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Martín Claudón


En un mundo parecido al nuestro, hay objetos de poder incalculable que todo el mundo anhela. ¿Qué pasa cuándo un adolescente obtiene uno de estos aparatos?


Aventure Déconseillé aux moins de 13 ans.

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El chico y el reloj.

¿Qué fue primero? ¿La magia o la alquimia?

La respuesta nadie la sabe, lo único certero es que ambas se complementan.

Así ha sido desde tiempos inmemoriales.


Cerca del año 1400 se descubrió que era posible una unión entre ambas ramas del esoterismo, dando como resultado objetos de poder incalculable. Dichos objetos se conocen como "reliquias", las cuales son capaces de alterar leyes físicas que se creían perpetuas.


Muchos están en busca de ellas: Criminales, caza recompensas, civiles y hasta incluso gobiernos enteros forman parte de la lista.


Si una reliquia llegara a posarse en manos equivocadas, quién sabe qué consecuencias podrían llegar a darse...


Sin embargo, cuando vives en un mundo así, la mayor aspiración que uno puede tener es la de ser testigo y esperar no ser víctima de alguna muerte extravagante.


Pero eso no perturbaba los pensamientos de Alistair, quien se encontraba sosteniendo la mano de su moribundo abuelo. Su último familiar vivo...

Alistair ha sido huérfano desde los 2 años de edad. Su abuelo cuidó de él durante los siguientes 15 años.


Ellos no tenían suficiente dinero para comprar una cama de hospital, por lo que el lecho de muerte era una sucia cama, en una pequeña casa en las afueras de una olvidada Ciudad de México.


-Al... -gimió la débil voz del abuelo- Al, escúchame.


- ¿Qué ocurre, abuelo? -preguntó Alistair, apretando con ambas manos la mano izquierda de su abuelo.


-Me hubiera gustado tener más tiempo para explicarte... Ten -dijo, mientras estiraba su mano derecha hacia Alistair. Le ofreció lo que tenía en su puño.


Alistair soltó la mano de su abuelo para recibir aquella cosa brillante.


Lo dejó con suavidad en las manos de Alistair. Era pesado aunque cabía muy bien en la palma de una sola mano, era llamativo y hermoso.

Alistair presionó el botón de la cúpula y este se abrió dejando ver tres manecillas inmóviles. Esto no le importó, era un regalo. Nunca antes había permitido que tocara ese reloj...


Era color bronce opaco pero brillaba con intensidad. A pesar de que era un objeto realmente viejo, lucía bastante bien. Si no fuera por las manecillas quietas, podría decirse que era nuevo.


- Alistair...

Tengo que confesar algo...

Te he mentido, Al...

...tu papá...

...él está vivo...

...debes...

...encontrarlo.


La respiración del abuelo se hacía más pesada

Alistair creyó que solo estaba delirando. Lo que decía no podía ser verdad...


- No te preocupes, lo haré... ya no hables, intenta descansar -respondió Al, incrédulo.


-Lo siento...

debí contártelo todo...

Lo...

siento...


Esas fueron sus últimas palabras. Alistair pudo ver como su pecho dejó de moverse. Estaba muerto y ahora él estaba solo, totalmente solo. No sabía cómo reaccionar. Se quedó un momento al lado del cadáver, velándolo; esperando a que, por algún milagro, despertara.

Después de aceptar que nada de eso ocurriría, subió al techo de su casa, quería ver la luna y las estrellas.

Se sentó a observar el firmamento.

La luz de la luna dejaba ver todo con gran claridad. El rostro de Al reflejaba su confusión. No podía aceptar como verdad lo que recién escuchó... La situación lo superaba. Quería llorar... debería llorar, pero las lágrimas se negaban a salir.

Alistar no sabía cómo se sentía.


Así que sentado, alumbrado por aquella potente y a la vez tenue luz mágica, inspeccionó un poco más el reloj de bolsillo mientras intentaba aclarar sus pensamientos.

