alonso13 Carlos Alonso

Busca tu paraíso aquel donde puedas pecar... Esa es la verdadera felicidad.


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A la más bella, "discordia"

Dejarás de ser aquel quien sigue y nunca lo consigue. Dejarás de solo ver y pasarás a palpar está vez. Dejarás el hortelano comerás y también dejarás comer.

Omar, así me llamo. Tengo 32 años y soy ginecólogo de profesión, casado a medias, casi divorciado. Dos hijas hermosas y un tercero por venir en la mujer de mi mejor amigo.

Esteban, mi fiel amigo, de 32 años también, catedrático en literatura y felizmente casado. Un hijo y otro por venir...


Por qué os digo esto, pues bien, quiero presentaros a los personajes de esta maravillosa historia narrativa. Más aún quiero hacerlo presente a mi buen amigo, Esteban. ¡Ay tú!, mi querido cómplice. Que sepas hoy que estás palabras que redacto van dirigidas hacia usted; sí a usted y compañía. Para ti quien siempre serás mi mejor amigo y para tu esposa quien siempre será la mujer de mis sueños.


Empiezo pues… Si la memoria no me falla... y cabe decir que miento, pues si es de tu esposa de quien se habla difícilmente me equivocaría, pues la recuerdo muy bien. Vestida de blanco con sus trenzas doradas y con aquel velo que ocultaba la palidez de su bello rostro. Y ahí a su costado, tú, mi despreciable amigo bonachón con un traje negro muy de luto a mi parecer sonriendo amablemente a quien fuese y vieres.


— Amigo mío —, me dijiste exaltado muy emocionado, casi fingido, cuando logramos cruzar miradas. No te tomé importancia. Me importaba tu mujer y nadie más que solamente ella.

— Amigo, Omar… despierta hombre —, te volviste hacia mí interrumpiendo mi asombro —. ¿Tanto te cuesta ver a tu mejor amigo casándose ya? —. Me costaba sí, me costaba verla entrar en matrimonio contigo. Debería haber sido yo, pero hasta aquella vez nunca me la habías presentado.

— Amigo, claro que me sorprende —, contesté —.Y pensar que te casas a escondidas de tu padres.

— Ellos jamás lo entenderían —, respondiste —. Es mejor así, pero tú estás aquí. Así que no hay problema, ¿verdad? —. Claro, yo estaba ahí llenado tu vacío paternal aunque ambos tuviéramos la misma edad.

— Bueno Esteban, pues preséntame a tu ya querida esposa —, insté no queriendo ser amable, sino más bien queriendo conocerla.


Datsama.


— Datsama —, contestaste tú, mi ángel —. Me llamo Datsama, pero me puedes decir Datma.

— ¿Datma? —, pregunté confundido…

— Sí, Datma —, dijiste —. La verdad no estoy muy agradecida con mi nombre, pero Datma lo soluciona, creo.

— Claro que no, es un bello nombre tal como lo eres tú mi amor —, intervino Esteban interrumpiendo lo nuestro por segunda vez.

— Tiene razón —, fue lo único que escupí nervioso entre risas y con disimulo.


Quise seguir hablando más contigo, pero un ser molesto y arrogante tomó de mi hombro y me hizo a un costado con brusquedad. Era tu padre. Alguien para nada educado, tosco y de poco cuidado.


— Perdón —, me dijiste, no tu padre —. Quizá más adelante podamos hablar más y de paso escuchar las anécdotas que pasaste con mi esposo.

— Claro, pero de seguro él ya te los habrá contado —, contesté asustado y me alejé de ahí.

— ¡Te veo luego! —, gritó mi amigo despidiéndose de mí y tan solo me contuve a levantar la mano.


Odié a mi yo infante.


Estaba solo aquel día y la vergüenza de haber huido como un niño cobarde lo había tragado con una copa de vino agridulce. Habían sí conocidos míos, pero ninguno amigo que pudiera saber cómo me estaba sintiendo en ese instante. Me dirigí a un extremo del evento, pegado a un árbol de otoño muy lejano a todos los demás. Mientras el campo abierto de la boda fulguraba solemnemente a los rayos del sol y el cielo azul dotaba de alegría al festín conyugal. Ahí donde ustedes dos habían jurado amarse por siempre, hasta que la muerte os separase. Disfraz cual luego yo vestiría pomposamente durante un largo tiempo…


Campanas.


