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José Ignacio López Alquinta


Una antología de cuentos cortos, microrelatos y poemas. Pequeñas historias aisladas que se irán multiplicando, poco a poco, como la peor de las bacterias refugiándose en tus entrañas. [Pronto estará a la venta un libro físico acompañado de mis ilustraciones]


Histoire courte Interdit aux moins de 18 ans.

#343 #cuento #bacteria #pandemia #chile #surrealismo #realismo-magico
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Calor

Tengo calor. Es sofocante. El aire es espeso y húmedo en este bus. Humedad que proviene del sudor evaporado de gente desconocida.

Qué asco.

Hoy ha sido un día extraño. Siempre tomo la micro al salir de la U, y a toda esa gente que sube y baja de él, más que gente, los percibo como una masa amorfa de rostros morenos, blancos y ocasionalmente negros. Pero hoy es diferente. La gente tiene unos rostros definidos, pulcros, nítidos.

En el asiento de adelante hay un hombre calvo. Empiezo a recordar el gran repertorio de chistes de calvos que recopilé tras años de mirar rutinas humorísticas repetidas del Festival de Viña.

“Refalín de piojos…”, “Ni un pelo de tonto…”, “¡Tu peineta, conchetumare!”.

Tengo ganas de reír, pero me contengo. Aun así, me da la sensación de que los demás pasajeros se percataron de mi intención. A pesar de que tengo la vista fija en la ventana, puedo percibir los ojos inquisidores que se vislumbran por el reflejo. Decido ignorarlo.

Tengo la espalda empapada con sudor, por lo que se pega de una forma asquerosa a mi mochila. Con este calor pienso que no lograré llegar vivo a mi hogar, pues luego debo caminar tres cuadras más, si es que antes no muero de una deshidratación.

El bus pasa justo por afuera de los completos de la 5 oriente cuando me pierdo en el vibrante sonido de las ruedas rozando la irregular carretera. Siento que me voy a quedar dormido. Inmediatamente despabilo pues, casi por un instinto adquirido, sé que estoy acercándome a mi paradero.

Toco el timbre, se abren las puertas. El bus avanza y no espera a que me baje por completo. Casi me caigo de bruces.

¡Viejo culiao!

Camino; un pie después de otro. El sol azota mi cabeza. Mis calcetines y bóxeres se empapan de sudor. Me falta poco para llegar, pero las piernas empiezan a doler y siento que en cualquier momento los huesos me atravesarán las rodillas.

¿Por qué siempre hago esto? ¿Por qué siempre tengo que reflexionar hasta sobre las acciones más insignificantes que realizo durante el día? Como si hablase con alguien, como si alguien escuchara lo que pienso.

No sé, desde que la memoria me tiene siempre ha sido de esa forma.

Me doy cuenta de que un anciano de la otra acera me observa fijamente, ¿Qué le pasa? ¿Acaso él lee mis pensamientos? La forma de su mirada me lo confirma, ¿Qué otra cosa puede significar? ¡Mierda! ya no puedo tener privacidad ni en mi propia cabeza... No, debo estar exagerando, es solo mi imaginación.

¡Mierda! Al perderme en divagaciones me olvido de que estoy embobado viendo al anciano. Aparto la mirada rápidamente, me sonrojo y sigo caminando.

Tal vez debería dejar de hacer esto, puede que no sea saludable rumiar cada estupidez en mi cabeza, como un animal que regurgita y vomita pensamientos huecos.

Un niño y su madre caminan hacia mí por la dirección contraria. Cuando estamos lo suficientemente cerca, el niño me mira con sus profundos ojos verdes, y enseguida gira su cabeza ¿Acaso él también lee mis pensamientos? Seguro que por eso apartó su mirada.

Empiezo a sudar, pero no por el calor, si no por los nervios. Acelero un poco el paso.

Después me encuentro con un puesto ambulante en donde venden cebiche. Siempre lo veo camino a casa, pero nunca he comprado, pues el hombre que vende; un viejo moreno y bajito, prepara el cebiche y corta el pescado ahí mismo, cosa que me parece antihigiénica. El hombre me mira sonriendo, mostrando sus chuecos dientes ¿Se está burlando de mí?

—A quinientos pesos —dice, claramente sabe lo que estoy pensando.

