u16328863551632886355 Lautaro Nuñez

Mi nombre es Apolodoro Spicus, tengo 935 años y soy un académico del sistema Espiga, en la constelación Virgo. Mi especialidad es la historia del Pequeño Universo, gran porción del espacio sideral en el que vivimos socialmente bajo la organización de la Confederación Interestelar Universal. Esta, comandada por las doce constelaciones fundadoras (de las cuales Virgo forma parte), administra las principales civilizaciones humanas del universo. A lo largo de mi carrera como historiador he escrito centenares de libros explicando los sucesos más importantes desde la conformación de la Confederación hasta la actualidad, centrándome principalmente en explicar el funcionamiento, las costumbres y características de las sociedades que conforman nuestro Universo. A veces me pierdo en los detalles, centrándome en un solo evento. Pero en esta obra en particular he querido plasmar un pantallazo de relatos, sin tanta rigurosidad académica, mezclando historias universalmente conocidas con anécdotas propias. Quizás puedan pensar que es absurdo realizar relatos explicando lo que la mayoría de humanos aprende en la infancia, y quizás tengan razón. Pero deben saber que este libro no está pensado para los que actualmente habitan en el Pequeño Universo. Durante gran parte de mi carrera me he dedicado al estudio de civilizaciones subdesarrolladas, ya extintas. Estas sociedades no están confederadas y no conocen nada de nuestra forma de vivir, ni de esas cosas que nos pueden parecer tan obvias. Yo escribo para ellos: para el que no sabe, para el que ignora, para los que no tienen el conocimiento y lo buscan. El objetivo de esta maravillosa antología es que cualquier persona en el cosmos pueda adentrarse al Pequeño Universo, paseando por las constelaciones, conociendo la estructura de esta gran sociedad, admirando sus paisajes, conociendo sus historias y quizás, aprendiendo algo nuevo.


Science fiction Opéra spatial Tout public.

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El jardinero del patio trasero de los mundos

En el Pequeño Universo conocí a un jardinero que viajaba de mundo en mundo para arreglar los jardines. Me decía que allí es donde uno encuentra las prioridades de la gente, o sus aspectos más escondidos. Por eso le gustaban más los jardines traseros, porque en los delanteros siempre se aparenta más de lo que en realidad acontece.

Los jardines frontales de los planetas normalmente siempre pretenden ser hermosos. Algunos tienen preciosas calas y lirios, con una blancura impoluta, pero están hechas de papel y cuando llueve se desvanecen fácilmente. Más aún si en el planeta llueve líquido corrosivo por la polución que sale de la chimenea.

El patio trasero siempre resulta mucho peor que el delantero. Malezas de todo tipo, plantas exóticas hermosas, pero muertas y secas por falta de riego. Parásitos espaciales y otras alimañas que carcomen todo lo que crece y dejan el suelo infértil.

A veces le costaba entrar en los jardines porque algunos estaban llenos de cactus, espinillos, rosales muertos, todo lleno de espinas filosas. Cuando ocurría esto, el jardinero solo pensaba, “Bueno, debe haber algo realmente malo dentro de todo este espinal”. Y normalmente así era, malezas brutales, las peores del espacio. Pero a la vez, se recordaba que el dueño del jardín había pedido por su servicio, al menos tenía la intención de arreglarlo.

Hacerlo no resultaba tarea fácil, y muchas veces arrancar brotes de mala hierba era increíblemente complicado. Se aferraban al planeta muy fuerte, tanto que a veces el dueño se hartaba de que el jardinero insistiera tanto en arrancar una raíz. Ellos decían “Ya déjala, no hay remedio, no se va a ir, no hay jardín perfecto”. Pero él no les hacía caso, él simplemente hacía su trabajo, y tarde o temprano esa hierba lograba salir. Entonces la reemplazaba por una planta de flores increíbles. Los dueños se entusiasmaban cuando veían cosas así, querían más resultados, así que lo dejaban un poco más tranquilo.

El jardinero seguía y seguía, reavivando las plantas buenas que estaban muertas y cambiando la tierra infértil con abono, así hasta conseguir un jardín bastante prolijo y miles de veces mejor que la porquería que había antes. Pero algo siempre solía ocurrir, algo que lo exasperaba y le hacía replantearse su dedicación tan esforzada al trabajo. Cuando terminaba de arreglar el jardín, iba a con el dueño y le mostraba lo que había hecho. Entonces el cliente fruncía el ceño y le dedicaba una mirada reprochadora. Algunos incluso lo veían con desilusión, totalmente decepcionados. Entraban de nuevo en la casa y él quedaba en el patio intentando ver qué era lo que causaba tal decepción. Y entonces salían nuevamente los dueños con el catálogo en la mano. Un catálogo de jardines, que se renueva cada cierto tiempo.