Tres campanadas sonaron aquel día. Una por ti mi buen amigo. Una segunda, por ella tu querida esposa. Y otra más por un futuro hijo. No importa de todos modos, solo son tontas supersticiones; sin embargo, aquellas campanadas hicieron mella en mi interior y acongojaron a mi ser, pues dictaban tu compromiso ante la ley y lo divino.


“Brindemos”


Levantaste tu copa cuando por fin habías saludado a todos.

— Hoy doy gracias infinitas a la vida y a sus buenaventuras —, continuaste —. Pues hoy me caso con la mujer más bella del mundo, haciendo de este día muy especial.


Si nunca la hubiese conocido, hubiese dudado de tus palabras amigo mío. Razón por la cual también había demorado en llegar. “Es Esteban, bajo, no tan agraciado, literato para colmo. Qué mujer podría tan siquiera fijarse en él. Esperaré la post boda”, me dije. Tan solo para no quedar mal ante ti…


— Agradecido aún más… —, siendo inoportuno aun cuando escribo recordé tus palabras —. Agradecido aún más con mi mejor amigo Omar, quien hoy a cuesta de su trabajo pudo llegar.


Quizá ahí te equivocaste. Es cierto que me avisaste de tu boda y que yo te dije que tenía mucho trabajo por hacer y bla bla bla. Qué como podrías casarte de esta manera, tan de repente, tan de ya. “No es eso”, me comentaste. “Pues en un principio iba ser algo solo entre los dos”.


“Entonces por qué decides hacerla pública”, pregunté.

“Se casa tan sola una vez y pues debe ser celebrada como se debe, es lo que dijo ella”, respondiste.

“Díselo a mis padres”, intervine bruscamente con mis palabras, recordando mi triste hogar.

“No eches sal a las buenas fortunas”, me contestaste. “De todas maneras estás invitado, sé que llegarás. Al menos para la fiesta después de la boda”.

“Claro, estaré ahí. Pero no prometo puntualidad”, te dije y nos despedimos.


Cuando llegó ese día, pues para mi sorpresa o no, no había paciente alguno al cual atender. Para más me acordé que también mi turno terminaba en la mañana. “Qué hago”, me dije y pensando con quién te casarías dudé en asistir.


Sin embargo, cuando estuve decidido a acudir no hubo colega, amiga o vecina quien me quisiera acompañar. “Asistir a una boda, solo, sin acompañante. Acaso no es triste”, me dije. Pues seguramente todos los comensales asistirían en pareja. Idea que no me fue para nada descabellada, y que pues al final se me fue claramente comprobada. Odiaba estar ahí, viéndote en el altar, esperando a tu prometida con la cara llena de felicidad. Odiaba ver a los demás, acompañados, cotilleando, murmurando sin más. Odiaba todo, odiaba mi ser… Y te odié aun más al verla entrar.


Vestía de blanco, cubierta de pies a cabeza. Pero su silueta dejaba entrever que no era cualquier mujer. Podía notar el tamaño de sus pechos, los hombros finos, la espalda pequeña, la cintura… ¡Maldición!, era tan jodidamente hermosa que tan solo recordarla se me eriza la piel.


Quería que fuera mía, de mi propiedad. Marcarla para siempre y no tener que compartirla jamás. Entonces recordé que se casaba y contigo joder. Un ser asqueroso que siempre lo tuvo todo, amor, dinero, poder… y que ahora lejos de tus padres, lejos de sus mimos, escapas dices para ser feliz. Dime con qué costeaste la boda, cómo la conquistaste si no fue por el dinero, cómo logró ver lo que ninguna mujer hasta ahora lo había hecho. Será tal vez porque nunca tuviste un poco de atractivo. Y es que además eres escritor. ¡Dios! Deberías estar muriendo de hambre si no fuera por tu padre. Eres un vil traicionero, que apuñaló sus sentimientos y luego diste la espalda tan solo por un capricho incandescente de una mujer. Y no te culpo por eso, pues quién no caería ante su belleza, te culpo por ser la mierda de persona que eres… y tú sabes muy bien de lo que hablo.


Ahora. Un poco más tranquilo luego de mostrarte mi querido desprecio continuo con la historia que te voy a contar. De cómo me hice con ella, de cuantas veces la llené, de cómo y cuánto rogaba por ser complacida por mi ser. Déjame contarte de aquella fiera, de cuerpo ardiente, bello rostro, hermosa y la perra que es.


Que sepas pues colega mío que tu mejor amigo y esposa nunca te llegaron a corresponder.

8 Février 2022 06:36 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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