El viaje en avión había estado fatal, prefería mil veces los trenes, disfrutaba más de la vista de la tierra y sus paisajes que de las nubes y el terrible vacío. No podía evitar crear situaciones posibles de emergencias a las cuales seguramente no sobreviviría. Trataba de repetirse a sí mismo que era por sus seguidores, que era por el patrocinio y las vistas en sus redes sociales.
Se había enterado de la historia gracias a una sala de chat anónima donde ya había participado antes, visitaba aquellos lugares con historias lúgubres, con fantasmas o cualquier otro tipo de criaturas sobrenaturales; nunca había visto nada, por lo que poco a poco dejó de creer en aquellas cosas. Sin embargo tenía una audiencia que mantener y ellos adoraban esas historias de miedo, aunque no terminaran siendo reales.
«Todos amamos el drama», pensó mientras actualizaba con fotos del paisaje a sus seguidores de Internet. Había llegado a la capital, pero aún quedaba bastante viaje por delante. Debía tomar un bus por cerca de casi dos horas hacia el pueblo dueño de la historia que había venido a cazar.
Borja era lo que se conoce como «Explorador urbano», ya llevaba casi cinco años dedicándose por completo a sus cuentas en línea. Ganaba buen dinero e incluso le regalaban cosas costosas para mantenerlo activo siempre; cámaras de última generación, micrófonos y grabadoras especializadas en captar sonidos que el oído humano nunca notaría. Había comenzado explorando su vecindario, era urbano pero antiguo y habían bastantes construcciones caídas o sin terminar. Cuando se trataba de miedo, la gente veía cosas donde no las había, pero había aprendido a usar eso a su favor. Por ejemplo su truco favorito era grabar el sonido de su respiración cuando corría, ese sonido propagaba el pavor como un potente virus psicológico aunque nada lo persiguiera, aunque nada lo asustara.
No había sido hasta hace dos años que había comenzado a realizar exploraciones nocturnas, al principio le pareció todo un desafío, pero ya estaba curtido con tantas experiencias recorriendo todo tipo de lugares, nunca se había topado con nada, pero sí había aprendido algo y ese algo era lo que lo mantenía visitando lugares nuevos cada vez. Él había aprendido a escuchar historias; las historias del lugar al que visitaba, los relatos de sus habitantes eran más ricos que los lugares en sí, había historias tan antiguas e increíbles, cosas tan preciosas humanamente hablando… Borja se había reencontrado con su yo de niño al escuchar a los ancianos contar cómo era la vida en sus juventudes. Eso le hacía apreciar cada segundo de su viaje. Las historias eran para él, los videos para sus seguidores y todos podían estar felices.
Tres horas más tarde, Borja llegaba al pueblo perdido hacia las montañas; se alejaba de la autopista central por lo menos una media hora, terminó en un lugar completamente rural, donde la naturaleza aún era la dueña.
Caminó por la calle principal del pueblo; le sorprendió notar que no estaba asfaltada si no que aún era de gravilla y además de eso las casas sólo se encontraban a un lado del camino, del lado de los cerros y frente a ellas habían hectáreas y hectáreas repletas de árboles de durazno que por esas fechas invernales estaban florecidos en tonos rosas que armonizaban con los arreboles del atardecer.
Debía encontrar un lugar donde quedarse y allí preguntar la dirección de su próximo objetivo: La Casona de los Rosales Azules. Había leído sobre una extraña leyenda que se tejía sobre la casona que perteneció a la familia «Suller», no sabía con certeza si aún estaba ligada a aquella familia o si aquel linaje había desaparecido con los años. Por eso había viajado hasta allí; se rumoreaba que una maldición rodeaba ese lugar e incluso había gente que juraba por sus cosas más preciadas que ahí habían seres inmortales.
A Borja le pareció que podría ser una de esas tantas historias de vampiros que se encontraban por ahí en toda Internet, pero resultó que tras una breve investigación, nada sobre chupasangres había salido en limpio, de hecho ni siquiera aparecía un murciélago en lo que rescató para iniciar su propia exploración. Inmortales que no son vampiros ni zombis ni alienígenas… Quizá tan largo viaje fuera solo por pasear después de todo, pero había sin dudas algo que quería archivar en sus archivos de historias personales, la historia del jardinero de la casona de las rozas azules.
Según la investigación previa al viaje que había realizado en Internet, había una historia algo lúgubre sobre el jardinero de aquella casona, se decía que tenía similitudes a un monstruo de épocas pasadas, algo así como una momia y un vampiro, se decía incluso que llevaba varias décadas sin envejecer, allí, condenado a cuidar por siempre sus hermosas y preciadas rozas azules.
No tenía nombres ni fotos del supuesto jardinero, pero sí había de la vieja casona que fácilmente tendría unos doscientos años de acuerdo a su arquitectura de época barroca. Que el jardinero se viera así de monstruoso era demasiado típico para ser cierto. Sin embargo, la casona con hectáreas y hectáreas de jardines hermosamente cuidados sí tenía en su parte trasera un gran rosal azul, las rosas eran pequeñas y crecían abrazando los muros de piedra.
Una pequeña observación que tomó Borja fue la de las viñas, específicamente aquella familia tenía un viñedo a su nombre y su sidra era reconocida por ser de un particular color púrpura. Extraño detalle le pareció, ya que un viñedo usualmente daba vino… bueno, el de la familia Suller no lo hacía, daba sidra púrpura.