Era bonito, casi como una obra de arte. Podría pasar horas apreciando la complejidad de su diseño. En ambas tapas habían espirales incompletas que se abrazaban unas a otras. En todo el lateral había rombos muy chicos que se juntaban en las esquinas, sin dejar un solo espacio vacío, pero había una parte en la que el diseño de rombos se interrumpía por un círculo apenas visible. Alistair presionó esa parte haciendo que se oyera un crujir. Arrepentido por creer que rompió el reloj, lo guardó en su bolsillo.

Decidió no pensar más en ello y eligió dejarse hipnotizar por lo que habitaba en el cielo.

Era una noche cálida. El viento soplaba con suavidad y el cielo estaba despejado a excepción de una sola nube.


La luna y las estrellas eran el único consuelo de Al, quienes estuvieron con él hasta que se durmió, cobijado por el cielo nocturno.

Esa noche soñó con esperanza y con un anhelo de alegría inalcanzable.


Alistair era un joven de solo 17 años. Era delgado, y de piel clara. Él se consideraba alto aunque solo medía poco más de un metro setenta. Sus cabellos eran negros y sus ojos eran cafés.


Despertó sintiéndose descansado, como si hubiera dormido toda la noche. Sin embargo no había sido así, pues la luna seguía en su punto más alto.

Esto lo desconcertó. Permaneció sentado en el techo un momento, preguntándose en cómo sería su vida a partir de ese momento... Pensando en eso notó que la nube no se había movido en lo absoluto. Seguía cerca de la luna. ¿Eso quería decir que en realidad no durmió ni diez minutos?


Mientras intentaba pensar en cómo descansó tanto en tan poco tiempo, notó eso...

El viento no soplaba, pero no era solo eso. Todo estaba tranquilo... demasiado. No había un solo sonido. Eso es mucho decir para una ciudad como era aquella.

Después de la incertidumbre que lo comenzaba a perturbar, escuchó algo...

Era un sonido muy tenue pero constante. Alistair se concentró en aquel curioso ruidito. No fue difícil hallar su lugar de origen, lo difícil fue creer de donde provenía.

Lo que producía el ruido, ese ahora claro "tic-tac", era el reloj.


¡Estaba funcionando!


La hora que marcaba era 7:23. La manecilla que se encargaba de señalar los segundos era la que se movía y la que provocaba ese pequeño escándalo.


Bajó las escaleras para entrar en su casa, encontrándose con algo increíble, ¡El cadáver de su abuelo había desaparecido! Se acercó para revisar el lecho, levantó la cobija...

Había un anillo junto con una hoja arrugada. Alistair tomó la hoja y el anillo plateado. Era una carta con la letra de su abuelo...



Sé de alguien que puede ayudarte. Tengo un amigo que vive en California. Su nombre es Fermonsé. Si vas allá y le dices que vas de mi parte, te recibirá con los brazos abiertos y te ayudará en tu búsqueda.


Ve, mi niño, ve y descubre quién eres en verdad.


Perplejo, Alistair dejó caer el anillo al suelo, quedando este debajo de la cama, apenas visible.


Era verdad... ¿Era verdad? Tenía un papá. Una familia... Alistair sintió una felicidad extraña. ¿Porqué lo habría abandonado...? ¿Sería buena idea intentar buscarlo...?

Sintió su corazón acelerarse. Necesitaba aire. No podía asimilar todo tan pronto. Salió de su casa, mirando hacia el cielo. Se sentía mareado. No podía creer lo que sucedía y después... pensó que quizás todo era un sueño... aún no se escuchaba nada y hasta incluso las sombras parecían congeladas.

Comenzó a caminar, en parte por curiosidad, en parte para relajarse.


Mientras caminaba con su mente alterada, creyó ver unos perros a lo lejos. Conforme se acercaba notó que estaban completamente inmóviles...

