, tediosa y particular. Necesitaba una ducha.


Cuando la puerta del elevador se abrió, salí con prisa y con un bostezo, pero tropecé con alguien. Eso me hizo espabilar.

—¡Oh! ¡Perdón! ¡Perdón! —repetí con desespero. Cuando alcé la mirada, me topé con los ojos verdes de un hombre de piel oliva y de cabello azabache. Portaba una chaqueta de cuero.

—Calma, chica, que soy yo. —mi corazón dio un vuelco al escuchar su apaciguada –pero profunda– voz.

—¡Haru! ¡Qué sorpresa! No esperaba encontrarte por aquí. —mi risa se tornó nerviosa. Mucho más de lo que estaba cuando tropecé con la creencia de que no era más que un extraño.

—¿Por qué? ¿Te parece raro encontrarte con alguien que vive en tu mismo edificio? —esbozó una sonrisita ladina y elevó una ceja. Yo negué con la cabeza.

—¡No, no! Es solo… ¡c-cómo sea! Debes estar apurado, te dejo ir. —me hice a un lado, dándole espacio para que subiera al ascensor.

—No, tranquila. Solo voy a recoger mi motocicleta en el taller.

—¿A estas horas? —tan pronto como pregunté eso, me vino a la cabeza uno de los comentarios que me hizo Tohrū. Que preguntona eres. Por poco me disculpo por mi entrometimiento, pero el chico se anticipó.

—Sí, el mecánico es un vago que duerme de día. Lo suyo es trabajar de noche. —esa sonrisa, esa mirada que me transmite tanta calma…


De pronto siento hormigueos en el estómago. Mi profesor de biología diría que son gusanos, pero son mariposas. Luego de otro breve intercambio de palabras, Haru subió al ascensor y se marchó. Yo me quedé atontada mirando en la pequeña pantalla cómo el elevador llegaba hasta planta baja, pensando.

Okay, Maeri…déjate de ilusiones y anda a casa.




Ya en mi apartamento, estaba metida en la tina, relajándome con el agua tibia y espumosa que engullía mi cuerpo. Cerré los ojos y divagué en la marea de mis pensamientos.

No puedo sacarme la cara deformada del Exiliado que me atacó. Es como una imagen de horror que me costará borrar de mi memoria. Intento pensar en otra cosa, en el niño que rescatamos. Sigo preguntándome cómo un niño puede ser un Netmath. Vaya que existen muchos geniecitos por ahí.


De inmediato mi barco mental se va hacia las cápsulas de flotación. Ahora el agua de la tina se siente diferente, como si yo la hubiese modificado con el pensamiento. Se siente como si tuviera esa misma textura espesa del gel…y es raro, porque nunca he experimentado nada así. Entonces, ¿cómo mi cuerpo sabe cómo se siente? ¿Cómo es capaz de emularlo?

No lo sé, pero ahora tengo decenas de imágenes taladrándome el cráneo. Pasan tan rápido que no puedo reconocer ninguna. Muy pocas. Laboratorios, un diluvio de códigos informáticos, un cerebro achicharrándose…

La ansiedad me invade y, cuando abro los ojos de nuevo, descubro que estoy hundiéndome bajo el agua. Salgo tan rápido como puedo y me llevo una profunda bocanada de aire.


Después de algunos tensos segundos, salí y me tapé con la toalla. Me topé con mi propio rostro en el espejo, pero no podía pensar. No quería. Tenía miedo de reencontrarme con esas imágenes mentales que tanto terror me sembraron.

Entonces, noto que mi cara empieza a titilar en el reflejo. Casi como un glitch. Eso me asusta y me hace retroceder. Me miro las manos y descubro que están sufriendo el mismo efecto de holograma distorsionado. Mi mandíbula titubeó y abrí el lavamanos, empapándome el rostro con desespero. Ni siquiera me atreví a echar otro vistazo al espejo, solo corrí.

Corrí hasta que llegué a mi habitación y me aventé a la cama, hundiendo mi cabeza bajo la almohada.

Procuro mantener los ojos lo suficientemente abiertos como para no conciliarme con el sueño.


Siempre he tenido un inexplicable miedo a dormir, pero hoy lo tengo más que nunca.

11 Juin 2022 23:06 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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