Se dice que los niños, muchas veces, carecen de la inteligencia emocional necesaria para comprender que hay ciertas palabras y actitudes, que en la interacción cotidiana, pueden hacer sentir mal a sus pares. Por eso, se les hace fácil a muchos pequeños rechazar con malas palabras a aquellos que no cuentan con los mismos juguetes que ellos, o que simplemente les caen mal.
Supuestamente, cuando alcanzamos la mayoría de edad, todo esto cambia. Aprendemos a medir nuestras palabras, a relacionarnos de forma educada incluso con aquellos que nos caen mal y a tratar de ser un poco más incluyentes… O en teoría, eso es lo que debería de suceder.
Los años pasos, y se llega a la universidad o al centro de trabajo, pensando que va a resultar fácil relacionarnos con personas “adultas”, con intereses similares. Pero la sorpresa es que, muchas veces, nos encontramos con individuos que siguen teniendo las mismas actitudes del patio de juegos, sólo que de una forma un poco menos obvia.
Hay personas que desde el día en que nacen, hasta que mueren, viven para encerrarse dentro de una burbuja, junto con aquellos que consideran dignos de entrar en ella. La sensación de decidir quién sí y quién no puede pertenecer a un grupo integrado por seres similares a ellos, los hace sentir, por un instante, poderosos.
¿Pero qué caso tiene ese supuesto poder, si al final, sin que ellos se den cuenta del todo, al final, se terminal aislando de lo que realmente compone y da color al planeta? El temor al tener que abrir su mente y corazón ante la diversidad que compone el mundo real, los hace limitarse en todos los sentidos posibles.
Con la misma inmadurez de los niños, le dirigen miradas hirientes a aquellos que no encajan dentro del molde establecido por ellos. No dudan en lanzar indirectas destinadas a incomodar lo más posible. El mundo es un cuadro compuesto por mil y una tonalidades. El ver sólo una o dos de los miles que existen, es privarse de una experiencia enriquecedora para cualquier ser humano. Una visión optimista esperaría que esos seres humanos, a punta de los golpes propios de la vida, cambiaran algún día su actitud. Sin embargo, hablando realistamente, es difícil que un adulto se abra ante algo nuevo. Entre más crece la gente, más se acostumbra a percibir a lo diferente como una amenaza para el statu quo y para su felicidad. Pero no todo el mundo reacciona así. Hay quien siempre está dispuesto a abrirse ante nuevas experiencias y formas de ver la existencia. Cabe preguntarse, al final, ¿cuáles de esas dos actitudes son las que más hacen crecer a cualquier ser humano? Parece complicado, pero en ocasiones, un cambio empieza con una simple elección sobre en qué forma se ve la vida.
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