A lo lejos se oyen sirenas policiales, ¿me estarán buscando ya? En las noticias siempre reclaman por su accionar tardío y justo ahora son eficientes, cuando el fugitivo soy yo, una buena persona. ¡Qué suerte la mía!
A pesar de ir bien abrigado un frío tenaz recorre mi cuerpo, es algo más que la baja temperatura propia de la madrugada: es la culpa. Quizá no vuelva a sentir calor nuevamente, ¡qué injusto!, que un buen hombre sienta culpa, ese es el castigo de los compasivos.
La noche estaba particularmente helada, ideal para recostarse en pareja y pasar una tarde agradable. ¡Pero no!, ella quiso discutir; por unas conversaciones de mi celular, por miradas indiscretas a sus amigas o por una persistente falta de interés. Las cosas eran más peliagudas que eso, pero claro, ella no lo comprendía, nunca fue muy inteligente. Traté de explicarle que después de tantos años había descuidado de sí misma; ya no se maquillaba para mí, había subido de peso y en casa solo la veía con pantalones y sudaderas. ¿Pueden creer que pensó que mis motivos eran banales? Pero había más cosas, obvio que sí; ya no me mimaba, no cancelaba sus planes para estar conmigo y había dejado de adularme por mis logros. ¿Cómo podía sentirme bien en una relación si no soy el centro de atención? Traté de explicárselo con buenas palabras para no herir sus sentimientos, después de todo, soy una buena persona.
“¿Qué hace aquí en la madrugada?” me interrumpe la voz de un carabinero. Un policía controlando a un buen ciudadano, ¿dónde se ha visto eso? Le respondo que sufro de insomnio y salgo a caminar para distraerme. Una respuesta tan insulsa como inverosímil, pero me cree, soy muy bueno mintiendo; no solo soy una buena persona, además soy muy inteligente. Tras inspeccionarme unos segundos, el carabinero me deja ir junto a mis pensamientos.
Ella me gritó que no tenía logros, que todo me lo había dado su padre. ¡Qué ridiculez!, yo me esforcé por alcanzar esos puestos gerenciales. Coquetearle no fue fácil; tuve que soportar horas de anodinas conversaciones y pedestres amistades, ello sin mencionar el tener que hacerme el simpático con el acaudalado anciano que era su padre. Así que no, no fue sencillo llegar a esos cargos. Pero ella no lo comprendería.
Estalló en llanto y quiso marcharse, estaba inconsolable. No podía dejar que se fuese así, los vecinos se enterarían de nuestra discusión, y, más importante aún, afuera estaba helando. Traté de retenerla con buenas palabras ¡solo por su bien!, pero no funcionó. Ingenuamente le demostré amor para que reaccionase; la abracé con fuerza. Gritó. Sus aullidos me hicieron reaccionar, el problema no solo eran los vecinos, luego sería su familia, la mía y los amigos en común. Ella les contaría su poco confiable versión y yo quedaría como el villano. No podía dejar que eso pasara, después de todo, soy una buena persona.
Quería que recapacitase así que le di todo el amor que necesitaba. La apreté hasta que sus reclamos se convirtieron en sollozos y los sollozos en silencio. Solo al soltarla advertí lo que le había provocado. En verdad, me daba cuenta mientras le sacaba el aire de los pulmones, pero no puedo decirlo así, soy un buen hombre.
La dejé en el suelo con cuidado, su cuerpo se helaba con rapidez. No podía permitir que mi novia pasase frío, aun muerta ¡eso jamás! La envolví en confortables mantas, pero no fue suficiente, seguía enfriándose. Tuve que cavar un lecho para su comodidad y luego cubrirla con tierra. ¡Todo sea para mi amada! Necesitaba calor y un entierro digno, y yo se lo di, porque en el fondo, soy una buena persona.
Había dejado un hueco grande en mi vida, ¿cómo llenarlo? Algunas de sus amigas eran bellas, complacientes y adineradas, pero ninguna como mi novia… ¡Perdón!, exnovia. Tendría que comenzar a buscar de nuevo, ¡que hastío!
Cuando la discusión ya había terminado pensé que por fin podría descansar, pero sonó la puerta. ¿Quién podía tocar a esas horas de la noche? Nada más ni nada menos que los entrometidos de mis vecinos. Los vi por la ventana, se notaban nerviosos. No les abrí. Pronto llamarían a la policía, ¿dónde se ha visto a una buena persona en la cárcel? Me escapé por la muralla trasera y recorrí el barrio sin rumbo fijo. Solo quería dar un paseo tranquilo, pero el frío me corroe. Debe ser el mismo frío que ella siente en estos momentos; no es solo un malestar, es karma. Lo acepto, ella pasa frío y yo también, me parece justo. No creo merecer un castigo mayor, después de todo… ya saben.
A lo lejos se oyen sirenas policiales, ¿me estarán buscando ya? En las noticias siempre reclaman por su accionar tardío y justo ahora son eficientes, cuando el fugitivo soy yo, una buena persona.
Merci pour la lecture!
Un buen cuento donde se plasma de manera acertada y divertida la mente de un ser completamente carente de empatía y respeto al prójimo, que transmutó a un asesino y no logra entender su incipiente miedo y lo deforma a "un sentir culposo" cosa que no es cierta ya que se considera aún "bueno" y no acepta la verdad de la situación.
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