Miro como con su cuchillo decapita al pobre pescado, en cuyos ojos se grabó el shock antes de ser sacado de su hogar.

Bastardo.

—¿Se quiere llevar uno? –me pregunta, pero mi vista está fija en el cuchillo, un cuchillo muy afilado.

¡Ya no aguanto!

Le arrebato el cuchillo. El mango de madera tallada se ajusta perfectamente a mi puño. Apuñalo al hombre en el pecho. Dos veces para estar seguro. Él solo da un respingo, un grito ahogado, y cae al suelo.

Eso no te lo esperabas ¿cierto?

En su delantal blanco se expande una mancha de sangre; su silueta se asimila al florecimiento de una rosa primaveral. Ahora que lo pienso, odio la primavera; siempre me enfermo en esa temporada.

Una mujer grita.

¡Baje la voz señora, no sea alaraca!

Corro hacia ella y la apuñalo en el estómago. Oigo sirenas. Sirenas policiacas.

Llegan cinco patrullas. Un carabinero baja de su automóvil que, por cierto, se nota no lo ha lavado esta semana.

—¡Ponga las manos en alto y no intente resistirse! –me dice, cuando siento algo rozando mis pies.

Bajo la mirada y me encuentro con algo inesperado; en el suelo hay una bazuca M20 como de las que usaban en la guerra de Vietnam. ¿Quién dejaría botada un arma de alto calibre estos días? No importa, solo la recojo y disparo contra el policía. La patrulla explota, seguida por un ensordecedor sonido que hace remecer el suelo. Un espectacular “efecto dominó” causa que los autos a sus costados estallen uno por uno. El fuego guiado por el combustible llega hasta las casas y departamentos de la cuadra. Todo arde en llamas, la gente cerca de la explosión muere calcinada, es un espectáculo de fuego.

Mujeres, hombres y niños salen corriendo de sus casas, con sus ropas hechas jirones y la piel descascarada. Me gritan “¡Asesino! ¡Asesino!”, y están en lo correcto, soy un asesino. Entro en razón, debo correr, me falta poco para llegar a mi casa.

Corro y sudo. Mi casa está al otro lado de la calle. El suelo vuelve a estremecerse, miro hacia el oriente y... ¿Qué son esas cosas? Me refriego los ojos para comprobar que no estoy alucinando: un elefante, tres llamas, dos jirafas y simios de varias subespecies, todos corriendo por la calle hacia una misma dirección

¿Será posible que el zoológico también se haya incendiado?

¡En que estoy pensando! Debo cruzar la calle antes de morir aplastado por bestias.

Corro hasta mi casa. Antes de abrir la puerta y entrar, veo por el rabillo del ojo lo que parecían ser unos monos jugando en mi jardín.

Cierro la puerta, me miro en el espejo del salón; estoy hecho un desastre. Estoy bañado en sudor, no debí haber corrido en un día tan caluroso como este. Me desnudo, voy a la ducha y dejo correr el agua libremente. Me siento en la cerámica apoyando mi cara entre mis rodillas. El agua es agradable y tibia. Me gusta sentir como las gotas recorren mi cuerpo. Soy un imbécil por gastar un bien tan limitado como el agua.

Alzo la vista. El agua ya está rebalsando la ducha ¿Cuánto ha pasado desde que me quedé reflexionando sobre el agua? ¿Una hora?

Lo intentaré de nuevo...

Ahora me siento muy liviano, vuelvo a alzar la mirada. El baño está, de forma literal, con el agua hasta el techo, como un hermético tanque ¿Cómo puedo seguir viviendo sin oxígeno?

El retrete, el lavamanos, el espejo; todo se torna a un color blanco, se deforma y se desintegra, como si fuese papel.

¿El mundo está hecho de papel? No tenía idea.

Todo desaparece y me quedo flotando en el vacío… ¿Qué es esto? ¿Qué me sucede? ¿Por qué no puedo reflexionar sobre algo tan simple como el vacío? Estoy confundido. Rompo a llorar.

Odio este sentimiento, quiero que acabe, pero de pronto todo es tan claro para mí. Ahora lo comprendo:

No vale la pena reflexionar tanto, ni prestarle tanta atención a una vida ficticia contenida en apenas cinco páginas. Ese pensamiento me reconforta. Mi último pensamiento. Sonrío.

Tengo calor.

2 Septembre 2021 01:01 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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