La noche estaba haciéndose presente en aquel campo cuando encontró una posada para hospedarse durante los días que le tomara llevar a cabo la exploración y la investigación privada que solía hacer. La posada era en resumen una hermosa casa antigua con altos muros de adobe y suelo de cerámicos grandes similares al cemento. Tenía por lo menos unas cinco habitaciones con más de una cama cada una, un baño limpio y cómodo y para su sorpresa tenía un pequeño restaurante arreglado a un lado. Podría comer y beber allí y no había mejor lugar para las historias locales que un lugar como ese. Grabó un pequeño vídeo mostrando el lugar a sus seguidores y luego de comer y dar las gracias a la familia que lo alojó, se fue a dormir, cansado del largo y tenso viaje en avión.
Mientras desayunaba anotaba cosas en una libreta y el resto lo ajustaba desde su celular, había cargado todo lo necesario para grabar su exploración «rural» —no sabía cómo llamarla, pero definitivamente no era urbana—. Había arrendado a uno de los habitantes del lugar una motocicleta, con ello el tiempo de viaje sería una preocupación menos. Los mensajes de sus seguidores lo hacían reír, eran más aventureros que él. Le recomendaban llevar estacas, ajo y cerveza por si aparecía una hermosa vampiresa. Él creía que no habría nada más que algún guardia gruñón y un hermoso lugar para pasear.
El aire estaba helado pero su chaqueta era buena, el dueño de la motocicleta le había dado las instrucciones para llegar a la casona así que una vez estuvo listo, se dirigió hacia allá a una velocidad que le permitiera conocer el camino y grabarlo en su mente. El lugar quedaba más adentrado hacia los cerros, montes y la cordillera que tenía sus picos cubiertos de nieve. Era un día soleado de invierno, perfecto para comenzar cualquier viaje o aventura en la naturaleza.
Era cercano al medio día cuando por fin llegó hasta el gran portón de estilo gótico que daba la entrada a la gran casona de los Suller, obviamente estaba cerrado y sus altas pircas no permitían ver mucho. Se asomó por algunos agujeros derruidos de la pirca y observó con asombro los jardines bien cuidados del lugar, parecía un gran parque, vio plantas exóticas, hermosas fuentes de agua con maravillosas esculturas acompañándose entre ellas… era increíblemente bello pero a la vez, le pareció algo triste. No estaba seguro del porqué, pero observar el lugar le había hecho sentir una profunda nostalgia. Sacudió su ropa y caminó hasta las casas cercanas, que eran pocas y aún más campestres que su posada, las personas se movilizaban a caballo y con mantas tejidas a telar para capear el frío.
El primer paso ahora, sería preguntar a los vecinos, qué historias se contaban de aquel lugar y también, por supuesto, del escalofriante jardinero.
Entabló una conversación con unos jóvenes que limpiaban unas caballerizas, eran jóvenes agradables pero como era de suponer, echaron por la borda las historias de antaño, la juventud es así, uno va por ahí creyendo que lo sabe todo y que las tradiciones son innecesarias, a veces sí resultaba ser así, a veces se perdía mucha identidad cultural, lamentablemente Borja estaba ahí para explorar, no para dar cátedras de ética cultural. Decidió buscar a gente de mayor edad pero los laboriosos días de los agricultores eran un impedimento bastante molesto. Finalmente se dedicó a recorrer a pie la zona; grabó un vídeo breve y sacó un par de fotos a la fachada de la casona, o más bien sus jardines y el gran portón de entrada y salida.
Tomó notas mentales toda la tarde para volver al día siguiente directamente a colarse dentro de los terrenos Suller. Logró ubicar una parte derruida de la pirca que se podía escalar, él ya estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones, así que fotografió el muro. Al guardar su móvil un escalofrío bajó derecho por su nuca. La sensación de que alguien lo estaba observando era muy penetrante e inmovilizadora. Miró instintivamente hacia un costado y allí entre las ramas creyó ver a alguien vestido de negro. Movió la cabeza hacia ambos lados, ver a alguien vestido de negro en medio de la nada era algo tan probable para el cerebro humano… mejor arregló sus cosas, montó la motocicleta y regresó a la posada. En su mente estaba todo acomodado, pero aún faltaba lo más importante: la historia detrás de la leyenda.
Cuando estacionó, vio al patriarca de la posada sentado en una banca al costado del camino, el ocaso se reflejaba en su piel y mirada, volviéndolos de color anaranjado, aquello también le causó una extraña melancolía. Él parecía la persona correcta para preguntar por historias pasadas y desgastadas por el inclemente tiempo. Caminó hasta él y se sentó a su lado en silencio, el sol comenzaba a perderse de vista en las lejanas montañas y el sonido del viento en los árboles fue opacado por la voz ronca de aquel hombre.
—Tantos años viendo el atardecer y ninguno es igual al anterior…—. Reflexionó sin mirar a Borja, quién se quedó a la espera de más palabras.
—¿Eso es fácil de recordar?—. Preguntó inseguro mirando las nubes rosas en el horizonte.
—Antes de ayer estaba nublado, ayer llegó un aventurero al pueblo y hoy está sentado aquí, con cara de tener muchas preguntas—. Le sonrió. —¿Te gustan las aventuras?
—Sí, señor. Pero me gustan mucho más las historias—. Hizo una pausa. —¿Sabe algo sobre la casona Suller?
—Ja, esa no es una historia, chico. Es un misterio.
Merci pour la lecture!
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