Eran tres pastores alemanes, dos jóvenes y uno que lucía más viejo. Parecía que estuvieran jugando a perseguirse entre sí. Uno de los perros tenía mucha saliva saliendo de su hocico pero estaba suspendida en el aire. El otro estaba parado en dos patas. Y el último estaba con la cabeza un poco agachada y su trasero levantado, indicando que estaba a punto de saltar.

Alistair no sabía como explicar aquello. Prefirió no tocar a ninguno de los perros. Continuó con su camino a paso lento, esa vez caminó mucho más confundido y casi completamente convencido de que había enloquecido.


Entró en la cuadra de mayor concurrencia que, para su sorpresa, estaba vacía.

Siguió caminando con un poco de miedo. Era raro que ni siquiera el viento soplara.


Para distraerse sacó el reloj que llevaba consigo. Sus manecillas seguían moviéndose y la hora que señalaba era 7:29, a tan solo unos segundos de llegar a las 7:30.

El reloj y los pasos de Alistair eran las únicas cosas que producían ruido...


La luz de la luna casi no se hacía notar gracias al alumbrado público. Este usualmente era deficiente, pero no esa noche. A pesar de la incertidumbre, la soledad y el miedo, la noche le pertenecía a Al.


Guardó su reloj. Continuó su camino hacia ningún lugar.

No sabía qué buscaba... hasta que lo encontró.


A lo lejos vio una camioneta con gente cerca. Se acercó con cautela. Cuando estuvo a solo unos metros, notó que no se movían al igual que los perros. Estaban congelados en el tiempo. No pudo guardar su sorpresa ni tampoco su nerviosismo. ¿Qué ocurría con el mundo? Como si eso no fuera suficiente, Alistair notó que estaba frente a un crimen en ejecución.


Observó la escena con disgusto. La camioneta estaba mal estacionada. Las puertas estaban abiertas. Las llaves donde debían, listas para arrancar el motor. El tipo que lucía más fuerte tenía atrapada por la muñeca a una chica que rondaba los veinte años. El segundo tipo estaba con un solo pie en el suelo, tenía una soga y un trapo blanco en su mano izquierda y una bolsa de tela en la otra mano. El tercero, que estaba más cerca de la camioneta, sujetaba su celular con ambas manos. Alistair se acercó a este por la espalda para ver lo que había en la pantalla y, como era obvio, estaba grabando el secuestro.


Alistair sintió su sangre hervir. Aborrecía lo fácil que era cometer una atrocidad en esa ciudad. Tantos desaparecidos, tantos muertos y tan pocos casos resueltos...


Alistair se acercó a donde estaba ella. Su rostro era bonito pero estaba arrugado, congelado en una eterna expresión de pánico. Tomó la muñeca del hombre que la sujetaba y comenzó a retirar uno a uno los dedos de él, era un agarre fuerte, pero como no presentaba resistencia pudo liberarla con facilidad.

Era un poco más pequeña que él. Su piel era morena clara, su cabello largo y su ropa elegante cautivaban.

La cargó como le fue posible y la llevó al lado contrario de la cuadra, lo más lejos que pudo. La dejó ahí, de pie. Meditó un momento acerca de lo que debería hacer.


La abrazó con cuidado. Lo necesitaba. Aún no asimilaba la muerte de su abuelo. Quería tener un mínimo consuelo...

Aunque era un abrazo en blanco y negro, el corazón de Al se sintió alegre.


Cuando la dejó lo hizo con una sonrisa y fuerza renovada. Solo faltaba lidiar con los criminales.


Primero pensó en llevarlos a la policía, pero teniendo en cuenta las inexistentes leyes, eso no representaba un castigo ni de cerca. Después de pensarlo un momento, notó que uno de ellos llevaba una pistola en su cinturón. La tomó con duda. Era pesada... se aseguró de mantener sus dedos alejados del gatillo. Tenía una idea vaga de su funcionamiento...

La pistola era casi totalmente negra a excepción de una pequeña parte gris clara que se encontraba por encima del cañón.