“¡Esto no es lo que aparece en el catálogo! ¿Qué clase de jardinero es usted? ¿Acaso no sabe que están de moda las flérpulas moradas y los cipreses rosales?” Decían ellos, mientras le restregaban y agitaban el catálogo frente a su cara. El jardinero les explicaba amablemente que las flérpulas eran naturalmente naranjas y que si las quería moradas tenía que comprar polvo de magentita, un mineral de un fuerte color magenta que era muy caro y de corta duración. Luego de unas horas la planta muere, a menos que tenga más magentita. Además les decía que los cipreses no dan rosas. Para que den rosas deben implantarse semillas dentro de los árboles. Y sí, el resultado es muy hermoso, si no fuera por la cantidad de alimañas peligrosas que atrae el polem de las rosas modificadas en el ciprés. Ambas plantas arruinarían todo su jardín a la larga, eso les explicaba: “confórmese con su flérpula naranja y sus cipreses libres de flores”.

Y esto por dar dos ejemplos cualesquiera, porque había miles. Que si quiero pistilos luminosos en mis orquídeas, o mariposas atigradas que merodeen los pensamientos, baobabs en miniatura o cosas tan absurdas como césped de otro color. “¿Qué tiene de malo el color de su césped?”, preguntaba el jardinero. “El de mi vecino es mucho más claro…” o “El del planeta cercano tiene el pasto más alto y liso, además tiene un particular tono dorado” contestaban. “Es trigo, en su planeta no hay semillas de trigo y está científicamente probado que si colocamos semillas extrañas en su jardín, no se sabe que reacción pueda tener. El suelo puede quedar infértil para siempre.”

Algunos entendían, o eso parecía, y le pagaban con la mirada entristecida y la cabeza gacha. Otros se enojaban, “¡Contrataré otro jardinero!” Decían, “¡No puede ser tan malo!” y lo dejaban sin paga, echándolo a patadas. El jardinero se llenaba de ira pero volvía a su casa sin decirles nada, “ya verán” se decía. Y en ocasiones tenía razón, a veces pasaba cerca de algún planeta donde había trabajado, lo veía de lejos y notaba que había cierto desastre detrás de la hermosa fachada de cartulina.

Y cuando salía de alguna casa, golpeado e insultado por el estúpido orgullo de los que quieren un jardín “perfecto”, como el de los catálogos, volvía a su hogar muy malhumorado y se planteaba renunciar a tanto esfuerzo, sólo para terminar recibiendo improperios. Pero luego decidía conectarse a la red universal y mirar el Discovery Channel, un canal lejano de una civilización perdida y retrasada para el avance tecnológico actual, que habitaba un hermoso planeta llamado Tierra. A él no le parecían atrasados, le parecían muy vintage, a la moda de la vieja usanza. Es cierto que tenían muchísimas cosas que aprender a nivel social, pero había cierto encanto en la forma de vivir de los terrestres. Miraba y se decía para sí mismo: “Pobres, ellos no tienen jardineros… tienen que aprender a la fuerza a cultivar su propio patio trasero”. Los terrestres no tenían algo que llamaran un “jardinero” para la inmensa cantidad de patios que había dentro de cada ciudad, en cada nación de esa gran roca azul. Eran miles de millones de jardines cuidados por sus propios dueños.

Y lo que era peor, los terrestres estaban rodeados por catálogos. Los había a cada vuelta de mirada, en edificios, en la televisión, en las computadoras, en revistas y libros, en el arte, en los discursos públicos, implantado en la cultura como una de esas raíces que le costaba horas arrancar. Y la mayoría de los catálogos eran nefastos, no servían para nada, les mentían en la cara de los pobres terrícolas sin que ellos se dieran cuenta. Iban a sus jardines y se desgarraban las manos intentando tener las mejores flores, las mejores plantas. Sin saber, por ejemplo, que en su planeta las rosas negras no crecían de manera natural, que las rosas sin espinas no podían defenderse de los corderos que amenazaran con comerlas, o que el césped sintético no era más que plástico y que nunca sería igual que el césped natural…

Entonces el jardinero se decía, “pobres almas, sus jardines son un desastre, pero no se los puede culpar. No tienen nadie que los ayude a ver la letra chica de los catálogos… si tan solo pudieran contactarse con la Confederación, quizás podría ayudarles…” Y estos pensamientos le servían como motivación para ser más servicial con su comunidad y de vez en cuando les recordaba a los dueños enojados la triste situación que habían pasado los terrícolas, sin jardinero que los ayude y a la vez con tantas ganas de tener un jardín hermoso.

29 Septembre 2021 04:40 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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Pequeño Universo
Pequeño Universo

El Pequeño Universo es un conjunto de Civilizaciones que habitan en una zona bastante amplia de la Vía Láctea. Se divide en constelaciones, con sistemas planetarios cuyos mundos habitados contienen variedad de civilizaciones de diversos niveles, todas gobernadas por La Confederación interestelar o la influencia de Ofiuco. El centro de este universo miniatura es el olvidado Sistema Solar, desde donde todo empezó, acabó y se expandió. Se dice que desde la hostil Tierra aún es posible ver las 88 constelaciones que conforman el Pequeño Universo. En savoir plus Pequeño Universo.

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