Todo empezó al principio de este siglo. Lo primero fue una censura parcial, luego se llegó rápidamente a la eliminación total de todo lo que no cumplía con los nuevos parámetros. Cada vez que un libro, un disco, una película o cualquier forma de mensaje u obra artística tenía una palabra, una frase o un concepto que hería aunque solo fuera a una persona, las instituciones se encargaban de quitarlo de en medio. En los primeros años, la gente empezó a comprar y guardar en sus casas las obras más polémicas, pensando que algún día la sociedad volvería a entender el arte por lo que en realidad representa.
Pero lamentablemente no fue así. Con el pasar del tiempo, la lista de obras prohibidas se fue ampliando cada vez más y a la vez, aumentaban las penas por el delito de posesión o divulgación de cosas como libros o películas ilegales. Muy pronto llegó el día donde si te pillaban con una copia de un libro de Albert Camus, de un disco Janis Joplin o de un DVD de Quentin Tarantino, podrían condenarte hasta a diez años de reclusión. Así que los únicos proyectos que veían la luz eran los que recibían el visto bueno del departamento de Policía del Respeto Total, la temida PRT. La gente dejó de leer, de ir al teatro o al cine y las plataformas de streaming solo producían y estrenaban material políticamente correcto y aceptado unánimemente por todos los clientes.
La mayoría de escritores, actores, músicos y pintores dejaron sus trabajos y se dedicaron a otras cosas. Los perfiles de trabajadores más buscados pasaron a ser los moderadores de redes sociales y los Inspectores Civiles del Respeto Total, unos ciudadanos que aparentemente conducían una vida normal, pero que en realidad se dedicaban a informar sobre todas las posibles acciones que dañaban de alguna manera el orgullo de algún colectivo o de alguna persona en concreto. Los efectos de esos cambios en la sociedad no tardaron en hacerse notar. Pronto aumentaron los suicidios y los diagnósticos de depresión, sobre todo entre la población más joven. La cultura general media de la población cayó vertiginosamente en pocas décadas y la ignorancia se fue propagando como un virus por todos los rincones del planeta. Aumentaron los conflictos bélicos y la violencia se adueñó rápidamente de las calles de todas las grandes ciudades.
Afortunadamente, la semilla de la rebelión persistía en los corazones de unos cuantos hombres y mujeres que seguían dispuestos a cualquier cosa, con el fin de seguir compartiendo la cultura como antídoto a la muerte del alma.
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