Sabía que debía tener un seguro o algo que evitara un disparo indeseado, así que comenzó a examinar las partes cercanas a la empuñadura. Después de un momento buscando el seguro lo encontró en la parte superior derecha. Una especie de botoncito. Arrastró con lentitud su dedo índice hasta que se encontró con el gatillo.


Alistair no quería matarlos... solo lastimarlos.

Se posó frente al sujeto que estaba grabando el secuestro. Le arrebató el celular, lo tiró al suelo y lo pisó con fuerza hasta destrozarlo por completo. Después juntó las manos del criminal. Disparó una vez, atravesándolas de lado a lado, rompiendo huesos y tendones.

El sonido del disparo fue más fuerte de lo que supuso.


Se dio media vuelta para encontrarse con el tipo que iba a amordazar y atar a la chica.

Se puso de rodillas frente a él y apuntó donde creía que se encontraban la entrepierna. Disparó una sola vez y se dio por satisfecho cuando los pantalones se tiñeron de rojo.

Había castrado a aquel hombre con una bala.


Alistair... estaba fuera de sí. No se pudo contener ni responder por sus acciones.


Se acercó al último de ellos, al que tenía atrapada a la chica. Lo miró con asco.

Observó la pistola que él mismo llevaba en su mano derecha. La apuntó hacia abajo, apuntando a la rodilla izquierda. Disparó sin meditarlo. Inmediatamente después disparó a la otra rodilla, destruyendo ambas rotulas. Ahora Al estaba parado frente a un inválido.

No contento con eso, disparó hacia los hombros de ese sujeto, destruyendo sus articulaciones. Ya no podría recuperar la movilidad en sus brazos ni piernas y ese sí era un castigo justo... mucho mejor que haberlos matado.


Alistair seguía sosteniendo la pistola aún humeante mientras se alejaba de aquella grotesca escena, resultado de sus propias acciones.


A algunos metros de distancia comenzó a salir del violento letargo en el que se sumergió cuando disparó la primer bala.

Se volvió a percatar del silencio envolvente de su entorno. Los fuertes latidos de su propio corazón habían llenado de sonido su mente durante unos minutos, pero su pulso lentamente se calmaba, resultando en un silencio todavía más pesado que el anterior.


Él no era así.

Él no era violento ni mucho menos... pero por alguna razón hizo todo eso.

Se sintió culpable, pero ya no había nada por hacer. Comenzó a correr. Huía de regreso a su hogar. Corrió tan rápido como pudo. Sin notarlo aún llevaba la pistola consigo. Cuando rebasó a los perros que seguían en las mismas posiciones, redujo la velocidad, miró a la luna y tropezó con una piedra.

El reloj salió de su bolsillo, cayendo frente a él. Se estiró para tomarlo. Cuando lo recogió permaneció sentado en el suelo, pensando en qué sucedía con el mundo.

Presionó el botón de la cúpula. Ahora eran las 7:47 y el segundero seguía moviéndose.


Alistair tomó en cuenta lo vivido hasta el momento. Era obvio. La confesión de su abuelo... el hecho de que nunca le había permitido tocar ese objeto... el reloj era el responsable de lo que pasaba con el mundo.


Después de analizar por un momento el aparato, encontró un botón escondido. Lo presionó y sintió un pequeño sobresalto. La realidad se deformó y volvió a la normalidad en menos de un segundo. Repentinamente el sonido del viento volvió. Después escuchó a los perros ladrar y a los grillos entonar su música.


- Tengo una reliquia... -susurró tan sorprendido como podría estarlo.

Sentía una mezcla de emoción y temor...


Mientras continuó admirando la reliquia a la luz lunar, a lo lejos alguien gritaba por el dolor de sus manos, otro lloraba por el intenso sufrimiento que sentía en la entrepierna y un tercero cayó al suelo, desesperado por no poder mover su cuerpo a gusto...


También había una chica que corría, confundida pero agradecida con el destino.


Ese día Alistair salvó una vida.



8 Janvier 2022 04:41 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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